Capítulo 1
SOBRE LA FILOSOFÍA Y SU MÉTODO
§ 1
La base y suelo sobre el que descansan todos nuestros conocimientos y ciencias es lo inexplicable. Así que a eso remite toda explicación a través de más o menos miembros intermedios, del mismo modo que en el mar la sonda encuentra el fondo a más o menos profundidad, pero siempre ha de terminar por alcanzarlo. Ese elemento inexplicable recae en la metafísica.
§ 2
Casi todos los hombres tienen continuamente presente que son tal y tal hombre (τις άνθρωπος), junto con los corolarios que de ahí resultan: en cambio, apenas se les viene a la mente que son en general un hombre (ó άνθρωπος) y cuáles son los corolarios que de ahí se siguen; y, sin embargo, eso es lo principal. Los pocos que se dedican más a la última idea que a la primera son filósofos. Pero la orientación de los demás se puede reducir a que en general nunca ven en las cosas más que lo particular e individual, no su componente universal. Únicamente los mejor dotados ven en las cosas individuales lo que tienen de universal, y ello en mayor medida cuanto mayor sea el grado de su eminencia. Esta importante diferencia penetra toda la facultad cognoscitiva de tal modo, que desciende hasta la intuición de los objetos más cotidianos; de ahí que esta sea ya distinta en la cabeza eminente y en la común. Tal captación de lo universal en el individuo que se represente en cada caso coincide también con lo que he llamado el puro sujeto involuntario del conocimiento y establecido como el correlato subjetivo de la idea platónica; porque el conocimiento solamente puede permanecer involuntario cuando está dirigido a lo universal; en cambio, en las cosas individuales se hallan los objetos del querer. Por eso, el conocimiento de los animales se halla estrictamente limitado a lo individual y, por consiguiente, su intelecto se mantiene exclusivamente al servicio de la voluntad. Por el contrario, aquella orientación del espíritu hacia lo universal es la condición indispensable de las auténticas producciones de la filosofía, la poesía y las artes y las ciencias en general.
Para el intelecto al servicio de la voluntad, es decir, en el uso práctico, no existen más que cosas individuales; para el intelecto que se ocupa en el arte o la ciencia, es decir, que es activo por sí mismo, solamente existen universalidades, géneros completos, especies, clases, ideas de las cosas; porque incluso el artista figurativo pretende representar en el individuo la idea, esto es, la especie. Eso se debe a que la voluntad no está orientada directamente más que a cosas particulares: estas constituyen sus verdaderos objetos: pues solo ellas tienen realidad empírica. En cambio, los conceptos, las clases, los géneros, únicamente pueden convertirse en sus objetos de forma muy indirecta. De ahí que el hombre rudo no tenga sentido de las verdades universales; el genio, por el contrario, pasa por alto y descuida lo individual: la dedicación forzada a lo individual en cuanto tal, como es la que constituye la materia de la vida práctica, le supone una gravosa servidumbre.
§ 3
Los dos primeros requisitos para filosofar son estos: primero, tener la valentía de no guardarse ninguna pregunta en el corazón; y, segundo, llevar a la conciencia clara todo lo que se entiende por sí mismo, para concebirlo como problema. Por último, para filosofar realmente, el espíritu ha de estar verdaderamente ocioso: no debe perseguir ningún fin ni, por lo tanto, estar guiado por la voluntad, sino que ha de entregarse por entero a la enseñanza que le imparten el mundo intuitivo y la propia conciencia. — Los profesores de filosofía, en cambio, están atentos a su provecho y ventaja personales y lo que a ellos conduce: ahí se encuentra su celo. Por eso no ven en absoluto tantas cosas que están claras ni reflexionan siquiera una sola vez sobre los problemas de la filosofía.
§ 4
El poeta presenta a la fantasía imágenes de la vida, caracteres y situaciones humanos, pone todo eso en movimiento y deja a cada cual que piense con esas imágenes hasta donde la fuerza de su espíritu alcance. Por esa razón puede contentar a hombres de las más diferentes capacidades, incluso a necios y sabios al mismo tiempo. En cambio, el filósofo no ofrece la vida misma de aquella forma, sino los pensamientos ya dispuestos que ha abstraído de ella, y entonces demanda a su lector que piense del mismo modo y hasta donde llega él mismo. Con ello su público se vuelve muy reducido. Según eso, el poeta es comparable a quien presenta las flores; el filósofo, al que ofrece su quintaesencia.
