domingo, 19 de marzo de 2017

Averroes, maestro de Occidente

Retrato de Averroes

La cultura de al-Ándalus experimentó un extraordinario desarrollo a partir de sus modestos orígenes. Desde el siglo X brillan en la península Ibérica una pléyade de hombres de ciencia (matemáticos, médicos, astrónomos) y de letras (poetas, historiadores, filólogos) junto a los primeros filósofos, Ibn Masarra y al-Kirmani, ambos cordobeses, y el judío malagueño Ibn Gabirol. El siglo XI se distingue por la fecundidad de los científicos, y el siglo XII por sus importantes filósofos; la lechuza andalusí, como en Grecia, volvía a alzar el vuelo al atardecer. La herencia del islam oriental renace en el extremo occidental de Europa con tal creatividad que sería motivo de admiración no solo en el mundo islámico sino también en el cristiano.

  Con Averroes culminó la filosofía en al-Ándalus, pero antes de él otros pensadores notables roturaron este campo. Señalemos entre estos a Abenhazam de Córdoba (994-1065), espíritu enciclopédico, introductor de la lógica aristotélica en las argumentaciones jurídicas y teológicas, y autor de la primera obra andalusí de lógica que se ha conservado. Escribió también una joya de la literatura árabe. El collar de la paloma, famoso tratado sobre el amor, un tratado de ética, la corrección de los caracteres, y una innovadora historia comparada de las religiones, el Fisal.

  Un avance importante en la consolidación de la filosofía en la península Ibérica lo representó el zaragozano Avempace (hacia 1080-1138). Dotado de una gran finura especulativa, fue el primero que en la Europa medieval comentó los escritos físicos y biológicos de Aristóteles, entre ellos la Física y Sobre el alma. En su obra más conocida, El régimen del solitario, ofrece una aguda reflexión sobre la organización social y política, así como sobre el papel desempeñado en ella por los sabios o intelectuales. Averroes lo admiraba, y los historiadores de la ciencia vierten grandes elogios sobre su figura. Sirva de ejemplo lo que escribió Ibn Abi Usaybia: «Era en las ciencias filosóficas el sabio eminente, sin rival en su época. […] Es probable que no haya habido después de Abú Nasr al-Farabi filósofo como él». Además de filósofo, fue médico, redactó un libro de botánica, escribió un tratado sobre la melodía, compuso canciones y poemas (según el arabista Emilio García Gómez, fue uno de los primeros en emplear el zéjel), era amante de la música y tocaba de maravilla el laúd. El aire renacentista comenzaba a respirarse en el Sur.

  Protector y amigo de Averroes fue el filósofo y médico granadino Abentofail (hacia 1110-1185). Su novela Carta de Hayy ibn Yaqzan sobre los secretos de la sabiduría oriental, conocida en Occidente por el título de su traducción latina, es decir, El filósofo autodidacto, es una de las obras de la literatura árabe más traducidas a otras lenguas. El protagonista nace por generación espontánea y es criado desde el principio por una gacela, verdadera madre para él. Sin huella de cultura humana, sin religión, ajeno por completo a toda organización social y política, Hayy, solo en una isla, progresa en el dominio técnico y penetra en el conocimiento del mundo sensible y del cosmos, para finalmente captar la esencia del alma humana y alcanzar la contemplación mística de Dios. Lo más sorprendente de esta novela filosófica es la superioridad que se concede a la religiosidad interior del «buen salvaje» sobre las religiones positivas (Abentofail habla explícitamente en plural de «las religiones verdaderas»).

  Por otra parte, brilló como médico en la corte del califa almohade Abú Yaqub, a quien le presentó un joven talento cordobés conocido más tarde en Occidente como Averroes. Al deseo del ilustrado califa, que creía conveniente difundir las obras de Aristóteles mediante unos comentarios que facilitaran su comprensión, añadió Abentofail su propio interés en esta ambiciosa empresa cultural animando a ello a su compatriota andalusí, ya que él mismo no podía debido a su avanzada edad y a las ocupaciones propias de su cargo. Esos comentarios de Averroes al Corpus aristotélico revolucionaron, como es sabido, el pensamiento medieval, sobre todo la escolástica latina, ya que la desaparición de al-Ándalus y la decadencia del mundo islámico provocaron que el racionalismo greco-árabe fructificara en las nacientes universidades de la Europa cristiana y más tarde en los círculos literarios renacentistas
Un filósofo andalusí protagonista en la vida pública


