domingo, 19 de marzo de 2017

Filosofia medieval: De Al Farabi a Ockham:Las traducciones

El inmenso legado de la ciencia griega —comprendida en ella su aportación más original, la filosofía, que durante la época helenística se había acumulado principalmente en la ciudad egipcia de Alejandría, y que el mundo romano aprovechó solo en parte debido a su desinterés hacia las ciencias teoréticas— quedó arrinconado en el olvido durante los primeros siglos de la Edad Media. Los pueblos bárbaros de Europa no conocieron más principios civilizatorios que los derivados de la religión cristiana que poco a poco fueron asimilando. Los bizantinos, por su parte, desconfiando por razones dogmáticas del naturalismo de la filosofía griega, escondieron celosamente los viejos manuscritos griegos y utilizaron únicamente algunos de contenido médico, útiles para la vida y carentes de peligro ideológico.

  La recuperación medieval de la cultura griega se llevó a cabo en el islam oriental gracias al movimiento de traducciones greco-árabes impulsado por los califas abasíes, en concreto por al-Mansur (que reinó en 754-775), segundo de la dinastía y fundador de la ciudad de Bagdad como capital del imperio, y al-Mamun (813-833), que dio el impulso definitivo a este ambicioso proyecto cultural. Tomaba así cuerpo la pretensión de la dinastía abasí de basar su poder en una mezcla de razas, culturas y religiones, y de continuar las tradiciones culturales de los imperios mesopotámicos y persas con un nuevo modelo panárabe. Se superaban de este modo, a diferencia de los omeyas orientales, las divisiones internas de carácter étnico, religioso, sectario y lingüístico.

  La importancia histórica de tal movimiento fue ya advertida en la Edad Media por el juez y astrónomo Said al-Andalusí (1029-1070) en su novedosa historia de las ciencias escrita en Toledo.


    Se dedicó [el califa al-Mamun] a buscar la ciencia allí donde esta se encontraba y a extraerla de sus fuentes, gracias a la nobleza de sus ideas y a su fuerte personalidad. Entró en contacto con los emperadores bizantinos, les obsequió con valiosos regalos y les pidió que le hicieran llegar los libros de filosofía que poseyeran. Los [emperadores] le enviaron todos los libros de Platón, Aristóteles, Hipócrates, Galeno, Euclides, Ptolomeo y otros filósofos, que estaban en su poder. Al-Mamun escogió un excelente grupo de traductores y les encargó que tradujeran dichos [libros], los cuales fueron traducidos con una perfección absoluta. Posteriormente, incitó a la gente a que los leyera y les animó a estudiarlos; de este modo, se expandió el movimiento científico en su tiempo y se alzó el imperio de la sabiduría en su época. […] Durante la época de al-Mamun, un grupo de sabios y eruditos conocieron a fondo la mayoría de las ramas de la filosofía, establecieron un método de estudio para quienes les sucedieron y facilitaron el camino de las bases de la cultura hasta un punto tal que el Imperio abasí estuvo a punto de rivalizar con el romano en la época de su mayor esplendor y poder[7].


  El principal autor traducido fue Aristóteles, de quien los árabes manejaron todo el Corpus, salvo la Política. Los científicos griegos más importantes fueron traducidos al árabe; así, Hipócrates y Galeno en medicina, Apolonio de Perga, Euclides de Tiro y Arquímedes de Siracusa en matemáticas, e Hiparco y Ptolomeo Claudio en astronomía. Es significativo el caso del más famoso médico del mundo antiguo, Galeno, de quien se conservan más manuscritos árabes que griegos y, lo que es todavía más sorprendente, de mayor antigüedad que los textos originales transmitidos.

  Entre los traductores destacaron los cristianos sirios, que eran grecohablantes; comenzaron traduciendo al siriaco y posteriormente al árabe. Prestaron una atención preferente al legado griego, pero vertieron también importantes obras literarias y científicas persas e indias, que a través de la lengua árabe pasaron después al Occidente cristiano.

  Desde finales del siglo XI el viento del Este comenzó a soplar sobre Europa; traía consigo la semilla de la ciencia griega. Se introdujeron asimismo las obras de los filósofos del islam oriental: al-Kindi, al-Farabi y Avicena. Junto con los viejos textos griegos ahora recuperados, llegaban también nuevos escritos de matemáticas, astronomía y literatura que traían el perfume de lejanas tierras. La lengua árabe servía de transmisora, pero los viejos pueblos —India, Persia, Egipto, Mesopotamia— habían dejado el sello de la sabiduría secular en su aportación civilizatoria.
ste trasvase culminó con las traducciones arabo-latinas mediante las cuales se renovaría en profundidad la cultura cristiana del medievo. Tan ardua tarea se realizó fundamentalmente en España y en menor escala en Sicilia. Los judíos y los mozárabes ejercieron de intermediarios en la labor traductora. Símbolo de este descubrimiento latino de las ciencias griega y árabe fue la ciudad de Toledo. El rey Alfonso el Sabio (siglo XIII) protegió este movimiento cultural promoviendo incluso las traducciones del árabe al romance, algo insólito en la época. Tras el aislamiento europeo de la Alta Edad Media, se recuperaba con estos intercambios el legado científico griego y se reanudaban los contactos con Oriente, cuna de la civilización. Europa miraba al Sur, Sirva de ejemplo el viaje a España de Gerberto de Aurillac (hacia 945-1003), el Papa del Milenio con el nombre de Silvestre II, quien, interesado en la ciencia árabe, estudió en la Península matemáticas y astronomía.



