La religión y la ciencia son dos aspectos de la vida social, de los cuales la primera ha tenido importancia desde que conocemos la historia mental del hombre, mientras que la última, después de existencia fugaz entre los griegos y los árabes, se impuso repentinamente en el siglo XVI y desde entonces ha ido moldeando, progresivamente, tanto las ideas como las instituciones entre las cuales vivimos. Entre la religión y la ciencia ha existido un prolongado conflicto en el que, hasta estos últimos años, la ciencia ha triunfado invariablemente. Pero el surgimiento de nuevas religiones en Rusia y Alemania, equipadas con otros medios de actividad misionaria suministrados por la ciencia, ha planteado, una vez más, la duda, como al comienzo de la época científica, lo que aconseja examinar las bases e historia de la lucha sostenida por la religión tradicional en contra del conocimiento científico.
La ciencia intenta descubrir, por medio de la observación y del razonamiento basado en ella, hechos particulares sobre el mundo, primero; y en seguida, leyes que conecten tales hechos unos con otros y en casos afortunados, predicciones de sucesos por venir. En relación con este aspecto teórico, hay una técnica que utiliza los conocimientos científicos para producir comodidades y lujos que eran imposibles, o al menos mucho más caros, antes de su advenimiento. Es este último aspecto el que da tan grande importancia a la ciencia, aun para aquellos que no la cultivan.
La religión, socialmente considerada, es un fenómeno más complejo que la ciencia. Cada una de las grandes religiones históricas tiene tres aspectos: una iglesia, un credo y un código de moral personal. La relativa importancia de estos tres elementos ha variado en tiempos y lugares diferentes Las religiones antiguas de Grecia y Roma, hasta que los estoicos las hicieron éticas, no se preocupaban mayormente de la moral personal; en el Islamismo, la iglesia se inclina ante la monarquía temporal; en el protestantismo moderno existe una tendencia a relajar los rigores del credo. No obstante, los tres elementos, aunque en proporciones variables, son esenciales para la religión como fenómeno social, que es lo que concierne principalmente al dominio de la ciencia. Una religión puramente personal, mientras se limite a evitar asertos que pueda desaprobar la ciencia, sobrevive sin ser perturbada, aun en la época más científica.
Los credos son la causa intelectual del conflicto entre religión y ciencia, pero el encono de la oposición se ha debido a la conexión de los credos con las iglesias y los códigos morales. Aquellos que discutieron los credos debilitaron la autoridad y disminuyeron, quizás las entradas de los sacerdotes; además, se consideró que minaban la moral, puesto que los deberes morales eran deducidos de los credos por los sacerdotes. En consecuencia, los gobernadores seculares, al igual que los sacerdotes creyeron tener buenas razones para temer la enseñanza revolucionarla de los hombres de ciencia.
En lo que se sigue no nos referiremos ni a la ciencia ni a la religión en general, sino a aquellos puntos que han provocado conflictos en el pasado o que los provocan todavía. En lo que se refiere al cristianismo, estos conflictos han sido de dos clases. A veces ocurre que en la Biblia hay un texto que hace afirmaciones que le parecen indiscutibles: que la liebre rumia, por ejemplo. Tales aseveraciones cuando son refutadas por la observación científica causan dificultades entre aquellos que creen como la mayoría de los cristianos lo hacían hasta que la ciencia los obligó a pensar en otra forma: que cada palabra de la Biblia está divinamente inspirada. Pero cuando las afirmaciones bíblicas en cuestión no tienen importancia religiosa, no es difícil eliminarlas o evitar controversias diciendo que el libro sólo es autoridad en asuntos de religión o moral. Hay, sin embargo, un conflicto más hondo cuando la ciencia pone en discusión algún dogma cristiano de importancia o alguna doctrina filosófica que los teólogos creen esencial a la ortodoxia. En sentido más laxo, los desacuerdos entre religión y ciencia eran al principio de aquella clase, pero han ido, gradualmente, preocupándose más y más de asuntos que eran o son considerados como parte vital de la enseñanza cristiana.
