Lino, san (67? - 79?)
Las más antiguas fuentes, Ireneo
de Lyon (140 - 201?), que escribe en torno al 180, Hegesipo, del siglo ni,
Eusebio de Cesárea (265-340) y el Catálogo de Liborio del siglo iv, coinciden
en decir que san Lino fue nombrado obispo de la comunidad de Roma por el propio
apóstol. El personaje aparece mencionado en la II Epístola de san Pablo a
Timoteo, entre los que acompañaban al autor en Roma. Es insignificante la
noticia que de él tenemos: ignoramos incluso la forma en que estaba constituida
la comunidad romana. Una tradición muy posterior le atribuye la disposición que
obligaba a las mujeres a usar el velo, signo de distinción de las damas
romanas, durante las ceremonias litúrgicas. Originario de Toscana, era, por
tanto, súbdito imperial; de modo que la presidencia de una religión «no lícita»
le colocaba fuera de la ley. Es tardía y poco fiable la tradición que le
permite compartir el martirio con san Pedro.
Anacleto, san (79? - 91?)
Su nombre, Anenkletos, que
significa en griego «irreprochable», permite suponer un origen helénico y no
latino; esa significación ha dado origen a. sospechas, pues coincide
explícitamente con la condición que se requiere para los obispos en la Epístola
de san Pablo a Tito. A veces se abrevia este nombre como Cleto y así aparece en
los textos de la antigua liturgia romana. Algunos autores han llegado a pensar
que pueda tratarse de dos personas distintas: Cleto y Anacleto. El nombre
Anenkletos era frecuente entre los esclavos. Según Eusebio murió mártir en el
año 12 del reinado de Domiciano (81-96).
Clemente, san (91 - 101)
En la lista proporcionada por
Eusebio, que Erich Caspar (Die alteste Rómische Bischofsliste, Berlín, 1926)
considera fidedigna por haberse redactado con fines apologéticos, figura san
Clemente como el tercero de los obispos de Roma. Tal parece ser lo cierto,
aunque Tertuliano (160? - 220?) y san Jerónimo prescindieran de los dos primeros
y le presentaran como ordenado por san Pedro. La noticia de Ireneo, que le hace
un poco depositario de la doctrina del príncipe de los apóstoles, parece más
correcta: en la Epístola a Timoteo se menciona a un Clemente entre los que
forman el equipo apostólico. Existen en torno a él dos leyendas que deben
considerarse falsas: la que pretende identificarle con el primo de Domiciano,
Flavio Clemente, antiguo cónsul, ejecutado por «ateísmo»; y aquella otra que le
presenta como de nacimiento judío, condenado a trabajos forzados en Crimea y
ejecutado después, atándole al ancla de un buque. Ni siquiera estamos seguros
de que pueda ser considerado como mártir. Es bien claro que en ese momento —que
coincide con el reinado de Domiciano— el cristianismo se hallaba presente en
esferas sociales muy elevadas. Además de Flavio Clemente hay noticias de otro
cónsul, Acilio Glabrio, ejecutado por el mismo delito que se atribuía
normalmente a los cristianos. El apellido Clemente puede indicar alguna clase
de relación con esa importante gens romana.
Ignoramos todas las
circunstancias de su pontificado, incluso las de su muerte. En aquel tiempo el
culto cristiano giraba en torno a la liturgia de la «fracción del pan». El
único dato comprobado es que se trata del autor de una «Epístola» dirigida a
los corintios, principal obra literaria de las postrimerías del siglo i, que
convierte a san Clemente en el primero de los Padres occidentales. Su estilo
revela una formación helenística, aunque muestra preferencias muy acusadas por
las figuras del Antiguo Testamento.
Rivalidades mal conocidas
provocaron disturbios en la Iglesia de Corinto entre los años 93 y 97. Los
corintios acudieron a Roma reconociendo de este modo una superioridad
jerárquica. Clemente intervino y no a título personal, sino en nombre de la
Sede Apostólica y afirmando el sentido jerárquico esencial de la Iglesia: los
laicos se encuentran sometidos a los presbíteros, que reciben de Dios su
autoridad; ésta, dispensada directamente por Cristo a los apóstoles, se continúa,
sin solución, a través de los sucesores en las Iglesias por aquéllos fundadas.
