Pío III (22 septiembre 1503 - 18 octubre 1503)
Francisco Tedeschini Piccolomini nació en Siena el 9 de mayo de
1439. Hijo de Nanni Tedeschini, jurisconsulto, y de Laudomia Piccolomini,
hermana de Pío II. Estudió artes y leyes en Ferrara y después se doctoró en
derecho canónico en Perugia. Con la subida de su tío al trono pontificio
consiguió prebendas y beneficios. A los veinte años fue nombrado obispo de
Siena y cardenal diácono del título de San Eustaquio (1460); poco después,
legado pontificio en las Marcas y, finalmente, vicario de Roma y de los Estados
de la Iglesia cuando el papa salió para Ancona a ponerse al frente de la
cruzada (1464). Durante los siguientes pontificados prefirió mantenerse alejado
de Roma, aunque desempeñó importantes encargos: en la Dieta de Ratisbona de
1471 y ante Carlos VIII en marcha hacia Nápoles, que no quiso recibirle (1494).
A la muerte de Alejandro VI, como los candidatos favoritos, los
cardenales Della Rovere y D'Amboise, no pudieran tener el número de votos
necesarios, fue elegido como papa de transición Francisco Tedeschini el 22 de
septiembre de 1503 y tomó el nombre de Pío en recuerdo de su tío. Por
desgracia, Pío II, que deseaba reformar la Iglesia, celebrar un concilio y
organizar la cruzada contra los turcos, sólo gobernó la Iglesia 26 días.
No fue un gran político, y en su prudencia y generosidad algunos
quisieron ver debilidad e incapacidad. Amante del arte, fundó en Siena la
biblioteca de la catedral, decorada por Pinturicchio con escenas de la vida de
Pío II, para recoger sus libros y los de su tío. Murió en Roma el 18 de octubre
de 1503 y fue sepultado junto a Pío II en la capilla de San Andrés de la
basílica Vaticana, pero en 1614 fue trasladado a la iglesia de San Adrea della
Valle.
Julio II (31 octubre 1503 - 21 febrero 1513)
Personalidad y carrera eclesiástica. Juliano della Rovere nació en
Abisola, cerca de Savona, el 5 de diciembre de 1443, y su carrera estuvo ligada
a la protección de su tío Sixto IV. Cuando éste ascendió al pontificado,
Juliano abrazó el estado eclesiástico y, en seguida, fue nombrado obispo de
Carpentras y creado cardenal del título de San Pedro ad vitícola en el mismo
consistorio que su primo Pedro Riario (15 diciembre 1471). En los años
sucesivos acumuló numerosas dignidades: los obispados de Lausana (1472), Mesina
y Catania (1473), Avignon (1474), Coutance (1476), Viviers (1478), Bolonia
(1483), Lodévois (1488), Savona (1499) y Vercelli (1502), y además ricas
abadías.
En 1474 hizo su entrada en la vida política. Muerto su primo, el
cardenal Riario, con el que rivalizaba, su tío le nombró obispo de Avignon y,
en 1476, legado de esta ciudad pontificia. Después de la conjura de los Pazzi contra
los 312 Médicis se desató la guerra entre Florencia y el Estado de la Iglesia,
y el papa designó al cardenal Della Rovere legado a latere para entablar
negociaciones y restablecer la paz. En el pontificado de Inocencio VIII actuó
de consejero en la guerra que todavía continuaba entre Ferrante de Nápoles y
Roma, y que terminó en mayo de 1492. Al subir al trono pontificio Alejandro VI,
el cardenal Della Rovere se pasó a la oposición y así se mantuvo hasta la
muerte del papa Borja. Acompañó a Carlos VIII de Francia en su marcha sobre
Nápoles c intentó inútilmente deponer al pontífice cuando los franceses
entraron en Roma. Cuando el rey francés se retiró de Italia en 1495, Della
Rovere se encerró en su legación de Avignon y allí recibió a César Borja cuando
éste, nombrado duque de Valentinois, fue a entregar a Luis XII (1498-1515) la
dispensa papal para poder casarse con Ana de Bretaña. Después del breve
pontificado de Pío III, el cardenal Della Rovere fue elegido papa el 1 de
noviembre de 1503. Tomó el nombre de Julio II y fue coronado con gran pompa el
26 de noviembre.