Ibn Rush (o Averroes) nació en Córdoba y murió, en 1198, en Marrakech (asiento de los califas almohades a cuyo servicio estuvo), y es uno de los sabios andalusíes que más repercusión ha alcanzado fuera de su propio ámbito. A pesar de tópicos mantenidos por doquier, Averroes fue un verdadero filósofo que defendió la busca filosófica de la verdad sin adoptar la posición del ateo. Además de facilitar la recepción del Corpus aristotélico en la Europa cristiana bajomedieval, Averroes dio pasos sustanciales en la elaboración de un discurso ético y de un sistema de pensamiento naturalista, racionalista e ilustrado.

  Ibn Rushd «el Nieto», parecía destinado a brillar como sus antepasados en la jurisprudencia. Basándose en una sólida formación así como en su propio talento, alcanzó los relevantes cargos de cadí de Sevilla y cadí mayor de Córdoba y escribió una original obra de jurisprudencia, la Bidaya, donde se estudian los fundamentos del Derecho islámico en el contexto de las diferentes escuelas jurídicas. El escritor al-Shaqundi subrayó bien este aspecto al llamarlo «estrella del islam y antorcha de la ley de Mahoma». Esa fama como jurista ha continuado a lo largo de los siglos en el mundo islámico, oscureciendo sus restantes contribuciones a la ciencia.

  Destacó igualmente como médico, llegando a ocupar el privilegiado puesto de médico de cámara de los califas almohades en Marrakech, pero también como tratadista de medicina según nos muestran sus principales escritos que afortunadamente podemos ya leer en castellano[18].

  Sin embargo, la fama que más ha perdurado y que ha resistido no solo los feroces ataques ideológicos que llegaron a caricaturizarlo sino incluso los tópicos de la tradición, ha sido la de filósofo. Por eso, más que llamarlo por su nombre árabe, solemos citar al gran sabio cordobés por el latinizado de Averroes. Es una paradoja de la historia que Ibn Rushd se eclipsara para los árabes como filósofo de primer orden, habiendo desaparecido gran parte de sus obras originales, y que reapareciera en el cielo del Occidente cristiano como el filósofo medieval por excelencia que había recuperado el naturalismo griego y con él el inmenso tesoro del Corpus aristotélico.

  Las fuentes biográficas nos cuentan que desde su juventud únicamente dejó de estudiar dos noches, la de su boda y la de la muerte de su padre. «Vestía muy modestamente y era de carácter ardiente», añade una de ellas.

  Sus escritos ocupan unos diez mil folios, algo que, no solo por la calidad sino también por la cantidad, resulta asombroso en quien estuvo toda su vida ocupado en graves tareas como juez en ejercicio, médico y consejero real. La mayor parte de su producción literaria fueron comentarios, entroncando así con una consolidada tradición medieval. Señalemos entre ellos los dedicados a Aristóteles (prácticamente todo el Corpus salvo la Política), Platón (La República), Porfirio (lógica). Galeno (medicina), Ptolomeo (astronomía), Temistio, al-Farabi, Avicena y Algacel (hizo historia su crítica al teólogo persa en el Tahafut). De sus escritos originales sobresalen por su novedad la imponente obra Bidaya, sobre los fundamentos del derecho islámico, su enciclopedia médica titulada Kulliyyat o Libro de las generalidades de la medicina, que fue utilizada como texto en algunas universidades europeas, y su intento de conciliación entre la Revelación y la filosofía contenido en el tratado El discurso decisivo.

  Al parecer, su curiosidad intelectual no tuvo límites: desde la metafísica hasta la política, desde el derecho hasta la lógica, desde la psicología hasta la ética, desde la zoología hasta las matemáticas, desde la poesía hasta la astronomía, ningún campo del saber dejó de interesarle. La huella de su pensamiento ha sido extraordinaria, sorprendentemente más en Occidente que en Oriente, más en el mundo cristiano que en el islámico. Desde los grandes teólogos dominicos Alberto Magno y Tomás de Aquino hasta el Renacimiento, pasando por los llamados «averroístas latinos» (defensores de la autonomía de la filosofía y de la eternidad del mundo, condenados por la jerarquía eclesiástica), el racionalismo y el naturalismo que se expanden por Europa a partir del siglo XIII llevan su sello. El historiador de la ciencia Juan Vernet, estudioso poco dado a exageraciones, escribió sobre este punto: «Averroes es posiblemente el español que mayor influjo ha ejercido en todo lo largo de la historia sobre el pensamiento humano»

or un aristotelismo integral

  Averroes sentía una admiración profunda por Aristóteles. Su elogio al comienzo del Gran comentario de la «Física» lo refleja bien.