Roma es la continuadora de Pedro. Según señala Karl Baus \'7bDe la Iglesia
primitiva a los comienzos de la gran Iglesia, Barcelona, 1966), la Epístola de
Clemente aparece como el primer ejemplo de que un obispo interviene en los
asuntos interiores, propios de otra sedes, y de que dicha intervención fuera
acogida con tanto reconocimiento que su texto fue incorporado como lectura en
la liturgia de Corinto.
Gozó Clemente de tanta fama que
con posterioridad se le atribuirían algunas obras apócrifas y también la
primera colección de leyes canónicas. La actual basílica de San Clemente trata
de indicar el lugar que ocupó su casa. En la Epístola hay una referencia a que
san Pablo llegó «hasta los términos de Occidente», que parece confirmar el
viaje del apóstol a España.
Evaristo, san (100? - 109?)
Euaristós o, simplemente,
Aristós, es, para nosotros, un perfecto desconocido. Las fuentes tradicionales,
el Liber Pontificalis, ni siquiera se ponen de acuerdo sobre la duración de su
pontificado, entre ocho y once años. El nombre revela que se trata de un
griego, pero la noticia de que hubiera nacido en Belén, así como la de que
sufrió el martirio, carecen de toda posible confirmación. Se le atribuye la
creación de los siete diáconos y la asignación de parroquias a los presbíteros;
no existe la menor garantía para tales noticias.
Alejandro I, san (109? - 116?)
Considerado como mártir,
probablemente se le ha confundido con otra persona del mismo nombre, cuyas
reliquias fueron encontradas a mediados del siglo xix en el lugar donde se
señalaba su enterramiento, en la vía Nomentana. Otra tradición imposible de
comprobar le atribuye la introducción de la costumbre de bendecir los hogares
con agua y sal; se trata, sin duda, de un anacronismo. Sin embargo, en medio de
este silencio, se produce el hecho singularmente importante de la Epístola que
san Ignacio de Antioquía dirigió a la Sede Apostólica, «que preside en la
capital del territorio de los romanos» y que está «puesta a la cabeza de la
caridad». San Ignacio no da el nombre del obispo que gobierna dicha sede,
porque su carta no tiene carácter personal, sino institucional: en torno al año
110 un patriarca oriental reconocía que en la unión de caridad que formaban
todas las Iglesias cristianas, a la de Roma correspondía ser la cabeza.
Sixto I, san (116? - 125?)
La forma correcta de escribir su
nombre es, probablemente, Xystus; la coincidencia con el ordinal sexto, que le
corresponde en la sucesión de san Pedro, ha inducido a algunos autores a
sospechas. Todas las acciones a él atribuidas aparecen en noticias muy
posteriores. Se afirma en el Líber Pontificalis que su padre era un griego,
llamado Pastor, pero la grafía griega de su nombre debe guardar relación con su
origen. Se le rinde culto como mártir, pero es sorprendente que no figure como
tal en la lista de san Ireneo, en donde sí aparece el martirio de su inmediato
sucesor, Telesforo.
Telesforo, san (125? - 136)
Las fuentes antiguas se muestran
precisas al asignarle once años de pontificado. Comenzamos a pisar un terreno
más firme en cuanto a las funciones y cronología de los papas. Su nombre
corresponde a la calidad de griego que se le atribuye. En su tiempo se detecta
la primera diferencia entre las Iglesias latina y griega en relación con el
cómputo de la Pascua. Eusebio, que confirma el dato de san Ireneo de que murió
mártir, fecha este martirio en el primer año del emperador Antonino Pío, lo que
nos obligaría a retrasar dos años la fecha tradicionalmente asignada a su
fallecimiento. Sin embargo, el dato de su martirio parece establecido con
seguridad.
Higinio, san (136? - 142?)
Las fechas asignadas al comienzo
y final de su pontificado pueden considerarse correctas aunque se escriban con interrogantes
para demostrar que no hay seguridad absoluta; coincide Eusebio con el Líber
Pontificalis. Griego ateniense, había ido a Roma en calidad de profesor de
filosofía. San Ireneo dice que fue precisamente durante su gobierno cuando
aparecieron en Roma los dos primeros maestros gnósticos, Cerdón y Valentín,
procedentes de Egipto y de Siria respectivamente; sostenían, entre otras cosas,
que Jesucristo, además de las enseñanzas impartidas al pueblo, había comunicado
a unos pocos discípulos una doctrina esotérica muy distinta a la de los
apóstoles y que sólo podía comunicarse por vía de iniciación. San Higinio se
vio, pues, obligado a combatir la peligrosa herejía, y esto puede explicar que
se le eligiera en su calidad de filósofo. El gnosticismo se organizó en Roma
como una Iglesia nueva y no como una simple disidencia: sus miembros se
calificaban de «pneumáticos» por atribuirse una especial condición espiritual.