Estadista y mecenas. El principal objetivo de Julio II fue, a
juicio de Cloulas {Jales II, París, 1990), restaurar y consolidar los Estados
de la Iglesia. Para ello utilizó de forma sistemática las armas temporales y
las espirituales, y cambió de alianzas cuando favorecía sus intereses. De
hecho, Julio II más parecía seguir las huellas de un general que las de san
Pedro. En 1506 asumió directamente el mando de un ejército para recuperar las ciudades
de Perugia y Bolonia, en las que habían impuesto su propio poder los Baglioni y
los Bentivoglio, y lo consiguió con el apoyo de las tropas francesas. Y como
los venecianos se resistían a devolver las plazas que ocupaban indebidamente en
la Romagna, Julio II firmó la Liga de Cambrai (1508) con el emperador
Maximiliano I (1493-1519) y Luis XII de Francia. El papa excomulgó a los
venecianos y el ejército de la liga los derrotó, obligando a Venecia a
restituir al papado todos los territorios usurpados. A fin de no debilitar en
exceso a la república de Venecia y para contrarrestar el poder de Francia en la
Italia del norte, Julio II cambió de campo, firmó la paz con los venecianos
(1510) y concertó una liga con España e Inglaterra contra los franceses y su
aliado el duque Alfonso de Ferrara. A los enfrentamientos militares acompañaron
los eclesiástico-disciplinares. Luis XII convocó un concilio en Pisa (1511)
para condenar al papa (16 mayo 1511) y éste respondió convocando el concilio de
Letrán (18 julio 1511). La guerra entre tanto seguía su curso, pero con la
adhesión del emperador al Concilio de Letrán (diciembre 1512) la victoria de
Julio II parecía total. El concilio, además de condenar a los franceses por
promover el conciliábulo de Pisa, ratificó la condena de las prácticas
simoníacas que se utilizaran para conseguir votos en los futuros cónclaves, y
tomó importantes medidas para la reforma de la Iglesia.
Aunque los monarcas españoles tuvieron serios problemas con Julio
II por la política de las provisiones episcopales, gracias al empeño del rey
Fernando, les concedió la bula Universalis Ecclesiae (28 julio 1507) por la que
otorgaba el patronato de las tierras descubiertas y por descubrir en las
Indias, que «es la mejor piedra que adorna la corona, la parte más principal
del mayorazgo del reino». El
papa otorgó a los reyes y a sus sucesores el derecho a nombrar obispos y a
designar a todos los titulares de cualquier tipo de beneficio eclesiástico.
Julio II no sólo fue un estadista, sino también un auténtico
mecenas y amante de las artes. Gracias a él se convirtió Roma en el centro del
Renacimiento italiano, acogiendo a los mejores artistas. Encargó a Bramante
(1444-1513) la construcción de la nueva basílica de San Pedro, «un templo tan
grande como ningún otro existiera», que había de sustituir a la vieja basílica
vaticana, y el 18 de abril de 1506 se puso la primera piedra, aunque su
terminación iba a exigir el esfuerzo de no menos de veinte pontificados. Miguel
Ángel (1475-1564) pintó los famosos frescos del techo de la capilla Sixtina y
Rafael (1483-1520) los apartamentos pontificios.
Julio II murió el 21 de febrero de 1513 y fue sepultado en San
Pedro junto a la tumba de su tío Sixto IV, pero después fue trasladado al
mausoleo que había proyectado en la iglesia de San Pedro ad vincula. Del
gigantesco monumento sepulcral que Miguel Ángel había proyectado, sólo la
imponente figura de Moisés le confiere una especial fuerza de atracción, pues
«toda la vehemencia violenta y la energía casi sobrehumana del papa Della
Rovere, y también el orgullo, el tesón, la naturaleza indomable y el carácter
desmesurado, vehemente y apasionado del artista, nos hablan desde esta figura
titánica».
León X (11 marzo 1513 - 1 diciembre 1521)
Personalidad y gobierno de los Estados de la Iglesia, Juan de
Médicis nació en Florencia el 11 de diciembre de 1475. Hijo segundogénito de
Lorenzo el Magnífico y de Clara Orsini, tuvo una esmerada y cuidadosa educación
bajo la dirección de Ángel Poliziano. A los siete años recibió la tonsura y,
poco después, el cargo de protonotario apostólico; a los trece fue nombrado
cardenal por Inocencio VIII y marchó a Pisa a estudiar derecho canónico. La
muerte de su padre en 1492 y los desórdenes fomentados por los seguidores de
Savonarola contra los Médicis, obligaron al joven cardenal a refugiarse en la
corte de Urbino, en compañía de su hermano menor Juliano y de su primo Julio.
En 1500 se trasladó a Roma y se estableció en el palacio Madama, residencia de
los Médicis en la ciudad. Allí permaneció hasta su elevación al trono
pontificio, llevando una vida refinada y apoyando a los artistas.
A la muerte de Julio II, después de un cónclave muy breve, el
cardenal Médicis fue elegido papa el 11 de marzo de 1513, a pesar de que sólo
contaba 37 años de edad. Tomó el nombre de León X y fue coronado el 21 del
mismo mes. En uno de los arcos triunfales que se levantaron con motivo de la
solemne toma de posesión de San Juan de Letrán se podía leer: «Antes había
imperado Venus, después llegó el turno del dios de la guerra, y ahora llega tu
día, soberana Minerva», que aludía evidentemente a los pontificados de
Alejandro VI, Julio II y León X. Y, efectivamente, el papa León distribuyó con
generosidad principesca sus tesoros en favor de muchos discípulos de Minerva,
la diosa de la sabiduría.
Una vez entronizado, León X se preocupó de continuar el concilio
lateranense iniciado por su predecesor, que llegó a su fin en marzo de 1517, y
concedió el perdón a los cardenales cismáticos, Carvajal y Sanseverino, que
habían participado en el conciliábulo de Pisa, reintegrándoles a sus cargos.
