domingo, 19 de marzo de 2017

Emil Cioran.- El ocaso del pensamiento capitulo duodécimo

No encuentro la clave de este hecho: en la alegría inspirada imitamos a Dios, y en la tristeza nos quedamos con la ceniza de nuestra propia sustancia.

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  Una reflexión debe tener algo del esquema interno de un soneto. El arte de abreviar los finales…, la intervención de la arquitectura en nuestras desintegraciones musicales…

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  La tristeza: un infinito por la debilidad, un cielo de deficiencias…

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  La vida del hombre se reduce a los ojos. No podemos esperar nada de él sin modificar la mirada.

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  El amor es santidad más sexualidad. Nadie ni nada puede aliviarnos esta paradoja escarpada y sublime.

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  Hamlet no olvidó insertar el amor entre «los males» que hacen que el suicidio sea preferible a la vida. Sólo que él hablaba de «los sufrimientos del amor desdeñado». ¡Qué grande habría sido el célebre monólogo si tan sólo hubiera dicho: amor!

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  En las orillas del mar la sequía interior de los días desiertos reúne, en una misma sed, el deseo de felicidad y de dolor. En sus orillas siempre nos eximimos religiosamente de Dios…

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  El Mediterráneo es el mar más tranquilo, el más probo y el menos místico. Con su ausencia de olas, se interpone entre el hombre y lo Absoluto.

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  Porque está sola, la mujer es.

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  La fuerza de un hombre deriva de las insatisfacciones de su vida. Por ellas deja de ser naturaleza.

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  La definición del Embrujo pasa por Wagner. El introdujo los puntos suspensivos en la música, ese interminable diluirse…, y su sorda recaída en un subterráneo melodioso e indefinido. Una neurastenia de… la sangre, de un artista que proyectó su nervio fastuosa y grandiosamente en la mitología.

  Por ello, en el embrujo wagneriano, lejanas olas preñadas de crepúsculo rompen contra sienes extenuadas o vuelcan en las venas adormecidas remedios de sueño y muerte.

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  Los estallidos de la muerte enmarañan el paisaje gramatical de la existencia, tal y como nos lo muestra el exceso de sistema del hastío, y, a falta de sorpresas, nos sitúan al acecho, con el puesto de observación instalado en nuestra angustia.

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  Desde el hastío, a través de un largo proceso, podemos fondear en Dios. En sí, el hastío sólo es una falta de religión.

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  Al pensar en el estilo nos olvidamos de la vida; los esfuerzos de expresión tapan las dificultades de la respiración; la pasión de la forma ahoga el fervor negativo de la amargura; la seducción de la palabra nos libera de la carga del instante; la fórmula mitiga el desfallecimiento.

  La única salida para no caer: conocer todos tus desfallecimientos, agotar tus venenos en el espíritu.

  Si hubieses dejado tus tristezas en estado de sensación, hace mucho que no existirías ya…

  El espíritu sirve a la vida sólo por la expresión. Es la forma a través de la cual se defiende con su propio enemigo.

  El agotamiento de las tardes, con una pátina de eternidad recubriendo el alma, y un aire de vértigo en medio de un jardín impregnado de primavera…

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  La eternidad es el invernadero donde Dios se marchita desde el principio, y el hombre, de vez en cuando, por el pensamiento.

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  Cuando la vitalidad no se distingue de la debilidad sino que se pierde en ella, el resultado define la composición interior de un ser contradictorio. Hacer psicología a costa de otro significa incluso desvelar la falta de pureza de las fuerzas que lo agitan, la extraña e imprevista mezcla de elementos. En teoría, cuesta imaginar la combinación de barbarie y de decadente melancolía, de vitalidad y de vaguedad, de instinto y de refinamiento. ¡Qué cierto es que hay tanta gente atormentada por crepúsculos de la vida entre reflejos vivos todavía!

