La soledad te transforma en un Cristóbal Colón navegando hacia el continente de tu propio corazón.
¡Cuántos mástiles se yerguen en tu sangre cuando sólo los mares te atan al mundo! Yo me embarcaría a cada momento hacia los ocasos del Tiempo.
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Una sonrisa inagotable en el espacio de una lágrima…
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La pereza se me encarama al cielo. Y paso una eterna vacación al abrigo del párpado divino…
¿Valdrá Dios lo que el mar? ¿Por qué cuando me golpean las olas la teología me parece una ciencia de las apariencias?
El mar, inmensa enciclopedia de la aniquilación, es más extenso que el cielo, pobre manual de lo Absoluto.
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A los pensamientos peligrosos precede una debilidad física. La discreción del cuerpo frente a todo lo que no es mundo.
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Como la filosofía carece de órgano para las bellezas de la muerte, hemos emprendido todos el camino de la poesía…
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Dios no ha tenido necesidad de enviarnos verdugos; hay tantas noches sin lágrimas… Al alborear la vida tiemblan las sombras de la muerte. ¿No es la luz una alucinación de la noche?
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Entre los hombres y yo se interponen los mares en los que me he sumergido con el pensamiento. De igual suerte, entre Dios y yo se alzan los cielos bajo los que no he muerto.
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Hay tanto despilfarro de alma en los perfumes, que las flores parecen estar impacientes por entregar su espíritu al Paraíso. Y cuando los hombres pierdan la imagen de éste, la reconstituirán dormitando en el corazón de un perfume o calmando sus sentidos con una mirada intensificada por la melancolía.
Después de que Adán destruyese el sentido de la felicidad el Paraíso se escondió agazapado en los ojos de Eva.
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Todo lo que no brota de la lozanía de la tristeza es de segunda mano. ¡Quién sabe si no pensamos en la muerte para salvar el honor de la vida!
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En Francia durante el siglo XVIII no se dijo ninguna banalidad. Francia, por otro lado, consideró siempre la idiotez como un vicio, la falta de espíritu como inmoralidad. Un país donde no puede creerse más que en el nihilismo. Los salones fueron jardines de dudas. Y las mujeres, enfermas de sagacidad, suspirando ante besos escépticos. ¿Quién entenderá la paradoja de este pueblo que, abusando de la lucidez, no se ha saturado de amor? ¿Qué caminos habrá descubierto al eros desde el desierto de la amargura y de la lógica? ¿Y qué es lo que le habrá guiado ingenuamente hacia la falta de ingenuidad? ¿Hubo alguna vez en Francia un niño?
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En lo tocante a la música, los franceses no han creado gran cosa porque les gustó demasiado la perfección en este mundo. Y, además, la inteligencia es la ruina de lo infinito y, por tanto, de la música.
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Hay miradas como destinadas a consolarnos de todas las melodías que no hemos oído…
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Cuando quieras volverte hacia Dios, hiela la luz entre él y tú. El hombre sufre de una primavera de la oscuridad.
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En la tristeza todo se vuelve alma.
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El cielo, cuando al atardecer pasa del azul al gris, refleja en el mar el luto a medias de la mente.
La locura es una inclinación de la razón por lo gris.
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Para ser feliz con la soledad necesitas tener la preocupación constante de una obsesión o de una enfermedad. Pero cuando el hastío dilata los sentidos en el vacío y el mundo abandona al espíritu, el aislamiento se vuelve agobiante e insulso, y los días parecen tan absurdos como un ataúd colgando de un cerezo en flor.
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El hastío es la sensación enfermizamente clara del tiempo que te espera, en el que tienes que vivir y con el que no sabes qué hacer.
Tratas en vano de engañarte, pero el sol lo dilata, la noche lo espesa y lo acrecienta y va alargándose como si fuera una gran mancha de aceite que arañara el resplandor de tu pavor.
¿Por qué pesan tanto los instantes? ¿Cómo es que no duermen a la vera de nuestra fatiga? ¿Cuándo le arrebatará Dios el tiempo al hombre?
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Si una sola vez has estado triste sin motivo, lo has estado toda la vida sin saberlo.
