viernes, 17 de marzo de 2017

Diccionario de Papas y Concilios (1978-1998)

Juan Pablo I (26 agosto 1978 - 29 septiembre 1978)
Personalidad y carrera eclesiástica. Albino Luciani nació (17 octubre 1912) en Forno di Canale (Belluno), localidad que actualmente se llama Canale d’Agordo. En el mismo momento de nacer, la comadrona le bautizó de inmediato, pues temía que se muriese de un momento a otro; su delicada salud fue una de sus constantes desde el primer momento de su existencia. Sus padres, de origen muy modesto, fueron Giovanni y Bartolomea Tancon, y además de Albino, su primogénito, tuvieron otros tres hijos: Federico, que murió de niño, Edoardo y Antonina. El cabeza de familia se ganaba la vida como albañil, viéndose obligado a emigrar a Suiza y Alemania para encontrar trabajo.
Siendo niño, al escuchar la predicación de un padre capuchino, descubrió los primeros síntomas de su vocación. Al cumplir los once años, en el mes de octubre de 1923, ingresó en el seminario menor de Feltre. Poco después de tomar esta decisión, su padre, que apenas frecuentaba la iglesia e ideológicamente estaba próximo al socialismo, le escribió una carta en uno de cuyos párrafos se podía leer lo siguiente: «Espero que cuando seas cura te pondrás de parte de los pobres y de los trabajadores, porque Cristo estuvo de su parte.» Albino Luciani conservó esta carta entre sus objetos personales hasta el último día de su vida.
En 1928 pasó al seminario mayor de Belluno. Fue ordenado de subdiácono en 1934, al año siguiente de diácono, y recibió la ordenación sacerdotal (7 julio 1935) de manos del obispo Cattarossi en la iglesia de San Pedro de Belluno. Entre 1935 y 1937 fue capellán del Instituto Técnico Minero de Agordo. En 1937 fue nombrado vicerrector del seminario de Belluno, puesto en el que permaneció durante diez años, explicando diversas asignaturas. Durante este tiempo también elaboró su tesis doctoral en teología que defendió el 27 de febrero de 1947 en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, bajo el título El origen del alma humana según Antonio Rosmini, que sería publicada tres años después. Su predilección por la catequesis fue uno de los rasgos peculiares de su ministerio pastoral, lo que se puso de manifiesto especialmente, como veremos, en las cuatro audiencias generales de su breve pontificado. En 1949, como director del centro catequético organizó un congreso diocesano de catequesis y publicó su Catecheüca in bricioli \'7bCatequesis en migas), una guía clara y útil para la formación de los catequistas. Durante sus últimos años de permanencia en Belluno fue designado vicario general de la diócesis (6 febrero 1954) y canónigo de la catedral (30 junio 1956).
Juan XXIII (1958-1963) le promovió a la sede episcopal de Vittorio Véneto, y el propio papa le consagró obispo en la basílica de San Pedro (27 diciembre 1958). Durante los once años que permaneció en esta diócesis desarrolló un intenso trabajo: impulsó el seminario, fortaleció la vida parroquial, para lo que construyó nuevas iglesias, y fomentó las iniciativas en las actividades parroquiales, impulsó la práctica de los ejercicios espirituales entre sus feligreses y muy especialmente entre los sacerdotes, a los que en más de una ocasión les predicó personalmente durante esos días. Después de su muerte, fueron publicadas las meditaciones que predicó en una de estas tandas, bajo el título de El buen samaritano. Su espíritu universal, misionero, le hacía sentir como propias las necesidades de toda la Iglesia, especialmente las que afloraban en las zonas en las que todavía hacía muy poco tiempo que se había comenzado a predicar el Evangelio. Por esta razón, al solicitarle el obispo Makarakiza ayuda para su diócesis de Kuntega en Burundi, la «adoptó», envió sacerdotes y estableció allí una misión diocesana; durante la segunda quincena de agosto de 1966 viajó a Burundi para impulsar los trabajos misionales de aquella región.
Participó en las cuatro sesiones del Concilio Vaticano II, a donde acudió —según sus palabras— «más para aprender que para enseñar». En las cuatro sesiones tuvo que abandonar por algunos días los trabajos conciliares, para atender algunos problemas de su diócesis que exigían su presencia en Vittorio Véneto.
El 15 de diciembre de 1969, Pablo VI le nombró patriarca de Venecia, donde dos meses después hizo su entrada oficial. En junio de 1972 fue elegido vicepresidente de la Conferencia episcopal italiana, cargo que ocupó hasta junio de 1975. El 5 de marzo de 1973 fue nombrado cardenal. Como patriarca de Venecia realizó dos viajes pastorales al extranjero: a Suiza, en 1971, y a Brasil, en 1975, donde fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad estatal de Santa María de Río Grande do Sul. Ante la buena acogida que tuvieron entre los venecianos los artículos doctrinales y catequéticos que su patriarca publicaba periódicamente en // messagero di sant’Antonio, se reunieron en un volumen y se editaron con el conocido título de llustrísimos señores. Tras su elección como sucesor de san Pedro, el libro fue traducido a muchos idiomas y alcanzó una altísima difusión.
En cuanto a su talante, bien se puede decir que no le falló a su padre, cuando éste le solicitó que estuviera siempre de parte de los pobres. Tanto en Vittorio Véneto como en Venecia, monseñor Luciani fomentó el trato con los parados, los marginados, los alcohólicos y las ex prostitutas, para ayudarles materialmente y acercarles a Cristo. Pero si todas estas personas fueron objeto de su dedicación, hasta el punto de que muchos de ellos le consideraban su amigo, el espacio preferente de los afectos de Luciani estuvo siempre reservado para los niños discapacitados. Tal actitud era la manifestación de la virtud de la caridad que se dejaba ver en Juan Pablo I revestida de una sincera amabilidad. Al presentarse en la plaza de San Pedro, antes incluso de pronunciar palabra alguna, conquistó a todo el mundo con su sonrisa. La caridad, la sencillez y la humildad encarnadas en su persona se convirtieron desde el principio en sus principales enseñanzas, hechas vida en él; sin duda que fue una gran herencia para tan corto pontificado, aceptada y reconocida unánimemente, por lo que popularmente ha pasado a la historia como «el papa de la sonrisa».
Su talante humano y comprensivo no fue incompatible con la virtud de la fortaleza, imprescindible en aquellos años para defender la doctrina de la Iglesia. En su diócesis hizo cumplir con fidelidad las enseñanzas del concilio, corrigiendo como maestro y pastor todas aquellas desviaciones que se produjeron durante los años posteriores al concilio. Luciani fue de los primeros y uno de los más firmes apoyos que tuvo Pablo VI, tras la publicación de la Humanae vítete (25 julio 1968). Otro momento en el que también dio pruebas de su fortaleza fue cuando las organizaciones de la FUCI (Federación de Universitarios Católicos de Italia) se alinearon en 1975 con los partidarios del divorcio; ante esa rebelión doctrinal, Luciani no dudó en disolver en su diócesis dicha organización y suspender el nombramiento del asistente eclesiástico que les había proporcionado. Sin duda era bien consciente de la impopularidad de la medida en las circunstancias por las que atravesaba Italia, pero se mantuvo firme en su decisión a pesar de los duros ataques de los que fue objeto por parte de diversos sectores influyentes de Italia.
¿Cómo fue posible, entonces, tan difícil equilibrio entre la mansedumbre y la fortaleza, virtudes las dos muy sobresalientes en su personalidad? La clave, sin duda, nos la ofrecen quienes le trataron de cerca, porque si la distancia se reconoce en Juan Pablo I a «un hombre de Iglesia», en la proximidad se ponía de manifiesto que además era «un hombre de Dios»:
El papa Luciani era un hombre de oración. La oración era para él a la vez una necesidad y el origen de su fortaleza. A primeras horas de la mañana, cuando todo permanecía inactivo, se le podía ver en la capilla rezando frente al sagrario. El superior de los agustinos de Santa Mónica, donde se alojaba, cuando tenía que permanecer en Roma durante su etapa de cardenal, ha escrito de él lo siguiente: «Su vida era la oración. Su vida interior, su unión con Dios y su santidad irradiaban a través de su rostro sonriente. Con amor paterno anima a todos a sentirse íntimos amigos suyos. En cierta ocasión, glosando a san Agustín, que había dicho que para “predicar era necesario previamente rezar”, Luciani lo expresaba a su manera con estas palabras: “para hablar ‘de’ Dios, es necesario previamente hablar ‘con’ Dios”» (B. Mondin, Dizionario enciclopédico dei papi, Roma, 1995).
El 10 de agosto el cardenal Luciani partió para Roma con el fin de asistir al cónclave, que, a primera vista, se presentaba largo y muy complicado. Su nombre no figuraba en ninguno de los pronósticos que se hicieron. Es más, en la apertura del cónclave él permanecía tranquilo y ajeno a la responsabilidad que estaba a punto de caerle sobre sus hombros. Según testimonio de algunos asistentes a dicho cónclave, pasaba de continuo las cuentas del rosario, que era una de sus devociones predilectas. En palabras del cardenal Leo Jozef Suenens (1902-1996), aquélla fue una elección verdaderamente carismática. Igualmente sobre la repentina y temprana concentración de votos sobre la persona de Luciani se han manifestado también otros participantes en aquel cónclave, como los cardenales Johannes Willebrands (1909), Francois Marty (1904-1994), Franz Konig (1905) y Paolo Bertoli (1908). En verdad, el cónclave con mayor número de participantes y el más internacional de la historia de la Iglesia, si se tiene en cuenta la procedencia geográfica de los electores, tuvo un desenlace inesperado, pues «en sólo nueve horas de votaciones, 110 cardenales coinciden “casi por aclamación” —como me diría personalmente uno de ellos— en la persona que había de asumir el ministerio papal» (J. Navarro Valls, Fumata blanca, Madrid, 1978).
El pontificado de Juan Pablo I. Al día siguiente de la elección de Juan Pablo I era domingo, y después del rezo del Ángelus, el nuevo sucesor de san Pedro contaba con sencillez lo que «le» había pasado y descubría con toda naturalidad sus sentimientos a quienes le escuchaban en la plaza de San Pedro y en todo el mundo, a través de la radio y la televisión:
Ayer por la mañana fui a la Sixtina a votar tranquilamente. Nunca podría haber imaginado lo que me iba a suceder. Cuando comenzó a desatarse el «peligro» sobre mí, dos colegas que estaban a mi lado me susurraron palabras de ánimo. Uno me dijo: «Ánimo, que cuando el Señor da una carga, concede también la ayuda para llevarla.» Y el otro colega: «No tengas miedo, que hay mucha gente en todo el mundo rezando por el nuevo papa.» Llegado el momento, he aceptado. Después, a la hora de elegir el nombre que quería tomar, he tenido que pensar muy poco tiempo. Hice el siguiente razonamiento. Juan XXIII quiso consagrarme obispo con sus propias manos aquí, en la basílica de San Pedro; después, aunque indignamente, fui sucesor suyo en Venecia en la cátedra de San Marcos […] Después, Pablo VI no sólo me hizo cardenal, sino que también, hace unos meses, sobre la pasarela de la plaza de San Marcos me puso colorado ante 20.000 personas, porque quitándose su estola la colocó sobre mis hombros; jamás me había puesto tan colorado. Por otra parte, en los quince años de su pontificado, no sólo a mí, sino a todo el mundo, Pablo VI ha demostrado cómo se ama, cómo se sirve, cómo se trabaja y cómo se sufre por la Iglesia de Cristo. Por todo esto me llamaré Juan Pablo. Aunque yo no tengo ni el corazón de Juan XXIII, ni la cultura y la preparación de Pablo VI, sin embargo estoy ahora en su puesto y debo intentar servir a la Iglesia. Espero que me ayudéis con vuestra oración.
