domingo, 19 de marzo de 2017

Tomás de Aquino: la madurez de la escolástica

Car­lo Cri­ve­lli re­tra­tó así a To­más de Aqui­no en el si­glo XV.

El introductor del racionalismo y naturalismo aristotélicos en la escolástica fue el teólogo y filósofo alemán Alberto Magno (hacia 1200-1280). Como escribió el medievalista francés Étienne Gilson, «la adopción del peripatetismo por los teólogos fue una verdadera revolución en la historia del pensamiento occidental». Enseñó en Colonia, donde tuvo como alumno a Tomás de Aquino, y en París, ciudad en la que alcanzó gran fama, como reconocieron incluso sus adversarios.

 
    La muchedumbre de estudiosos y muchos considerados entre los más sabios y entre los mejores (aunque yo creo que se equivocan) piensan que a los latinos se les ha dado ya una filosofía completa y escrita en latín. Es la divulgada en mi tiempo en París: quien la ha escrito [Alberto Magno] es llamado auctor [«autor» de una obra original] y citado en las escuelas igual que se cita a Aristóteles, Avicena y Averroes. Todavía vivo, ha alcanzado ya una autoridad que ninguno ha obtenido jamás en su enseñanza[29].
 

  Escribió una amplísima obra (38 volúmenes en la edición de A. Borgnet), en la que se integran sus comentarios a la mayoría de los escritos de Aristóteles. Prestó también atención a las ciencias de la naturaleza, sobre todo la biología, y consideró la experiencia como criterio de verdad en el estudio de lo particular y contingente. Fue el introductor en la Europa cristiana de la ética y de la política aristotélicas. Su comentario a la Política concluye con esta severa crítica a los detractores del aristotelismo, a los que acusa de pereza mental:

 
    Y lo digo por ciertos perezosos quienes, buscando el consuelo de su inercia, lo único que buscan en los escritos es algo que reprender. Y de tal manera son torpes en su pereza —para que no parezca que son ellos solos los perezosos—, que buscan echar una mancha aun sobre los escogidos. Esos tales mataron a Sócrates; hicieron huir a Platón de Atenas a la Academia; maquinando contra Aristóteles también, le obligaron a exiliarse. […] En la comunicación del estudio son como el hígado en el cuerpo, pues en todo cuerpo hay un humor, que es la hiel, que evaporándose amarga todo el cuerpo. Así también siempre hay en el estudio ciertos varones amarguísimos y aheleados que a todos los demás convierten en amargura, y no les dejan buscar la verdad en la dulzura de la sociedad[30]

ectoria vital de «el buey mudo»

  Antes de que descollara como maestro en París, de que escribiera la Suma teológica y de que comentara con finura el Corpus aristotélico, sus compañeros de estudio se burlaban de él por su carácter retraído y silencioso apodándole «el buey mudo». Parecía como tonto, abrumado quizá por los estudios teológicos que cursaba. Pero tras constatar la calidad de sus apuntes y el talento que mostraba en los debates, su maestro, Alberto Magno, contradijo la opinión de sus alumnos y entrevió su futura fama: «Llamáis a este “el buey mudo”; pero yo os aseguro que este “buey” dará tales mugidos con su ciencia que resonarán en el mundo entero». Provenía del sur de Italia, de la provincia de Nápoles, y se llamaba Tomás de Aquino.

  Nació en el año 1225 en el castillo de Roccasecca. Sus padres pertenecían a la nobleza italiana; la madre era de origen normando y el padre, de origen lombardo. Sus hermanos, siguiendo la tradición familiar, fueron guerreros y caballeros. Él, que era el menor de los varones, fue enviado a los cinco años al famoso monasterio benedictino de Montecassino con la intención de que alcanzara en su día el cargo de abad, como lo era entonces su tío Landolfo Sinibaldi. Allí vivió nueve años, recibió una sólida formación religiosa y aprendió gramática, poesía y música. En 1239 se marchó a Nápoles, donde cursó estudios en la recién fundada universidad, dependiente del emperador Federico II y no de la jerarquía eclesiástica (una anomalía en la época). Debido al interés del emperador por la cultura árabe, como ponía de manifiesto su protección de los traductores, entre ellos Miguel Escoto, comenzaron a circular en aquellas aulas los libros de filosofía islámica. Concluyó su formación de modo excelente, en el Estudio General de Colonia (Alemania), dirigido por Alberto Magno, del que llegaría a ser el discípulo preferido.