    Aristóteles es el más sabio de los griegos, fundador y culminador de la lógica, física y metafísica; y digo que las ha fundado, porque todas las obras que se han escrito con anterioridad a él sobre estas ciencias no merecen citarse, ya que han sido eclipsadas por el Maestro; y digo que las ha culminado porque ninguno de los que las han continuado hasta nuestros días, o sea, durante mil quinientos años, ni han agregado nada a sus escritos, ni han podido encontrar ningún error de gran importancia. Que todo esto haya podido reunirse en un solo hombre es algo auténticamente raro y milagroso; y por esta condición singular merece que se le llame más bien divino que humano y esta es la razón por la que le llamaron divino los antiguos.


  Parece que estas palabras molestaron a algunos por considerarlas excesivas, solo fruto de la devoción y no de la reflexión crítica. Veamos de qué se trataba en el fondo esta vuelta al Aristóteles auténtico en lo que llamamos modernamente «aristotelismo integral».

  Al recuperar a Aristóteles se recuperaba al mismo tiempo la ciencia griega en su máximo esplendor, desde la biología hasta la lógica y desde la teoría del lenguaje hasta la ética. Averroes asume las grandes líneas del pensamiento aristotélico, como, por ejemplo, en su metafísica basada en el concepto de «substancia», acerca de la cual escribe en su principal escrito ontológico: «No se dice que las cualidades existan absolutamente, ni tampoco los movimientos; se dice de ellos que “existen cualidades” y “existen movimientos”, no que ellos existan absolutamente, porque un movimiento es movimiento de algo y una cualidad es cualidad de algo, pero una substancia no es substancia de algo. Así, lo que existe en realidad y absolutamente es la substancia; las otras categorías existen relativamente»[20]. Criticó al neoplatonismo incrustado en el aristotelismo de los filósofos del islam oriental. Para él, la teoría de la emanación «se reduce a puro cuento y a ideas con aún más escaso fundamento que las de los teólogos». Asimismo, fue el primero en advertir que la llamada Teología de Aristóteles no tenía nada que ver con él.

  El filósofo cordobés no se dedicó a repetir, y en diferentes ocasiones se alejó del aristotelismo. Indiquemos algunos ejemplos: modificación parcial de la teoría del primer motor inmóvil (Gran comentario de la «Metafísica»); elaboración de una teología filosófica (Tratado decisivo); necesidad de crear una astronomía física y no matemática (Gran comentario de la «Metafísica»); reelaboración del concepto de materia, y modificaciones parciales de tema médico y astronómico.

  En su contribución a una filosofía estricta separada de la religión criticó, a propósito de Platón, lo que llamaba «pensamiento abstracto»: «Quien es arrebatado por la dialéctica es llevado con frecuencia a creer en cosas extrañas y muy alejadas de la naturaleza de las cosas. La razón de ello es que el hombre busca un razonamiento persuasivo sin preocuparse de si corresponde o no con lo existente, y de este modo es inducido a falsas y artificiosas creencias»[21]. Lejos de todo dogmatismo, el debate a fondo de los argumentos y la crítica constituían para Averroes una condición necesaria en la búsqueda del saber: «Una investigación científica es completa solo cuando se han examinado previamente los argumentos dialécticos a favor y en contra, porque si uno no ha examinado algo críticamente, no conoce la extensión del conocimiento de aquello que ha adquirido tras ser ignorante de ello»[22].


   [18] Véase su famosa enciclopedia, traducida por primera vez del árabe a una lengua moderna: El libro de las generalidades de la medicina, traducción de M. C. Vázquez de Benito y C. Álvarez Morales, Madrid, 2003. De interés para conocer la evolución de la medicina árabe a partir de la medicina griega son los Comentarios que hasta hace pocos años se conservaban inéditos en la Biblioteca de El Escorial: La Medicina de Averroes: Comentarios a Galeno, traducción de M.C. Vázquez de Benito, Salamanca, 1987 (reedición, Sevilla, 1998). <<



  Hacia la autonomía de la psicología

  Aristóteles fue el primero que escribió un tratado de psicología, titulado Sobre el alma (psykhé en griego), y lo hizo desde una perspectiva naturalista. Toda explicación mítica o espiritualista que prescindiera de la corporeidad del ser humano, cuyas raíces se hunden de lleno en el reino animal, le parecía cháchara. Este es el marco teórico en el que Averroes reflexiona sobre el tema. El centro de su psicología lo constituye la noética o estudio del intelecto (nous en griego).

