domingo, 19 de marzo de 2017

Emil Cioran.- El ocaso del pensamiento capitulo decimotercero

¿Cuándo terminaré de morir?

  Hay heridas que claman la intervención del Paraíso.

  Con todos sus pecados, y con ninguno, la razón se ha sentado en el fondo del infierno y los ojos miran petrificados al mundo.

  Cuando se ama la vida con pasión y con asco, sólo el diablo se apiada ya de uno y le ofrece un refugio fatal a su alucinado dolor.

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  Esos desgarros de la carne y demencias del pensamiento durante las cuales caeríamos en plena santidad si Dios no acudiera en nuestra ayuda… Sus vacilaciones hacen que nos sintamos reconciliados con el mundo.

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  ¿Por qué no has hecho de mí un tonto eterno bajo tus imbéciles bóvedas, Dios mío?

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  El espíritu es carne golpeada por una locura trascendente.

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  La lucha no tiene lugar entre hombre y hombre sino entre el hombre y Dios. Por ello, ni los problemas sociales ni la historia pueden resolver nada.

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  Pensar en Dios sólo sirve para morir. No vamos hacia él de buen grado sino porque no nos queda otro remedio.

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  Nadie puede saber si es creyente o no.

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  Cuando vemos a tantos y tantos sujetos enterrándose en una idea, en un destino, en un vicio o en una virtud, nos causa extrañeza que la distancia hacia las cosas de que disponen los hombres sea tan sumamente pequeña. ¿Habrán visto ellos tan poco? ¿Es que no habrán sentido la influencia del conocimiento, que no permite acto alguno? El saber sólo soporta ya a la naturaleza por nuestra voluntad de estar todavía en ella. Nos agitamos entonces entre objetos e ideales, adhiriendo, con migajas de pasiones, y otorgando por lástima y amargura, una brisa de existencia a las sombras en busca del ser.

  El universo no es serio. Hay que tomarlo trágicamente a broma.

  Hacer está en las antípodas de pensar.

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  Las indecisiones entre cielo y tierra nos llevan a un destino como el de Jano, cuyas dos caras se volverían una sola en el dolor.

  Con el corazón suspendido entre el temblor y la duda: un escéptico abierto al éxtasis.

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  Durante las tardes de domingo, más que cualquier otra tarde, la razón se desvela como una ausencia de cielo, y las ideas, como estrellas negras sobre el fondo vacío de la eternidad. El hastío nace de un recubrimiento último de los sentidos, despegado de la naturaleza.

  En la extensión cósmica del tedio (bostezo del universo) los bosques parecen inclinarse para alzar, ceñido por una corona de laurel, tu corazón perdido entre la broza.

  La música del hastío surge del crujir del tiempo, de los sordos acentos de la extinción del tiempo.

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  Mi corazón, atravesado por el cielo, es el punto más alejado de Dios.

  Nada puede hacerme olvidar la vida, aunque todo me aliena de ella. A idéntica distancia de la santidad y de la vida.

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  No tengo bastante fuerza para soportar el esplendor del mundo; en medio de él he perdido mi aliento y sólo me ha quedado voz para la desesperación de la belleza.

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  Los hombres huyen tanto de la muerte como del pensar en ella. A esto último me he ligado por los siglos de los siglos. Allí he huido en fila con los demás, o incluso más rápido que ellos.

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  El hastío asola un alma erótica que no encuentra lo absoluto en el amor.

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  Para cubrir fastuosamente el drama de la existencia, lanza fuegos artificiales a través del espíritu; manténlos de la mañana a la noche; crea a tu alrededor el resplandor efímero y eterno de la inteligencia enloquecida con su propio juego; haz que la vida brille sobre un cementerio. ¿Es que acaso el alma humana no es una tumba en llamas?

  Da un rumbo genial a las sensaciones; impónle al cuerpo la vecindad de los astros; levanta la carne por medio de la gracia o del crimen hasta los cielos; que tu símbolo sea una rosa sobre un hacha.

  Practica el goce de otorgar a las ideas el espacio de un instante, de amar al ser sin permitirle tener un sentido, de ser tú mismo sin ti.