Otra gran ventaja que tienen las producciones poéticas frente a las filosóficas es esta: que todas las obras poéticas coexisten sin obstaculizarse, e incluso las más heterogéneas de entre ellas pueden ser disfrutadas y apreciadas por un mismo espíritu; mientras que cada sistema filosófico, apenas llegado al mundo, está ya pensando en la caída de todos sus hermanos, igual que un sultán asiático cuando llega al poder. Pues, así como en una colmena solamente una puede ser la reina, no puede haber más que una filosofía al uso. En efecto, los sistemas son de naturaleza tan insociable como las arañas, cada una de las cuales se instala sola en su tela y contempla cuántas moscas se dejan apresar en ella, sin que ninguna otra araña se le acerque más que para luchar contra ella. Así pues, mientras que las obras poéticas pastan amistosamente unas junto a otras como corderos, los animales filosóficos son feroces de nacimiento, e incluso su afán de destrucción está prioritariamente dirigido a su propia especie, al igual que ocurre con los escorpiones, las arañas y algunas larvas de insectos. Se presentan en el mundo como los hombres armados brotaban de la semilla de los dientes de dragón de Jasón[33], y hasta ahora, al igual que estos, siempre se han exterminado mutuamente. Esa batalla dura ya más de dos mil años: ¿Surgirá alguna vez de ella una victoria final y una paz duradera?
Como consecuencia de esa naturaleza esencialmente polémica, de ese bellum omnium contra omnes[34] de los sistemas filosóficos, es infinitamente más difícil adquirir prestigio como filósofo que como poeta. Sin embargo, la obra del poeta no consigue del lector nada más que ingresar en la serie de los escritos que le entretienen o elevan, así como una dedicación de pocas horas. En cambio, la obra del filósofo pretende revolucionar toda su forma de pensar, le exige que tome por un error todo lo que ha aprendido y creído hasta el momento en ese terreno y por perdidos el tiempo y el esfuerzo empleados, y que comience desde el principio: a lo sumo deja intactas algunas ruinas de un predecesor para poner en ellas su fundamento. A ello se añade que en cada uno que enseña un sistema ya establecido tiene un oponente de oficio, y que a veces incluso el Estado apoya a voluntad un sistema filosófico y, a través de sus poderosos medios materiales, impide que se abra paso cualquier otro. Si ahora agregamos que la magnitud del público filosófico es a la del poético lo que el número de la gente que quiere ser instruida a la que quiere ser entretenida, podremos apreciar quibus auspiciis[35] se presenta un filósofo. — Sin embargo, es el aplauso de los pensadores, de los elegidos entre largos lapsos de tiempo y todos los países sin diferencia de nacionalidad, el que recompensa al filósofo: la masa aprende poco a poco a honrar su nombre a base de autoridad. Conforme a ello, y debido al lento pero profundo influjo de la marcha de la filosofía sobre la de todo el género humano, desde hace milenios la historia de los filósofos va unida a la de los reyes y cuenta cien veces menos nombres que esta; de ahí que sea un gran hombre el que consigue para el suyo un lugar permanente en ella.
§ 5
El escritor filosófico es el guía, y su lector, el caminante. Si han de llegar juntos, ante todo tienen que partir juntos: es decir, el autor ha de acoger a su lector en un punto de vista que con seguridad tienen en común: pero ese no puede ser otro más que el de la conciencia empírica que nos es común a todos. Ahí, pues, le agarra fuertemente de la mano y ve como puede llegar paso a paso por el sendero montañoso hasta por encima de las nubes. Así lo ha hecho también Kant: parte de la conciencia común, tanto del propio yo como de las otras cosas. — ¡Qué erróneo es, en cambio, pretender tomar la salida desde el punto de vista de una presunta intuición intelectual de relaciones o procesos hiperfísicos, o de una razón que percibe lo suprasensible, o de una razón absoluta que se piensa a sí misma! Pues todo eso significa partir del punto de vista de conocimientos no inmediatamente comunicables, en el que, por lo tanto, ya desde el comienzo el lector nunca sabe si está junto a su autor o a leguas de él.
§ 6
La conversación con otro acerca de las cosas es a nuestra propia meditación seria y consideración íntima de las mismas lo que una máquina a un organismo vivo. Pues solamente en la última está todo como cortado de una pieza o tocado en un tono; por eso puede alcanzar completa claridad, nitidez y verdadera conexión, e incluso unidad: en la primera, en cambio, se ensamblan piezas heterogéneas de muy diferente origen y se obtiene por la fuerza una cierta unidad de movimiento que con frecuencia se detiene de forma inesperada. En efecto, uno solo se puede comprender por completo a sí mismo; a los demás, solamente a medias: pues a lo sumo puede lograr una comunidad de los conceptos, pero no de la captación intuitiva que los fundamenta. De ahí que las verdades filosóficas profundas nunca puedan sacarse a la luz por la vía del pensamiento en común, en el diálogo. Mas este es muy útil para el ejercicio preliminar, para despertar los problemas, para ventilarlos, y más tarde para el examen, control y crítica de la solución planteada. En ese sentido se redactaron también los diálogos platónicos, y conforme a eso nacieron de su escuela la segunda y tercera academia con una creciente orientación escéptica. Como forma de comunicación de pensamientos filosóficos, el diálogo escrito no es adecuado más que cuando el objeto permite dos o más opiniones totalmente distintas y hasta opuestas, de modo que, o bien la decisión sobre ellas debe dejarse al juicio del lector, o bien todas ellas tomadas en conjunto se complementan para una completa y correcta comprensión del tema: en el primer caso se incluye también la refutación de las objeciones formuladas. Pero la forma dialógica elegida con tal propósito ha de resultar entonces verdaderamente dramática, subrayando y poniendo de relieve de forma radical la diversidad de las opiniones: tienen que ser realmente dos los que hablen. Sin ese propósito, se trata de un ocioso divertimiento, como en la mayoría de los casos.