Los hombres y las mujeres religiosos de hoy han llegado a la conclusión de que la mayor parte de los credos cristianos como existían en la Edad Media son innecesarios y, en verdad, un escollo para la vida religiosa. Pero si hemos de comprender la oposición que la ciencia afrontó, debemos penetrar con la imaginación en el sistema de ideas que hacía parecer razonable tal oposición. Supongamos que un hombre le preguntara a un sacerdote por qué no debía matar. La respuesta «porque le ahorcarán» sería inadecuada tanto porque el que lo ahorcaran necesitaría justificación como porque los métodos de la policía son tan inseguros que una gran proporción de asesinos escapa. Hay, sin embargo, una respuesta que pareció a casi todos satisfactoria antes del surgimiento de la ciencia o sea, que el asesinato está prohibido por los Diez Mandamientos que Dios reveló a Moisés en el Monte Sinaí. El criminal que eludiera la justicia terrena no podía sustraerse a la cólera divina que había decretado, para los asesinos impenitentes, un castigo infinitamente mayor que la horca. Este argumento, sin embargo, descansa sobre la autoridad de la Biblia que sólo puede mantenerse intacta si se la acepta en conjunto. Cuando la Biblia parece decir que la tierra no se mueve, debemos aceptarlo a pesar de los argumentos de Galileo, puesto que de otra manera alentamos a los asesinos y a toda clase de malhechores. Aunque ahora pocos admitirían este argumento, no se le puede considerar absurdo, como no se puede tampoco condenar a aquellas que actúan de acuerdo con él.
El concepto medieval de los hombres educados, tenía una unidad lógica que se ha perdido actualmente. Podemos tomar a Tomás de Aquino como el exponente autorizado del credo que la ciencia se vio obligada a atacar. Él afirmaba —y su aseveración es aún la misma de la Iglesia Católica Romana— que algunas de las verdades fundamentales de la religión cristiana podían ser probadas por la sola razón sin ayuda de revelaciones. Entre ellas estaba la existencia de un Creador, omnipotente y benévolo. De su bondad y poder se desprende que no dejaría que sus criaturas ignoraran sus decretos en el grado que fuese necesario para obedecer su voluntad. Por esto, debe haber una revelación divina que está contenida evidentemente en la Biblia y en las decisiones de la iglesia. Establecido este punto, el resto de lo que necesitamos saber puede inferirse de las Escrituras y de las afirmaciones de los concilios ecuménicos. Todo el argumento procede deductivamente de premisas aceptadas en otros tiempos por casi toda la población de países cristianos, pero si es, a veces, defectuoso para el lector moderno, sus falacias no fueron aparentes a la mayoría de los contemporáneos cultos.
Ahora, la unidad lógica es al mismo tiempo que una fuerza, una debilidad. Es fuerza, porque asegura que quien acepte una parte del argumento, debe aceptarlo todo, y debilidad, porque quien rechace cualquiera de las partes posteriores debe rechazar también por lo menos algunas de las que las precedieron. La Iglesia en su conflicto con la ciencia, pone de manifiesto tanto la fuerza como la debilidad resultante de la coherencia lógica de sus dogmas.
La forma mediante la cual la ciencia llega a sus credos es muy diferente de la teología medieval. La experiencia ha demostrado que es peligroso partir de principios generales y proceder deductivamente, porque aquéllos pueden ser falsos, y también, porque el argumento basado en los mismos puede ser falaz La ciencia no parte de supuestos amplios, sino de hechos particulares descubiertos por la observación o el experimento. Por medio de varios de esos hechos se llega a una regla general de la cual, si es verdadera, los hechos en cuestión son ejemplos. Esta regla no es afirmada categóricamente, pero si aceptada, al comienzo, como hipótesis de trabajo. Si es correcta, algunos hechos observados hasta entonces deberán ocurrir en determinadas circunstancias. Si eso sucede, confirma la hipótesis; si no, ésta debe ser eliminada y reemplazada. Aunque se encuentren muchos hechos que se acomodan a la hipótesis, ello no la hace cierta, pero, finalmente, se llega a pensar que es muy probable; en ese caso se la llama más bien teoría que hipótesis. Un número de teorías diferentes, construida cada una directamente sobre hechos, puede constituir la base de una hipótesis nueva y más general, de la cual, si es verdadera, todas siguen; y en este proceso de generalización no se pueden establecer límites. Pero en tanto que en la ideología medieval los principios más generales eran el punto de partida, en la ciencia son la conclusión final —final hasta un momento dado, pero susceptible de convertirse ulteriormente, en una ley todavía más amplia.