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  Espera, soñador, en medio de la naturaleza, mirando cómo las alas de un buitre tocan el bordado deshilachado de las nubes.

  … E imagínate que has volado, invirtiendo la altura, hacia los abismos de la vida, que has acariciado con alas de desconsuelo un cielo de escorias, insuficiente para saciar tu sed de profundidades.

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  ¿Cuántos pueden decir: «Yo soy un hombre para quien el diablo existe»? ¿Cómo no vamos a sentirnos unidos por el destino a quienes hacen una confesión como ésa?

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  Una imagen completa del mundo podrían darla los pensamientos que surgen en los insomnios de un asesino, edulcorados por un perfume emanado de los desvaríos de un ángel.

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  Hagas lo que hagas, una vez que has perdido el apoyo en ti mismo, ya sólo puedes encontrarlo en Dios. Y si todavía sin él se puede respirar, sin la idea de El te perderías en los desfallecimientos de la mente.

  Lo que resulta fascinante de la desesperación es que nos arroja de golpe frente a lo Absoluto; es un salto orgánico, irresistible a los pies de lo Postrero. Acto seguido empezamos a pensar y a clarificar (o a oscurecer), por medio de la reflexión, la situación creada por la furia metafísica de la desesperación.

  Separados de nuestros semejantes por la insularidad del corazón, nos agarramos a Dios para que los océanos de la locura no levanten las olas por encima de nuestra soledad.

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  En poesía, como no se cree en nada, se añade un exceso de magia a la inspiración, ya que el nihilismo es un suplemento de música, mientras que en la prosa hay que adherirse a algo para no quedar desnudo frente al vacío de las palabras. Ser pensador no es ninguna suerte, pues la razón ya no se vuelve hacia las verdades «elevadas» producto de la ceguera.

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  El único sentido de la tierra es absorber las lágrimas de los muertos.

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  La música nos muestra qué sería el tiempo en el cielo.

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  Toda enfermedad encierra una especie de canto.

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  No pueden tenderse más puentes entre el hombre perseguido por la muerte y sus semejantes. Por más que hiciera, sus intentos de aproximación no hacen sino ahondar la sima y acentuar una fatalidad.

  Con el prójimo es menester ser indiferente o alegre. Pero como sólo conoces el entusiasmo y la tristeza, tu suerte correrá paralela a la del hombre. Poco a poco acabamos por no encontrar ya a nadie.

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  Durante los momentos de tristeza (con la muerte y la locura rivalizando entre sí) las esperanzas hostigadas se tornan en pensamientos homicidas. Y de la bestia humana que has sido, te conviertes en rehén del no-ser.

  ¿Por qué no me cubrirán las sombras de la eterna estupidez y el frescor de la ignorancia? Los ardores de un páramo de desesperanzas…

  En un cerebro difunto los tiempos que emprendieron una cruzada de destrucción no podrán matar el recuerdo de un Dios fermentado a base de suspiros y soledades.

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  En un mundo donde ya no tengo a nadie solamente me queda Dios.

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  El silencio que sigue a las grandes intensidades; a la inspiración, a la sexualidad, a la desesperación. Diríase que la naturaleza ha huido y el hombre se ha quedado sin horizontes en una vigilia próxima a la aniquilación. La naturaleza es una función de los ardores del alma. La existencia se crea en el momento subjetivo por excelencia. Porque nada es fuera de las embestidas del corazón.

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  El hombre se ve impotente para librarse de su angustia. No ha conseguido ampliar el horizonte de la razón más que por medio del terror.

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  … La sed de un paraíso de la indulgencia construido sobre una sonrisa de depravaciones celestiales…

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  La neurosis es un estado de hamletismo automático. Confiere a quien la padece atributos de genio sin la ayuda del talento.

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  La indecisión entre cielo y tierra nos transforma en santos negativos.

