En las páginas que anteceden, hemos trazado, de manera breve, algunos de los conflictos más notables entre los teólogos y los hombres de ciencia durante los cuatro siglos últimos y hemos tratado de estimar la influencia de la ciencia de hoy sobre la teología moderna. Hemos visto que en el período que sigue a Copérnico, siempre que la ciencia y la teología han discutido, aquélla ha salido victoriosa. También hemos visto que cuando hay motivos prácticos implicados como en la brujería y la medicina, la ciencia ha difundido la disminución del sufrimiento, en tanto que la teología ha estimulado el salvajismo natural del hombre. La difusión de un concepto científico, a diferencia del teológico; ha contribuido indiscutiblemente a la felicidad.
Sin embargo, el asunto está entrando ahora a una fase enteramente nueva, y esto por dos razones: primero, porque la técnica científica se está haciendo más importante en sus efectos que el temperamento mental científico; segundo; porque ciencias más nuevas están tomando el lugar del cristianismo y repitiendo los errores de que éste se ha arrepentido.
El temperamento científico de la mente es cauteloso, transitorio y parcial: no imagina que sabe toda la verdad ni aun que su mejor conocimiento es completamente verdadero. Sabe que toda doctrina necesita enmiendas tarde que temprano y que ellas requieren libertad de investigación y de discusión. Pero de la ciencia teórica se ha derivado una técnica científica, y ésta, no tiene nada de la incertidumbre de la teórica. La física ha sido revolucionada en el siglo actual por la relatividad y la teoría del quantum, pero todos los inventos basados en la vieja física son todavía satisfactorios. La aplicación de la electricidad a la industria y a la vida diaria que incluye estaciones de fuerza, radiodifusoras y luz eléctrica, está basada en los trabajos de Clerk Maxwell, publicados hace más de sesenta años, y ninguno de estos inventos ha fallado, aunque, como sabemos, los conceptos de su autor eran inadecuados en muchos aspectos. Así los expertos que, emplean la técnica científica, y más aún, los Gobiernos y las grandes firmas que emplean a dichos prácticos, adquieren un temperamento muy diferente al de los hombres de ciencia: un temperamento lleno de un sentido de poder limitado, de arrogante certidumbre y de placer en el manejo aun del elemento humano. Éste es el reverso mismo del temperamento científico, pero no puede negarse que la ciencia ha contribuido a fomentarlo.
Los efectos directos de la técnica científica tampoco han sido beneficiosos en su totalidad Por una parte, han aumentado el poder destructor de las armas de guerra y la proporción de las gentes que pueden excusarse de una industria pacífica para pelear y para fabricar municiones. Por otra parte, acrecentando la productividad del trabajo han dificultado el funcionamiento del viejo sistema económico que estaba basado en la escasez, y, por el violento choque de las ideas nuevas, han roto el equilibrio de las antiguas civilizaciones, lanzando a China en el caos y al Japón en un imperialismo inclemente, de acuerdo con el modelo occidental, a Rusia en un esfuerzo violento para establecer un nuevo sistema económico y a Alemania en otro, no menos violento, para mantener el viejo. Estos inconvenientes de nuestro tiempo son todos debidos en parte a la técnica científica y, por tanto, a la ciencia.
La guerra entre la ciencia y la teología cristiana, aparte una escaramuza ocasional en la frontera, ha terminado casi, y creo que la mayoría de los cristianos reconocerán que su religión se ha beneficiado con ello. La cristiandad se ha purificado de detalles heredados de una edad bárbara y se ha curado casi del deseo de perseguir. Entre los cristianos más liberales subsiste una doctrina ética que es valiosa: la aceptación de la enseñanza de Cristo de que debemos amar a nuestros vecinos y la creencia de que en cada individuo hay algo digno de respeto, aun si ya no se le llama alma. Hay también en las iglesias una creencia creciente en que los cristianos deberían oponerse a la guerra.
Pero en tanto que las religiones más antiguas se han purificado y se han hecho benéficas bajo muchos aspectos, han surgido nuevas religiones con todo el celo perseguidor de la juventud vigorosa y con toda la tendencia de oposición a la ciencia que caracterizó a la Inquisición en los tiempos de Galileo. Si Ud. sostiene en Alemania que Cristo fue judío o en Rusia que el átomo ha perdido su sustancialidad y se ha convertido en una mera serie de acontecimientos, está expuesto a severo castigo quizás nominalmente económico más que legal, pero no por eso más benigno. La persecución de los intelectuales en Alemania y Rusia ha sobrepasado en ferocidad a todo lo que perpetraron las iglesias durante los últimos doscientos cincuenta años.
En el momento actual, la ciencia que más sufre el choque de las persecuciones es la economía. En Inglaterra —ahora, como siempre, país excepcionalmente tolerante— un hombre cuyos conceptos sobre economía son perjudiciales al Gobierno escapará a toda penalidad si guarda sus opiniones para sí o sí sólo las expresa en libros de cierto volumen. Pero, aun en Inglaterra, la expresión de opiniones comunistas en discursos o panfletos ordinarios expone a un individuo a la pérdida de sus medios de subsistencia o a periodos de prisión ocasionales.
Por una ley reciente —que hasta ahora no ha sido usada en toda su fuerza— no sólo el autor de los escritos que el Gobierno considera perniciosos, sino también cualquier persona que los posea está expuesta a penalidades, porque puede que se proponga usarlos para socavar la lealtad de las fuerzas de Su Majestad.