Un credo religioso difiere de una hipótesis científica en que pretende incorporar verdades eternas y absolutamente ciertas, en tanto que la ciencia está siempre tanteando, en espera de modificaciones de sus teorías actuales que serán necesarias tarde o temprano; y sabe que su método es lógicamente incapaz de llegar a una demostración completa y definitiva. Pero en una ciencia más avanzada, los cambios requeridos son únicamente aquellos que sirven para darle mayor precisión; las teorías antiguas siguen siendo útiles en lo que se refiere a las grandes aproximaciones, pero fracasan cuando se hacen posibles algunos nuevos detalles de observación. Además, las invenciones técnicas sugeridas por viejas teorías permanecen come evidencia de que tuvieron cierta verdad práctica. La ciencia procura así que se abandone la búsqueda de la verdad absoluta y se sustituya por lo que podría llamarse verdad «técnica», que pertenece a cualquiera teoría susceptible de empleo en inventos en predicciones. La verdad «técnica» tiene grados: una teoría de la que surgen un mayor número de inventos y predicciones es más verdadera que la que da origen a un número menor. El «conocimiento» deja de ser un espejo mental del universo y se convierte en un mero instrumento práctico en la manipulación de la materia. Pero estos atributos de método científico o fueron visibles a los zapadores de la ciencia, quienes, si bien siguieron un camino nuevo en persecución de la verdad, la concebían aún tan absoluta como sus opositores teológicos.
Una diferencia importante entre el concepto medioeval y el de la ciencia moderna es la que se refiere a la autoridad. Para el escolar, la Biblia, los dogmas de la fe católica y (casi en mismo grado) las enseñanzas de Aristóteles son indiscutibles; el pensamiento original y aun la investigación de hechos no deben traspasar estos límites impuestos a la audacia especulativa. El que exista gente en las antípodas o el que Júpiter tenga satélites o el que los cuerpos caigan a velocidad proporcional a su masa, son asuntos que deben resolverse no por la observación sino por medio de deducciones de Aristóteles o de las Escrituras. El conflicto entre teología y ciencia fue también un conflicto entre autoridad y observación. Los hombres de ciencia no pretendieron que sus proposiciones se aceptaran porque una autoridad de importancia había dicho que eran verdaderas; por el contrario; apelaron a la evidencia de los sentidos y afirmaron sólo aquellas doctrina que creyeron basadas en hechos patentes para todos los que quisieran hacer las observaciones necesarias. El nuevo método obtuvo un éxito tan inmenso teórico y práctico, que la teología se vio obligada, gradualmente, a adaptarse a la ciencia. Los textos inaceptables de la Biblia fueron interpretados en forma alegórica o figurada. Los protestantes trasladaron la sede de autoridad primero de la Iglesia y la Biblia, a la Biblia solamente y después al alma individual. Se llegó a reconocer, gradualmente, que la vida religiosa no depende de aseveraciones en calidad de hechos, como por ejemplo la existencia histórica de Adán y Eva. Así, rindiendo las avanzadas, la ciencia intentó preservar, intacta la ciudadela —queda por resolverse si con éxito o sin él.
Hay, sin embargo, un aspecto de la vida religiosa, y tal vez el más codiciable, que es independiente de los descubrimientos de la ciencia y puede sobrevivir sea cual fuere lo que lleguemos a creer respecto a la naturaleza del universo. La religión ha sido asociada no sólo con los credos e iglesias, sino con la vida personal de los que sintieron su importancia. En los santos y místicos mejores se combinaba la creencia en algunos dogmas con cierta manera de sentir respecto a los propósitos de la vida humanal. Del hombre a quien afectan profundamente los problemas del destino humano, el deseo de disminuir los sufrimientos de la humanidad y la esperanza de que el futuro desarrolle las mejores posibilidades de nuestra especie, se dice hoy, con frecuencia, que tiene un concepto religioso, por poco que acepte el cristianismo tradicional. Mientras la religión sea una manera de sentir, más que una colección de creencias, la ciencia, no puede tocarla. Tal vez el decaimiento del dogma, pueda, psicológicamente, hacer más difícil por un tiempo esa manera de sentir, porque ha estado íntimamente ligada con las creencias teológicas. Pero estas dificultades no necesitan durar siempre, de hecho muchos librepensadores han demostrado en sus vidas que ellas no tienen conexión esencial con su credo Ninguna excelencia verdadera puede estar atada indisolublemente a creencias sin fundamento; y si de éstos carecen las creencias religiosas, no pueden ser ellas necesarias para la preservación de lo que hay de bueno en el concepto religioso. Pensar de otra manera es llenarse de temores de que lo descubierto pueda oponerse a nuestras tentativas de entender el mundo; pero la verdadera sabiduría sólo es posible en el grado en que conseguimos tal comprensión.
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