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Resulta curioso cómo buscamos olvidar por medio del amor lo que todos los azules del cielo y todas las mitologías del alma no pueden hacernos olvidar. Pero dos senos no pueden ocultarnos la verdad, aunque nos proporcionan más calor que las lejanas luces de Dios.
Ningún mundo nos ofrece plenamente las falacias de la vida; pero el miedo a desengañarse de ellas se convierte en fuerza con cada falacia.
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He visto todo cuanto hay y me he retirado a las fronteras de mi corazón…
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Durante el llanto de las horas atormentadas me parece oír a los seres que he matado en sueños…
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Sólo puedes hallar reposo en esta tierra en los ojos que no la han visto. Quisiera que me embalsamaran con todas las miradas ciegas de mundo.
Por encima de cada pensamiento se alza la bóveda de un cielo.
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Dios es el heredero de los que murieron en El. Así te separas fácilmente de ti y del mundo, dejándolo que prosiga adelante con el hilo de tantas tristezas y abandonos.
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Es muy posible que los hombres no hayan sido desterrados del Paraíso, es muy posible que hayan estado siempre aquí. Esa suposición, que tiene su origen en el conocimiento, ha hecho que yo los rehúya. ¿Cómo se puede seguir respirando a la sombra de un ser que no sufre de recuerdos celestiales?
Así llegas a aliviar tu tristeza en otro lugar y a olvidar con repugnancia de dónde viene el hombre. Cualquier instante me parece una repetición del Juicio Final, y cualquier lugar en el mundo, un confín del mundo.
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Quien no conozca la tentación es un fracasado. Por ella vivimos, por ella nos hallamos en el interior de la vida.
Cuando se ha terminado con el mundo, las tentaciones celestiales nos encadenan como una prueba de la última reserva de vitalidad. Con Dios abortamos el fracaso inscrito en el exceso de amarguras.
Y cuando éstas nos secan los sentidos, una sensualidad del corazón sustituye con llamas sutiles la ciega agitación de la sangre. El cielo es una espina en el instinto; lo absoluto, una palidez de la carne.
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¡La vida me parece tan extraña desde que ya no le pertenezco!
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Pasan años de tormentos y pensamientos ligados al cielo y a la tierra sin que te preguntes por el sentido de ese vacío llamado aire y que tan vagamente se interpone entre esas dos realidades aparentes. De pronto, una tarde cargada de hastío y eternidad, su impalpable inmensidad se te hace enervante e irresistiblemente presente. Y entonces te extrañas de haber estado buscando planicies en las cuales ahogarte cuando él, inmenso espacio diáfano, te llama a la disolución y a la perdición.
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Mi cosmogonía añade a la nada inicial una infinidad de puntos suspensivos…
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Mientras los hombres no prescindan del embaucador embeleso del futuro, la historia continuará siendo un hostigamiento difícil de entender. ¿Pero podemos esperar que los hombres vuelvan sus ojos de nuevo hacia la eternidad de la no-espera y transforme cada uno su destino siguiendo el ejemplo del pozo artesiano? ¿Alcanzarán un destino de devenir vertical? ¿Y lanzará el río del proceso universal sus gotas hacia las alturas, convirtiendo su inútil curso horizontal en una inutilidad hacia el cielo?
¿Cuándo caerá la humanidad en ella misma, a semejanza de las fuentes? ¿Cuándo dará otro curso a sus falacias?
¡Ojalá la vida se prolongara como si nada existiese ya! Pero el hombre, al reproducirse, se vale de la excusa del futuro.
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Si se trata de elegir entre errores, Dios resulta por lo menos el más reconfortante y el que sobrevivirá a todas las verdades. Pues se formó en el punto donde la amargura se vuelve eternidad, igual que la vida (error pasajero) nació en la encrucijada de la nostalgia con el tiempo.
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¿Por qué cuándo el cansancio se adentra hasta el sueño comprendo mejor a las plantas que a los hombres? ¿Por qué las flores únicamente se abren por la noche? ¿Y por qué ningún árbol crece en el tiempo?
¿Habré pasado con la naturaleza del lado de la eternidad?
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La melancolía es el límite de poesía que podemos alcanzar en el interior del mundo. No sólo contribuye a nuestra elevación, sino también a la de la propia existencia. Esta se ennoblece conforme avanza hacia la irrealidad, y ese devenir se debe más que nada a la proximidad de un estado onírico.