Pío, san (142 - 155)
Hijo de cierto Rufino, había
nacido en Aquileia. En el Códice Muratoriano se afirma que Hermas, autor de la
importante obra conocida como El Pastor, fue hermano de este papa. El libro, de
escasa extensión, permite descubrir que los obispos de Roma habían llegado a
concentrar en sus manos un gran poder, que hacían extensivo a otras sedes:
aunque los grandes centros teológicos se encontraban fuera de Roma,
especialmente en Alejandría y Antioquía, El Pastor formula, entre otras, una
importante doctrina sobre la penitencia que no limita a un determinado
territorio, sino que la hace válida para toda la Iglesia. Coetáneo de san Pío I
es también san Justino, el famoso apologista.
Hacia el año 140 había llegado a
Roma Marción: excomulgado por su propio padre, había conseguido reunir una gran
fortuna con negocios navieros, la cual permitió que se le acogiese muy bien en
la comunidad romana. Pronto, sin embargo, se apartó de ella para fundar una
nueva Iglesia gnóstica: sin entrar en disquisiciones teológicas ajenas a este
libro, conviene sin embargo explicar que, en esencia, Marción afirmaba la
existencia de dos principios divinos contra puestos, el Demiurgo creador del
Antiguo Testamento, duro y justiciero, y el Dios bueno y misericordioso, Dios
Padre, que Jesucristo habría revelado y corresponde al Nuevo Testamento. Las
consecuencias de este dualismo, al que san Pío I hubo de enfrentarse, eran muy
graves: la materia pasaba a ser considerada esencialmente mala, con
independencia del uso que de ella se haga; ins talado el sexo en la zona del
mal, el matrimonio se convierte en un pecado exactamente igual al simple
concubinato. En julio del 144, el papa Pío presidió un sínodo de presbíteros
excomulgando a Marción, condenando severamente su doctrina. El martirio, que
algunos textos muy tardíos atribuyen a Pío I, no ha sido comprobado. Aniceto, san
(155 - 166)
Dos noticias muy concretas:
procedía de Emesa (Siria) y, según Eusebio, llegó a reinar once años. Roma era
ya, en esos tiempos, el centro que atraía desde todos los rincones de la
cristiandad, y no sólo a los grandes maestros de la ortodoxia, sino también a
Marción y a Valentín (130? - 160?), los predicadores del gnosticismo que daban
la sensación de que el triunfo de su causa dependía de lo que sucediera en la
gran capital del Imperio. Era inevitable que se produjera cierta confusión, pues
eran muchos quienes establecían una relación de dependencia con el hecho mismo
de la capitalidad. Poco después de su elección, Aniceto recibió la visita de
san Policarpo de Esmirna, octogenario, que solicitaba del papa una decisión
respecto a la fecha en que cada año debía conmemorarse la Pascua, esto es, la
fecha correspondiente al 14 del mes lunar de Nisan. Roma no paraba mientes en
la fiesta anual: cada domingo conmemoraba la Resurrección del Señor. Por lo
tanto, san Aniceto no opuso ningún obstáculo a lo que le solicitaban. Policarpo
celebró la misa en presencia del papa manifestando así la perfecta comunión
entre ambos.
Policarpo sumó sus esfuerzos a
los de otros grandes colaboradores de la Sede Apostólica empeñados en la lucha
contra el gnosticismo. Entre ellos hay que destacar a Hegesipo, autor de
importantes obras, al ya mencionado Justino y, sobre todo, a Ireneo, discípulo
de san Policarpo. Probablemente fue también Aniceto quien erigió la lauda
sepulcral de San Pedro en el Vaticano, que se menciona ya como lugar de
peregrinación a principios del siglo iii y cuya existencia han confirmado las
modernas excavaciones. No existe, en cambio, comprobación de la noticia de que
san Aniceto hubiera adoptado las primeras disposiciones acerca del traje
clerical, prohibiendo a los presbíteros el uso de melena larga. La tradición no
le cuenta tampoco entre los mártires.