En los 33 días que duró el pontificado de Juan Pablo, no hubo materialmente tiempo para tomar decisiones. Confirmó al cardenal Jean Villot (1905-1979) como secretario de Estado. En definitiva, todo el magisterio de su pontificado se puede resumir en los ocho discursos o alocuciones que pronunció con diferentes motivos y las cuatro audiencias generales que pudo celebrar duranle los cuatro miércoles del mes de septiembre, En su alocución ante el colegio cardenalicio (30 agosto 1978) expuso las líneas que se proponía trazar en su programa: aplicar las normas conciliares, reforzar la disciplina eclesiástica, concluir la reforma del Código de derecho canónico, impulsar las misiones, continuar el esfuerzo ecuménico y contribuir a la paz del mundo. Otras intervenciones suyas tuvieron lugar al recibir al cuerpo diplomático, a los representantes de la prensa internacional, a los obispos norteamericanos y filipinos que habían acudido a Roma para su visita ad limina, al alcalde de Roma y al clero romano.
Por otra parte, las cuatro audiencias generales que se celebraron los días 6, 13, 20 y 27 de septiembre, tienen un rico contenido doctrinal. En la primera de ellas, Juan Pablo I manifestó su intención de convertir aquellos encuentros en verdaderas catequesis, como ya hiciera Pablo VI. Y lo hizo con palabras muy directas, para que le entendiera todo el mundo. Así, por ejemplo, en la primera de ellas dijo: «Debemos sentirnos pequeños delante de Dios. Cuando yo digo: Señor yo creo, no me avergüenzo de sentirme como un niño pequeño delante de su mamá. Como él cree a su mamá, yo creo al Señor y creo también en aquello que Él me ha revelado» (Juan Pablo I, Los textos de su pontificado, Pamplona, 1978). El segundo de los miércoles, tomando pie de una cita de Juan XXIII que él había anotado en uno de sus retiros, Juan Pablo I propuso a la audiencia ir hablando en las semanas sucesivas de las «siete lámparas de la santificación»; esto es, de las tres virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) y las cuatro virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza). Y siguiendo con la catequesis del miércoles anterior, refirió a los presentes que su madre le contaba, cuando ya fue mayor, las enfermedades que tuvo de niño y cómo tuvo que llevarle de un médico a otro, para a continuación sacar de esa vivencia personal la enseñanza catequética: «ante lo que me contaba mi madre… ¿Cómo podía decirle entonces, pues yo no te creo…?». Y hablando de fe, se refirió a la Iglesia como madre a la que hay que creer. El miércoles siguiente se ocupó de la esperanza. Y el último de los miércoles, la víspera de su muerte, su exposición se centró en la virtud de la caridad. Algunas de las palabras que pronunció el día 27, a la luz de su tránsito de unas horas después, cobraban pleno sentido: «Amar es tanto como viajar, correr con el corazón hacia el objeto amado […] Amar a Dios es, pues, viajar con el corazón hacia Dios. Un viaje bellísimo.»
Sin duda, que aquellas cuatro semanas y media de pontificado fueron muy intensas para el papa. De todos los acontecimientos de esos pocos días, hay que destacar uno, por la impresión que le causó a Juan Pablo I. Me refiero a la muerte repentina del metropolita Nikodim de Leningrado, mientras le recibía en su biblioteca privada el 5 de septiembre. Él mismo contó lo sucedido al clero de Roma:
Hace dos días ha muerto en mis brazos el metropolita Nikodim de Leningrado. Yo estaba respondiendo a su saludo. Os aseguro que nunca en la vida había escuchado palabras tan hermosas para con la Iglesia, como las que él acababa de pronunciar; no puedo decirlas, quedan en secreto. Verdaderamente estoy impresionado. ¡Ortodoxo, pero cómo amaba a la Iglesia! Y creo que haya sufrido mucho por la Iglesia, haciendo muchísimo por la unión.
El mismo día de su fallecimiento (28 septiembre 1978), Juan Pablo I tuvo una intensa jornada de trabajo. Celebró varias audiencias; entre otras con el grupo de obispos filipinos, con el cardenal Bernardin Gantin (1922) y con el vicario de Venecia. Por la tarde, habló con el cardenal Giovanni Colombo (1902-1992), a quien pidió que rezara por el papa. Tras recitar completas, se retiró poco después de las once. A las seis de la mañana, su secretario particular se lo encontró muerto en su habitación. Avisados de inmediato el cardenal secretario de Estado, Jean Villot y el doctor Buzzonetti, este último no pudo hacer otra cosa que certificar la defunción de Juan Pablo I. Al igual que se hiciera con Pablo VI, sus restos fueron depositados en una sencilla caja de madera y enterrados en la cripta de san Pedro. Días después, en la homilía que pronunció el cardenal Cario Confalonieri (1901-1986) para resumir el paso de Juan Pablo I por la cátedra de San Pedro, afirmó que su pontificado se podía definir como un diálogo amoroso entre un padre y sus hijos.
Juan Pablo II (16 octubre 1978)
Personalidad y carrera eclesiástica. El 263 sucesor de san Pedro, nació (18 mayo 1920) en Wadowice, cerca de Cracovia. En el bautizo le impusieron el mismo nombre de su padre. Karol Wojtyla (1879-1941), padre, había contraído matrimonio con Emilia Kaczorowska (1884-1929) en 1906; los dos eran naturales de la región de Galitzia y de un origen social muy modesto. En ese tiempo, dicha región polaca pertenecía al imperio austrohúngaro, por lo que Karol Wojtyla entró en filas en 1900 para hacer el servicio militar en el ejército austríaco, en el que se reenganchó. En 1904 ascendió a sargento, y con esa graduación le sorprendió la Primera Guerra Mundial (1914-1918), en la que fue derrotada Austria. Los tratados de paz hicieron posible la recomposición y el renacimiento de Polonia, que invadida por los rusos, los prusianos y los austríacos se la habían repartido varias veces y había permanecido sometida a sus vecinos durante 123 años. Así pues, al término de la Gran Guerra, Karol Wojtyla continuó su carrera militar pero en el nuevo ejército polaco, del que llegó a ser teniente.
El matrimonio tuvo tres hijos, Edmund (1906-1932), Olga y Karol, a quien todos —familiares y condiscípulos— llamaban Lolek, que era el apelativo familiar que su madre impuso a Karol. Sin embargo, la muerte fue arrebatando a todos sus miembros, hasta dejar sólo a Karol, en plena juventud. Su hermana Olga murió muy pequeña. En 1929 murió la madre. Su hermano mayor, joven médico, murió en el hospital municipal de Bielsko, donde trabajaba, al contagiarse de escarlatina. Y a su padre se lo encontró muerto (12 febrero 1941) cuando llegó a casa después del trabajo a última hora de la tarde. Años después, siendo ya papa, recordando en una entrevista privada el fallecimiento de su padre, comentó que nunca como entonces se había sentido tan solo. Aquella noche la pasó entera rezando de rodillas ante el cadáver de su padre. De su familia, Juan Pablo II ha escrito lo siguiente:
La preparación para el sacerdocio, recibida en el seminario, fue de algún modo precedida por la que me ofrecieron mis padres con su vida y su ejemplo en familia. Mi reconocimiento es sobre todo para mi padre, que enviudó muy pronto. No había recibido aún la primera comunión cuando perdí a mi madre: apenas tenía nueve años. Por eso, no tengo conciencia clara de la contribución, seguramente grande, que ella dio a mi educación religiosa. Después de su muerte y, a continuación, después de la muerte de mi hermano mayor, quedé solo con mi padre, que era un hombre profundamente religioso. Podía observar cotidianamente su vida, que era muy austera. Era militar de profesión y, cuando enviudó, su vida fue de constante oración. Sucedía a veces que me despertaba de noche y encontraba a mi padre arrodillado, igual que lo veía siempre en la iglesia parroquial. Entre nosotros no se hablaba de vocación al sacerdocio, pero su ejemplo fue para mí, en cierto modo, el primer seminario, una especie de seminario doméstico (Juan Pablo II, Don y misterio. En el quincuagésimo aniversario de mi sacerdocio, Madrid, 1996).
Karol Wojtyla cursó brillantemente sus estudios de bachillerato en el instituto estatal de Wadowice, donde era reconocido entre sus compañeros como líder indiscutible. Al graduarse en mayo de 1938, él fue el encargado de pronunciar el discurso de despedida, en nombre de todos sus compañeros. La seriedad con la que realizó los estudios anteriores a la universidad es sorprendente; además de su expediente académico hay otras muchas pruebas. Por ejemplo, en su primera intervención en el Concilio Vaticano II dejó impresionados a todos los asistentes por la fluidez y elegancia con las que hablaba en latín, cuyo dominio había adquirido siendo bachiller, pues para conseguir la máxima nota en esta asignatura tuvo que superar un examen que consistía en responder en dicha lengua y sin preparación previa a las preguntas que le hizo un tribunal durante una hora. Sus conocimientos de griego eran similares, aunque no alcanzaba el excepcional dominio que poseía de la lengua latina. Como es sabido, su condición de políglota ha ido en progreso hasta dominar media docena de idiomas, además de defenderse en otros tantos. Según los testimonios de los que convivieron con él en el instituto de Wadowice, además de hablar en latín y en griego, sobresalía en el resto de las disciplinas, por lo que siempre fue considerado como el mejor alumno del centro, sin que se le pudiese tildar de rata de biblioteca. Su carácter reflexivo no excluía un talante alegre, comunicativo y deportista, aunque de este último aspecto se debe elogiar más su buena voluntad que sus destrezas. En los partidos de fútbol del instituto solían enfrentarse el equipo de los católicos contra el de los judíos, y como a estos últimos les fallaba a menudo su guardameta, Karol Wojtyla se ofrecía a defender casi siempre la portería de los judíos. «Era un tipo estupendo —según ha manifestado Kluger, uno de sus compañeros de equipo, al biógrafo de Juan Pablo II— pero, en confianza, un portero espantoso» (Tad Szulc, El papa Juan Pablo II, Barcelona, 1995).
El Wadowice de la infancia de Juan Pablo II tenía unos siete mil habitantes, de los que un 25 % eran judíos. No era nada frecuente encontrar en Galit- , zia una comunidad de judíos tan numerosa como la de Wadowice, que contaba con una sinagoga y un cementerio propios. Durante la década de los veinte la •> convivencia no presentó ningún problema, pero en los años treinta las relaciones comenzaron a cambiar. Bandas de jóvenes racistas y fanáticos comenzaron a acosar a sus convecinos judíos, lo que obligó a los Beer, vecinos de los Wojtyla, a abandonar Wadowice. Una de sus hijas, Ginka, emigró a Palestina y fue entrevistada por Tad Szulc, a quien tras comentarle las razones de su huida, añadió: «Existía una sola familia que nunca mostró hostilidad racial hacia nosotros, y esa familia eran Lolek y su papá.» Y cuando se trasladó a la Universidad de Cracovia, Karol Wojtyla defendió a los judíos de los ataques de los radicales, que a sí mismos se llamaban «Juventud de Polonia», e incluso protegió manifiestamente a una de sus colegas, Anka Weber, y la acompañaba con frecuencia para defenderla de los ataques de los racistas. Y como es sabido, tras ser elegido papa, Juan Pablo II conservó y mantuvo el trato con sus amigos judíos de la infancia y juventud.
También fue muy temprana la afición de Karol Wojtyla por la escritura. Su primer artículo lo redactó como presidente del círculo de monaguillos, con motivo de la despedida del padre Kazimierz Figlewicz, y fue publicado en Campanita, suplemento de la Campana dominical, que era un conocido periódico religioso de Cracovia. Posteriormente, publicó otros muchos artículos y poemas en Tygodnik Powszechny, semanario de la oposición de Cracovia. Así es que por su predisposición literaria, en junio de 1938 se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Jagellón de Cracovia para estudiar filología polaca. Por este motivo, padre e hijo se trasladaron al barrio Debniki de Cracovia, y se instalaron en el pequeño sótano de una casa que habitaban unos parientes de su madre. A unos pocos minutos de su casa se encontraba la iglesia de San Estanislao de Kostka, regentada por los salesianos, a donde diariamente acudía a la misa que se celebraba a las seis de la mañana, para a continuación seguir el horario habitual de cualquier estudiante universitario.