§ 7
Ni nuestros conocimientos ni nuestra inteligencia se incrementarán nunca de manera especial comparando y discutiendo lo dicho por otros: pues eso siempre es simplemente como verter agua de un recipiente a otro. La comprensión y el conocimiento solo se pueden enriquecer realmente con la consideración propia de las cosas: porque ella es la única fuente viva que está siempre dispuesta y siempre cercana. Por consiguiente, es curioso contemplar como los que aspiran a ser filósofos están continuamente dedicados a la primera vía y parecen no conocer la otra, y como siempre están ocupados con lo que este ha dicho o aquel puede haber querido decir: de modo que, por así decirlo, dan constantes vueltas a los antiguos recipientes para ver si no ha quedado una gotita dentro, mientras que a sus pies fluye descuidada la fuente viva. Nada como esto delata tanto su incapacidad ni tilda tanto de mentira su ficticio ademán de importancia, profundidad y originalidad.
§ 8
Los que esperan convertirse en filósofos estudiando historia de la filosofía deberían más bien inferir de ella que los filósofos, exactamente igual que los poetas, solo nacen y, por cierto, muy raramente.
§ 9
Una extraña e indigna definición de la filosofía, que no obstante incluso Kant ofrece, es esta: que es una ciencia a partir de meros conceptos. Sin embargo, el patrimonio total de los conceptos no consiste en otra cosa sino en lo que dentro de ellos se ha depositado tras haberlo desgranado y obtenido del conocimiento intuitivo, esa fuente real e inagotable de toda comprensión. Por eso, una verdadera filosofía no se puede hilar a partir de meros conceptos abstractos, sino que ha de estar fundada en la observación y la experiencia, tanto interna como externa. Tampoco se producirá nunca nada legítimo en filosofía con los intentos de combinar conceptos, como los que con tanta frecuencia se han llevado a cabo, sobre todo por parte de los sofistas de nuestra época —es decir Fichte y Schelling, pero en su forma más desafortunada Hegel—, como también por parte de Schleiermacher en la moral. Al igual que el arte y la poesía, ella ha de tener su fuente en la captación intuitiva del mundo: y por fría que haya de mantenerse la cabeza, no puede darse una impasibilidad tal que al final el hombre entero, con su cabeza y su corazón, no entre en acción y sea hondamente conmovido. La filosofía no es un problema algebraico. Antes bien, Vauvenargues tiene razón al decir: Les grandes pensées viennent du coeur[36].
§ 10
Considerada a grandes rasgos y en conjunto, se puede concebir la filosofía de todas las épocas como un péndulo que oscila entre el racionalismo y el ilitminismo; es decir, entre el uso de la fuente de conocimiento objetiva y el de la subjetiva.
El racionalismo, que tiene por órgano el intelecto, en su origen destinado al servicio exclusivo de la voluntad y por lo tanto orientado hacia fuera, se presenta primero como dogmatismo y en cuanto tal procede de forma totalmente objetiva. Luego se alterna con el escepticismo, y como resultado de ello se convierte al final en criticismo, que trata de solventar el conflicto tomando en consideración el sujeto: es decir, se convierte en filosofía transcendental.
Por ella entiendo toda filosofía que parte de la tesis de que su 10 objeto más próximo e inmediato no son las cosas sino únicamente la conciencia humana de las cosas, de la cual, por lo tanto, no puede en modo alguno prescindir. Los franceses la llaman, de forma bastante inexacta, méthode psychologique, en oposición al méthode purement logique, por el que entienden la filosofía ingenua que parte de objetos o de conceptos objetivamente pensados, es decir, el dogmatismo. Llegado a ese punto, el racionalismo alcanza a conocer que su órgano no abarca más que el fenómeno, pero no accede a la esencia última, interior y propia de las cosas.