Sotero, san (166 - 174)
Originario de Campania, se han
suscitado algunas dudas en torno a las fechas de su pontificado. En una fecha
indeterminada escribió al obispo Dionisio de Corinto, acompañando su carta de
regalos y recomendaciones; se han conservado únicamente fragmentos de la
respuesta, sumamente afable, los cuales permiten establecer que se mantenía una
relación de primacía entre Roma y Corinto y que, en tiempos de persecución,
eran más frecuentes las condenas a trabajos forzados en las minas que las penas
de muerte. Por otra parte, la respuesta de Dionisio de Corinto induce a los
historiadores a pensar que la carta perdida de san Sotero contenía reprensiones
y advertencias contra cierta laxitud de costumbres. Bajo Sotero se establece la
conmemoración anual de la Resurrección, pero fijándola no en el día 14 de Nisan
con independencia de su colocación dentro de la semana, sino en el domingo inmediatamente
posterior a dicha fecha; una diferencia, en relación con las Iglesias
orientales, que daría lugar posteriormente a ciertas discusiones.
Noticias más tardías y no
comprobadas atribuyen a san Sotero una carta contra el montanismo. Era éste un
movimiento nacido en Frigia, que se denominaba a sí mismo «nueva profecía»; el
término montanismo se debe a que fue Montano su principal difusor (el cual
pretendía que, por directa inspiración del Espíritu Santo, le era conocida,
para fecha inmediata, la segunda venida de Jesucristo). Los montanistas exigían
un rigor extremo en la vida, con fuertes ayunos, abstinencia de matrimonio y
abandono de los negocios de este mundo. La visión extremada del montanismo
perjudicó grandemente a la Iglesia ante las autoridades del Imperio romano, que
distinguían mal entre la secta y los cristianos.
Eleuterio, san (174 - 189)
Ultimo de los papas mencionados
en la lista de san Ireneo que estuvo estrechamente vinculado a su persona.
Griego procedente de Nicomedia (parece que la grafía correcta es Eleutherus),
actuó como diácono durante el pontificado de san Aniceto. Coincidiendo el de
san Eleuterio con los gobiernos de Marco Aurelio (161-180) y Commodo (180-192),
durante los cuales disminuyeron las persecuciones, pudo discurrir pacífico en
cuanto a sus relaciones con el exterior. Lucio Septimio Megas, Abgar IX, rey de
Edessa, situada en el norte de Mesopotamia, envió mensajeros a san Eleuterio
solicitando ser bautizado e instruido en la fe, algo que conocemos por datos
posteriores fidedignos. Las preocupaciones principales del pontificado llegaban
ahora del interior: valentinianos, marcionitas y montañistas creaban fuertes
movimientos de disensión que amenazaban la unidad y la estabilidad de la propia
Iglesia. Hacia el año 177 san Ireneo regresó desde Lyon a Roma para plantear,
en pleno reconocimiento de su primado, las dos cuestiones que aquejaban a su
Iglesia: una fuerte persecución local y la presencia de los montanistas. Parece
que, al principio, el papa no quería dar demasiada importancia a estos últimos,
que se presentaban tan sólo como excesivos rigoristas, pero al final tuvo que
condenar su doctrina como contraria a una de las aserciones fundamentales del
cristianismo: no son las cosas materiales en sí buenas o malas, sino el uso que
de ellas se haga.
Víctor I, san (189 - 198)
Nacido en África, es el primer
papa de quien consta la calidad de latino; en adelante se registrará un
predominio de éstos sobre los griegos. Las manifestaciones de superioridad de
Roma sobre las demás Iglesias hasta entonces detectadas se limitaban a la
primacía de honor y de consejo. San Víctor la invoca en un sentido disciplinar,
aplicándola a la cuestión de la Pascua. Sotero había aceptado establecer una
solemne conmemoración anual de la Pascua del Señor, pero insistiendo en señalar
el domingo como día de la Resurrección (dies Dominí). Algunas Iglesias
orientales seguían con la costumbre de celebrarla el 14 Nisan con independencia
de cuál fuera el día de la semana. Sínodos celebrados en Roma y otros lugares
fueron aceptando el nuevo cómputo «romano», coherente con el Símbolo de Fe de
que «al tercer día resucitó». Las Iglesias de Asia Menor se negaron a cambiar
la costumbre y Víctor I declaró que quedaban excluidas de la comunión con la
Iglesia universal. No faltaron observaciones en contra, entre ellas de san
Ireneo, que era el más firme defensor del primado romano, pero el papa no
cedió. Quedaba sentado el principio de que en materia de fe y costumbres a Roma
correspondía la decisión.