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  En las cumbres de los Alpes y de los Pirineos, teniendo las nubes a mis pies, apoyado contra la nieve y el cielo, comprendí:

  — que las sensaciones tienen que ser más puras que el aire enrarecido de las alturas, que en ellas no pueden entrar ni el hombre ni la tierra ni objeto alguno de este mundo; que los instantes sean brisas de éxtasis y la mirada un torbellino de altura;

  — que los pensamientos acaricien el barniz de las cosas que no son como el murmullo melancólico del viento que roza la bóveda celeste y la nieve. Que en tu mente se reflejen todas las cimas de los montes sobre las cuales no has sido hombre y todas las orillas de los mares donde has paseado tu tristeza. El hastío se vuelve música a orillas del mar y éxtasis en las crestas de las montañas;

  — que ya no hay «sentimientos». Porque ¿hacia quién los dirigiríamos? Siempre que dejas de ser hombre, lo único que «sientes» es la pujanza del no-ser;

  — que sólo se puede vivir errante. Vuelve sobre tus pasos y vete hacia las estrellas. Repite diariamente la lección de la noche en que los astros se te aparecieron ridículamente solos.

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  Después de cada viaje, el progreso hacia la nada te ata irremediablemente al mundo. Al descubrir nuevas bellezas pierdes, por la atracción que ejercen, las raíces que te habían salido cuando ni sospechabas que existían. Poseído ya de su magia, embriagado por el olor de «no-mundo» que de ellas emana, te elevas hacia un vacío puro, engrandecido por la ruina de las ilusiones.

  Cuanto más creo en menos cosas, tanto más me muero a la sombra de la belleza. Por eso al no tener nada que me ate ya a la vida, tampoco tengo nada que me vuelva contra ella. Sólo he empezado a amar conforme he ido malgastando las esperanzas. Cuando nada tenga ya que perder, la vida y yo seremos uno.

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  El donjuanismo es el fruto de una santidad mal usada. En todas las declaraciones de amor sentía que solamente lo Absoluto importaba y que, por tal motivo, podía hacer lo que se me antojara y sin importarme a quien.

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  El fondo gris de las montañas jaspeado de nieve en las madrugadas de verano: ruinas de un cielo inmemorial.

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  Las ideas son melodías muertas.

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  Al no poder revelar a los hombres los conflictos de nuestro corazón, si no fuera por Dios, habríamos tenido que dejar que nuestros puñales se cubrieran de herrumbre en sus recovecos. El corazón se inclina de forma natural hacia la flor del suicidio que hay en medio de ese jardín para vagabundos que es la vida.

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  El sino del hombre es una continua ausencia de «ahora» y una insistente frecuencia de «antaño» (palabra esta que es expresión de la fatalidad). De su prolongada resonancia surge un incurable temblor de perdición.

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  Nada altera más la ingenuidad de la sangre que la intervención de la eternidad. ¿Qué clase de desgracia estará vertiendo en la lozanía de los deseos para dispersarlos y extirparlos sin dejar huella? La eternidad no se compone de soplos de vida. Su fúnebre prestigio ahoga el ímpetu y reduce la realidad a un estado de ausencia.

  Sobre las olas de la nada que cubren a placer el espíritu, sólo de los deseos sopla una brisa de existencia.

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  En todas las religiones la parte referente al dolor es la única que vale para una reflexión desinteresada. El resto es pura legislación o metafísica de saldo.

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  En el hastío el tiempo sustituye a la sangre. Sin hastío no sabríamos cómo corren los instantes, ni siquiera que existen. Cuando se desencadena, nada puede detenerlo. Porque entonces te sientes hastiado con todo el tiempo.

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  El papel del pensador es inventar ideas poéticas, suplir el mundo por imágenes absolutas huyendo de lo general quebrantando las leyes. Desde la esencia de la naturaleza se nos revela en la vergüenza de su identidad y el horror de los principios. El pensamiento brota sobre la ruina de la razón.

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  Me gustan las miradas que no sirven a la vida, y las cumbres sobre las que oigo el tiempo. (El alma no es contemporánea del mundo.)