En todos sus estadios, pero sobre todo aquí, se hace valer el iluminismo antitético a él, y que, orientado esencialmente hacia dentro, tiene por órgano la iluminación interior, la intuición intelectual, la conciencia superior, la razón que conoce inmediatamente, la conciencia de Dios, la unificación y otras cosas similares, y menosprecia el racionalismo como «luz de la naturaleza». Si se basa en una religión, se convierte en misticismo. Su defecto fundamental consiste en que su conocimiento no es comunicable; por una parte, porque para la percepción interna no existe ningún criterio de la identidad del objeto en sujetos diferentes; por otra, porque tal conocimiento tendría que ser comunicado mediante el lenguaje. Mas este, nacido a efectos del conocimiento intelectual orientado hacia fuera y a través de abstracciones realizadas a partir de él, es totalmente inadecuado para expresar los estados internos, radicalmente distintos de aquel, que son la materia del iluminismo; por eso este tenía que componer su propio lenguaje, cosa que por otra parte, debido a la primera razón, no es posible. En cuanto no comunicable, un conocimiento de esa clase es también indemostrable; con lo que entonces, de la mano del escepticismo, vuelve a entrar en escena el racionalismo. El iluminismo se puede percibir ya en algunos pasajes de Platón: pero de forma más clara aparece en la filosofía de los neoplatónicos, los gnósticos, Dionisio Areopagita, y también en Escoto Erígena; además, se encuentra entre los mahometanos en forma de la doctrina de los sufistas: en la India predomina en el Vedanta y el Mimansa: quienes de forma más clara pertenecen a él son Jakob Böhme y todos los místicos cristianos. Aparece siempre que el racionalismo ha recorrido un estadio sin alcanzar el fin: así surgió hacia el final de la filosofía escolástica y en oposición a ella, en forma de mística, sobre todo la alemana, en Tauler y en el autor de la Teología Alemana, entre otros; y también en la época más reciente, en oposición a la filosofía kantiana, en Jacobi y Schelling, así como en el último periodo de Fichte. — Mas la filosofía debe ser un conocimiento comunicable, por lo que tiene que ser racionalismo. Conforme a ello, aunque en la conclusión de la mía he apuntado al ámbito del iluminismo como algo existente, me he guardado de andar un solo paso dentro de él; en cambio, tampoco he intentado ofrecer la explicaciones últimas sobre la existencia del mundo, sino que solo he llegado hasta donde le es posible a la vía racionalista objetiva. He dejado al iluminismo su espacio libre allá donde a su manera pueda alcanzar la solución de todos los enigmas, sin que con ello me corte el camino o tenga que polemizar conmigo.
Sin embargo, con bastante frecuencia el racionalismo puede basarse en un iluminismo oculto hacia el que el filósofo dirige su mirada como hacia una brújula secreta, aun cuando él declare que guía su camino únicamente por las estrellas, es decir por los objetos que existen externa y claramente, y que solo a ellos los tiene en cuenta. Eso es lícito, puesto que él no trata de transmitir el conocimiento incomunicable sino que sus comunicaciones siguen siendo puramente objetivas y racionales. Puede que este haya sido el caso de Platón, Spinoza, Malebranche y algunos otros: a nadie le importa: pues son los secretos de sus corazones. En cambio, la pública apelación a la intuición intelectual y la osada descripción de su contenido pretendiendo darle una validez objetiva, como ocurre en Fichte y Schelling, es algo desvergonzado y reprobable.
Por lo demás, el iluminismo es un intento natural, y en esa medida justificable, de fundamentar la verdad. Pues el intelecto orientado hacia fuera, en cuanto simple órgano para los fines de la voluntad y en consecuencia meramente secundario, es solamente una parte de toda nuestra esencia humana: pertenece al fenómeno, corresponde únicamente a él, ya que de hecho existe exclusivamente para él. ¿Qué puede entonces ser más natural sino que, cuando se fracasa con el intelecto que conoce objetivamente, se ponga en juego todo nuestro restante ser —que es también cosa en sí, es decir, ha de pertenecer a la esencia verdadera del mundo y por consiguiente llevar en sí de alguna manera la solución de todo enigma— a fin de buscar ayuda en él? Es igual que los antiguos alemanes, que se jugaban su propia persona cuando lo habían perdido todo. Mas la única forma correcta y objetivamente válida de llevar eso a cabo es captar el hecho empírico de una voluntad que se manifiesta en nuestro interior e incluso constituye su única esencia, y aplicarla para explicar el conocimiento objetivo externo, tal y como yo lo he hecho. En cambio, la vía del iluminismo no conduce a la meta debido a las razones antes indicadas.
§ 11
La simple astucia capacita para ser un escéptico, pero no un filósofo. Sin embargo, el escepticismo es en la filosofía lo que la oposición en el parlamento, siendo igual de beneficioso y hasta necesario. Se debe siempre a que la filosofía no es capaz de una evidencia como la que tiene la matemática, al igual que el hombre carece de los instintos artesanos animales que funcionan con seguridad a priori. Por eso, frente a todo sistema siempre se puede poner el escepticismo en el otro platillo de la balanza: mas en último término su peso resultará tan pequeño frente al otro, que no le perjudicará más de lo que a la cuadratura aritmética del círculo le perjudica el hecho de ser solo aproximativa.