  El filósofo griego distinguió dos intelectos, uno agente y otro pasivo. Esas dos funciones básicas de la mente humana, una creativa y otra receptiva, expresadas de modo casi telegráfico por Aristóteles, abrieron un nuevo horizonte en la ciencia griega y tuvieron un amplio eco en la filosofía islámica anterior a Averroes (sobre todo, en al-Farabi, Avicena y Avempace). A lo largo de más de treinta años, el filósofo cordobés se esforzó en desentrañar cómo pensamos e intentó demostrar cómo es posible que un ser humano concreto, ligado a un cuerpo y perecedero por naturaleza, pueda formular una verdad universal y eterna.

  El proceso de elaboración del concepto, o sea, lo que los escolásticos cristianos llamaron el «problema de los universales», es abordado de forma novedosa por Averroes. En primer lugar, la génesis de la intelección arranca para él de la percepción sensible de los objetos individuales y culmina en el universal, que no existe fuera del alma sino que se obtiene a partir de la experiencia sensible. «Es evidente que nos vemos obligados en su obtención a sentir primero, a imaginar después, y solamente entonces podemos captar el universal. Y por eso, a quien le abandona uno cualquiera de los sentidos, le abandona un inteligible. Y se repite esta sensación una vez tras otra, hasta que salta en nosotros la chispa del universal», escribe en el Compendio.

  En segundo lugar, existe una dialéctica interna en virtud de la cual «el universal únicamente tiene la existencia en cuanto que es universal por aquello que es particular». Pero, en última instancia, será el intelecto o entendimiento el que le proporcione la universalidad a una proposición que parte de las cosas sensibles. En su obra polémica La incoherencia de la incoherencia (Tahafut) formula una tesis que sorprende por su modernidad y que hoy podría suscribir cualquier científico: la delicia necesita adecuarse a la realidad concreta y particular, pues ni basta la mera corrección formal, ni puede existir conocimiento directo de los universales.

  La concepción del intelecto en Averroes es compleja, y sufrió diversos cambios a lo largo de su vida. Distinguió los siguientes tipos de intelecto: material, habitual, agente y adquirido. Más que de intelectos diferentes, habría que hablar con mayor rigor, y, desde nuestra perspectiva, de las sucesivas fases por las que atraviesa el entendimiento humano en la génesis del conocimiento. El intelecto será uno por el intelecto material, pero múltiple por las formas imaginativas ligadas a los sentidos; la ciencia, por tanto, es una en un sentido, y por eso tiene validez universal, y es múltiple en otro, o sea, en cuanto que son muchos los individuos que la poseen. Por otra parte, el filósofo andalusí se separó de los filósofos islámicos orientales, en especial de Avicena, al rechazar que el intelecto agente fuera una inteligencia separada de la que emanaban las formas sustanciales y al afirmar por primera vez en la Edad Media que el intelecto agente, causa eficiente y formal de nuestro conocimiento, es intrínseco al hombre, que «existe en nuestra alma»

Teoría ética, reformismo social y crítica política

  El pensamiento ético de Averroes seguía el camino trazado por Aristóteles. Le dedicó un comentario medio o paráfrasis a la Ética nicomáquea, cuya traducción latina influyó profundamente en la escolástica. Por primera vez se asimilaba en el medievo cristiano una ética autónoma, es decir, en la que el propio hombre fijaba la norma moral al margen de los preceptos religiosos que le venían impuestos. Los efectos de esta recepción cristiana de una ética autónoma y de una psicología naturalista pueden calificarse de verdadera «revolución intelectual» del siglo XIII.

  El concepto de «felicidad», eudaimonia en griego, es central en la ética aristotélica. Es un bien que elegimos por sí mismo. Casi todos los hombres, comentaba Averroes, coinciden en nombrar a la felicidad como el más excelente y alto de todos los bienes, aunque disienten a la hora de definirla: unos dicen que es el placer, otros que las riquezas y unos terceros que los honores. El ser social que es el hombre aspira a la felicidad en una vida entera y viviendo en comunidad. Asumiendo la visión aristotélica de la felicidad, el filósofo cordobés considera que esta debe hallarse en nuestra mejor virtud, el intelecto, que es «la facultad divina o más divina» que podemos poseer. Por esto, la realización de la felicidad consistirá para él en una actividad de sabiduría y teoría o especulación a lo largo de toda la vida.

