Nacido con un alma normal, le pedí otra a la música: fue el comienzo de desastres maravillosos…
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Sin el imperialismo del concepto, la música hubiera sustituido a la filosofía: habría sido entonces el paraíso de la evidencia inexpresable, una epidemia de éxtasis.
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Beethoven vició la música: introdujo en ella los cambios de humor, dejó que penetrara en ella la cólera.
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Sin Bach, la teología carecería de objeto, la Creación sería ficticia, la nada perentoria.
Si alguien debe todo a Bach es sin duda Dios.
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¡Qué son todas las melodías al lado de la que ahoga en nosotros la doble imposibilidad de vivir y morir…!
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¿Para qué releer a Platón cuando un saxofón puede hacernos entrever igualmente otro mundo?
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Sin medios de defensa contra la música, estoy obligado a sufrir su despotismo y, según su capricho, a ser dios o guiñapo.
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Hubo un tiempo en que, no logrando concebir una eternidad que pudiera separarme de Mozart, no temía la muerte. Lo mismo me sucedió con cada músico, con toda la música…
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Chopin elevó el piano al rango de la tisis.
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El universo sonoro: onomatopeya de lo inefable, enigma desplegado, infinito percibido e inaccesible… Cuando se sufre su seducción, ya sólo se concibe el proyecto de hacerse embalsamar en un suspiro.
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La música es el refugio de las almas ulceradas por la dicha.
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Toda música verdadera nos hace palpar el tiempo.
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El infinito actual, paradoja para la filosofía, es la realidad, la esencia misma de la música.
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Si hubiera sucumbido a los halagos de la música, a sus llamadas, a todos los universos que ella ha suscitado y destruido en mí, hace tiempo que, por orgullo, habría perdido la razón.
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La aspiración del Norte hacia otro cielo engendró la música alemana —geometría de otoños, alcohol de conceptos, ebriedad metafísica.
A la Italia del siglo pasado —feria de sonidos— le faltó la dimensión de la noche, el arte de exprimir las sombras para extraer su esencia.
Hay que escoger entre Brahms o el Sol…
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La música, sistema de adioses, evoca una física cuyo punto de partida no serían los átomos sino las lágrimas.
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Quizás esperé demasiado de la música, quizás no tomé las precauciones necesarias contra las acrobacias de lo sublime, contra el charlatanismo de lo inefable…
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De algunos andantes de Mozart se desprende una desolación etérea, como un sueño de funerales en otra vida.
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Cuando ni siquiera la música es capaz de salvarnos, un puñal brilla en nuestros ojos; ya nada nos sostiene, a no ser la fascinación del crimen.
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¡Cuánto me gustaría morir por la música, como castigo por haber dudado de la soberanía de sus hechizos!
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