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  Hay países donde yo no habría podido fracasar un instante siquiera, por ejemplo, España. Y hay lugares grandiosos y sombríos en los cuales la piedra desafía las esperanzas, sobre cuyos muros se dedica a holgazanear la eternidad, entregada a rememorar el tiempo, lugares privilegiados donde la divinidad sestea, que nos obligan a ser uno mismo de manera absoluta: en Francia, el monte Saint Michel, Aigues-Mortes, les Baux y Rocamadour. En Italia, el país entero.

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  El hastío absoluto se confunde con la objetivación carnal de la idea del tiempo.

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  Un pensamiento tiene que resultar tan extraño como la ruina de una sonrisa.

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  El espacio en el que gira la razón me parece tan alejado y falto de fundamento como un Uruguay celestial.

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  El defecto de todos los hombres que creen en algo consiste en menospreciar la muerte. Lo absoluto de ella sólo se revela a quienes tienen un agudo sentido del carácter accidental de la individuación, del error múltiple de la existencia. El individuo es un fracaso existente, un error que afronta el rigor de cualquier principio. No es la razón quien nos pone frente a la muerte, sino nuestra condición única de individuo. El que tiene convicciones enmascara incluso ese drama de la unicidad. Vuélvete hacia la muerte purificado y desnudo, sin la contaminación de las edulcoraciones de la muerte, de la atenuación de las ideas. Hay que mirarla a la cara, con la virginidad interior de los momentos en que no creemos en nada, más incluso: como mártir de la nada.

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  El amor a una vida llena de miedo y dolor no tienta sino a quienes de mala gana están sumergidos en ella. Hay mañanas que florecen súbitamente en el desierto del cansancio y que nos clavan, inmóviles, en brazos de la existencia.

  Cuando se siente asco por todo, ese inmenso asco que emana de la desidia de la sangre y de las ideas, fugaces revelaciones de felicidad irrumpen y se extienden de forma ambigua sobre nuestros suspiros, como retazos de cielo. Y entonces buscamos un equilibrio entre el asco de ser y el de no ser.

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  Una horda de ángeles o de demonios me ha colocado sobre la frente la corona del hastío. Pero, dado mi apasionado apego al mundo, no puede ensombrecer la firmeza de mis esperanzas inútiles.

  El cielo y no la tierra fue quien me volvió «pesimista». La impotencia de ser que sobreviene al hecho de pensar en Dios…

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  En la mística existe sufrimiento, un sufrimiento infinito. Pero no la tragedia. El éxtasis es el reverso de lo irreparable. La tragedia solamente es posible en la vida como tal, esa falta de salida llena de grandeza, de inutilidad y de hundimiento. Shakespeare es grande porque en él no triunfa idea alguna: sólo la vida y la muerte. Quien «cree» en algo carece del sentido de lo trágico.

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  Hace ya un tiempo que no meditas sobre el tedio sino que dejas que él lo haga sobre sí mismo. En la vaguedad del alma, el hastío tiende hacia la sustancia. Y se vuelve sustancia de vacío.

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  Para quien ante la proximidad de lo Absoluto no pueda escapar a las tentaciones de la vida, no hay suicidio que pueda poner punto final a su desunión interior. No hay nada que lo ayude a resolver el cruel drama de la razón. Lo insoluble del pensamiento se agota en este conflicto. El peso del encanto de lo real desequilibra la balanza y no hay modo de contrarrestarlo aunque las ideas flotan sobre el fulgor del no-ser. Una vida sensual en la nada…

  Cuando has amado apasionadamente la vida, ¿qué andabas buscando entre tus pensamientos? El espíritu es un error inmenso siempre que las flaquezas otorgan a la vida prestigios de axioma.

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  Soy un Sahara roído por los placeres, un sarcófago de rosas.

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  Las calles desiertas en las grandes ciudades: da la impresión de que en cada casa hay alguien ahorcándose.

  … Y, luego, mi corazón: cadalso hecho a la medida de sabe Dios qué diablo.

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  La santidad representa el más alto grado de actividad al que podemos llegar sin necesidad de recurrir a la vitalidad.

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  El nihilismo es la forma límite de la benevolencia.

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  El hastío es vulgar o sublime, según nos parezca que el universo huele a cebolla o que emana de la inutilidad de un rayo luminoso.

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