La normalidad en los estudios universitarios sólo duró un curso, pues el 1 de septiembre de 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial. Cinco días después los nazis ocuparon Cracovia. Buena parte de los profesores de la universidad fueron deportados al campo de concentración de Sachsenhausen. Además, al mes y medio de la invasión, los nazis impusieron a todos los polacos, de entre 18 y 60 años, la «obligación del trabajo público», un eufemismo para designar los trabajos forzados en carreteras, ferrocarriles y granjas, a donde ellos dispusieran y sin sueldo. Solo quienes a juicio de los invasores realizaran un «trabajo social, útil y permanente», podían eludir la arbitraria imposición de los nazis. Conocemos alguna de sus vivencias durante la ocupación nazi, transmitidas por el propio Juan Pablo II:
Para evitar la deportación a trabajos forzados en Alemania —ha escrito Juan Pablo II en su libro Don y misterio— en el otoño de 1940 empecé a trabajar como obrero en una cantera de piedra vinculada a la fábrica química de Solvay. Estaba situada en Zakrzówek, a casi media hora de mi casa de Debniki, e iba andando allí cada día […] Los responsables de la cantera que eran polacos, trataban de evitarnos a los estudiantes los trabajos más pesados. A mí, por ejemplo, me asignaron el encargo de ayudante del llamado barrenero, de nombre Franciszek Labús. Lo recuerdo porque, algunas veces, se dirigía a mí con palabras de este tipo: «Karol, tú deberías ser sacerdote. Cantarás bien, porque tienes una voz bonita y estarás bien…» Lo decía con toda sencillez, expresando de ese modo un convencimiento muy difundido en la sociedad sobre la condición del sacerdote.
Por entonces, Karol Wojtyla ya había cumplido los veinte años y ninguna de las circunstancias que le rodeaban ofrecían ninguna pista de la alta misión que iba a desempeñar en la Iglesia. Es más, cuando estalló la guerra no había tomado ni siquiera la decisión de hacerse sacerdote. Y se puede afirmar que, al menos hasta 1938, esa posibilidad no sólo no había sido tenido en cuenta, sino que había quedado excluida de sus proyectos, como manifestó personalmente al mismísimo cardenal y príncipe metropolitano, el arzobispo de Cracovia, Adam Stefan Sapieha (1867-1951).
Cuando el arzobispo Sapieha se desplazó desde Cracovia para visitar el instituto de segunda enseñanza para chicos de Wadowice en mayo de 1938, Karol le recibió en nombre de todos los estudiantes […] El arzobispo que se sentó en un sillón de cuero rojo, quedó tan impresionado por el discurso de bienvenida, que preguntó al párroco de Wadowice, el padre Zacher, qué proyectos tenía Wojtyla para después de la graduación, que iba a efectuarse aquel mismo mes. ¿Pensaba ingresar en el seminario? Zacher repuso: «No estoy seguro, pero probablemente irá a la universidad.» Entonces Karol dijo: «Si vuestra excelencia me lo permite, me gustaría contestar yo mismo: pienso estudiar filología polaca en la Universidad de Jagellón.» El severo obispo suspiró y dijo: «¡Qué lástima! ¡Qué lástima!… Nos vendría bien…» (Tad Szulc, El papa Juan Pablo II, ob. cit.).
En efecto, desde que comenzó a estudiar en la universidad Karol Wojtyla ya pasaba por ser un intelectual conocido a pesar de su juventud. En los círculos culturales en los que se desenvolvía se le pronosticaba un futuro muy prometedor en el campo de la literatura. Durante la ocupación alemana participó en las reuniones clandestinas de filólogos y literatos que tenían lugar en Cracovia y formó parte muy activa del grupo de teatro de La Palabra Viva, que había fundado Mieczyslaw Kotlarczyk, a cuyo domicilio se trasladó a vivir tras la muerte de su padre, en 1941. Por dar una idea de su actividad intelectual, baste decir que durante los últimos meses de 1939 y parte del año 1940, hasta que tuvo que dedicarse plenamente al trabajo de la cantera, compuso incontables poemas, tradujo y adaptó del griego al polaco Edipo Rey de Sófocles, y escrii bió tres obras dramáticas de tema bíblico: David, la primera, cuyo manuscrito ! por no ser de su gusto lo destruyó, y posteriormente los dramas de Job y Jeremías, que los escribió a mano y posteriormente los mecanografió con una máquina que le prestaron. Estas dos últimas obras de teatro las conservó y fueron publicadas después de su elección como sumo pontífice.
Como toda llamada divina, la historia de la vocación sacerdotal de Karol Wojtyla tiene unas circunstancias y unos protagonistas bien concretos. La llamada y la respuesta se localizan también en un tiempo determinado: el otoño de 1942, cumplidos ya los veintidós años. Pero tan tardía fecha para la que era costumbre entonces, pues se solía ingresar en el seminario siendo niño, no quiere decir que, hasta 1942, Karol Wojtyla no se tomara en serio su vida de piedad y su formación religiosa, como un lógico y consecuente comportamiento que el bautismo exige a todo cristiano sea o no sea sacerdote.
Ya se comentó el ejemplo de la piedad sólida y profunda que recibió de su padre, quien le enseñó desde las oraciones vocales hasta el modo de tratar al Espíritu Santo. También sabemos que Karol Wojtyla fue presidente del círculo de monaguillos, donde su párroco, el padre Figlewicz, ejerció una positiva influencia en su alma de niño, que continuó más tarde cuando de nuevo se encontraron los dos en Cracovia, pues se confesaba frecuentemente con él. Y conviene decir ahora que a los quince años ingresó en la Hermandad Mariana de Wadowice, de la que fue elegido presidente; la Hermandad Mariana era una asociación de jóvenes extendida por toda Polonia, que les proporcionaba una muy buena formación espiritual. Es importante saber, también, que al trasladarse a Cracovia entró en contacto con el círculo Rosario Vivo, que funcionaba en su parroquia de Debniki, regentada por los salesianos, que como buenos hijos de Don Bosco (1815-1888) fomentaron en él la devoción a la Madre de Dios, bajo la advocación de María Auxiliadora.
Y por supuesto es obligado relacionar todas estas actividades con el intenso compromiso cristiano del joven Karol Wojtyla, como ponen de manifiesto cuantos le trataron entonces. Su profunda vida interior, todo lo íntima y reservada que se quiera, por fuerza se tenía que notar; por eso en cierta ocasión sus compañeros de universidad, para gastarle una broma, clavaron en su escritorio una tarjeta en la que se podía leer: «Karol Wojtyla, ¡aprendiz de santo!» Pero al leerla ni se inmutó y no se dio por ofendido, sencillamente porque aquella tarjeta expresaba a las claras algo que era verdad, pero que un elemental pudor reservaba en la intimidad, y eso no era otra cosa que su firme decisión en luchar para conseguir la santidad, empeño en el que con humildad se reconocía sólo un aprendiz. Sin embargo, todas estas vivencias no hacían referencia directa a su vocación sacerdotal, a pesar de que no faltaron las invitaciones a emprender ese camino, como se vio, por parte de personas tan diversas como el barrenero de la cantera o el cardenal de Cracovia. Como se dijo, la decisión de hacerse sacerdote no se produjo hasta 1942.
No deja de ser sorprendente que el instrumento humano del que se sirvió la Providencia divina para guiar al sacerdocio a Karol Wojtyla, no fuera ni un intelectual que pudiera hablarle de tú a tú al futuro Juan Pablo II, ni un príncipe de la Iglesia como el cardenal Sapieha. Quien pasará a la historia como uno de los personajes importantes del siglo xx por encauzar a Karol Wojtyla hacia el sacerdocio y colocarle así en disposición de ser el sucesor de san Pedro fue una persona en la que muy pocos reparaban en Cracovia; se trataba de un modestísimo sastre, llamado Jan Tyranowsky (1900-1947). Karol Wojtyla ha dejado varios testimonios sobre él y ha escrito, en 1949, que fue «alguien verdaderamente santo», sencillamente por cumplir fielmente, por excederse —sería más exacto— en algo aparentemente sin mucha importancia, pero que a la larga tendría una gran trascendencia en la historia de la Iglesia.
Sucedió que todos los salesianos de la parroquia de Karol Wojtyla fueron deportados por los nazis al campo de concentración de Dachau, a excepción de un viejo párroco. Y ante la carencia de sacerdotes, encargó a Jan Tyranowsky que, en aquellas calamitosas circunstancias, restableciera el contacto con los jóvenes del Rosario Vivo. Sin embargo, el sastre no se limitó a cumplir ese encargo de manera burocrática, sino que como consecuencia de su profunda vida interior se preocupó también del alma de todos aquellos chicos, pues además de reunirles cada semana, que era el encargo que le dieron, cada siete días hablaba personalmente con cada uno de ellos, realizando así una auténtica dirección espiritual para acercarles de uno en uno hacia Dios. Concretamente, a Karol Wojtyla le descubrió el valor de los escritos de san Juan de la Cruz (1542-1591) y de santa Teresa de Jesús (1515-1582), decisivos en su formación, y como consecuencia de las conversaciones que mantuvieron los dos, Karol Wojtyla decidió ingresar en el seminario.
Fue así cómo Karol Wojtyla pasó a formar parte del seminario clandestino que había organizado el cardenal Sapieha, que comenzó a funcionar en octubre de 1942 con un total de siete seminaristas. Hasta la conclusión de la guerra tuvo que compaginar su trabajo en la cantera con los estudios eclesiásticos, que realizaba después de la jornada laboral. Pero debía mantener en secreto su condición de seminarista, pues el riesgo al que se exponía de ser descubierto era el de ser ejecutado o, en el mejor de los casos, ser deportado a un campo de concentración. Téngase en cuenta que durante los cinco años y medio de la ocupación alemana, además de los sacerdotes encarcelados —sólo en Dachau había 3.000 sacerdotes polacos— los nazis asesinaron en Polonia a 1.923 sacerdotes, 850 religiosos y 298 religiosas.
En 1944 esos pocos seminaristas clandestinos de la diócesis se trasladaron a vivir al palacio arzobispal. Y a partir de esta fecha los acontecimientos de su carrera eclesiástica se producen a una velocidad vertiginosa. En otoño de 1944 recibió lo que, según estaba establecido entonces, se conocían como órdenes menores, tales como la tonsura. Los nazis huyeron de Cracovia el 18 de enero de 1945, el seminario dejó de ser clandestino y éste pasó a formar parte de la Facultad de Teología de la Universidad de Jagellón. Por lo tanto, a partir del curso 1944-1945, pudo consolidar más libremente su formación en la Facultad de Teología de la Universidad de Jagellón, donde fue elegido vicepresidente de la organización estudiantil Socorro Fraterno. Sin embargo, los planes que para él había trazado el arzobispo Sapieha precipitaron los acontecimientos. Con el fin de que se trasladara a Roma cuanto antes para completar sus estudios, el cardenal Sapieha decidió adelantar su ordenación sacerdotal, respecto a los otros seis compañeros suyos. Por este motivo, el 13 de octubre de 1946 fue ordenado de subdiácono, siete días después de diácono, y el uno de noviembre de 1946 recibió la ordenación sacerdotal en la capilla privada del cardenal. Todas las órdenes sagradas las recibió de manos de Adam Sapieha.
El recuerdo de su primera misa ha permanecido imborrable en la memoria de Juan Pablo II, y así nos lo transmite:
Habiendo sido ordenado sacerdote en la fiesta de Todos los Santos, celebré la «primera misa» el día de los Fieles Difuntos, el 2 de noviembre de 1946. En este día, cada sacerdote puede celebrar para provecho de los fieles, tres santas misas. Mi «primera misa» tuvo, por tanto —por así decir—, un carácter triple. Fue una experiencia de especial intensidad. Celebré las tres santas misas en la cripta de San Leonardo, que ocupa, en la catedral del Wawel, en Cracovia, la parte anterior de la llamada cátedra episcopal de Hermán. Actualmente la cripta forma parte del complejo subterráneo donde se encuentran las tumbas reales. Al elegirla como lugar de mis primeras misas quise expresar un vínculo espiritual particular con los que reposan en esa catedral, que por su misma historia es un monumento sin igual. Está impregnada, más que cualquier otro templo de Polonia, de significado histórico y teológico. Reposan en ella los reyes polacos, empezando por Wladyslaw Lokietek. En la catedral del Wawel eran coronados los reyes y en ella eran también sepultados. Quien visita ese templo se encuentra cara a cara con la historia de la nación […].