Lo que uno sabe tiene doble valor cuando al mismo tiempo reconoce no saber lo que no sabe. Pues de ese modo lo primero queda libre de la sospecha a la que se lo expone cuando se finge saber también lo que no se sabe, como hacen, por ejemplo, los schellinguianos.
§ 12
Cada cual llama exigencias de la razón a ciertas proposiciones que considera verdaderas sin investigarlas y de las que cree estar tan firmemente convencido que incluso, aunque lo quisiera, no podría llegar a verificarlas seriamente, ya que para ello tendría que ponerlas en duda de forma provisional. Tales proposiciones han llegado a alcanzar en él tan firme crédito porque cuando empezó a hablar y a pensar le fueron dictadas incesantemente y así se le inculcaron; de ahí que su costumbre de pensarlas sea tan antigua como la costumbre de pensar en general; de donde resulta que ambas no se pueden separar y hasta han sido absorbidas por su cerebro. Lo dicho aquí es tan verdadero que acreditarlo con ejemplos sería, por una parte, superfluo y, por otra, delicado.
§ 13
Ninguna visión del mundo que nazca de una objetiva concepción intuitiva de las cosas y sea desarrollada con consecuencia puede ser falsa; sino que es, en el peor de los casos, simplemente parcial: así son, por ejemplo, el completo materialismo y el idealismo absoluto, entre otros. Todos son verdaderos pero lo son a la vez, así que su verdad es meramente relativa. En efecto, toda concepción de esa clase es verdadera solo desde un punto de vista, al igual que una imagen representa el entorno únicamente desde un punto de vista. Mas si nos elevamos por encima del punto de vista de tal sistema, reconocemos la relatividad de su verdad, es decir, su parcialidad. Solamente el punto de vista más elevado, que todo lo abarca y todo lo tiene en cuenta, puede proporcionar la verdad absoluta. — Conforme a ello, es verdadero que, por ejemplo, me considere a mí mismo como un producto de la naturaleza meramente temporal, nacido y destinado a la aniquilación total —más o menos al estilo del Eclesiastés—: pero al mismo tiempo es verdad que todo lo que alguna vez fue y será soy yo, y que fuera de mí no hay nada. Igualmente estoy en la verdad si yo, a la manera de Anacreonte, establezco el supremo bien en el placer del presente: pero, al mismo tiempo, estoy en la verdad cuando reconozco la utilidad del sufrimiento así como el carácter vano y hasta pernicioso de todo placer, y concibo la muerte como la finalidad de mi existencia.
Todo eso tiene su razón en que toda visión desarrollada consecuentemente es una concepción intuitiva y objetiva de la naturaleza que se ha traducido en conceptos y ha quedado así fijada; pero la naturaleza, es decir, lo intuitivo, nunca miente ni se contradice, ya que su esencia excluye tales cosas. Por eso, allá donde se dan la contradicción y la mentira, allá hay pensamientos que no han surgido de una concepción intuitiva — por ejemplo, en el optimismo. En cambio, una concepción intuitiva puede ser incompleta y parcial: entonces le conviene un complemento, no una refutación.
§ 14
No nos cansaremos de reprochar a la metafísica sus progresos tan exiguos en comparación con los avances tan grandes de las ciencias físicas. Ya Voltaire exclama: o métaphysique! nous sommes aussi avancés que du tenis des premiers Druides[37] (Mél. d. phil. ch. 9). ¿Pero qué otra ciencia ha tenido siempre, como ella, un antagonista ex officio, un acusador fiscal comisionado, un kings champion[38] con toda su armadura, que ataca a los indefensos y desarmados para estorbarles constantemente? Jamás podrá mostrar sus verdaderas fuerzas y dar sus pasos de gigante mientras se le exija con amenazas que se adapte a los dogmas calculados para la capacidad tan exigua de tan gran público. Primero se nos atan las manos y luego se nos ridiculiza porque no podemos hacer nada.
Las religiones se han apoderado de la disposición metafísica del hombre, por un lado, entumeciéndola a través de una temprana inculcación de sus dogmas y, por otro, impidiendo y prohibiendo toda manifestación libre e imparcial de aquella; de modo que al hombre se le prohíbe directamente y se le impide indirectamente la libre investigación sobre los asuntos más importante e interesantes, sobre su existencia misma, a la vez que se le hace subjetivamente imposible debido a aquel entumecimiento; y de ese modo queda encadenada la más sublime de sus disposiciones.
§ 15
Para hacernos tolerantes frente a las opiniones ajenas contrarias a las nuestras, así como pacientes en las disputas, quizás no haya nada tan eficaz como recordar con cuánta frecuencia nosotros mismos hemos abrigado de forma sucesiva opiniones totalmente opuestas sobre el mismo objeto, y como a veces incluso en muy breve tiempo las hemos cambiado repetidamente, rechazando y volviendo a aceptar, ahora una opinión, ahora su contraria, según el objeto se nos presentara a esta o aquella luz.