  Marcó su destino personal el ingreso en la nueva Orden de Predicadores (dominicos) en 1244, a espaldas de su familia. Por este motivo tuvo lugar un dramático episodio que puede resumirse así: huido secretamente de Nápoles con otros frailes, es secuestrado por orden materna camino de Bolonia y llevado detenido al castillo de Roccasecca, de donde se escaparía unos meses más tarde descolgándose por una ventana. A partir de entonces proseguiría su camino como estudioso dominico, pero más adelante otros dos encontronazos con las ambiciones maternas confirmarían su determinación y la firme voluntad de rechazar cargo eclesiástico alguno para, como simple fraile, dedicarse solamente al estudio y la enseñanza. El papa Inocencio IV le ofreció el cargo de abad de Montecassino, y años después el papa Clemente IV quiso nombrarlo arzobispo de Nápoles; en contra de los deseos de su madre, Teodora, que deseaba mejorar el estado de su señorío mediante los beneficios económicos que traían consigo dichas dignidades, fray Tomás rechazó ambos nombramientos.

  Una vez finalizados sus estudios en Colonia y por recomendación de su maestro, Tomás de Aquino comienza en París una brillante carrera docente en el Estudio General, primero como lector (1252-1255) y más tarde como maestro de teología (1256-1259). Es llamado posteriormente a la corte pontificia, donde ejerce como teólogo consultor del papa y profesor (1259-1268). Ante las dificultades existentes en el Estudio General de París por los enfrentamientos entre los maestros seculares (sacerdotes dependientes de los obispos respectivos y que no estaban obligados por los triples votos de pobreza, obediencia y castidad) y los maestros mendicantes (franciscanos y dominicos), así como por los conflictos doctrinales surgidos entre la Facultad de Artes y la de Teología con la irrupción del averroísmo latino, el general de la orden lo envió de nuevo allí, donde permaneció unos años (1269-1272), en medio de un clima enrarecido. Su último destino como profesor fue Nápoles, adonde fue llamado como regente del recién creado Estudio General de Teología. Débil de salud, continuó dando clase y escribiendo hasta comienzos de diciembre de 1273, cuando se negó a seguir dictando a sus amanuenses y, presionado por sus compañeros de orden, confesó: «Me parece paja todo cuanto he escrito». Obediente hasta el final, se dirigió a Francia para asistir al Concilio de Lyon, del que había sido nombrado teólogo consultor. Murió el 7 de marzo de 1274 en el monasterio cisterciense de Fossanova, al sur de Roma. Tenía cuarenta y nueve años de edad.

  Dejó una obra imponente: comentarios bíblicos y a Aristóteles, cuestiones disputadas, cuestiones de Quolibet («de tema libre») y más de cuarenta opúsculos de tema diverso. Destacan entre sus escritos las dos sumas, la Suma contra gentiles y la Suma teológica; la primera es de carácter apologético y en ella critica «los errores de los infieles», entre los cuales hay que incluir a los musulmanes, judíos y filósofos, mientras que la segunda contiene el estudio de la religión cristiana considerada en sí misma (Dios Uno y Trino, Dios como principio eficiente, el fin último del hombre, los actos humanos, las virtudes generales y específicas. Cristo, camino hacia Dios y los sacramentos). En la edición de Parma sus escritos ocupan veinticinco volúmenes en folio. Añadamos que a su obra está dedicado el diccionario de filosofía más ambicioso publicado hasta ahora, el Index Thomisticus, que consta de 56 gruesos volúmenes en un total de 70.000 páginas, todo un monumento lexicográfico hecho posible gracias a la informática.
Filosofía y teología: una distinción necesaria

  En un principio, la patrística griega osciló entre el rechazo y la asimilación de la filosofía (el platonismo, claro está). Poco a poco, los primeros teólogos irían asimilando categorías y conceptos procedentes del pensamiento griego, fundamentalmente del neoplatonismo, dado su carácter de síntesis filosófica y sincretismo religioso. Más tarde, ya en la Edad Media, los primeros filósofos escolásticos buscaron comprender la fe, racionalizar la creencia. Temerosos de las consecuencias que podrían derivarse de este camino intelectual, algunos eligieron la mística como una senda segura para el creyente; así, por ejemplo, san Bernardo y san Buenaventura.