Idéntica energía mostró frente al
«adopcionismo», que en torno al 190 un curtidor muy culto, Teodoto de Bizancio,
había comenzado a enseñar. Consistía esta doctrina en afirmar que, hasta el
bautismo, Jesús había sido simplemente un hombre como los demás. El Espíritu
Santo había descendido sobre él adoptándole como Hijo de Dios y retirándose
luego en el momento de la Pasión. Víctor pronunció la excomunión contra Teodoto
y sus seguidores y la hizo extensiva a toda la Iglesia.
San Jerónimo (350? - 420)
atribuye también a este papa la redacción de obras latinas de bastante calidad.
La maduración del cristianismo se revelaba en la elevación del tono social de
sus fieles: una concubina de Commodo, Marcia, fue cristiana y ayudó al papa
cuando éste gestionó la libertad de mártires condenados a las minas de sal en
Cerdeña; entre ellos había el futuro papa Calixto.
Ceferino, san (198 - 217)
Versión negativa. Hijo de
Abundio, Zephyrinus aparece, en medio de las tormentas doctrinales, como un
hombre sencillo que se aferra a las verdades esenciales de la fe con absoluta
claridad: no hay sino un solo Dios y de su divinidad participa Jesucristo, que
nació, murió y resucitó. Hipólito (160? - 235), que sería después el primer
antipapa conocido, le califica de débil, irresoluto, de escaso talento y poco
dotado para los negocios de la Iglesia, por lo que se dejó seducir por Calixto,
a quien presenta como un «ambicioso, ávido de poder, hombre corrompido». Pero
este testimonio de Hipólito en su obra Philosophoumena, hallada en 1842, es
considerado por los historiadores como un producto inválido del apasionamiento.
Calixto, esclavo de Carcóforo e hijo también de esclavo, poseía un buen talento
para los negocios: administraba los de su amo cuando éstos sufrieron una
quiebra, y fue condenado a las minas de sal de Cerdeña, donde permaneció tres
años; fue, como sabemos, uno de los liberados por las gestiones de Marcia.
Víctor I le había encargado cierta tarea en Actium, que cumplió
satisfactoriamente. Por eso Ceferino le rehabilitó, encomendándole la dirección
del bajo clero y la administración del gran cementerio que era entonces la
primera propiedad importante de la sede romana. Se trata de las catacumbas que
hoy se conocen precisamente como de San Calixto, cerca de la Vía Apia.
Hipólito. La llegada de Septimio
Severo (193-211) al poder había puesto fin al tiempo de tregua. Pero más que
las persecuciones, de diverso matiz según las regiones del Imperio, sufría la
Iglesia por el debate interno, que no siempre se presentaba con suficiente
claridad. Esto explica que Hipólito, que se consideraba a sí mismo como un gran
teólogo, el único capaz de confundir a los herejes, alcanzara tanta
importancia: su ambición era ser papa, pues únicamente la autoridad suprema
sobre la Iglesia podía garantizar el triunfo de su doctrina. Ordenado
presbítero, se integró en el elemento directivo de la comunidad romana, sin
renunciar por ello a criticar ásperamente al obispo y a sus colaboradores. El
gnosticismo, todavía vigoroso, se había separado creando una Iglesia propia:
pero montanistas y adopcionistas aspiraban a permanecer dentro de la Iglesia
romana universal haciendo que se aceptaran sus doctrinas. Aunque Tertuliano
(160? - 220?) insiste en que Víctor I estaba dispuesto a aceptar el montanismo,
del que le separaban influencias extrañas —Tertuliano era entonces un
montanista—, lo único que parece claro es que el papa condenó tanto a unos como
a otros. Ahora bien, Roma practicaba desde antiguo la norma de que el hereje
arrepentido, tras suficiente penitencia, podía y debía ser restituido a la
Iglesia. Fue precisamente esta doctrina la que tanto Tertuliano como san
Hipólito reprocharon a san Ceferino, como si se tratara de una peligrosa
novedad. La excomunión contra Teodoto y su discípulo Asclepiodotus fue
renovada, pero el obispo Natalias, arrepentido, volvió a la comunión.