Del mismo modo, para dar entrada a nuestro desacuerdo con la opinión de otro nada es más apropiado que decir: «Lo mismo pensaba yo antes; pero…».
§ 16
Una doctrina errónea, bien haya surgido de una falsa opinión o de una mala intención, está calculada solamente para especiales circunstancias y, por consiguiente, para un tiempo determinado; únicamente la verdad lo está para todo tiempo, aun cuando pueda ser transitoriamente ignorada o asfixiada. Pues, tan pronto como llega un poco de luz de dentro o un poco de aire de fuera, se presenta alguien a anunciarla o defenderla. En efecto, dado que ella no ha nacido de ninguna intención partidista, en todas las épocas cualquier cabeza preeminente se convierte en su defensora. Pues se asemeja al magneto, que siempre y en todas partes señala a un punto del mundo absolutamente determinado; la doctrina errónea, por el contrario, a una estatua que apunta con una mano hacia otra estatua, una vez separada de la cual ha perdido todo significado.
§ 17
Lo que en mayor medida se opone al descubrimiento de la verdad no es la falsa apariencia nacida de las cosas y conducente al error, ni tampoco directamente la debilidad del entendimiento, sino la opinión preconcebida, el prejuicio, que como un pseudo -apriori se opone a la verdad y se asemeja entonces a un viento adverso que empuja el barco en contra de la única dirección en la que hay tierra; de modo que el timón y la vela actúan en vano.
§ 18
Los versos de Goethe en el Fausto:
Lo que has heredado de tu padre
Conquístalo a fin de poseerlo[39].
los comento de la siguiente manera. Averiguar lo que han descubierto los pensadores anteriores a nosotros empleando nuestros propios medios, con independencia de ellos y antes de llegar a aprenderlo, es de gran valor y utilidad. Pues lo pensado por uno mismo se comprende más a fondo que lo aprendido; y cuando luego se encuentra en aquellos pensadores anteriores, recibe de improviso una sólida confirmación que atestigua su verdad gracias a la reconocida autoridad ajena, con lo que entonces se gana seguridad y firmeza para defenderlo frente a cualquier oposición.
En cambio, cuando algo se ha descubierto primero en los libros pero luego se ha alcanzado el mismo resultado mediante la propia reflexión, nunca se sabe con certeza si eso lo ha pensado y juzgado uno mismo o si simplemente ha repetido o se ha compenetrado con aquellos pensadores anteriores. Mas eso sienta una gran diferencia con respecto a la certeza del asunto. Pues en el último caso podría ser que al final uno simplemente se hubiera equivocado junto con aquellos antecesores debido al prejuicio, al igual que el agua toma fácilmente el camino de la que le ha precedido. Cuando dos hacen un cálculo cada uno por sí mismo y llegan al mismo resultado, este es seguro; pero no cuando la cuenta de uno ha sido meramente repasada por el otro.
§ 19
Es consecuencia de la naturaleza de nuestro intelecto, nacido de la voluntad, que no podamos evitar captar el mundo como fin o como medio. Lo primero indicaría que su existencia estaría justificada por su esencia, por lo que sería preferible a su inexistencia. Pero el saber que no es más que un lugar de tormento de seres que sufren y mueren no permite mantener esa idea. Por su parte, el concebirlo como medio excluye la infinitud del tiempo ya transcurrido, en virtud de la cual todo fin que hubiera que alcanzar tendría que haberse alcanzado ya hace mucho. — De ahí se sigue que aquella aplicación del supuesto natural de nuestro intelecto a la totalidad de las cosas o al mundo es trascendente, es decir, de tal clase que vale en el mundo pero no de él; eso se explica porque surge de la naturaleza de nuestro intelecto que, como he expuesto, ha nacido al servicio de una voluntad individual, esto es, para la consecución de sus objetos; y por eso está calculado exclusivamente para fines y medios, así que no conoce ni concibe ninguna otra cosa.
§ 20
Cuando miramos hacia fuera, donde se nos presenta la inmensidad del mundo y el sinnúmero de los seres, el propio yo en cuanto mero individuo se contrae hasta la nada y parece desvanecerse. Arrastrados por esa preponderancia de la masa y el número, pensamos también que solo la filosofía orientada hacia fuera, es decir, la filosofía objetiva, puede estar en el camino correcto: tampoco a los más antiguos filósofos griegos se les ocurrió dudar de esto.