  Anhelos prolongados, que abrazan los desarrollos cósmicos y los adornan con las incertidumbres del sueño, ¿de dónde arrancarían si nuestros impulsos básicos no estuvieran subiendo y bajando por la pendiente de nuestras flaquezas? ¿Y por qué los deseos no tienen un curso inmóvil? ¿Quién introduce ese caprichoso vaivén sino la amalgama de las afirmaciones y negaciones de la sangre? Si nuestros instintos marcharan en una dirección y las flaquezas en otra, ¿no seríamos doblemente perfectos? ¿No alcanzaríamos la perfección de dos maneras? El paradójico encuentro de esas tendencias, su carácter inseparable e irreductible, crea una tensión que compone y descompone de forma tan extraña un ser. ¡Y no resulta fácil cargar con dulces y embriagadores infiernos de la decadencia sobre el monótono y fresco cielo de la barbarie, desenvolverse en la juventud con la carga de una inmensa vejez, arrastrar fines de siglo en el temblor vertical de los amaneceres! ¡Qué extraño destino el de quienes florecen en otoño: han perdido las estaciones de la vida viviendo eternamente los instantes al revés!

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  ¿Por qué vuelves los ojos hacia el sol cuando tus raíces nutren el pulso de la muerte? ¡Con qué furia y dolor te arrojarás al abismo divino! Ningún límite intelectual ni ningún horizonte del mundo detendrán la desesperación que se revuelca en el desierto de Dios, y ningún paraíso florecerá ya en su opresión común. El creador exhalará su postrer aliento en la criatura, en la criatura sin aliento.

  ¡Qué gusto a ceniza emana del más allá de los mundos!

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  A solas con el diablo. ¿Por qué se deja ver menos que Dios? ¿O es que vives a éste último más diabólicamente, de modo que la extraña mezcla vuelve superflua la demostración de la esencia pura de Satán?

  La vía de los anhelos diarios sube desde la tierra al cielo. El camino inverso es más raro. Por esa razón el diablo es una atrocidad menos frecuente que su gran Enemigo.

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  Cuando la razón se libera del ser, la voluptuosidad ya no tiene preferencias entre dolor y placer. Ella los corona a ambos.

  La extraña perfección de las sensaciones inhibe las diferencias entre ellas. Dolor y placer se vuelven sinónimos.

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  ¿Por qué será que uno pierde primeramente el corazón y sólo después la razón?

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  El encanto de la angustia reside en el pavor a las soluciones, en saberlo todo en las preguntas… Toda respuesta está manchada por algún matiz de vulgaridad. La superioridad de la religión deriva de creer que sólo Dios puede responder.

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  Quisiera enterrarme en el llanto de los hombres, hacerme de cada lágrima una sepultura.

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  Todo cuanto crea el hombre se vuelve contra él. Y no sólo todo lo que crea sino todo lo que hace. En la historia, un paso adelante es un paso atrás. Mas de todo cuanto el hombre ha concebido y ha vivido nada se vuelve tanto en su contra como la soledad.

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  ¿Por qué los recuerdos ya no tienen relación con la memoria? ¿Y por qué las pasiones habrán perdido su enraizamiento en la sangre? Balcanismo celestial…

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  Los rayos dispersos que emanan de Dios sólo se muestran en el crepúsculo de la razón.

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  La proximidad del éxtasis es el único criterio para una jerarquía de valores.

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  La experiencia hombre ha tenido éxito sólo en los instantes en que éste se cree Dios.

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  El tiempo se deshace en vagas ondulaciones, como una solemne espuma, siempre que la muerte agobia los sentidos con la destrucción de sus encantos o cuando las nubes bajan con todo el cielo meditabundo.

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  Expío la falta de decepciones de mis antepasados, soporto su lucha en pos de la felicidad, pago caro las esperanzas de su agonía y dejo pudrirse en vida la frescura de la ignorancia ancestral. He ahí el sentido de la decadencia.

  Y en el plano de la cultura, varios siglos de creación e ilusiones, que tienen que rescatarse irremediablemente en la lucidez y en el desconsuelo. Alejandrinismo…

  No es fácil pagar por todos los campesinos de otros siglos, no tener ya hortalizas ni tierra en la sangre…, ni bañarse en los ocasos del espíritu.

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  Sólo en la música y en los temblores extáticos, cuando se pierde el pudor de los límites y la superstición de la forma, llegamos a la inseparabilidad de la vida con respecto a la muerte, a la pulsación unitaria de una muerte vital, de comunión entre existencia y extinción. Los hombres distinguen, por medio de la reflexión y de la ilusión, lo que en el devenir musical es embrujo de eternidad equívoca, flujo y reflujo del mismo motivo. La música es tiempo absoluto, sustancialización de instantes, eternidad cegada por las ondas…

  Tener «profundidad» significa no dejarse engañar más por las separaciones, no ser esclavo de los «planes», no volver a desarticular la vida de la muerte. Al fundir todo eso en una confusión melódica de mundos, la agitación infinita, sombría y comprensiva de elementos varios, se purifica en un estremecimiento de nada y de plenitud, en un suspiro surgido de las más hondas profundidades del ser, y nos deja eternamente un sabor a música y humo…

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  La existencia de los hombres se justifica por las amargas reflexiones que nos inspiran. En un tribunal de la amargura todos serán absueltos, en primer lugar, la mujer…

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  Nada te satisface, ni tan siquiera lo Absoluto; sólo la música, ese desvanecimiento de lo Absoluto.