Según Tertuliano, la persona que
había inducido a san Ceferino a la condena del montanismo era cierto maestro
llamado Praxeas, que apareció en Roma hacia el 213. Junto con Noetus y Sabelio,
Praxeas enseñaba una doctrina que hacía caso omiso de la distinción de personas
en la Trinidad. Esta doctrina, que conducía a entender que el Padre también
compartía la Pasión («patri-pasionismo» o «modalismo») con el Hijo, era
herética. Hipólito acusó a Ceferino de no haber defendido frente a ella la
ortodoxia, pero las dos afirmaciones que le atribuye («yo sólo conozco a un
solo Dios, Cristo Jesús, y ninguno fuera de él, que nació y padeció» y «no fue
el Padre quien padeció sino el Hijo») demuestran claramente que no hubo ninguna
concesión al modalismo aunque faltasen las explicaciones amplias y matizadas
que la teología reclamaba. Orígenes, que enseñaba en Roma por esos años,
demostró hacia la «más antigua Iglesia» una veneración que muestra cómo Roma
era reconocida fuente de unidad.
Calixto I, san (217 - 222)
Las noticias más detalladas de la
vida de este papa, Callistus, proceden de Hipólito; es natural que se formulen
dudas acerca de su exactitud. Parece seguro, sin embargo, que llegó a
convertirse, como diácono, en el hombre de confianza de Ceferino, el más
influyente. No sorprende que en el momento de la muerte de éste fuera aclamado
como su sucesor. Hipólito se negó a confirmar el nombramiento y se hizo elegir
papa, a su vez, por un grupo de correligionarios. De este modo se produjo un
cisma con resonancias doctrinales: los partidarios de Calixto reprochaban a
aquél su rigorismo excesivo. El cisma había de prolongarse durante los dos
pontificados inmediatos siguientes.
Calixto sería expresamente
acusado por Hipólito de concesiones en la doctrina; no pueden confundirse con
el modalismo, ya que éste fue expresamente condenado por el papa, que exigió la
expresa afirmación de que Padre, Hijo y Espíritu Santo representan distinciones
reales en la divinidad, siendo ésta una y trina. De hecho, sucedía que el papa
estaba tratando de evitar los excesos en que incurrían los del extremo
contrario al reconocer distinta naturaleza en el Padre y el Hijo. También
reprochaba Hipólito a Calixto que hubiera otorgado perdón a un obispo culpable
de graves pecados y arrepentido, o que admitiera el segundo y hasta el tercer
matrimonio en caso de fallecimiento de uno de los cónyuges. Pero en ambos casos
es forzoso reconocer que Calixto estaba en línea con la que había sido siempre
la actitud de la Iglesia, e Hipólito no. Pues la Iglesia se define como hogar
común de santos y pecadores, siendo la penitencia el vehículo de conversión.
Calixto estableció los tres ayunos correspondientes a los sábados anteriores a
las grandes fiestas agrícolas: comienzo de la recolección de cereales, vendimia
y recogida de la aceituna.
La ley romana prohibía el
matrimonio de pleno derecho (confarreatio) entre un ciudadano y una mujer o
varón de clase inferior. Calixto recordó que, siendo sacramento, el matrimonio
surtía efecto en orden a la santificación con independencia de la condición
social de los contrayentes, incluso en el caso extremo de un esclavo y un
miembro del orden senatorial. Ésa fue una de las decisiones más fuertemente
criticadas por Hipólito. En ambos casos —el perdón para cualquier clase de
pecado con arrepentimiento, separación entre el sacramento del matrimonio y las
circunstancias jurídicas—, el pontificado de Calixto I se señala como un
progreso social considerable.
El caso de san Hipólito, primer antipapa,
es psicológicamente importante. Nacido antes del año 170, parece que llegó a
Roma desde Oriente, siendo ordenado presbítero por el papa Víctor I.