En cambio, si se mira hacia dentro, se descubre ante todo que cada individuo solo se interesa inmediatamente por sí mismo y hasta se preocupa más por sí que por todo lo demás en conjunto; — lo cual se debe a que solo se conoce a sí mismo inmediatamente, mientras que todo lo demás lo conoce de forma mediata. Si además añadimos que los seres conscientes y cognoscentes no son en absoluto pensables más que como individuos y los seres inconscientes solo tienen una existencia a medias, meramente mediata, entonces, toda existencia verdadera y auténtica recae en los individuos. Y si finalmente recordamos que el objeto está condicionado por el sujeto; que, por consiguiente, aquel inmenso mundo externo tiene su existencia exclusivamente en la conciencia de seres cognoscentes; y que, por lo tanto, está ligado a la existencia de los individuos, que son su soporte de forma tan clara que en este sentido puede ser considerado incluso una mera dotación, un accidente de la conciencia siempre individual: — si, como digo, tenemos todo eso a la vista, llegaremos a la opinión de que solamente la filosofía dirigida hacia dentro, que parte del sujeto como lo inmediatamente dado, es decir, la filosofía moderna a partir de Descartes, está en el recto camino, por lo que los antiguos han pasado por alto la cuestión principal. Mas la completa convicción al respecto no se obtendrá hasta que, profundizando en sí mismo, uno se haga consciente del sentimiento de originalidad que 18 habita en todo ser cognoscente. E incluso más que eso. Cada uno, aun el hombre más insignificante, se encuentra en su conciencia simple como el más real de todos los seres y conoce necesariamente en sí mismo el verdadero centro del mundo y hasta la fuente original de toda realidad. ¿Y esa conciencia originaria ha de mentir? Su expresión más enérgica son las palabras de la Upanishad: hae omnes creaturae in totum ego sum, et praeter me ens aliud non est, et omnia ego creata feei[40] (Oupnekh. I, p. 122), que supone el tránsito al iluminismo y al misticismo. Este es, pues, el resultado de la consideración orientada hacia el interior; mientras que la dirigida hacia fuera nos hace ver un montón de cenizas como el fin de nuestra existencia[41].
§ 21
Con respecto a la división de la filosofía, que es de especial importancia en relación con la exposición de la misma, regiría desde mi punto de vista lo siguiente.
La filosofía tiene por objeto la experiencia; pero no, como en el caso de las demás ciencias, esta o aquella experiencia determinada, sino justamente la experiencia misma en general y en cuanto tal, según su posibilidad, su ámbito, su contenido esencial, sus elementos internos y externos, su forma y su materia. Según ello, la filosofía ha de poseer fundamentos empíricos y no se puede desarrollar a partir de puros conceptos abstractos, tal y como he expuesto detenidamente en el segundo volumen de mi obra principal, capítulo 17, pp. 180-185 [3.a ed., pp. 199-204], y he resumido brevemente más arriba, en el § 9. De la crítica indicada se sigue, además, que lo primero que ha de examinar tiene que ser el medio en el que se le presenta la experiencia en general, junto con la forma y naturaleza del mismo. Ese medio es la representación, el conocimiento, es decir, el intelecto. Por eso, toda filosofía ha de comenzar investigando la facultad de conocer, sus formas y leyes, como también la validez y límites de estas. Tal investigación será, en consecuencia, la philosophia prima. Se divide en el examen de las representaciones primarias, es decir, intuitivas —parte esta que se puede llamar dianología o doctrina del entendimiento— y la consideración de las representaciones secundarias, es decir, abstractas, junto con las leyes de su uso; es decir, lógica o doctrina de la razón. Esta parte general comprende o, más bien, representa al mismo tiempo lo que anteriormente se denominó ontología y se planteaba como la doctrina de las propiedades más generales y esenciales de las cosas en general y en cuanto tales; pues se consideraban cualidades de las cosas en sí mismas las que les convenían únicamente como resultado de la forma y naturaleza de nuestra facultad de representación, por cuanto todos los seres que con ella se han de concebir se han de presentar conforme a ella y, en consecuencia, llevan en sí mismos ciertas cualidades comunes a todos. Es comparable a cuando el color de un cristal se añade a los objetos vistos a través de él.
La filosofía en sentido estricto que resulta de tales investigaciones es entonces metafísica; porque no solo conoce, ordena y examina en su conexión lo existente, la naturaleza, sino que la concibe como un fenómeno dado pero de alguna manera condicionado, en el cual se presenta un ser distinto de él mismo que sería, por consiguiente, la cosa en sí. La metafísica intenta conocer esta más de cerca: los medios para ello consisten, por una parte, en unir la experiencia externa con la interna; y, por otra, en alcanzar una comprensión de la totalidad del fenómeno a través del descubrimiento de su sentido y conexión; — es comparable a la lectura de los caracteres, hasta el momento enigmáticos, de un escrito desconocido. Por esa vía llega desde el fenómeno [Erscheinung] a lo que se manifiesta [Erscheinenden], a lo que se esconde tras él; de ahí τα μετά τα φυσικά[42]. Como resultado de ello se divide en tres partes:
Metafísica de la naturaleza,
Metafísica de lo bello,
Metafísica de las costumbres.