[7] Historia de la filosofía y de las ciencias o Libro de las categorías de las naciones, trad. de Eloísa Llavero. <<

rincipales traductores del árabe al latín

   
      Mosé Sefardí, judío converso con el nombre de Pedro Alfonso (hacia 1062-1130), conocido sobre todo por su libro de literatura didáctica Disciplina clericalis, pero cuyo mérito científico reside en haber traducido las tablas astronómicas de al-Jwarizmi; su labor docente fue también relevante.

      Adelardo de Bath († 1152), primer arabista británico y discípulo de Pedro Alfonso, tradujo al latín los Elementos de Euclides y escribió un diálogo titulado Cuestiones naturales, en el que contrapone la innovadora ciencia árabe a la anticuada enseñanza latina

      Hugo de Sanctalla (floreció hacia 1130). Exploró a fondo una riquísima biblioteca andalusí procedente de Zaragoza a instancias del obispo Miguel de Tarazona, muy interesado en la astrología y la astronomía Tradujo el comentario de Ibn al-Mutanna a las tablas de al-Jwarizmi, un volumen de astrología, un libro de predicciones meteorológicas inspirado en teorías indias y un tratado anónimo de geomancia.

      Robert de Ketton (floreció hacia mediados del siglo XII). Vertió una obra astrológica de al-Kindi y un tratado de alquimia. Fue el primer traductor latino del Corán.

      Hermann el Dálmata († 1143). Formó parte del grupo de traductores de temas no solo científicos sino también religiosos creado por Pedro el Venerable, abad de Cluny. Le debemos la traducción de dos importantes obras de ciencia: el Planisferio de Ptolomeo, con los comentarios de Maslama de Madrid, y la Introducción a la astronomía del astrónomo persa Albumasar.

      Domingo Gundisalvo (floreció entre 1178-1190), canónigo de Segovia y protegido del arzobispo de Toledo, se interesó especialmente por los temas especulativos, sobre los que llegó a escribir algunos tratados. Tradujo obras de los filósofos y teólogos orientales al-Farabi (Clasificación de las ciencias), Avicena (Sobre el alma y Metafísica) y Algacel (Intenciones de los filósofos).

      Gerardo de Cremona (1114-1187). Este estudioso italiano fue el más fecundo de los traductores del siglo XII, aunque se sabe poco de su vida Gracias al colofón de una traducción suya de Galeno redactado por sus discípulos tras su fallecimiento, sabemos que su pasión por la ciencia lo llevó a Toledo y cuántas traducciones realizó. En total, tradujo tres tratados de dialéctica, diecisiete de geometría, doce de astronomía, once de filosofía, veintiuno de medicina, tres de alquimia y cuatro de geomancia. A él le debemos la recuperación de la astronomía griega en la Europa medieval, así como la transmisión al Occidente latino de las obras maestras de la medicina árabe. Destaquemos sus traducciones de Ptolomeo (Almagesto), Avicena (Canon de medicina), al-Razi (Enciclopedia médica), Abulcasis (Cirugía), Hipócrates y Galeno, al-Jwarizmi y el Aristóteles árabe (Física, Meteorológicos y Sobre el cielo y el mundo).

      Miguel Escoto (hacia 1175-1235). Es uno de los grandes traductores y el principal de Averroes. Nació en Escocia y se formó en Toledo, desarrollando la mayor parte de su labor bajo la protección del emperador Federico II en Sicilia, donde falleció. Además de la Zoología (Historia animalium) de Aristóteles y de una obra astronómica de al-Bitruyi, tradujo los siguientes escritos de Averroes vinculados al Corpus aristotélico: Gran comentario sobre el alma, Gran comentario a la física, Gran comentario sobre el cielo, Comentario medio acerca de la generación y la corrupción y Compendio de los breves tratados naturalistas.

      Hermann el Alemán († 1271). De origen germánico, fue obispo de Astorga (León) desde 1266 hasta su defunción. Con la ayuda de mozárabes tradujo de Averroes los Comentarios medios a la «Ética nicomáquea», a la «Poética» y a la «Retórica», que tuvieron una gran influencia en el mundo latino por su novedad


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