Inmediatamente planteó la cuestión: ¿debe un gran maestro, superior en
conocimientos, griego de Alejandría, discípulo sobresaliente de san Ireneo,
rendir su mente ante personas intelectualmente mediocres como Ceferino,
Calixto, Urbano o Ponciano? ¿No están llamados los teólogos a ser los grandes
directores de la Iglesia? Lo poco que de sus muchas obras se ha conservado
revela que era un hombre polifacético, de amplio saber, aunque no tan profundo
como su coetáneo Orígenes (184-253). La doctrina que reconocía legitimidad
plena al antiguo concubinato romano, y la de otorgar perdón a todos los
pecadores fructuosamente penitentes, le parecía un monstruoso error. Explicó
con claridad la doctrina del logos y cómo el Verbo es hipóstasis o persona
distinta del Padre, acusando a Ceferino y a Calixto de no defenderla; sus
rivales denunciaban, en cambio, el peligro de poner demasiado énfasis en la
tesis que podía llevar a un «diteísmo», es decir, a la defensa de dos
naturalezas. Probablemente ambos contendientes exageraban.
El año 217, cuando Calixto fue
reconocido papa, Hipólito y sus seguidores se mantuvieron en minoría apartada y
en discordia. Su rigorismo les empujó a excluir definitivamente de la Iglesia a
todos los pecadores, y a sostener que la validez de los sacramentos dependía
del grado de pureza de los ministros encargados de impartirlos.
Urbano I, san (222 - 230)
El Líber Pontifícalis le presenta
como un romano, hijo de Ponciano; añade después algunos detalles que
constituyen una evidente extrapolación. Su pontificado se desarrolló bajo el
imperio de Alejandro Severo (222-235), coincidiendo por tanto con uno de los
períodos de paz para la Iglesia. Hipólito se negó a reconocerle, pero carecemos
de noticias acerca de las relaciones entre ambos. La noticia de que murió
mártir no es correcta, pues probablemente murió de causas naturales, siendo
enterrado en las catacumbas de San Calixto, donde se ha descubierto una
inscripción griega con su nombre.
Ponciano, san (21 julio 230 - 28
septiembre 235)
Romano, hijo de cierto Calpurnio.
Prácticamente lo ignoramos todo sobre su pontificado, pero tuvo que presidir el
sínodo en que se confirmó la sentencia dictada contra Orígenes por Demetrio de
Alejandría y su Iglesia. Orígenes fue expulsado del colegio de presbíteros y
excomulgado. También sabemos que Hipólito continuó su cisma. En marzo del 235
fue elevado al trono Maximino Tracio (235-238), el cual desató una nueva
persecución contra los cristianos. Una antigua tradición pretende que Ponciano
e Hipólito fueron simultáneamente detenidos y enviados a Cerdeña para trabajar
en las minas de sal hasta su muerte; aquí comprendieron el daño que con sus
divisiones estaban haciendo a la Iglesia y se reconciliaron, renunciando
Ponciano a su dignidad a fin de facilitar la pervivencia de la comunidad (28 de
septiembre del 235). El consejo que ambos mártires dieron a sus seguidores fue
el de «manteneos fieles a la fe católica y restaurad la unidad». Según esta
misma fuente, Hipólito y Ponciano no tardaron en fallecer, el segundo —según
anota el Líber Pontificalis—, «afflictus et maceratus fustibus». El año 236 o
237 sus cuerpos fueron rescatados por el papa Fabián y enterrados en San
Calixto. En efecto, en 1909 se descubrió en esta catacumba un fragmento con el
nombre y título de san Ponciano, en griego.
Los investigadores formulan
serias objeciones a esta tradición, ya que entienden que el Hipólito que
acompañó a san Ponciano en su martirio pudo ser otro clérigo del mismo nombre.
En 1551 fue descubierta en la vía Tiburtina una estatua de mármol que
representa la figura de un filósofo con la lista de sus escritos, considerada
como retrato de Hipólito. Es la que, por disposición de Juan XXIII, se
encuentra en uno de los vestíbulos de la Biblioteca Vaticana desde 1959. La
lista de obras suscita, sin embargo, fuertes dudas.
Antero, san (21 noviembre 235 - 3
enero 236)
Su nombre indica origen griego.
Fue elegido para cubrir la vacante dejada por la abdicación de Ponciano. El
Líber Pontificalis le atribuye únicamente haber comenzado la recopilación de
las Actas de los mártires, pero puede tratarse de una noticia errónea. Aunque
algunas veces se le haya señalado como mártir en el catálogo de Liberio, figura
entre los que fallecieron de muerte natural. Sus restos mortales inauguraron la
cripta preparada para los papas en la catacumba de San Calixto; se han
encontrado abundantes fragmentos de inscripciones que corroboran esta noticia.
Seis semanas indican un pontificado demasiado breve.
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