  Tomás de Aquino da un paso adelante respecto al pensamiento cristiano anterior dedicando una reflexión sostenida a lo largo del tiempo a las relaciones entre la filosofía y la teología. Digamos de entrada que él formula una distinción formal entre ellas. A lo largo de su obra modulará su posición del modo que veremos seguidamente. En el Comentario al tratado de Boecio sobre la Trinidad parte de este principio, que caracterizará a su teología: la fe no destruye la naturaleza sino que la perfecciona. El entendimiento de las verdades reveladas supera la luz de la razón, pero no se opone a esta. La teología o sagrada doctrina se fundamenta en la fe y la filosofía, en la razón. El teólogo debe evitar estos dos errores: utilizar verdades contrarias a la fe y pretender «encerrar en los límites de la filosofía verdades de fe, es decir, como si alguien quisiese creer solo lo que se puede demostrar mediante la filosofía». Considera la teología como una ciencia hegemónica a la que todas las demás sirven en cierta medida aunque la precedan en el orden genético, es decir, en su aparición en la cultura humana. En el lema escolástico «Philosophia ancilla theologiae» («La filosofía es criada o sierva de la teología») se condensará esta idea. En respuesta a sus críticos, defiende la utilización de los argumentos filosóficos en teología; al hacer esto, los teólogos «no mezclan vino con agua, sino que convierten el agua en vino». En estas mismas páginas reaparece el criterio doctrinal de Averroes según el cual los debates teóricos en materia religiosa se deben mantener solo entre los sabios, lejos del pueblo. Para Tomás de Aquino, la doctrina de Cristo no se ha de predicar a todos del mismo modo, sino que «deben proponer a cada uno (a los sabios y a los ignorantes) las cosas que le competen», y ello «por la debida discreción». Hay que evitar difundir «lo que no conviene que se sepa» (Comentario al tratado…, cuestión 2, art. 4).

  En la Suma contra gentiles (II, cap. 4) contrapone «filósofo» a «teólogo», «filosofía humana» a «fe cristiana» o «sabiduría divina». La filosofía, añadirá, considera las cosas en sí mismas, mientras que la teología las estudiará en cuanto representan la grandeza divina y se ordenan a Dios. El filósofo examina el mundo que le rodea según su propia naturaleza; el teólogo, según su relación con Dios. Otra diferencia entre ambos consiste en que el primero extrae su prueba de las propias causas naturales y el segundo lo hace de la causa primera. Hay un orden inverso en la investigación de uno y otro: el filósofo parte de las creaturas para llegar por último a Dios; el teólogo parte, por el contrario, de Dios para concluir su reflexión sobre las creaturas.

  El desarrollo más completo de la naturaleza de la teología lo encontramos en la introducción a la primera cuestión de la Suma teológica. Distingue, en primer lugar, la teología natural o teodicea, que considera a Dios por la luz natural de la razón, de la teología sagrada que se basa en la revelación divina. Aquí trata evidentemente de esta última. Tomás de Aquino se esforzó en demostrar que la teología era una ciencia. Su objeto material (que puede ser común a varias ciencias) es Dios; su objeto formal (que es la perspectiva bajo la cual se considera lo anterior y, por tanto, distintivo de cada ciencia) es la divina revelación. Ella es al mismo tiempo especulativa (Dios, su naturaleza y operaciones, la Trinidad) y práctica (los actos humanos, las virtudes y los pecados). Es sabiduría suprema entre todas las ciencias, incluida la metafísica, pues estudia las cosas por sus primeras causas. Para él también es una ciencia demostrativa, ya que elabora conclusiones a partir de la autoridad divina revelada. ¿Y cómo responder a quien no admite argumentos de autoridad ni cree en verdad revelada alguna? Afirmando que esos razonamientos no son concluyentes sino solubles (solubilia argumenta), pues, en última instancia, el crítico no podría demostrar nunca que el misterio es imposible.