  En resumen, la ética de Averroes es eudaimonista y se inserta en la filosofía mundana apuntada por Aristóteles al final de la Ética nicomáquea. La amistad, o sea, la philía aristotélica, es esencial para los individuos y para la sociedad en su conjunto. Por otra parte, hay una conexión entre la ética y la política, teniendo esta última la hegemonía por tratarse no del bien individual, sino del bien de la comunidad.

  En su polémica con Algacel en el Tahafut tiene presente la moral popular de origen religioso. Los sabios deben seguir las mismas orientaciones morales que el pueblo y no olvidar ni despreciar las enseñanzas religiosas en que fueron educados. Es probable que su experiencia como hombre público y el rigorismo almohade subyazcan en esta actitud conservadora, que contradice su defensa de una religión filosófica para los sabios y una «vía media» para el pueblo, lejos de la fe del carbonero, como leemos en su Tratado decisivo.

  Por desgracia, Averroes no tuvo acceso a la Política de Aristóteles. Este hueco obligado lo cubrió con su paráfrasis de La República de Platón. Fue la última obra que escribió, poco antes de su caída en desgracia, lo cual indica su interés por la política. Dejó de lado los mitos platónicos y, siempre que pudo, introdujo en su comentario las ideas de Aristóteles extraídas de la Ética nicomáquea, la Metafísica y el tratado Sobre el alma.

  A semejanza de al-Farabi, reflexionó sobre el mundo social y político islámico a partir del diálogo platónico. Esta es la principal novedad de su comentario, del que, extrañamente, no se ha conservado el texto árabe. Su análisis de la evolución de los regímenes políticos en el mundo islámico es a la vez crítico y pesimista. Por una parte, se habría pasado de un gobierno que intentaba ser virtuoso a otro basado en «el culto a la fuerza y el poder»; los gobiernos aristocráticos se habrían transformado en oligárquicos para culminar en la tiranía, en la que «los poderosos junto con el rey tiranizan a las masas». Y, por otra, no habría que hacerse ilusiones acerca de la intervención de los filósofos en la vida pública. En «las sociedades actuales» se convierten en «solitarios» (término introducido por Avempace) al no encontrar quien escuche sus propuestas de reforma y progreso en la dirección del Estado.

  Llama la atención su denuncia de la discriminación social de la mujer, algo impensable en la Edad Media e incluso, por desgracia, algunos siglos más tarde. Partiendo de una naturaleza humana común a hombres y mujeres, subraya su igual capacidad genérica, para concluir que «las mujeres deben compartir con los hombres todos los deberes de los ciudadanos». Ese alejamiento de las mujeres de la actividad económica y de la vida social sería una de las causas de la pobreza del pueblo

Su proyecto político no fue utópico ni radical, sino reformista. He aquí algunos de sus aspectos: su crítica a la ocupación del poder político por los militares; la conveniencia de educar a la gente en vez de reprimirla a la hora de intentar mejorar la conducta de los ciudadanos, o la preferencia por una monarquía regida por un gobernante virtuoso bien dotado intelectualmente en lugar de por una democracia (el erudito egipcio A. Badawi veía en ello la influencia nefasta de Platón). El objetivo final del buen gobierno consistía para él en el logro de la cohesión social, asabiyya, fundada no en los lazos de sangre, es decir, en una estructura tribal, sino en una armonía entre las distintas clases sociales en la que debe prevalecer la búsqueda del bien público.

  La política, como en el viejo Aristóteles, seguía manteniendo para él la hegemonía teórica y práctica, es decir, tanto en las ciencias morales como en las artes humanas. «En absoluto, solo un arte manda sobre todos los demás: el llamado arte político, como del mismo modo solo la facultad racional gobierna la realización concreta de las acciones del referido arte.»

    [20] Gran comentario de la «Metafísica», libro Lambda, trad. al inglés de Charles Genequand; la cursiva es mía. <<



    [21] Ibídem. <<



    [22] Ibídem. <<


    [23] Averroes, Fasl al-maqal o Doctrina decisiva y fundamento de la concordia entre la revelación y la ciencia, trad. de Manuel Alonso. <<

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