Desmonto de mi montura, me lavo las manos y me dirijo hacia mis pacientes y les ruego que tengan paciencia mientras tomo un ligero refrigerio, la única comida que hago en todo el día. Entonces voy a atender a mis pacientes, les escribo recetas y les doy instrucciones para sus dolencias. Los pacientes no dejan de entrar y salir hasta el anochecer y a veces, os lo aseguro solemnemente, hasta incluso dos horas después de anochecer. Hablo con ellos y les receto mientras estoy echado de puro cansancio. Y cuando cae la noche estoy tan extenuado que apenas si puedo hablar.
Consecuencia de todo ello es que ningún judío puede hablar ni entrevistarse conmigo excepto el sábado. Ese día toda la comunidad, o al menos la mayoría de sus miembros, viene a verme después del servicio de la mañana y entonces les aconsejo acerca de lo que han de hacer durante la semana entera; juntos estudiamos un poco, hasta el mediodía. Entonces se marchan. Algunos regresan y vuelven a estudiar conmigo después de la oración de la tarde hasta el momento de la oración de la noche. Así transcurre una jornada mía[25].
[25] Maimónides, «Carta a Samuel ibn Tlbbon», en Cartas y testamento de Maimónides (1138-1204), trad. de C. del Valle. <<
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