  Dos conclusiones más, apuntadas por la medievalista italiana Mariateresa Fumagalli Beonio Brocchieri. Primera, que el trabajo del teólogo cristiano puede progresar porque, a diferencia de la ciencia divina, de la que no tenemos aprehensión intuitiva, su conocimiento es imperfecto y discursivo. Y segunda:

 
    La teología se convierte en una disciplina y, como tal, se puede enseñar y aprender; este es el resultado más notable y fuerte de la reflexión tomista. Una operación audaz y discutida que forma parte del «renacimiento del siglo XIII y de su regreso de los antiguos», pero también del proyecto de expansión y misión típico del cristianismo del siglo, una respuesta al reto de los infieles (es decir, de los musulmanes) que propone un modo constructivo para el que el saber religioso revelado se integra con la cultura nueva y antes sospechosa[31]
Por un aristotelismo cristianizado

  En sus años de formación en la recién creada Universidad de Nápoles, debió de oír por vez primera las teorías de un filósofo griego prácticamente ignorado en la Alta Edad Media, Aristóteles. Sin embargo, el influjo decisivo en este aspecto procedió de su maestro en Colonia, Alberto Magno. Tomás de Aquino no compartía con él el gusto por las ciencias de la naturaleza y por lo empírico, pero su afán por sistematizar la doctrina cristiana en una ambiciosa síntesis teológica encontró en Aristóteles un sólido apoyo teórico.

  Subyace en la elaboración tomista la lógica aristotélica, ahora conocida en toda su amplitud. Más importante aún es su asimilación de la estructura misma de la filosofía de Aristóteles a través de la teoría hilemórfica (materia/forma, potencia/acto), de las cuatro causas (material, formal, eficiente y final), de las diez categorías, entre las que destaca la substancia, y del finalismo o teleología que caracteriza a su visión de la naturaleza. Que esa filosofía «pagana» le pareciera la más próxima a la verdad desde un punto de vista racional, no hay motivos para ponerlo en duda. Y que ese conjunto de principios lógicos, conceptos metafísicos y doctrinas ético-políticas le sirvió de fundamentación en la construcción del magnífico edificio de su teología, a veces comparado con las grandes catedrales, resulta evidente. Incluso la prueba del tiempo, siempre tan azarosa, ha mostrado la potencia de su sistematización teológica al mantenerse todavía como referencia fundamental en el pensamiento católico contemporáneo. La síntesis aristotélico-tomista, alguno de cuyos desteñidos ecos recibí en mis años universitarios, mostró su coherencia en el pasado, aunque ello no quita ni las críticas que recibió en sus inicios ni la precariedad de algunos aspectos de esa síntesis, como ha apuntado el erudito jesuita británico Frederick Copleston.

  Un prejuicio que hay que desechar es el de tildar de «tradicional» al pensamiento tomista. Al contrario, en su época fue considerado «innovador» (lo cual no era gratificante para el estudioso aludido), en medio de una creciente polémica por parte de los sectores más ortodoxos, partidarios del neoplatonismo en filosofía, del agustinismo en teología y de la teocracia en política. La culminación de esa percepción ideológica por parte de sus coetáneos quedó reflejada en la famosa condena del obispo de París, Étienne Tempier, en marzo de 1277, que incluyó entre las 219 tesis condenadas como heréticas no solo las referidas a Aristóteles, a Averroes y a los llamados «averroístas latinos», sino también al propio Tomás de Aquino. Un competente investigador del tema, R. Hissette, ha llegado a descubrir 53 tesis tomistas en el total de las condenadas, cuyo núcleo teórico resume así: «Un conjunto de tesis, en su mayor parte filosóficas, que son la expresión de la dificultad de conciliar la doctrina cristiana con las enseñanzas de los filósofos paganos, principalmente Aristóteles». En una escena dramática, un anciano Alberto Magno viajó desde Alemania para defender en París a su querido discípulo ante el obispo inquisitorial, de quien dependía directamente, no lo olvidemos, la Universidad de París. De nada valieron las enérgicas palabras del prestigioso maestro alemán. Ni en París ni en las universidades inglesas de Oxford y Cambridge estaba permitido exponer las doctrinas teológicas tomistas. Hasta su canonización por la Iglesia católica en 1323, se mantuvo sobre él la sospecha de herejía.