Pero no sólo eso. Había en esa elección una especial dimensión teológica. Como he dicho, fui ordenado el día anterior, en la solemnidad de Todos los Santos, cuando la Iglesia expresa litúrgicamente la verdad de la Comunión de los Santos (Communio Sanctorum). Los santos son aquellos que, habiendo acogido en la fe el misterio pascual de Cristo, esperan ahora la resurrección final.
También las personas cuyos restos reposan en los sarcófagos de la catedral del Wawel esperan allí la resurrección. Toda la catedral parece repetir las palabras del Símbolo de los Apóstoles: «Creo en la resurrección de los muertos y en la vida eterna.» Esta verdad de fe ilumina la historia de las naciones. Aquellas personas son como «los grandes espíritus» que guían la nación a través de los siglos. No se encuentran allí solamente soberanos junto con sus esposas, u obispos y cardenales; también hay poetas, grandes maestros de la palabra, que han tenido una importancia enorme para mi formación cristiana y patriótica.
Fueron pocos los participantes en aquellas primeras misas celebradas sobre la colina del Wawel. Recuerdo que, entre otros, estaba presente mi madrina, Maria Wiadrowska, hermana mayor de mi madre. Me asistía en el altar Mieczyslaw Malinski, que hacía presente de algún modo el ambiente y la persona de Jan Tyranowski, ya entonces gravemente enfermo (Juan Pablo II, Don y misterio…, ob. cit.).
Karol Wojtyla partió para Roma el 15 de noviembre de 1946 para ampliar estudios en la Universidad del Angelicum, regentada por los padres dominicos. Al igual que en Tyranowski había encontrado a su mentor espiritual, descubrió en la figura de A. Garrigou-Lagrange a su maestro intelectual. Este gran teólogo, considerado también un asceta y un místico, fue su relator de la tesis de doctorado sobre san Juan de la Cruz, que defendió en el Angelicum (19 junio 1948). Pocos días después de doctorarse regresó a Polonia, donde por entonces se produjo el nombramiento del cardenal Stepham Wyszynski (1901-1981), como primado de Polonia, que tomaba el relevo del cardenal August Hlond (1881-1948), que había fallecido el 23 de octubre, a los 67 años de edad. Como se dijo al comentar el pontificado de Pío XII (1939-1958), por entonces ya se había desatado la persecución religiosa en los países controlados por lo comunistas: en 1946 había sido detenido y condenado a perpetuidad Alojzije Stepinac (1898-1960), arzobispo de Zagreb, y pocos días después del nombramiento del nuevo primado de Polonia fue detenido el primado de Hungría, Jósef Mindszenty (1892-1975).
En esas circunstancias, a su regreso de Roma, Karol Wojtyla fue enviado como coadjutor a una parroquia rural de Niegowici, situada a unos cincuenta kilómetros de Cracovia, donde desarrolló un impresionante trabajo pastoral durante los siete meses que permaneció en aquel destino. Después, el cardenal Sapieha le nombró coadjutor de la iglesia de San Florián en Cracovia, lo que le permitió retomar el contacto con la vida universitaria. Y fue precisamente durante su etapa de San Florián cuando escribió una de sus obras más conocidas, Hermano de nuestro Dios, un drama en tres actos, que recientemente ha sido llevada al cine por el productor italiano Giacomo Pezzali, bajo la dirección cinematográfica del polaco Krzystof Zanussi. La obra está basada en la vida del pintor bohemio de Polonia, Adam Chmielowski (1845-1916), que en la insurrección contra los rusos de enero de 1863 perdió una pierna. Posteriormente, tras abandonar el arte, cambió su vida y su nombre por el de Hermano Alberto y fundó una orden para servir a los pobres, pero no para actuar como distribuidor de limosnas, sino para darse a sí mismo sirviendo a los desheredados. El Hermano Alberto ha sido beatificado (22 junio 1983) en Blonie Krakowskie (Polonia) y canonizado (12 noviembre 1989) en Roma por el propio Juan Pablo II.
En dicha obra ya está presente con toda su fuerza su pensamiento acerca de la filosofía del ser frente a la ideología del tener, la defensa de los derechos humanos y hasta las expresiones que cuarenta años después empleará como sumo pontífice. Así, por ejemplo, en uno de los pasajes de Hermano de nuestro Dios, se critica la práctica hipócrita de la caridad y la injusticia en los siguientes términos:
¡Aja, misericordia! Una moneda aquí, una moneda allá, por el derecho de poseer tranquilamente millones… en bancos, bosques, granjas, títulos, acciones… Y con ello, trabajo arduo, propio de animales, durante diez, doce o dieciséis horas por unos céntimos, por la esperanza de un dudoso consuelo, que no cambia nada, y que a lo largo de los siglos ha estado acumulando una poderosa y espléndida explosión de rabia humana, de rabia creativa humana.
En otro momento, uno de los personajes dirigiéndose a los desheredados, les grita: «Tenéis derecho a tener derechos humanos… He venido a despertar lo que duerme dentro de vosotros…» Y, para acabar de animarles en su esfuerzo, concluye el mismo personaje: «¡No tengáis miedo!», la misma expresión que, cuatro décadas después, daría la vuelta al mundo por formar parte del mensaje de la ceremonia con la que inauguraba oficialmente su pontificado (22 octubre 1978), en el que invitaba a los Estados, a las instituciones y en definitiva a cada hombre, a que se sobrepusieran al miedo que impide abrir las puertas de par en par a Jesucristo. Quizás el impacto que produjeron esas palabras en 1978 en buena medida se deba a la autoridad moral de quien las pronunció, no sólo por haber padecido en su vida la opresión y el terror de los nazis y de los comunistas, sino sobre todo porque había sabido sobreponerse a las dos tiranías más crueles e inhumanas de todos los tiempos; y a pesar de esos dos regímenes totalitarios, ateos y antirreligiosos, se había mantenido firme en su empeño de fortalecer y extender la fe de Jesucristo en su Polonia natal.
Karol Wojtyla supo hacer compatibles sus obligaciones en la parroquia de San Florián con una intensa y concienzuda dedicación a la universidad, como profesor de ética, primero en la de Jagellón y desde 1956 en la Universidad Católica de Lublín (KUL), donde por su prestigio y autoridad moral entre alumnos y profesores se convirtió en el personaje más reconocido de toda la universidad.
El aula número 33 —ha escrito Tad Szulc en su documentada biografía— del antiguo monasterio, donde la KUL se hallaba alojada en aquel entonces, estaba siempre llena hasta los topes cuando Wojtyla daba clase. Los estudiantes ocupaban bancos y sillas, se sentaban en los alféizares de las ventanas y en el suelo y de pie junto a las paredes. También parecían ver en Wojtyla a un amigo, además de un profesor: siempre se hallaba a su disposición para charlar, para hacerles algún pequeño préstamo (no era necesario devolvérselo) y para escuchar el tipo de confesiones que no querían hacer ante otros sacerdotes.
Porque —y ésa es otra de las características propias del modo de realizar su ministerio pastoral— Karol Wojtyla predicó a menudo y dedicó mucho tiempo a administrar el sacramento de la penitencia. Y ésta ha sido también una de las constantes que ha mantenido hasta el día de hoy, pues no sólo ha seguido enseñando con fuerza e insistencia la doctrina sobre el sacramento que perdona los pecados personales, sino que incluso se ha llegado a sentar en más de una ocasión en uno de los confesonarios de la basílica de San Pedro, para escuchar las confesiones de los penitentes. Sin duda, un evidente acto de su magisterio —o un gesto, como algunos dicen— acerca del valor del sacramento de la penitencia. Enseñanza que, por lo demás, venía a sumarse a la del resto de los papas de la edad contemporánea, como ya se ha visto en los pontificados anteriores. Pues no deja de ser significativo que siendo casi todos ellos mentes egregias y preclaras y teniendo todos importantes obligaciones que atender, decidieran emplear una parte importante de su preciado tiempo a permanecer sentados en un confesonario, para atender a los penitentes.
El 4 de julio de 1958 fue nombrado obispo auxiliar de Cracovia. Y debemos referirnos a una de sus vivencias de juventud, cuando trabajaba en la cantera de la fábrica Solvay, para comprender el lema que quiso escoger para su escudo episcopal. Él mismo lo ha contado con las siguientes palabras:
Hubo un momento en el cual me cuestioné de alguna manera mi culto a María, considerando que éste, si se hace excesivo, acaba por comprometer la supremacía del culto debido a Cristo. Me ayudó entonces el libro de san Luis María Grignon de Montfort [1673-1716] titulado Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen. En él encontré la respuesta a mis dudas. Efectivamente, María nos acerca a Cristo, con tal de que se viva su misterio en Cristo […] Comprendí entonces por qué la Iglesia reza el Ángelus tres veces al día. Entendí lo cruciales que son las palabras de esta oración […] ¡Son palabras verdaderamente decisivas! Expresan el núcleo central del acontecimiento más grande que ha tenido lugar en la historia de la humanidad.
Esto explica el origen del Totas Tuus. La expresión deriva de san Luis María Grignon de Montfort. Es la abreviatura de la forma más completa de la consagración a la Madre de Dios, que dice: Totus tuus ego sum et omnia mea Tua sunt. Accipio Te in mea omnia. Pruebe mihi cor Tuum, María [«Soy todo tuyo y tuyas son todas mis cosas. Te acepto en todas mi cosas. María, muéstrame tu corazón»] (Juan Pablo II, Don y misterio…, ob. cit.).
Debido a la edad y a las enfermedades del titular de la sede apostólica de Cracovia, recayó en monseñor Wojtyla el trabajo que el arzobispo Baziak no podía desarrollar. Así fue cómo se encargó de visitar todas las parroquias, en algunas de las cuales permanecía varios días participando en las actividades de la misma. Además del trabajo pastoral, durante su etapa de obispo auxiliar escribió numerosos artículos, publicó el libro titulado Amor y responsabilidad (1962) y dio a la imprenta una nueva obra de teatro, El taller del orfebre. Este nuevo trabajo en tres partes se publicó en la revista Znak de Cracovia y estaba firmado con el seudónimo Andrzej Jawien. Bajo el título, aparecía el siguiente subtítulo: «Meditación sobre el sacramento del matrimonio que de vez en cuando se convierte en drama».
Tras la muerte del arzobispo Baziak (15 junio 1962), el capítulo de la archidiócesis le eligió vicario capitular, lo que equivalía a entregarle de hecho la plena responsabilidad de la sede de Cracovia. Dicha situación se confirmó cuando fue nombrado arzobispo metropolita de Cracovia el 30 de diciembre de 1963. Por entonces ya había tomado parte en las sesiones que se habían celebrado en el concilio, donde como dijimos, dejó inpresionados a los participantes en su primera intervención. Al término de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, realizó una peregrinación a Tierra Santa, junto con otros padres conciliares de distintas naciones, durante los días 5 al 15 de diciembre de 1963. Su protagonismo fue en aumento en las sesiones tercera y cuarta del concilio, que se celebraron durante los años 1964 y 1965 y participó activamente en los trabajos del esquema trece de la Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, y fue uno de los redactores de la Declaración sobre libertad religiosa. Su figura se fue agigantando en Polonia, sobre todo en el año 1966, en el que participó en los numerosos actos que se celebraron con motivo del milenio de Polonia. Y, desde luego, el peso específico de su personalidad era igualmente reconocido fuera de sus fronteras patrias. Por lo tanto, a nadie extrañó que Pablo VI (1963-1978) le hiciera cardenal el 28 de junio de 1967. Tenía entonces tan sólo 47 años recién cumplidos y apenas habían transcurrido veinticinco desde su ingreso en el seminario clandestino de Cracovia.