La irrealidad es un excedente ontológico de la realidad.
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Sólo reconozco existencia a los seres que no pertenecen ya al mundo. Esas mujeres que no han dejado escapar la misteriosa oportunidad de morir día a día de melancolía… Es como si uno sólo hubiera amado a Lucile de Chateaubriand…
A veces me parece que podría descubrir fácilmente todos los secretos del mundo, excepto el de su desarraigo.
La nobleza del alma deriva de la inadaptación a la vida. ¡Cómo crecen nuestros afectos cerca de los corazones heridos!
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¿De dónde nacerá la sensación de amontonamiento infinito del tiempo, de invasión de la vejez en medio de la juventud y de sus ilusiones? ¿Por qué doloroso misterio te vuelves un Atlas del tiempo a la edad de las mentiras?
No te agobia nada de lo que has vivido inconscientemente; los instantes han muerto vivos en ti y no han quedado cadáveres en la senda de las esperanzas y de los yerros.
Pero todo lo que has sabido, toda la lucidez asociada al tiempo, constituye una carga bajo cuyo peso se asfixian todos los afanes.
La vejez prematura, el infinito cansancio en las todavía sonrosadas mejillas, es el resultado de todos los momentos que ha acumulado monstruosamente el transcurso del tiempo en el plano de la conciencia.
Soy viejo por todo lo que no es olvido en mi pasado, por todos los instantes que he sustraído a la perfecta ignorancia de la temporalidad y los he obligado a estar solos y, a mí, a estar solo con ellos.
Contra mi cabeza se estrellan las maldiciones del devenir, cuya inconsciencia no me permite la cruel violación de la lucidez y el tiempo se venga por haberlo sacado de su sendero.
¡Dios mío! ¿Para cuándo un nuevo diluvio? Arcas, puedes enviar las que quieras. ¡No voy a ser yo un descendiente de la cobardía de Noé!
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Los seres, extenuados por su propia presencia, sienten muy intensamente el deseo de morir. Al colocarte en el centro de tu obsesión, harto de tu yo, tienes la necesidad de escapar de él. Así los impulsos procedentes de la muerte disuelven la estructura de la individualidad.
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La desgracia de los hombres es no poder mirar al cielo sino de forma oblicua.
Si los ojos tuvieran una relación perpendicular con él, otro habría sido el cariz de la historia.
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¿La enfermedad? Un atributo trascendente del cuerpo.
En cuanto al alma, está enferma por el mero hecho de ser.
La patología trata de las invasiones psíquicas en los tejidos.
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Nubes que piensan y parecen ser tan extrañas al cielo como a la tierra… Ruysdael.
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Todo es posible desde el momento en que has perdido los frenos del tiempo.
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Utiliza la razón mientras estés a tiempo.
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Hay tanta niebla en el corazón del hombre que los rayos de cualquier sol ya no se van una vez que entran. Y hay tanto vacío en sus sentidos, en sus desparramados sentidos, que descarrían a palomas locas de alas desgarradas por los vientos en los caminos que lo acercan al mundo.
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¿De qué estratos de la inexistencia proviene el tedio de los días, para desentumecernos hasta el horror del sopor de la existencia?
¿Llegaremos alguna vez hasta las fuentes del hastío? ¿Descifraremos la enervante demencia de la carne y la calamidad de una sangre turbia?
¡Cómo se pulveriza en un plañidero misterio la sustancia de la vida y cómo secan las fuentes de la existencia el tedio omnipresente, parodiando negativamente el principio divino! ¡El hastío es tan inmenso como Dios y más activo que él!
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Sin Dios, la soledad sería un alarido o una desolación petrificada. Pero con El, la nobleza del silencio atempera el desvarío que nos produce la falta de consuelo. Cuando ya lo hemos perdido todo, recobramos la calma eternizando nuestros sueños bajo los desnudos árboles de sus alamedas.
Sólo el pensar en El me mantiene de pie. Cuando extirpe mi soberbia, ¿podré acostarme en su cuna misericordiosa y profunda y adormecer mis insomnios consolado por su vigilia?
Más acá de Dios sólo nos queda el anhelo por El.
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Todo cansancio esconde una nostalgia de Dios.