A lo largo de su vida, Tomás de Aquino llegó a tener un conocimiento detallado de la filosofía de Aristóteles, como lo demuestran sus comentarios a la mayor parte del Corpus, entre ellos a la Metafísica, la Física, la Ética nicomáquea y Sobre el alma. El método que sigue es el que introdujo Averroes en sus grandes comentarios, es decir, comentando el texto párrafo a párrafo. En su estilo característico, elabora en primer lugar un esquema del capítulo para después subrayar los puntos de mayor interés teórico. Predominan una perspectiva formalista y una hermenéutica fiel a la intención del autor. Solo se separa de su labor de intérprete para introducir puntuales consideraciones teológicas más allá de Aristóteles. Su alejamiento en cuestiones dogmáticas del filósofo griego se observa sobre todo en sus obras teológicas originales (las sumas) y en sus escritos polémicos contra los maestros de artes que defendían un aristotelismo integral (en psicología especialmente).

  Señalemos algunos puntos de discrepancia respecto a Aristóteles. En la debatida cuestión del origen del mundo, mantiene que fue creado de la nada en el tiempo, como enseña la Biblia, y, a semejanza de Maimónides, califica de no demostrativos los argumentos a favor de la eternidad del mundo. Su concepción de la divinidad se aleja del Dios «pensamiento de pensamiento» para afirmar que no solo es causa final sino también eficiente del mundo, al que conoce como creatura suya y por el que vela con su providencia. Aceptando la dualidad esencia-existencia, ausente en el griego, concluye que en Dios se unen ambas, siendo por tanto Ser Necesario. En psicología sigue a Aristóteles al admitir que el alma no es una substancia completa sino forma del cuerpo, pero añade que aquella es inmortal. La doctrina de la individuación por la materia implicaba que los ángeles, desprovistos de ella, no podían individualizarse, lo cual acarreó las críticas de sus adversarios.

  Los estudiosos contemporáneos tienden a destacar más las líneas de discrepancia que las de coincidencia con Aristóteles, y ello por dos razones. En primer lugar, porque desde hace tiempo conocemos bastante bien el pensamiento aristotélico considerado en sí mismo. Pero también influye una segunda razón: la renovación del tomismo, primero a partir de un cuidadoso trabajo filológico y después mediante una perspectiva no apologética del gran teólogo católico. Desde estos nuevos presupuestos se han podido analizar con mayor fidelidad las modificaciones llevadas a cabo en su aristotelismo, las deformaciones frecuentes de Averroes (sobre todo cuando arreciaba la polémica entre las facultades de Teología y de Artes) y, en general, el carácter instrumental que en muchas ocasiones representa el sistema aristotélico en su inserción con la sabiduría cristiana. Ello puede apreciarse, por ejemplo, en esta crítica reciente:

 
    Tomás de Aquino asimiló la terminología de Aristóteles pero introduciendo en ella una doctrina que le es extraña. […] Aunque Tomás de Aquino sea considerado como uno de los mejores comentaristas de Aristóteles, es también uno de los principales deformadores del mismo, al introducir en sus textos doctrinas extrañas que durante siglos han venido condicionando su lectura. Es más. Tomás de Aquino al aristotelizar la teología católica no ha hecho gran servicio a esta al introducir en ella una serie de pseudo-problemas típicos de la mentalidad del siglo XIII, a la vez que privó de otras líneas del pensamiento enraizadas en la patrística o en los primeros años del cristianismo[33]

Como huella aristotélica, quedan en él algunos rasgos de su pensamiento que hacen que sea atrayente para una mentalidad moderna. Así, su consideración positiva de la naturaleza, su confianza en el poder de la razón para conocer el mundo, su revalorización del saber profano, su sostenido intento de convencer con argumentos demostrativos en los debates universitarios o su reconocimiento de los límites impuestos al conocimiento humano por algunas doctrinas reveladas. Otros puntos de interés con el mismo origen común los trataremos a continuación.