En 1969 la Sociedad Teológica Polaca publicó un importante trabajo filosófico del cardenal Wojtyla, cuyo título es Persona y acto. El contenido de este libro, junto con el de Amor y responsabilidad, forman el núcleo de las idea básicas que con posterioridad irá desarrollando en su magisterio pontificio. El libro tiene un alto valor especulativo y no es de fácil lectura para el gran público no especializado. Si en Amor y responsabilidad eran las cuestiones éticas las que trababan la relación de sus páginas, en Persona y acto el hilo conductor del discurso del cardenal Wojtyla es su concepción antropológica.
Sin embargo, ni sus trabajos intelectuales, y mucho menos los nombramientos y los cargos eclesiásticos, le detuvieron en el ejercicio propio de su ministerio sacerdotal. Por el contrario, avivaron el ritmo de su trabajo pastoral. Por la imposibilidad de reseñar en estas pocas páginas cuantas actividades llevó a cabo durante estos años, nos limitaremos a transcribir el juicio que ha emitido su biógrafo sobre este aspecto:
No hay medidas científicas para definir las actividades de los cardenales ni la calidad de sus realizaciones, pero es difícil imaginar que cualquier otro cardenal de aquella época fuera tan insaciablemente activo y trabajador como Wojtyla. Desde luego, no se me ocurre ningún ejemplo. Y la diversidad de sus preocupaciones e intereses era asombrosa.
Desde el punto de vista histórico, probablemente da lo mismo que el fenómeno Wojtyla surgiese de la fuerza de su personalidad o fuera fruto de un plan trazado con vistas a un futuro o de ambas cosas a la vez. El hecho es que el fenómeno existía en un grado impresionante. Los visitantes que con creciente frecuencia llegaban del extranjero quedaban muy impresionados por el estilo y la forma de actuar Wojtyla. Y el futuro papa pronto empezó a ensanchar sus horizontes con viajes por todo el mundo.
El cardenal trabajaba de sol a sol, o al menos eso les parecía a sus colaboradores y ayudantes, mediante una incesante serie de ideas innovadoras y proyectos. Estaba convirtiendo la archidiócesis en un singular establecimiento eclesiástico, sin ninguna duda comparado con lo que era normal en Polonia, a la vez que desempeñaba personalmente un papel dominante y muy visible en todos los empeños concebibles.
Inevitablemente, daba la máxima prioridad a encontrar nuevas maneras de difundir la fe, fomentar el culto y la enseñanza religiosa, y crear una estructura poderosa en Cracovia. Al mismo tiempo, no ahorraba esfuerzos por hacer de la archidiócesis un importante centro intelectual y cultural. No había nada parecido en Polonia (Tad Szulc, El papa Juan Pablo II…, ob. cit.).
Naturalmente que semejante despliegue de actividad preocupaba y mucho a las autoridades comunistas de Polonia. Pero el cardenal Wojtyla contaba de antemano con las dificultades de ese régimen y mantuvo una firmeza impresionante. Quizás nada refleje mejor su posición como la construcción de la iglesia de Nowa Huta. El gobierno había construido el barrio de Nowa Huta, como modelo de lo que debía ser la «ciudad socialista», donde naturalmente no se había previsto ningún local para Dios. En 1967, monseñor Wojtyla arrancó un permiso de construcción y a continuación se sucedieron las dificultades de todo tipo, con el fin de impedir que se diera remate a la construcción de la iglesia, sin duda una de las más famosas de Polonia por lo que simboliza. El pulso de Nowa Huta duró diez años, y lo ganó siendo ya cardenal. Y junto a la firmeza la claridad; por eso cuando en las Navidades de 1970, una nueva versión de los enfrentamientos de 1956, los trabajadores se amotinaron en Gdans para protestar por el altísimo precio de los alimentos y las duras condiciones de vida y el ejército los mató por decenas, en el sermón de Año Nuevo, el cardenal Wojtyla se dirigió a los suyos para rechazar los acontecimientos sangrientos y, una vez más, también para condenar el clima del miedo: «La demostración de la tragedia de los días recientes —dijo en la catedral— es el hecho de que haya habido derramamiento de sangre polaca por parte de los polacos.» Y a continuación, como condiciones para conseguir la paz, exigió «el derecho al pan, el derecho a la libertad…, un clima de libertad…, un clima de libertad verdadera…, el derecho a no sentir miedo a lo que pueda pasar si haces esto o aquello».
Naturalmente que la dimensión de su personalidad y sus capacidades eran de sobra conocidas y reconocidas en el Vaticano. Como experto profesor de ética fue requerido por Pablo VI para que trabajara en cuestiones relacionadas con el derecho a la vida, y con el tiempo se ha sabido que el texto de la Humánae vitae se redactó en buena parte con los materiales y escritos que el cardenal Wojtyla envió desde Cracovia. Y es que ya desde entonces no regateaba ningún esfuerzo para promocionar la cultura de la vida. En Cracovia fundó un Instituto de la Familia y puso en marcha una iniciativa, conocida como «SOS, cardenal Wojtyla», para ayudar material y moralmente a las mujeres embarazadas que renunciasen a sus planes de abortar. En dicho centro de acogida, las madres solteras podían permanecer hasta un año después de haber dado a luz.
Del prestigio de que gozaba en el Vaticano pueden dar una idea las numerosas veces que fue recibido en audiencia privada por Pablo VI; desde luego, bastantes más de lo que solía ser habitual en el caso de un cardenal que no tenía cargos en la curia. E igualmente hace referencia a la consideración que de él se tenía el hecho de que, en febrero de 1976, fuera requerido para predicar los ejercicios espirituales de la Cuaresma, a los que asistió el papa acompañado de los miembros de la curia. Las meditaciones de estos días fueron publicadas posteriormente en un libro, que lleva por título Signo de contradicción.
Así pues, cuando asistió al primero de los cónclaves, del que saldría elegido su predecesor Juan Pablo I, Karol Wojtyla ya era reconocido como una personalidad por el resto de los cardenales. Lo que a su vez es compatible con que su elección, tras el breve pontificado de Juan Pablo I, por las circunstancias que rodeaban su personalidad, y por supuesto por proceder de un país gobernado por los comunistas, despertara en todo el mundo una gran expectativa ante la nueva etapa que se abría en la historia de la Iglesia.
El pontificado de Juan Pablo II. Llegados a esta etapa, conviene advertir que, cuando se escriben estas páginas, el pontificado de Juan Pablo II está a punto de cumplir sus veinte primeros años. Somos bien conscientes, por tanto, de la imposibilidad que existe de historiar un proceso que todavía sigue vivo y en desarrollo. Así, por ejemplo, la periódicos del día 13 de julio informan que durante los días de vacaciones en los Alpes, Juan Pablo II ha acabado de redactar la que será su decimotercera encíclica, que llevará por título Fides et Ratio, y que probablemente será publicada en el próximo otoño de 1998. Pues bien, a juzgar por alguno de los contenidos que en dicha información se adelantan, resulta obligado juzgar dicho documento como continuación o complemento de otros anteriores. Y, a su vez, por encontrarnos ante un proceso abierto y en desarrollo como se dijo, el juicio de alguno de estos documentos ya publicados no podrá ser ni certero ni completo sin tener en cuenta el contenido de la Fides et Ratio. Algo similar se podría decir de la innegable influencia de Juan Pablo II en la caída del comunismo, sobre lo que nada definitivo se puede decir todavía, pues además de que nos falta conocer muchos datos, todavía se siguen produciendo cambios cada día, sin que haya concluido ese proceso en uno de los últimos reductos del comunismo, precisamente después del viaje apostólico de Juan Pablo II a la isla de Cuba.
Así pues, a diferencia del esquema seguido en el resto de los pontificados, hemos decidido suspender el juicio, omitir las valoraciones e interrumpir el relato histórico en el momento que Juan Pablo II es elegido como nuevo sucesor de san Pedro. Por el contrario, la etapa anterior de su vida, por estar en cierto modo ya cerrada, la hemos expuesto del mismo modo que la del resto de los romanos pontífices. Por todo ello y con el fin de orientar al lector, a continuación sólo se expondrán los principales acontecimientos por orden cronológico desde el 16 de octubre de 1978 hasta el presente. No nos ha parecido oportuno concluir bruscamente el 16 de octubre de 1978, porque aunque no se pueda valorar todavía con una aceptable medida histórica lo que ha pasado, al menos sí que es posible dar noticia de qué y cuándo ha pasado, sin más comentarios.
Insistimos, de nuevo, que no es posible realizar una síntesis histórica, por ser el pontificado de Juan Pablo II algo todavía inacabado, lo que no impide que ya se puedan expresar algunos juicios. En efecto, no resulta aventurado emitir al menos tres juicios, o si se quiere tres pronósticos, sin riesgo a equivocarse por ser admitidos unánimente. En primer lugar, Juan Pablo II que conocía muy bien y desde dentro el Concilio Vaticano II lo ha interpretado y aplicado fundamentalmente por medio del Código de derecho canónico, la publicación del Catecismo de la Iglesia y el cuerpo doctrinal que contiene la serie de sus encíclicas. Ciertamente, y en segundo lugar, sólo con las realizaciones conocidas hasta el día de hoy, se puede ya afirmar que el paso de Juan Pablo II por la cátedra de san Pedro es uno de los más importantes de la historia de la Iglesia. Y en tercer lugar, es también unánime considerar la figura del actual romano pontífice como la personalidad más relevante del mundo actual. Debo añadir a lo dicho que además comparto la opinión de muchos de mis colegas, especialistas en historia contemporánea, de que no hay personaje histórico de los dos últimos siglos que se pueda equiparar a Juan Pablo II. Y, por mi parte, además de lo anterior, sostengo que ni siquiera los peores tiranos, en los que el siglo xx ha sido tan pródigo, han descendido a tanta profundidad como en altura se ha elevado la figura de Juan Pablo II, que de mantener ese progresivo ascenso, sin duda, está llamado a convertirse no sólo en uno de los grandes personajes de la edad contemporánea, sino también en uno de los principales protagonistas de la historia de todos los tiempos. Tales afirmaciones, desde luego, no son gratuitas, sino que encuentran su apoyo en hechos bien concretos.
Las magnitudes de estos casi veinte años de pontificado son casi todas gigantescas y suele ser bastante frecuente las referencias de prensa que comentan los distintos récords que a lo largo del tiempo va batiendo Juan Pablo II. Su pontificado ya es el más largo del siglo xx, al lograr superar los 7.152 días durante los que gobernó la Iglesia Pío XII. Juan Pablo II, como se dijo, es el 263 sucesor de san Pedro; pues bien, de los 264 papas, sólo 11 permanecieron más de veinte años en el solio pontificio: san Silvestre I (314-335), san León I Magno (440-461), León III (795-816), Urbano VIII (1623-1644), Clemente XI (1700-1721), Alejandro III (1159-1181), Adriano I (772-795), Pío VII (1800-1823), Pío VI (1775-1799), León XIII (1878-1913) y, por fin, el más largo de todos, el de Pío IX (1846-1878). Repasando esta lista se comprende por qué afirmamos páginas atrás que la época contemporánea se puede considerar la de los «grandes pontificados», no sólo por las importantes realizaciones que en ellos se producen, sino también por su larga duración.
También es espectacular el número de personas que Juan Pablo II ha elevado a los altares, en torno a un millar, y tampoco tiene mayor importancia precisar la cifra hasta este momento, por cuanto en los próximos meses el lector puede encontrarse con un dato desfasado notablemente. Sin embargo, sí que conviene comentar una cuestión que suele pasarse por alto en las referencias a tan importante número, como es el empeño del papa en proponer con tan elevado cupo a todas las vocaciones y situaciones como posibles para alcanzar la santidad: religiosos, sacerdotes y laicos; ricos y pobres; cultos c incultos; intelectuales y trabajadores manuales; solteros, casados y viudos; personas ancianas, adultas y, por supuesto, también los niños. En efecto, con motivo del cuarto centenario de la Congregación de la Causa de los Santos (1588-1988), se celebraron una serie de sesiones en las que se llegó a la conclusión de que la llamada universal a la santidad no podía excluir a los niños, porque si bien es cierto que la Iglesia reconoció siempre la santidad de los niños mártires, es relativamente reciente la elevación a los altares de los niños confesores, es decir, de aquellos que a pesar de su corta vida supieron responder a su condición de bautizados viviendo las virtudes cristianas en grado heroico.