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  Solamente embriagándonos de nuestros propios pecados podemos llevar la carga de la vida. Hay que trocar cada ausencia en delicia; por medio del culto elevamos nuestras deficiencias. En caso contrario nos asfixiamos.

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  Después de haber querido poner el mundo patas arriba, ¿qué yerros te atan aún al vano paraíso de dos ojos llenos de infinito y de vacío?

  Dios, previendo la caída del hombre, le ofreció la ilusoria compensación de la mujer. Gracias a ella, ¿pudo olvidar el paraíso? La necesidad de la religión da una respuesta negativa.

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  En un simposio que reuniera a Platón y a los románticos alemanes se diría prácticamente todo sobre el amor.

  Sin embargo, lo esencial tendría que añadirlo el diablo.

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  Quien ha rehusado la santidad pero no ha abjurado del mundo hace de una divinidad desengañada la meta de su devenir.

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  Cuando invoques a Dios, hazlo con el pronombre, tú solo, para poder estar con El. De lo contrario eres hombre y nunca estarás cara a cara con Su soledad.

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  La teología sólo guardó para Dios el respeto por la letra mayúscula.

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  Hay tanta nobleza cruel y tanto arte en el hecho de ocultar los sufrimientos a nuestros semejantes, en el de jugar el papel de un cáncer divertido…

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  Cuando el cielo se derrite en gotas de hastío y destila una inmensidad de azul y de desolación, me defiendo de mí mismo y del cielo con los Mediterráneos del espíritu.

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  Nos purificamos de infelicidad en los accesos de odio festivo en los que, al reducirlo todo a la nada (y en primer lugar el amor), limpiamos el yo de todas las impurezas de la naturaleza. Quien no puede odiar no conoce ninguno de los secretos terapéuticos. Todo restablecimiento empieza por una obra de destrucción. La pureza se gana por la aniquilación. Sólo somos nosotros mismos cuando nos pisotean sin piedad.

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  Una verdad que no habría que decir nunca a nadie: sólo hay sufrimientos físicos.

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  En las tentaciones del amor ya no hay espacio entre la muerte y yo.

  Lo Absoluto se instala en la cabecera de un erotismo purificado de universo. Todo cuanto crece más allá del amor terrenal construye los fundamentos de Dios. La imposibilidad de conciliar el amor con el mundo…

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  Más que en cualquier otra cosa, en el amor se es o no se es. La falta de diferencia entre la vida y la muerte es un fenómeno propio del enamoramiento.

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  Cuando se es teólogo o cínico, se puede soportar la historia. Pero quienes creen en el hombre y en la razón, ¿cómo es que no enloquecen de desilusión y conservan el equilibrio ante el eterno mentís de los acontecimientos? Sin embargo, apelando a Dios o al asco, se desenvuelve uno bien en el devenir… La oscilación entre teología y cinismo es la única solución al alcance de las almas heridas.

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  Esas noches crueles, largas, de una sorda maldad, esas tempestades ahogadas en las aguas muertas de los pensamientos, que soportas por la curiosa sed de saber cómo responderás a esta muda pregunta: «¿Me mataré antes de que amanezca?».

  La materia se ha empapado de dolor.

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  Cuando la razón haya sobrepasado las cumbres del mundo, la estrechez de la vida provocará escalofríos de elefante en un invernadero.

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  ¿Qué enloquecidas olas de mares desconocidos me golpean los párpados e irrumpen en mi mente? ¡Cuánta grandeza revela la fatiga de ser hombre!

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  El recuerdo del mar en las noches de insomnio nos da, más que la música de órgano o la desesperación, la imagen de la inmensidad. La idea de lo infinito no es más que el espacio creado en el espíritu por la ausencia de sueño.

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  El reloj de sol de Ibiza llevaba la siguiente inscripción: Ultima multis.