Pensamiento ético-político

  Quizá sea en el terreno de la ética donde las doctrinas aristotélicas difundidas por Tomás de Aquino encontraron mayor difusión, primero en las facultades de Artes y de Teología y más tarde en los círculos filosóficos renacentistas, llegando a penetrar en la cultura europea, como muestran las obras literarias de la época. Su aprendizaje sobre el tema tuvo lugar en Colonia con su maestro Alberto Magno. Disponemos de un testimonio precioso: el manuscrito con los apuntes de un curso sobre la Ética nicomáquea redactado por fray Tomás y conservado en Nápoles. Años después, hacia 1270, él mismo escribió un amplio comentario a este importante tratado, cuyas líneas generales resumo seguidamente.

  En contra de lo que algunos podrían suponer, sigue el texto de Aristóteles sin oponerse a su contenido. Tras exponer el esquema del capítulo correspondiente, comenta sus puntos principales en el contexto del Corpus aristotélico, matizando las afirmaciones que resultaban más novedosas o conflictivas respecto de la moral cristiana. Veamos cómo explica los conceptos centrales (sigo la traducción castellana de Ana Mallea). Definición de felicidad: «Bien absolutamente perfecto siempre elegido por sí mismo y que consiste principalmente en la actividad de la razón». La virtud: «Es un hábito electivo, es decir, libre, consistente en un punto medio para nosotros». La justicia puede ser natural (basada en la naturaleza humana, común con los demás animales) y legal (la observación de la ley y de las sentencias judiciales). La amistad, necesaria para la vida: «La amistad es muy necesaria, tanto que nadie bien dispuesto elegiría vivir de tal manera que tuviera todos los demás bienes exteriores sin tener amigos».

  Hay un escrito especial de Tomás de Aquino que incluye un índice de materias de contenido ético, Tabula libri ethicorum. Dentro de su estilo telegráfico propio de un léxico, nos sirve para ilustrar mejor su concepción de la moral. Selecciono y traduzco estas entradas, muy significativas por tener un enfoque naturalista alejado de la tradicional moral cristiana: «La virtud es una cierta medianía» (B 151); «El punto medio es la recta razón en moral» (B 125); «La felicidad perfecta es cierta acción especulativa» (B 101); «El amigo es otro yo» (B 73); «La especulación humana es felicísima, muy afín y muy semejante a la divina cuya eminencia se distingue de todas» (B 146).

  En el conjunto de sus obras doctrinales, en especial en la Suma teológica, encontramos incorporadas estas ideas éticas de procedencia aristotélica, ya debidamente repensadas en clave religiosa. Resumamos los puntos principales de esta reelaboración. El hombre es el único animal moral por estar dotado de libertad. Llamamos moral a una acción que la razón considera buena y es deseada libremente por la voluntad. Siempre actuamos con vistas a un fin. El bien supremo o fin último es Dios, de quien en última instancia depende la moralidad de los actos humanos. Dios es «bien total» y no puede confundirse con el bien perfecto humano; todo bien es tal en cuanto participa de la bondad divina. La ley eterna rige el mundo y permite la elección racional y libre que llamamos «acción moral». O como escribirá en esta Suma: «La ley eterna no es otra cosa que la razón de la divina sabiduría en cuanto dirige todos los actos y movimientos». La felicidad suprema no puede alcanzarse en esta vida sino en la otra dibujada por la fe. En resumen, la teleología o finalismo aristotélico se transmuta aquí en el providencialismo cristiano; la ética mundana del griego queda reducida en el pensador medieval a una etapa intermedia de la que la vida ultramundana representaría su auténtico fin. En definitiva, como se ve, el teólogo ha hecho un hueco a su creencia en el naturalismo aristotélico.

  La contribución de Tomás de Aquino al pensamiento político medieval es relevante porque fue el verdadero receptor de la Política, desconocida hasta entonces incluso en el mundo árabe. Siguiendo las huellas de su maestro, avanzó en su comentario a este tratado y en su posterior asimilación de tales teorías en sus obras doctrinales, incluida la Suma teológica.