El primero de los niños que tuvo tal reconocimiento fue santo Domingo Savio (1842-1857), canonizado por Pío XII en 1954, pero después de esta fecha el curso de los procesos de beatificación sufrió un parón, hasta el centenario al que antes nos hemos referido. Pero recientemente ha sido beatificada la niña chilena Laura Vicuña (1891-1904), que murió a los doce años y medio. Y, en la actualidad —entre otros muchos casos de menores de quince años, que aquí no podemos mencionar en su totalidad como sería nuestro deseo—, están muy avanzados los procesos de la francesa Anne de Guigné (1911-1922), el del alemán Bernard Lehner (1930-1944), los de los italianos Galileo Nicolini (1882-1897), Anfrosina Berardi (1920-1933) y Antonieta Meo (1930-1937), «Nennolina», dos de cuyos milagros tras su muerte han sido relatados precisamente por el maestro intelectual de Juan Pablo II Garrigou-Lagrange, y las españolas María Carmen González Valerio (1930-1937), María Pilar Cimadevilla (1952-1962) y Alexia González-Barros y González (1971-1985). Además, por supuesto, los conocidos niños videntes de Fátima, Francisco (1908-1919) y Jacinta Marto (1910-1920). Algunos de los niños citados anteriormente ya han sido declarados venerables, tras otorgarles el reconocimiento de haber vivido las virtudes en grado heroico y permanecen a la espera de ser declarados beatos.
Pero donde no se pueden establecer referencias con ninguno de sus predecesores es en los viajes apostólicos. Y si bien es cierto que la existencia del reactor ha hecho posible todos estos desplazamientos, a pesar de ello no deja de ser sorprendente el esfuerzo de Juan Pablo II por predicar personalmente la doctrina de Jesucristo en todos los rincones de la Tierra. Hasta el momento ha realizado un total de 83 viajes apostólicos fuera de Italia, y hasta no ha faltado quien se ha entretenido en calcular las idas y venidas que se hubieran podido realizar a la Luna, si se sumasen todos esos kilómetros de los viajes de Juan Pablo II. Ha visitado 115 países diferentes, pero se debe tener en cuenta que en algunos de estos países ha estado en más de una ocasión. Y si nos referimos al número de personas que han podido escucharle en persona, la cifra resultaría incalculable; téngase en cuenta que la asistencia a alguno de sus actos se cuenta por millones, como fue el caso de la misa de Manila donde se calcula que hubo más de cinco millones de personas. No hay ninguna duda que en la actualidad, y por tanto en todos los tiempos, no ha habido líder alguno con el poder de convocatoria de Juan Pablo II. Desde luego que si resulta casi imposible calcular los millones que le han podido escuchar en persona, tenemos que concluir que es inimaginable el número de cuantos han podido seguirle por televisión y radio.
Y si a todo lo anterior añadimos el tiempo que necesariamente debe dedicar al gobierno de la Iglesia, a despachar, a recibir visitas, a presidir las audiencias, a escribir…, habrá que concluir que su ritmo de actividad es sencillamente impresionante, continuación del que mantuvo desde su juventud, desde sus años de sacerdote, desde su etapa de obispo o desde cuando era cardenal, como vimos anteriormente. Lógicamente, los años y las enfermedades le han tenido que frenar, pero de todos modos su actividad sigue siendo impresionante.
Pues bien, a pesar de todo, no es su dinamismo el rasgo de su personalidad que más sorprende a quienes le conocen y han tenido la posibilidad de tratarle de cerca. Lo que según todos los testimonios de verdad les impresiona es que toda esa ingente actividad la genera la misma persona que reza y que reza mucho. Afirma Tad Szulc que Juan Pablo II medita unas siete horas diarias. Según este autor, éste es el horario habitual del papa: se levanta a las cinco de la mañana y la primera oración en su capilla, delante del sagrario, dura dos horas, después celebra la misa, desayuna y se retira solo a su estudio, para leer, escribir, o rezar; a partir de esa hora comienzan las audiencias hasta las dos, que es almuerzo y descansa media hora; vuelve a su estudio, solo otra vez, y permanece allí hasta las 6.30, hora en la que comienza a recibir a los prefectos de la curia y los altos cargos del Vaticano; cena a las ocho, y a continuación vuelve a trabajar o a rezar. Rara vez se acuesta antes de la medianoche. Más todavía, el citado autor a lo largo de su biografía, tantas veces citada, se refiere en muchas ocasiones a la capacidad de Juan Pablo II para concentrarse en oración en medio de las situaciones más diversas: cuando viaja en coche o en avión, cuando preside una audiencia, cuando recibe a sus visitas, mientras pasea… Es decir, a todas horas, sin acertar a definir con las palabras precisas esa actitud, que no es otra que su gran capacidad para mantener una continua presencia de Dios, como resultado, sin duda, de sus muchos años de lucha ascética.
Y es que la deuda de Juan Pablo II con Tiranowski es doble, pues además de guiarle hacia el sacerdocio, le descubrió a través de los escritos de santa Teresa y san Juan de la Cruz los horizontes de la vida contemplativa, que consiste precisamente en mantener la presencia de Dios a lo largo del día y en las más variadas situaciones, pues como debió aprender de la santa de Ávila hasta en los pucheros anda Dios. Incluso pasó por su mente la posibilidad de ingresar en el Carmelo, pero las orientaciones de su obispo le hicieron abandonar ese proyecto. Sin duda que el espacio de un convento se presta a la vida contemplativa; es más, algunos tienen ese fin específico. Pero como también fuera de esos espacios conventuales es posible llevar dicha vida contemplativa, Juan Pablo II desde que conoció a Tyranowski se reafirmó en esos métodos ascéticos que convierten al viajar y al rezar en una misma cosa, y por supuesto también al trabajo, y a las relaciones humanas y, en definitiva, a las múltiples y variadas situaciones que se presentan ante todo hombre. En el caso de Juan Pablo II su situación —todo lo sublime que se quiera, pero al fin y al cabo una situación, su situación concreta— es la de ser el 263 sucesor de san Pedro. Pero debemos detenernos en este límite, más allá del cual traspasaríamos sin conocimiento de causa e indebidamente su intimidad, que a buen seguro algún día será escrutada por los tribunales eclesiásticos competentes para poder reconocerle ese título que —con propiedad plena y definitiva— no se puede conseguir, mientras se vive en esta Tierra.
Por fin, una última advertencia antes de exponer la cronología de los principales acontecimientos del pontificado de Juan Pablo II: queremos manifestar que buena parte de los datos han sido obtenidos y contrastados con la información que el Vaticano ofrece en su interesante página de Internet:
1978. Seis días después de su elección (16 de octubre), se celebra la solemne ceremonia con la que comienza oficialmente su ministerio, como supremo pastor de la Iglesia.
El cinco de noviembre se traslada a Asís, para venerar a san Francisco, patrón de Italia y ese mismo día visita la tumba de santa Catalina de Siena, patrona de Italia, en la iglesia de Santa María sopra Minerva de Roma.
Como obispo de Roma, toma posesión de la iglesia de San Juan de Letrán (12 de noviembre).
1979. Recibe en audiencia al ministro de Asuntos Exteriores de la URSS, Andrei Gromyko (24 de enero).
El 15 de marzo se publica su primera encíclica, Redemptor hominis.
Nombramiento de Agostino Casaroli como prosecretario de Estado y proprefecto del Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia (25 de abril).
El 30 de junio celebra su primer consistorio, en el que crea catorce nuevos cardenales, además de uno in pectore, el chino Ignatius Kung Pin-Mei, como se hizo público en el consistorio de 1991.
A lo largo de este año, realizó sus cuatro primeros viajes apostólicos fuera de Italia: en el primero (24 de enero a 1 de febrero) visitó Santo Domingo, México y las Bahamas; en el segundo (del 2 al 10 de junio) viajó a Polonia; en el tercero (29 de septiembre a 8 de octubre) estuvo en Irlanda y Estados Unidos, y pronunció un discurso ante la Asamblea General de la ONU; y en el cuarto (28 al 30 de noviembre) se trasladó a Turquía.
1980. El 4 de abril, día de Viernes Santo, administra el sacramento de la penitencia a varios penitentes en uno de los confesonarios de la basílica de San Pedro. La foto de Juan Pablo II entrando en el confesonario, una expresiva catequesis sobre el sacramento de la penitencia, dio la vuelta al mundo.
El tema de la familia es el motivo de la quinta asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos (26 de septiembre al 25 octubre).
El 25 de noviembre visita la región de Nápoles, que fue afectada por un terremoto.
El 2 de diciembre se publica su segunda encíclica, Dives in misericordia.
El penúltimo día del año proclama patronos de Europa a los santos Cirilo y Metodio, junto con san Benito.
Entre las personalidades que le visitaron en el Vaticano durante este año, cabe mencionar las siguientes: el presidente de los Estados Unidos, Jimmy Cárter (21 de junio), la reina Isabel II de Inglaterra (17 de octubre) y Cviyetin Mijatovic, presidente de la República Socialista de Yugoslavia.
Durante ese año realizó otros cuatro viajes apostólicos, fuera de Italia: en el quinto viaje de su pontificado (2 al 12 de mayo) visitó Zaire, República del Congo, Kenia, Ghana, Alto Volta y Costa de Marfil; en el sexto (30 de mayo al 2 de junio) se trasladó a Francia; en el séptimo (30 de junio a 12 de julio) viajó hasta Brasil, y en el octavo (15 al 19 de noviembre) estuvo en Alemania.
1981. Recibe en audiencia a una delegación del sindicato Solidaridad, presidida por Lech Walesa (15 de enero). En el mes de diciembre el papa pide la oración de todos en favor de Polonia, tras haber sido declarado el estado de asedio.
En el noveno viaje apostólico da una vuelta completa al mundo al visitar Pakistán, Filipinas, Guam (islas Marianas en el Pacífico), Japón y Anchorage (Alaska) (16 al 27 de febrero).
El 13 de mayo, festividad de la Virgen de Fátima, el turco Alí Agca dispara contra el papa en la plaza de San Pedro, mientras hacía el recorrido en coche para saludar a los asistentes en la audiencia general. Durante las horas de la intervención quirúrgica se teme por su vida. Permanecerá ingresado en el Policlínico Gemelli 22 días. En junio volverá a ser ingresado por una infección y el 5 de agosto es sometido a una segunda intervención quirúrgica. El día 15, fiesta de la Asunción, ya está en el Vaticano.
Se publica su tercera encíclica, Laborem exercens (14 de septiembre).
Se publica su exhortación apostólica postsinodal Familiaris consortio (22 de noviembre).
Nombra al cardenal Joseph Ratzinger prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (25 de noviembre).
1982. A lo largo de este año Juan Pablo II realiza siete viajes apostólicos fuera de Italia, con lo que suman ya 16: en el décimo viajó a Nigeria, Benim, Gabón y Guinea Ecuatorial (12 al 19 de febrero); en el undécimo (12 al 15 de mayo) se traslada a Fátima en el aniversario del atentado para agradecer a la Virgen el haberle salvado la vida; durante los actos en el santuario se perpetra un nuevo atentado, pero los agentes de seguridad logran detener a tiempo al español Juan Fernández Khron, que se abalanzó sobre el papa con un cuchillo de grandes dimensiones. El viaje número 12 lo realiza a Gran Bretaña (28 de mayo al 2 de junio). En el viaje número 13 se traslada a Argentina (10 al 13 de junio). Durante el viaje número 14 acude a la 68 Conferencia Internacional del Trabajo en Ginebra (15 de junio). Su viaje apostólico número 15 tiene como destino la República de San Marino (29 de agosto). Y en el viaje número 16 y último de este año visita España (31 de octubre al 9 de noviembre) con motivo de la clausura del cuarto centenario de la muerte de santa Teresa; en su último día de estancia en España pronuncia su histórico discurso a los pueblos de Europa en la catedral de Santiago de Compostela.