  … Sobre la muerte sólo puede hablarse en latín.

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  Quien tenga una opinión segura sobre una cosa cualquiera demuestra no haberse acercado a ninguno de los misterios del ser.

  El espíritu está, por esencia, a favor y en contra de la existencia.

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  En el cuerpo agotado por el insomnio descubres dos ojos perdidos en un esqueleto. Y en la magia perturbadora del estremecimiento te buscas en lo que no has sido y nunca serás…

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  Un hombre sólo puede hablar honradamente de sí mismo y de Dios.

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  Te encuentras en el seno de la vida siempre que dices, con toda tu alma, una banalidad…

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  ¿A qué misterio se debe el que nos despertemos algunas mañanas con todos los errores del Paraíso en los ojos? ¿En qué manantiales de la memoria abrevan lágrimas interiores de dicha, y qué antiquísimas luces mantienen el éxtasis divino sobre el desierto de la materia?

  … En mañanas como ésas entiendo la no-resistencia a Dios.

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  El futuro: el deseo de no morir, traducido a una dimensión temporal.

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  La nobleza de no pecar nunca contra la muerte…

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  El universo ha encendido sus voces en ti, y tú, tú vas paseando por el bulevar…

  El cielo ha prendido fuego a sus sombras en tu sangre, y tú, tú sonríes a tus semejantes… ¿Cuándo derribarás los claustros de tu corazón sobre ellos?

  Hay tanto de inesperado y tanta inmoralidad en la infinitud del alma, que uno se pregunta cómo la aguantan el desierto de los huesos y el agotamiento de la carne.

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  El hechizo de la tristeza se parece a las olas invisibles de las aguas muertas.

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  La necesidad de anotar todas las reflexiones amargas, por el extraño miedo a no poder volver a estar triste nunca más…

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  No teniendo el éxtasis a mano, como los místicos, descubres las zonas más profundas del ser en las graves recaídas del cansancio… Las ideas refluyen a su fuente, se sumergen en la confusión originaria y el espíritu sobrevuela las simas de la vida.

  Sentir el mundo como dolor que va taladrándote durante los momentos de cansancio delirante despoja a las cosas de su engañoso esplendor y nada nos impide acceder a la zona originaria del principio, pura como una aurora final. Así desaparece todo lo que el tiempo agregó a la virtualidad inicial. La existencia aparece ante nosotros como tal: a remolque de la nada, y no es la nada lo que está en los límites del mundo, sino el mundo en los límites de la nada.

  El cansancio como instrumento de conocimiento.

  La razón bañada a la luz nocturna de la desesperación.

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  El espíritu tiene pocos remedios. Puesto que, en primer lugar, debe sanarnos de sí mismo. Uno se acerca a la naturaleza y a la mujer, huye y vuelve de nuevo, con todo el temor a lo insoportable de la felicidad. Hay paisajes y abrazos que dejan un sabor de exilio, como todo lo que mezcla lo absoluto con el tiempo.

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  Estás irremediablemente sometido en manos de la quimera y de la vida cuando al contemplar el cielo en los ojos de una mujer no puedes olvidar el original.

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  Poder sufrir con locura, valor, sonrisa y desesperación.

  El heroísmo no es sino la resistencia a la santidad.

  El peligro en el sufrimiento es el ser amable; soportar con comprensión. Sientes, así, que de ese hombre que eras, amasado de carne infinitamente mortal, vas deslizándote hasta convertirte en un icono.

  No seas para nadie ejemplo de perfección; destruye en ti todo cuanto es modelo y huella a seguir.

  Que los hombres aprendan de ti a asustarse de las vías del hombre. Ese es el sentido de tu sufrimiento.

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  La mente, arrancada de sus raíces, se ha quedado sola consigo misma.

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  Todas las preguntas se reducen a esto: ¿cómo puedes no ser el más infeliz?

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  Lo que no está afectado por la enfermedad resulta prosaico y lo que no aviva la muerte está falto de misterio.

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  Sordo cántico en las profundidades: la enfermedad reza en los huesos.

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  La vida únicamente merece ser vivida por las delicias que florecen sobre sus ruinas.

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  Cuando se encuentra una cierta distinción en el lamento, la paradoja es la forma por la cual la inteligencia ahoga al llanto.

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  ¿Qué amaneceres despertarán a mi razón, ebria de lo irreparable?

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