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¿Cómo pueden dialogar dos hombres cuyos sufrimientos no están a igual distancia de Dios? ¿Qué tienen que decirse dos seres en los cuales la muerte no se ha elevado al mismo nivel? ¿Y qué es lo que se leen en las miradas cuando cada una refleja un cielo distinto?
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El conocimiento de los hombres nos lleva a quedarnos más solos con Dios.
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Un arquitecto desarraigado de la tierra podría construir con nuestras amarguras un monasterio en el cielo.
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La falta de orgullo vale lo mismo que la eternidad.
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La desgracia de los que durante toda su vida han estado buscándose a sí mismos es reencontrarse incluso en Dios. Una humildad apacible e inmensa es el único modo de transformar en virtud el cansancio de existir.
Quien ya no quiere ser está expresando negativamente una aspiración a todo. Desear la nada satisface púdicamente una secreta y confusa apetencia de divinización. Sólo nos aniquilamos en Dios para ser El mismo. Las vías de la mística pasan por los más dolorosos misterios de la soberbia de las criaturas.
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¿Por qué en la iluminación incurable de la muerte me siento menos seguro que en medio de la vida? La conciencia de morir es algo tan desastrosamente seguro que te reconforta de la ausencia de hombres y verdades.
Los acordes de órgano y la nostalgia de la muerte mezclan la eternidad con el tiempo hasta llegar a la promiscuidad. ¡Tan absolutamente extraviado en el devenir, y un alma delicada llevando tanto cielo y tanta tierra!
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Mueres de lo esencial cuando te desligas de todo.
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¿Dios? La nada en hipóstasis de consuelo. Un soplo positivo en la Nada pero por la que querría sangrar como un mártir… exonerado de morir.
Es muy posible que el secreto último de la historia humana no sea otro que la muerte en y para Dios. Todos nos extinguimos en sus brazos, los ateos los primeros.
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La extraña sensación de que todos los pensamientos han huido de mí hacia Dios, que guarda mi mente cuando la he perdido…
O que, perdido en Su interior, una sed de apariencias me impide seguir respirando.
El desajuste entre Dios y la vida conforma el más acerbo drama de la soledad.
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¡Dios mío! ¡Sólo me quedas tú! Tú, vestigio del mundo y yo, de mí mismo. Espuma de mis abandonos, en ti quisiera truncar mi espíritu y poner fin a mis vanas convulsiones. Tú eres el sepulcro con el que sueña el ser en los momentos de tribulación, y la cuna suprema de la inmensa fatiga.
¡Esparce aromas de adormidera sobre mis irreflexivas rebeldías, absórbeme en ti, mata en mí el impulso a dejarme arrastrar hacia auroras y seducciones, ahoga la loca elevación de mi pensamiento y destroza mis cumbres iluminadas por tu proximidad! Extiende tus sombras, cúbreme de horribles tinieblas, no estoy pidiéndote la gracia de los momentos de misericordia sino la humillación eterna y dura y la generosidad de tu noche.
¡Siega mi cosecha de esperanzas para que, desierto en ti, ausente de mí mismo, deje ya de tener tierra alguna dentro de tu espacio!
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Después de haber leído a los filósofos retornas a la infancia absoluta del espíritu, musitando una oración y refugiándote en ella.
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Como si acabara en ti un último resto de la sustancia pura de la noche con la que Dios se encontró la primera vez…
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Algunas noches en blanco duran tanto que, tras ellas, el tiempo ya no es posible…
Quien en su agitación acumula los elementos dolorosos del mundo ya no conoce nunca más un principio ni un fin. Todo es eterno. Las cosas que no pueden satisfacerse en el sufrimiento participan de la cualidad de lo eterno.
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Cuando nunca se ha marchado al mismo compás que la vida: unas veces a un ritmo mayor, invadiendo sus límites, otras menor, arrastrándose por debajo de ella. Semejante a esos ríos que no tienen cauce: o se desbordan o se secan.
Anclado por defecto o por exceso se está predestinado a la desdicha, como cualquier ser arrancado de la línea de la vida. Ser es un obstáculo para lo infinito del corazón.