Entre las personalidades que visitan al papa cabe mencionar al presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan (7 de junio), a Yasser Arafat (15 de septiembre) y al presidente de Alemania, Karl Carstens (28 de octubre). Además, tuvo un encuentro con el presidente de la República italiana, Sandro Pertini, en Castelporziano (19 de octubre).
Canonización de Maximiliano Kolbe a la que asiste Franciszek Gajownizek, por quien se canjeó para ser ejecutado en el campo de Auschwitz (10 de octubre).
Anuncio del Año Santo de la Redención que se celebrará desde la Cuaresma de 1983 hasta la Pascua de 1984 (26 de noviembre).
1983. Mediante la constitución apostólica, Sacrae Disciplinae Leges, se promulga el nuevo Código de derecho canónico (25 de enero).
En su segundo consistorio, crea 18 nuevos cardenales (2 de febrero).
Durante la sexta asamblea general del Sínodo de los Obispos, sobre la penitencia, el papa junto con los participantes consagra el mundo a la Virgen de Fátima (16 de octubre).
Acude a la cárcel de Rebibbia para visitar Alí Aagca (27 de diciembre).
En su viaje apostólico número 17 visita Lisboa (Portugal), Costa Rica, Nicaragua, Panamá, El Salvador, Guatemala, Honduras, Belize y Haití (2 al 10 de marzo). En el viaje número 18 vuelve a visitar Polonia (16 al 23 de junio). En el viaje número 19 se traslada a Lourdes (14 de agosto) y en el viaje número 20 acude a Austria (10 al 13 de septiembre).
1984. Se publica la carta apostólica Salvifici doloris, sobre el sentido cris tiano del sufrimiento (11 de febrero).
La Santa Sede y el Estado italiano firman un nuevo concordato (18 de febrero).
Comienza la renovación de altos cargos en la curia romana (9 de abril).
Clausura del Año Santo (22 de abril).
La Congregación para la Doctrina de la Fe publica una instrucción sobre los errores de la Teología de la Liberación (3 de septiembre).
Se publica la exhortación postsinodal Reconciliación y penitencia (11 de diciembre).
En este año el papa realizó otros cuatro viajes apostólicos: en el viaje número 21 visitó Corea, Papua-Nueva Guinea, islas Salomón y Thailandia (2 al 12 de mayo). En el viaje número 22 estuvo en Suiza (12 al 17 de junio). En el viaje número 23 se trasladó a Canadá (9 al 20 septiembre). Y el recorrido del viaje número 24 (10 al 13 de octubre) fue el siguiente: de Roma fue a visitar a la Virgen del Pilar en Zaragoza; de España voló a Santo Domingo en la República Dominicana y de aquí marchó a San Juan de Puerto Rico, desde donde regresó a Roma.
1985. Publicación de la carta apostólica dirigida a la juventud (26 de marzo) y celebración de un encuentro internacional de jóvenes en Roma (30 al 31 de marzo).
Celebración del tercer consistorio en el que crea 28 nuevos cardenales (25 de mayo).
Se publica su cuarta encíclica, Slavorum Apostoli sobre los santos Cirilo y Metodio, evangelizadores de Europa oriental (2 de julio).
Segunda asamblea general extraordinaria de los obispos sobre el Concilio Vaticano II, veinte años después de su conclusión (25 de noviembre al 8 de diciembre).
Entre otras personalidades, visitaron al papa el primer ministro israelí, Simón Peres (19 de febrero); el ministro de Asuntos Exteriores de la URSS, Andrey Gromiko (27 de febrero) y el presidente de la República italiana, Francesco Cossiga (4 de octubre).
Juan Pablo II realiza otros cuatro viajes apostólicos: el viaje número 25 a Venezuela, Ecuador, Perú y Trinidad-Tobago (26 de enero al 6 de febrero); el viaje número 26 a los Países Bajos, Luxemburgo y Bélgica (11 al 21 de mayo); el viaje número 27 a Togo, Costa de Marfil, Camerún, República Centroafricana, Zaire, Kenya y Marruecos (8 al 19 de agosto); y el viaje número 28 a Kloten (Suiza) y a Liechtenstein (8 de septiembre).
1986. Juan Pablo II visita la sinagoga de Roma (13 de abril).
Se publica su quinta encíclica, Dominum et vivificantem, sobre el Espíritu Santo (18 de mayo). Celebración de la jornada mundial de oración por la paz en Asís (27 de octubre).
Algunas de las personalidades que visitaron al papa durante este año fueron las siguientes: Francesco Cossiga (18 de enero); el presidente del Líbano, Amin Gemayel (19 de febrero); la gobernadora general del Canadá, Jeanne Sauvé, y el presidente de la República del Camerún, Paul Biya (31 de octubre).
Juan Pablo II aumentó en cuatro el número de sus viajes apostólicos: el viaje número 29 lo realizó a la India (31 de enero al 10 de febrero); el viaje número 30 tuvo un doble destino: Colombia y el Estado de Santa Lucía en las Pequeñas Antillas (1 al 8 de julio); en el viaje número 31 estuvo en Francia (4 al 7 de octubre) y en el viaje número 32 recorrió Bangladesh, Singapur, islas Fidji, Nueva Zelanda, Australia y Seychelles (18 de noviembre al 1 de diciembre).
1987. La Congregación para la Doctrina de la Fe publica la instrucción sobre el respeto a la vida humana y la dignidad de la procreación (22 de febrero).
Se publica su sexta encíclica, dedicada a la Virgen, Redemptoris Mater (25 de marzo).

El 6 de junio comienza el Año Mariano, que concluirá el 15 de agosto de 1988.
Por primera vez el papa se toma vacaciones y se traslada a los Dolomitas, para descansar durante seis días (8 al 14 de julio).
Séptima asamblea general ordinaria del sínodo de los obispos sobre la vocación y misión de los laicos (1 al 30 de octubre).
Entre las personalidades que visitaron al papa cabe mencionar al presidente de Polonia, el general Wojciech Jaruzelski (13 de enero); al presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan (6 de junio); al presidente de Austria, Kurt Waldheim (25 de junio) y al patriarca ecuménico de Constantinopla Dimitrios (3 de diciembre), con quien el papa firmó una declaración conjunta.
Al realizar cuatro viajes apostólicos más, en este año ya sumaban 36 los realizados desde que fue elegido papa: en el viaje número 33 estuvo en Uruguay, Chile y Argentina, en cuya capital celebró la Segunda Jornada Mundial de la Juventud (31 de marzo al 13 de abril); en el viaje número 34 se trasladó a Alemania (30 de abril al 4 de mayo); en el viaje número 35, volvió otra vez a Polonia (8 al 14 de junio), y en el viaje número 36 estuvo en Estados Unidos y Canadá (10 al 21 de septiembre). En este último viaje, a su paso por San Francisco, tuvo un encuentro con los enfermos de sida.
1988. Se publica su séptima encíclica, Sollicitudo rei socialis (19 de febrero).
Se inaugura en el Vaticano un centro de acogida, encomendado a la congregación de la madre Teresa de Calcuta (21 de mayo).
La presidenta de Filipinas, Corazón Aquino, visita al papa (18 de junio).
Se publica la constitución apostólica, Pastor Bonus, que reforma la organización de la curia romana (28 de junio).
Cuarto consistorio, en el que crea 24 nuevos cardenales (28 de junio).
Mediante el motu proprio, Ecclesia Dei, trata de recuperar a los seguidores de monseñor Marcel Lefébvre, que deseen permanecer en comunión con el sucesor de san Pedro (2 de julio).
Solemne clausura en la basílica de San Pedro del Año Mariano (15 de agosto).
Se publica la carta apostólica, Mulieris dignitatem, sobre la dignidad y la vocación de la mujer (30 de septiembre).
Ve la luz la exhortación postsinodal Christifideles laici (30 de diciembre).
Los cuatro viajes apostólicos de este año fueron los siguientes: viaje número 37 a Uruguay, Bolivia, Paraguay y Perú (7 al 19 de mayo); viaje número 38 a Austria (23 al 27 de junio); viaje número 39 a Zimbabwe, Botswana, Lesotho, Mozambique y Swazilandia (10 al 20 de septiembre), y viaje número 40 a las ciudades francesas de Estrasburgo, Metz y Nancy (8 al 11 de octubre).
1989. Polonia establece relaciones diplomáticas con la Santa Sede (17 de julio).
Carta apostólica de Juan Pablo II con motivo del cincuentenario del estallido de la Segunda Guerra Mundial (27 de agosto).
Jornada mundial de oración para pedir la paz en el Líbano (7 de septiembre).
Robert Runcie, arzobispo de Canterbury y primado de la Iglesia anglicana, visita al papa, con quien firma una declaración conjunta (2 de octubre).
Caída del muro de Berlín (9 de noviembre).
A lo largo del año visitaron a Juan Pablo II, entre otros, las siguientes personalidades: el presidente de Irlanda, Patrick J. Hillery (20 de abril); el presidente de los Estados Unidos, George Bush (27 de mayo), y Mikhail Gorbachov (1 de diciembre).
Los viajes apostólicos aumentaron su número hasta 44. En el viaje número 41 visitó Madagascar, la isla de Reunión, Zambia y Malawi (28 de abril al 6 de mayo). En el viaje número 42 recorrió Noruega, Islandia, Finlandia, Dinamarca y Suecia (1 al 10 de junio). El viaje número 43 sirvió para celebrar la IV Jornada Mundial de la Juventud en Santiago de Compostela, desde donde se trasladó a Asturias, antes de abandonar España (19 al 21 de agosto). Y en el viaje número 44 se trasladó a Corea, Indonesia e isla Mauricio (6 al 10 de octubre).
7990. El presidente de Portugal, Mario Soares, visita al papa (27 de abril).
Octava asamblea general del Sínodo de los Obispos sobre la formación de los sacerdotes (30 de septiembre al 28 de octubre).
Por razones de edad, dimite el secretario de Estado, Agostino Casaroli. Su sucesor en el cargo será el cardenal Angelo Sodano (1 de diciembre).
En su mensaje de Navidad hace una llamada a la paz con motivo del conflicto del golfo Pérsico, y califica a la guerra como «una aventura sin retorno» (25 de diciembre).
Durante este año el papa realizó cinco viajes apostólicos. El recorrido de su viaje número 45 fue el siguiente: Cabo Verde, Guinea Bissau, Malí, Burkina Faso y Chad (25 de enero al 1 de febrero). En el viaje número 46 estuvo en Checoslovaquia (21 y 22 de abril). En el viaje número 47 visitó México y Curacao, en la antiguas Antillas Holandesas (6 al 14 de mayo). En el viaje número 48 voló hasta Malta (25 a 27 de mayo). Y en el viaje número 49 recorrió Tanzania, Burundi, Ruanda, para finalizar en Yamoussoukro, capital de Costa de Marfil (1 al 10 de septiembre).
1991. Se publica la octava encíclica de Juan Pablo II, Redemptoris missio, sobre las misiones (22 de enero).
Lech Walesa, en calidad de presidente de Polonia, visita a Juan Pablo II (5 de febrero).
Se publica la novena encíclica, Centesimus annus (1 de mayo).
Quinto consistorio en el que crea 22 nuevos cardenales (28 de junio).
Asamblea especial del sínodo de los obispos sobre la reevangelización de Europa (28 de noviembre al 14 de diciembre).
Juan Pablo II también recibió las visitas del presidente de Chile, Patricio Aylwin (22 de abril), y de los reyes de Suecia, Gustavo y Silvia (3 de mayo).