En Alemania y Rusia, la ortodoxia tiene un campo más amplio y los castigos son de severidad bien diferente. En cada uno de esos países, hay un cuerpo de dogmas promulgados por el Gobierno y los que disienten abiertamente, aun si escapan con vida, están expuestos a trabajo forzados en un campo de concentración. Es verdad que todo lo que resulta herejía en uno es ortodoxia en el otro, y que un hombre que es perseguido en cualquiera de los dos, si escapa puede ser acogido en el otro como un héroe. Están contestes, sin embargo, en sostener la doctrina de la Inquisición, o sea, que el medio de fomentar la verdad es formular, de una vez por todas, lo que es verdadero y después castigar a los que disienten La historia del conflicto entre la ciencia y las iglesias demuestra la falsedad de esta doctrina. Hoy estamos todos convencidos de que los perseguidores de Galileo no conocían toda la verdad, pero algunos de nosotros parecen menos seguros respecto a Hitler o a Stalin.
Es deplorable que la oportunidad fomentadora de la intolerancia se haya despertado en dos lados opuestos. Si hubiera habido un país donde los hombres de ciencia hubieran podido perseguir a los cristianos, quizás los amigos de Galileo no habrían protestado contra toda intolerancia, sino solamente contra la del partido opuesto. En ese caso, los amigos de Galileo habrían exaltado su doctrina en dogmas, y Einstein, que demostró que Galileo y la Inquisición estaban ambos equivocados, habría sido proscrito por los dos partidos y no habría encontrado un refugio en ninguna parte.
Puede sostenerse que la persecución en nuestros días, a diferencia de la del pasado, es política, y económica más bien que teológica; pero tal argumento no sería histórico. El ataque de Lutero a la doctrina de las indulgencias produjo grandes pérdidas financieras al Papa, y la rebeldía de Enrique VIII lo privó de grandes entradas de que había disfrutado desde los tiempos de Enrique III. Isabel persiguió a los católicos romanos porque querían reemplazarla por María, reina de los escoceses, o por Felipe II. La ciencia debilitó la influencia de la Iglesia en las mentes de los hombres y condujo finalmente a la confiscación de muchas propiedades eclesiásticas en distintos países. Los motivos políticos y económicos siempre han formado parte de una causa de persecución, aun quizás la más importante.
En todo caso, el argumento contra la persecución de opiniones no depende de la excusa que se dé para la persecución. El argumento es que ninguno de nosotros conoce toda la verdad, que el descubrimiento de nuevas verdades es fomentado por la discusión libre y dificultado por la supresión y que, a la larga, el bienestar aumenta con el descubrimiento de la verdad y disminuye con la acción basada en errores. La verdad nueva es con frecuencia inconveniente para algún interés creado; la doctrina protestante de que no es necesario ayunar los viernes fue vehemente resistida por los comerciantes de pescado de los tiempos de Isabel. En interés de la comunidad total, deberían proclamarse libremente las verdades nuevas.
Y puesto que al principio no puede saberse si una nueva doctrina es verdadera, la libertad respecto a ella implica igual libertad para el error. Estas doctrinas, que se habían convertido en lugar común, son ahora anatema en Alemania y Rusia y no están ya suficientemente reconocidas en otras partes.
La amenaza contra la libertad intelectual es mayor en nuestros días que en cualquier tiempo desde 1660, pero no viene ahora de las iglesias cristianas. Parte de los Gobiernos, debido al peligro moderno de la anarquía y el caos, han logrado el carácter sacrosanto que antes pertenecía a las autoridades eclesiásticas Evidentemente, es deber de los hombres de ciencia y de todos los que estiman el conocimiento científico, protestar contra las nuevas formas de persecución antes que felicitarse complacientemente por la decadencia de las formas viejas. Y este deber no es aminorado por que uno guste de las doctrinas articulares, en cuyo obsequio se hace la persecución. La tendencia comunista debería impedirnos reconocer lo que es erróneo en Rusia o comprender que un régimen que no permite la crítica de su dogma debe, a la postre, convertirse en obstáculo para el descubrimiento de nuevos conocimientos. A la inversa, un desacuerdo con el comunismo o el socialismo no nos debería conducir a perdonar las barbaridades que Se han perpetrado para suprimirlos en Alemania. En los países en que los hombres de ciencia han obtenido casi tanta libertad intelectual como desean, deberían mostrar, con una condenación imparcial, que abominan de sus limitaciones en otras partes, cualesquiera que sean las doctrinas en cuyo obsequio ha sido suprimida.
Aquéllos para quienes la libertad intelectual es personalmente importante, pueden constituir minoría en la comunidad, pero entre ellos están los hombres de más importancia para el futuro. Hemos visto el valor de Copérnico, Galileo y Darwin en la historia de la humanidad y no ha de suponerse que el futuro no produzca ya tales hombres. Si se les impide realizar sus labores, la raza humana se estancará y vendrá una nueva era de obscuridad, como la anterior, sucedió al período brillante de la antigüedad clásica: La verdad nueva es con frecuencia incómoda, especialmente para los sustentadores del poder; sin embargo, en medio del gran archivo de crueldad y fanatismo, son las realizaciones más importantes de nuestra especie, inteligente pero caprichosa
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