  De acuerdo con su visión positiva de la naturaleza, también emerge con él una nueva concepción del Estado, opuesta a la visión negativa que sobre este tenía san Agustín. Partiendo de la naturaleza social del hombre y de la necesidad de vivir en el seno de diversas comunidades (la casa, la aldea y el Estado, bien en la forma de ciudad-Estado griega o en la de las naciones que iban surgiendo en su época), considera al Estado como lo más importante que la razón humana pueda construir, pues a él se refieren las demás comunidades humanas. El civis o «ciudadano» medieval era simplemente el que vivía en un núcleo de población donde residía un obispo. No equivalía en absoluto al polítes griego ni al moderno citoyen, miembros ambos de pleno derecho de un Estado democrático. Sin embargo, el civis tomista encarnaba algo nuevo, al menos en el terreno de la teoría política: formaba parte de un Estado constitucional.

  Nuestro autor seguía a Aristóteles en su clasificación de los regímenes políticos: rectos (monarquía, aristocracia y democracia) y corruptos (tiranía, oligarquía y demagogia). No así en su preferencia política: Aristóteles era partidario de la democracia, mientras que él era defensor de la monarquía, ya fuera esta electiva o sucesoria, entendida siempre como un gobierno basado en el bien común. En su última etapa se pronunció, sin embargo, a favor de un gobierno mixto de monarquía y aristocracia, pero de base democrática.
Llama la atención su dura crítica a la tiranía o dictadura que sobreviene cuando el poder del gobernante da la espalda al bien común del pueblo. Con violencia en un caso extremo de opresión, o de manera pacífica pero decidida, él se manifiesta con claridad a favor del derrocamiento del tirano para garantizar así una convivencia digna de seres humanos.

  Para Tomás de Aquino la política se sitúa dentro de la filosofía moral, y ahí alcanza la hegemonía por la superioridad de su fin, el bien común. El espíritu social que late en la doctrina tomista, herencia del pensamiento clásico griego, no podría ser asimilado sin desnaturalizarse por el moderno individualismo burgués. La concepción de la política defendida por él rompió con la doctrina teocrática dominante en el mundo europeo medieval. Pero su visión cristiana del mundo y su vinculación con la ontología aristotélica, en especial a su teleología, hacen impensable en él la consideración de la política como actividad autónoma al margen de la moral y la religión. La política, precisará en su Comentario a la «Ética nicomáquea», es la ciencia principal solo en el ámbito de la realidad humana, no en términos absolutos. La teología o scientia divina es hegemónica respecto de todas las demás ciencias, pues considera el fin último de todo el universo.

  El atractivo horizonte de una «filosofía humana», esbozado por Aristóteles en la Ética nicomáquea y desarrollado en la Política, encontró en Tomás de Aquino una calurosa acogida. La hegemonía de la política sobre las demás ciencias y la naturaleza social del hombre, dos principios básicos del pensamiento aristotélico, son asimiladas tan profundamente por él que no vacila en aceptar sus más radicales consecuencias. Algunas las resume en el prólogo a su Exposición de la «Política» de Aristóteles: el Estado como la comunidad humana más perfecta, la política en cuanto perfeccionamiento de la filosofía, la ciencia política como arquitectónica respecto a las demás ciencias morales.

  Otras conclusiones se hallan dispersas en escritos tomistas muy diferentes. Así, su llamativo reconocimiento del hombre como «animal político» incluso en el paraíso terrenal, al no representar la política una secuela del pecado original sino una característica esencial del orden de la naturaleza (Suma teológica); la atribución del fin último de la vida humana, la felicidad, a la política (Comentario a la «Ética nicomáquea»), y la consideración de la política como más honorable que la medicina y cuyo conocimiento exige experiencia (Tabula libri ethicorum)


   [29] Roger Bacon, Opus tertium. <<
 
    [30] Opera omnia, t. VIII. <<

   [31] M. Fumagalli Beonio Brocchieri, Storia della filosofía medievale. <<

  [33] Laureano Robles Carcedo, Tomás de Aquino, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1992. <<
  


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