Al final de año, los viajes apostólicos aumentaron hasta 53. El destino del viaje número 50 fue Portugal (10 al 13 de mayo), el del número 51 Polonia (1 al 9 de junio), el del número 52 Polonia de nuevo (13 al 20 de agosto), para celebrar en el santuario de Czestochowa la sexta jornada mundial de la juventud, y el del número 53 Brasil (12 al 21 de octubre).
7992. La Santa Sede reconoce la Federación Rusa (1 de enero). En los meses siguientes también se reconocen y se establecen relaciones diplomáticas con algunos de los nuevos países que han surgido de la descomposición del bloque comunista.
Exhortación apostólica postsinodal Pastores dabo vobis (7 de abril).
Más de 300.000 personas asisten en la plaza de San Pedro a la beatificación de Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei (17 de mayo).
Juan Pablo II se somete a una nueva intervención quirúrgica para extirparle un tumor intestinal benigno (15 de julio). Abandona el Policlínico Gemelli once días después.
México establece relaciones diplomáticas con la Santa Sede (21 de septiembre).
Presentación oficial del Catecismo de la Iglesia, en el que se recogen las enseñanzas del Concilio Vaticano II (7 de diciembre).
En este año, el papa realizó tres viajes apostólicos. En el viaje número 54 recorrió Senegal, Gambia y Guinea (19 al 26 de febrero). En el viaje número 55 se trasladó a Angola y a la República Democrática de Santo Tomé y Príncipe, situada en la costa atlántica del África ecuatorial (4 al 10 de junio). El viaje número 56 tuvo como motivo la celebración del V Centenario de la Evangelización de América, cuyos actos tuvieron lugar en Santo Domingo (9 al 14 de octubre).
1993. Se publica la décima encíclica, Veritatis splendor (5 de octubre).
Una caída al término de una audiencia le produce una luxación del hombro derecho, de la que tardará un mes en restablecerse (11 de noviembre).
Se celebra la apertura del Año Internacional de la Familia (26 de diciembre).
Entre las personalidades que visitan al papa, cabe mencionar al jefe del gobierno italiano, Giuliano Amato (21 de enero); al presidente de Eslovenia, Milán Kucan (19 de febrero), y al presidente de Argentina, Carlos Menem (16 de diciembre).
A lo largo del año realizó otros cinco viajes apostólicos más. El recorrido del viaje número 57 fue éste: Benim, Uganda y Jartum (3 al 10 de febrero). En el viaje número 58 visitó Albania (25 de abril). Volvió a España en el viaje número 59 (12 al 17 de junio). En el viaje número 60 voló a Jamaica, de aquí a Mérida (Venezuela), desde donde se trasladó a Estados Unidos para celebrar en Denver, capital del estado de Colorado, la octava Jornada Mundial de la Juventud (9 al 16 de agosto). Y en el viaje número 61 visitó Lituania, Letonia y Estonia (4 al 10 de septiembre).
1994. El motu proprio de Juan Pablo II, Socialum scientiarum, establece la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales (1 de enero).
Con motivo del Año Internacional de la Familia, Juan Pablo II publica su Carta a las familias (2 de febrero).
El motu proprio de Juan Pablo II, Vitae mysterium, establece la Pontificia Academia de la Vida (11 de febrero).
Juan Pablo II escribe una carta a los jefes de Estado de todo el mundo y al secretario general de la ONU en defensa de la vida, frente a los ataques que contra ella se perpetran en la preparación de la Conferencia del Cairo, que se celebrará en el mes de septiembre de este mismo año (19 de marzo).
Juan Pablo II acude a rezar ante los restos mortales de monseñor Alvaro del Portillo, prelado del Opus Dei y primer sucesor del beato Josemaría Escrivá de Balaguer (23 de marzo).
Comienza la restauración de los frescos de Miguel Ángel en la capilla Sixtina (8 de abril).
En una caída se fractura la cabeza del fémur derecho, por lo que se debe someter a una nueva intervención quirúrgica (28 de abril).
Juan Pablo II establece un convento de clausura dentro del recinto del Vaticano, bajo la advocación Mater Ecclesiae (13 de mayo).
La Santa Sede y el Estado de Israel establecen relaciones diplomáticas (15 de junio).
Una delegación de la Santa Sede participa en la Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo, que se celebra en El Cairo (5 al 13 de septiembre).
Encuentro mundial de las familias con el santo padre (8 y 9 de octubre).
Se publica el libro-entrevista del papa titulado Cruzando el umbral de la esperanza (20 de octubre).
Para preparar el jubileo del año 2000, el papa publica la carta apostólica Tertio Millennio Adveniente (14 de noviembre).
Sexto consistorio en el que crea 30 nuevos cardenales (26 de noviembre).
Carta del papa a los niños, con motivo de la celebración del Año Internacional de la Familia (13 de diciembre).
Entre otros, visitaron al papa los siguientes personajes: el presidente de Alemania, Richard von Weizsacker (3 de marzo); el presidente de la República Checa, Vaclav Havcl (7 de marzo); el primer ministro israelí, Yitzhak Rabin (17 de marzo), y el presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton (2 de junio).
En este año el papa sólo realizó un viaje apostólico, que hacía el número de 62. Se trasladó a Zagreb (Croacia) los días 10 y 11 de septiembre.
7995. Se publica la undécima encíclica, Evangelium vitae, sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana (30 de marzo).
Se publica la decimosegunda encíclica, Ut unum sint, sobre el ecumenismo (25 de mayo).
Con una misa solemne en San Pedro, el papa conmemora el final de la Segunda Guerra Mundial en Europa (11 de junio).
Se publica la carta del papa a las mujeres (10 de julio).
Por primera vez una mujer, la profesora y madre de familia Mary Ann Glendon, preside una delegación de la Santa Sede, para participar en la IV Conferencia Mundial de la ONU sobre la mujer (4 al 15 de septiembre).
Exhortación apostólica postsinodal Ecdesia in África (14 de septiembre).
Por primera vez el mensaje de Navidad del papa se transmite a través de la red de Internet (25 de diciembre).
Durante este año el papa realizó seis viajes apostólicos, con lo que unidos a los precedentes sumaron un total de 68. El viaje número 63 tuvo como motivo central la celebración en Manila de la décima Jornada Mundial de la Juventud, pero en este viaje visitó también Moresby (Papua - Nueva Guinea), Sydney y Colombo (Sri Lanka) (11 al 21 de enero). En el viaje número 64 visitó la República Checa (20 al 22 de mayo). Durante el viaje número 65 a Bélgica, beatificó al apóstol de los leprosos, el padre Damiaan de Veuster (3 y 4 de junio). El viaje número 66 lo realizó a la República Eslovaca (30 de junio al 3 de julio). En el viaje número 67 recorrió las tierras de Camerún, África del sur y Kenia (14 al 20 de septiembre). Y en el viaje número 68 voló a Estados Unidos, para pronunciar un discurso en la sede de la ONU, que celebraba su cincuentenario; también aprovechó el vuelo para visitar las diócesis de Newark, Nueva York, Brooklyn y Baltimore (4 al 9 de octubre).
1996. La constitución apostólica Universi Dominici gregis, establece la nueva normativa de los períodos de sede vacante y para elección del romano pontífice (22 de febrero).
Exhortación apostólica postsinodal Vita consacrata (25 de marzo).
El papa se somete a una nueva intervención quirúrgica, en esta ocasión de apendicitis (8 de octubre).
Celebración de sus bodas de oro como sacerdote. Solemne concelebración eucarística en la que participan sacerdotes de todo el mundo, que como el papa fueron ordenados el año 1946 (10 de noviembre).
Se publica el libro de Juan Pablo II titulado Don y misterio. En el quincuagésimo aniversario de mi sacerdocio (15 de noviembre).
Comienza la celebración del trienio de preparación para el jubileo del año 2000 (30 de noviembre).
Durante este año fueron muchas las personalidades que visitaron a Juan Pablo II. Estos son los nombres de algunas de ellas: el presidente de Francia, Jacques Chirac (20 de enero); el presidente de México, Ernesto Zedillo (1 de febrero); el primer ministro italiano, Romano Prodi (4 de julio); Fidel Castro (19
de noviembre), que suscitó grandes expectativas; y Yasser Arafat (19 de diciembre).
Durante este año el papa realizó otros seis viajes apostólicos. En el viaje número 69 se trasladó a Guatemala, Nicaragua, El Salvador y Venezuela (5 al 12 de febrero). Visitó Túnez en el viaje número 70 (14 de abril). En el viaje número 71 estuvo en Eslovenia (17 al 19 de mayo). En el viaje número 72, durante su estancia en Alemania (21 al 23 de junio), pronunció el histórico discurso ante la puerta de Brandeburgo. En el viaje 73 visitó Hungría (6 y 7 de septiembre). Y en el viaje número 74 volvió de nuevo a Francia (19 al 22 de septiembre).
1997. Beatificación de Ceferino Giménez Malla, mártir durante la persecución religiosa de la guerra civil española (1936-1939); es la primera persona de raza gitana que ha sido elevada a los altares (4 de mayo).
Carta de Juan Pablo II a Boris Yeltsin sobre la libertad religiosa (24 de junio).
Fallece la madre Teresa de Calcuta (5 de septiembre); el secretario de Estado, Angelo Sodano, preside los solemnes funerales, a los que acuden personalidades de todo el mundo.
Santa Teresa del Niño Jesús es proclamada doctora de la Iglesia, con lo que de los 33 doctores de la Iglesia, ella es la tercera junto con santa Teresa y santa Catalina de Siena (19 de octubre).
Actos del comienzo del segundo año de preparación del jubileo del año 2000, dedicado al Espíritu Santo (30 de noviembre).
El papa recibió, entre otras, a las siguientes personalidades: al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu (3 de febrero); al presidente de la República de Brasil, Fernando Henrique Cardoso (14 de febrero); al presidente de Polonia, Aleksander Kwasniewski (7 de abril), y al presidente de Georgia, Eduard Shevardnadze (16 de mayo).
Durante este año realizó seis viajes apostólicos. El viaje número 75 lo hizo a Sarajevo (12 y 13 de abril). En su viaje número 76 asistió en la República Checa a las celebraciones del milenio del martirio de san Adalberto (25 al 27 de abril). En su viaje número 77 visitó el Líbano (10 y 11 de mayo). En el viaje número 78 visitó de nuevo Polonia (30 de mayo al 10 de junio). En el viaje número 79 se trasladó a París para celebrar la XII Jornada Mundial de la Juventud (21 al 24 de agosto). Y en su viaje número 80 volvió a cruzar el Atlántico para asistir en Brasil, en Río de Janeiro, al segundo encuentro mundial de las familias (2 al 6 de octubre).
1998. El papa visita la región de la Umbría y Las Marcas, asoladas por un terremoto (3 de enero).
Séptimo consistorio en el que crea veinte nuevos cardenales, además de dos in pectore (21 de febrero).
Asamblea especial del sínodo de los obispos para Asia (19 de abril al 14 de mayo).
El papa se traslada a Turín para rezar ante la Sábana Santa (23 y 24 de mayo).
Encuentro en la plaza de San Pedro con los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades (30 de mayo).
Carta apostólica Dies Domini, sobre la santificación del domingo (31 de mayo).
El papa regresa de vacaciones, en las que ha aprovechado para concluir la redacción de la que se anuncia como su posible decimotercera encíclica, Fides et Ratio, que podría ver la luz en el próximo otoño (14 de julio).
Entre las personalidades que han sido recibidas hasta el mes de julio de este año, se puede mencionar a la secretaria de Estado de los Estados Unidos, Madeleine Albright (7 de marzo), y a Yasser Arafat (12 de junio).
Los tres últimos viajes hasta el mes de julio de este año son los siguientes: el viaje número 81 lo realizó a la isla de Cuba (21 al 26 de enero), sin duda uno de los que más expectación ha suscitado. En el viaje número 82 se trasladó a Nigeria (21 al 23 de marzo), y en el último de los viajes apostólicos fuera de Italia, realizados —como hemos dicho— hasta el mes de julio, el que hace el número 83, el papa permaneció en Austria durante los días 19 al 21 de junio.

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