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¡Es tan misterioso el fenómeno por el que un hombre crece más allá de sí mismo! Al despertarse ya no ve a nadie a su alrededor. De esa forma, dirige su mirada al cielo, a la altura más próxima. En materia de soledad, el hombre sólo tiene que aprender del Altísimo.
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El espíritu florece sobre las ruinas de la vida.
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Dicen: «Fulano conoce a Spinoza, a Kant», etcétera. Sin embargo, no he oído que se diga de nadie: «Ese conoce a Dios». Que es lo único que importaría.
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Cuando durante la noche se abre la mente a alguna que otra verdad, la oscuridad se vuelve tenue como el diáfano espacio de una evidencia.
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La enfermedad otorga a la vida, por la fuerza de lo inevitable y el prestigio de lo fatal, una dimensión hacia lo ilimitado que obstaculiza dolorosa y noblemente el ritmo de la existencia. Todo cuanto es profundo resulta de la proximidad de la muerte.
Y cuando tu dolencia no proviene de ninguna enfermedad sino de la presencia de otros mundos en el inicio de tu existencia… Un cansancio divino parece haber descendido a la mismísima sustancia del ser…, el meollo de la vida está extenuado por el cielo…
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El terror es una memoria del futuro.
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Esos temblores de fúnebre maldad en que te gustaría matar hasta el aire…, sacudido por una sonrisa como las manos de un muerto en una pesadilla.
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Vivir no entraña nobleza. Pero rodearte de una aureola de aniquilación…
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En vano corres tras la existencia y la verdad. Todo es nada, una danza de alucinaciones desprovista de ritmo. Lo que hace que una cosa sea es nuestro estado febril, y las verdades se proyectan sobre un mundo de ausencias por la viveza de nuestros ardores. El soplo sustancial que transforma la no existencia del mundo en realidad emana de nuestras intensidades. Si fuéramos más fríos o más reposados, nada sería. Una lumbre interior sostiene la aparente solidez de la naturaleza, aviva el paisaje yermo de la vida. Las ascuas de nuestro interior son los arquitectos de la vida, el mundo no es más que una prolongación exterior de nuestra hoguera.
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¿Acaso perdonará Dios al hombre por haber llevado tan lejos su humanidad? ¿Comprenderá El que no ser ya hombre es el fenómeno central de la experiencia humana?
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Existir, o sea, teñir de afecto cada instante. Mediante matices de sentimiento hacemos a la nada una concesión de realidad. Sin los dispendios del alma viviríamos en un universo blanco. Porque «los objetos» no son sino ilusiones materiales de excesos interiores.
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El último peldaño del inicio de nuestra primavera: Dios.
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Como el espíritu es una falta positiva de vitalidad, las ideas que surgen de él son, por compensación, grávidas.
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Cuanto menos especializados son los deseos, tanto más rápidamente realizamos lo infinito por medio de los sentidos. Lo indefinido en los instintos conduce irrevocablemente hacia lo absoluto.
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Del recuerdo del tiempo en el que no hemos sido y del presentimiento del tiempo en que no seremos nace la sugestión de infinitud melódica de la melancolía.
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El corazón no se ha moldeado según la pequeñez del mundo. ¿Podré seguirlo hasta el cielo o necesitaré un tobogán hacia la muerte?
Una vez purificado de tiempo, ya no se está abierto más que a la brisa divina.
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¿Qué secreta frescura impulsa en medio del mundo y de su desolación a ese misterioso e inmenso delirio con el que sostienes en vida el universo inclinado hacia la desintegración, el impulso doloroso e irresistible que insufla movimiento y esperanzas a la tierra y a las criaturas, que refuerza las flaquezas de la carne y desvía el espíritu de los sufrimientos de la nada para rehacer el edificio cósmico y el prestigio del pensamiento?
¿No es la creación la reacción última frente a la ruina y lo irremediable? ¿No resucita el espíritu al hallarse ante la proximidad del desenlace y del callejón sin salida del destino? De lo contrario, ¿por qué no viene la caída, por qué permanecemos de pie cuando todo se ha vuelto uno por la monotonía de la náusea y de la nada?
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Cuando te laceran con fuerza las insatisfacciones de la vida, te pareces a un náufrago que huyera de la orilla del mar. Terminas buscando sólo olas y nadando por la inmensidad de su rizada superficie.
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