No obstante, la deducción de esa división presupone ya la metafísica. En efecto, esta demuestra que la cosa en sí, la esencia interior y última del fenómeno, es nuestra voluntad: de ahí que, tras examinarla tal y como se presenta en la naturaleza exterior, se investigue su manifestación en nuestro interior, inmediata y totalmente distinta; de ahí surge la metafísica de las costumbres: pero antes se toma en consideración la captación más perfecta y pura de su fenómeno externo u objetivo, consideración que nos ofrece la metafísica de lo bello.
No existe una psicología racional o doctrina del alma; porque, como Kant ha demostrado, el alma es una hipóstasis trascendente y, en cuanto tal, indemostrada e injustificada, por lo que también la oposición de «espíritu y materia» queda a cargo de los filisteos y hegelianos. El ser en sí del hombre no puede comprenderse más que en unión con el ser en sí de todas las cosas, es decir, del mundo. Por eso ya Platón, en el Fedro (p. 270), pone en boca de Sócrates, en sentido negativo, la siguiente pregunta: Ψυχής οΰν φύσιν άξιως λογου κατανοησαι οιει ουνατον είναι ανευ της του ολου φύσεως[43]; [Animae vero naturam absque tot ins natura sufficienter cognosci posse existimas?). Microcosmos y macrocosmos se explican mutuamente, y en lo esencial resultan ser lo mismo. Esa consideración vinculada al interior del hombre atraviesa y llena toda la metafísica en todas sus partes, así que no puede presentarse de nuevo por separado en forma de psicología. En cambio, la antropología puede instaurarse en cuanto ciencia empírica, si bien es en parte anatomía y fisiología, y en parte mera psicología empírica, es decir, conocimiento extraído de la observación y referente a las manifestaciones morales e intelectuales y a las peculiaridades del género humano, así como a la diversidad de las individualidades en este respecto. Sin embargo, lo más importante de todo eso lo estudian primero y lo elaboran necesariamente las tres partes de la metafísica, en cuanto su materia empírica. El resto requiere una fina observación y una ingeniosa inteligencia, e incluso que el examen se realice desde un punto de vista algo superior, quiero decir, el de una cierta superioridad; por eso únicamente se puede disfrutar en los escritos de espíritus destacados, como fueron Teofrasto, Montaigne, Larochefoucauld, Labruyére, Helvecio, Chamfort, Addison, Shaftesbury, Shenstone y Lichtenberg, entre otros; pero no se puede buscar ni soportar en los compendios de los profesores de filosofía, carentes de espíritu y por lo tanto hostiles a él.
[33] En el mito de Jasón y los argonautas, el rey Aetes impuso a Jasón como condición para entregarle el vellocino de oro que sembrase un campo con los dientes del dragón de Tebas, tras haber puesto el yugo a dos toros que exhalaban fuego por la nariz. Una vez que lo hizo, de la tierra arada brotó una cosecha de hombres armados con intenciones hostiles. Entonces Jasón, escondido, lanzó en medio de ellos una piedra. Los guerreros se acusaron recíprocamente de haberla lanzado y se mataron entre sí. [N. de la T] <<
[34] [«Guerra de todos contra todos», Hobbes, De cive I, 12; Leviatán I, 13.] <<
[35] [Bajo qué auspicios.] <<
[36] [«Los grandes pensamientos proceden del corazón», Reflexiones y máximas, n.º 127.] <<
[37] [«¡Oh, metafísica! Hemos avanzado tanto como en el tiempo de los primeros druidas», Mélanges de philosophie, cap. 9.] <<
[38] «Defensor del rey»; en la monarquía inglesa, personaje que asistía al banquete o a la ceremonia de coronación del rey, teniendo como función defender a este en el caso eventual de que alguien le disputase el derecho a la corona. En la actualidad asiste a la coronación como portador del estandarte. [N. de la T] <<
[39] [Fausto I, 682, «Víspera de Pascua».] <<
[40] [Yo soy todas esas criaturas en su totalidad, y fuera de mí no hay nada, y todo lo he creado yo.] <<
[41] Finito e infinito son conceptos que solo tienen significado en relación con el espacio y el tiempo, por cuanto estos dos son infinitos, es decir, interminables, a la vez que divisibles hasta el infinito. Si se aplican ambos conceptos a otras cosas, deben ser tales que, llenando el espacio y el tiempo, participen a través de ellos de aquellas propiedades suyas. Así se puede apreciar cuán grande es el abuso que los filosofastros y farsantes de este siglo han cometido con aquellos conceptos. <<
[42] «Lo que sigue a la física»; designación de la metafísica aristotélica introducida por Andronico Rodio, que en su ordenación de los escritos aristotélicos asignó a la filosofía primera el puesto detrás de la física. [N. de la T.] <<
[43] [¿Acaso crees que es posible conocer convenientemente la naturaleza del alma al margen de la totalidad de la naturaleza?] <<
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