Uno de los objetivos del papa fue mantener los Estados de la
Iglesia y Florencia al margen de las luchas entre franceses y españoles que se
disputaban el dominio en Italia. La antipatía del papa León por Francia era
bien conocida, pero el pontífice supo vencerla y entabló negociaciones con Luis
XII para restablecer la paz y conseguir que el monarca aceptara el concilio
lateranense. La lucha de la liga contra Francia continuó con alternancias hasta
la victoria francesa de Marignano (1515), que abrió el camino a la paz y
consagró la división de las influencias entre Francia (el norte) y España (el
sur); sólo Venecia y los Estados de la Iglesia conservaron una independencia
real. El papa tuvo que renunciar a Parma y Piacenza, y por el concordato de
1516 concedió al rey francés el derecho de presentación de todos los beneficios
consistoriales del reino, mientras que Francisco I (1515-1547) derogó la
pragmática sanción de 1438. El concordato fue ratificado por el concilio
lateranense el 19 de diciembre de 1516 y, en opinión de Imbart de la Tour {Les
origines de la Reforme, II, París, 1909), puso remedio a la anarquía que
reinaba en Francia en la provisión de los beneficios.
Por el mismo tiempo, con el pretexto de que el duque de Urbino,
Francisco María della Rovere (1508-1516), había traicionado los intereses del
papado, León X le privó del ducado y se lo entregó a su sobrino Lorenzo de
Médicis, que lo ocupó en agosto de 1516. La decisión fue mal vista entre los
cardenales y algunos organizaron un complot para asesinar al papa. La conjura
falló y el cardenal Petrucci, su principal artífice, fue ejecutado en julio de
1517; otros, como Sauli y Riario, fueron encarcelados y liberados después de
pagar una suma enorme de dinero.
Restablecida la paz en Italia, el papa podía pensar en organizar
la cruzada contra los turcos. Envió legados a Inglaterra, Francia, España y el
Imperio, pero las buenas perspectivas se vinieron abajo con la muerte del
emperador en 1519. La lucha de los reyes de Francia y España por conseguir la
corona imperial centró los objetivos del momento. La mayor preocupación de León
X era la de mantener el equilibrio entre ambos candidatos e impedir que uno u
otro se hiciera con el control de Italia y limitara el poder pontificio.
El papa, preocupado por la composición del sacro colegio, que le
parecía sospechosa, a pesar de haber nombrado a cuatro florentinos al inicio de
su pontificado, en 1517 designó a 31 nuevos cardenales, cifra muy elevada y sin
parangón antes y después de su pontificado. A excepción de los cardenales Tomás
Cayetano y Gilberto de Vitervo (Canisio), las demás nominaciones miraban más a
contentar a las diferentes facciones de la nobleza romana, a favorecer los
intereses de los Médicis y a dar una satisfacción a los soberanos extranjeros.
El sacro colegio, tradicionalmente compuesto por 24 miembros, pasó a 46 y
constituyó una auténtica corte, pues muchos de sus componentes sólo tenían de
eclesiásticos el título y el nombre. Para hacer frente a los gastos cada vez
más crecientes de la corte papal se recurrió a todos los expedientes: aumento
de los derechos de cancillería, venta de oficios, indulgencias, etc. A pesar de
las denuncias y de las críticas, nada se hizo por cambiar este estilo de vida,
ni siquiera las tesis luteranas pudieron con él.
La crisis luterana. En marzo de 1517 el concilio lateranense
llegaba a su fin, y el 31 de octubre el profesor de Wittenberg, Martín Lutero
(1483-1546), envió 95 tesis en latín a los obispos asistentes solicitando una
disputa teológica. El motivo de las tesis de Lutero fue la indulgencia que
Julio II había promulgado para la construcción de la basílica de San Pedro, y
que León X renovó. Aquellas tesis, que buscaban el diálogo y no la lucha, las hizo
imprimir Christoph Scheuerl y pronto circularon por toda Alemania. La
inesperada resonancia que obtuvieron demostró hasta qué punto era general el
descontento y la irritación por el problema de las indulgencias y otros
gravámenes con que la curia romana oprimía a la nación alemana.
En la Dieta de Augsburgo de 1518, el cardenal Cayetano escuchó a
Lutero, que apeló a un concilio general. Pero, como tras la muerte del
emperador Maximiliano I en enero de 1519, León X quería impedir la elección
imperial de Carlos I de España (1516-1556), se mostró complaciente con el
príncipe elector Federico el Sabio y paralizó el proceso contra Lutero. Después
de la elección de Carlos V, León X reanudó el proceso contra Lutero y el 15 de
junio de 1520 emitió la bula en que le amenazaba con la excomunión, pero como
Lutero la quemó en Wittenberg, el papa le excomulgó el 3 de enero de 1521. Un
alejamiento de la realidad y un funesto sentimiento de seguridad ofuscó al
papado, que miró a Lutero con desprecio y con un sentimiento de superioridad,
ignorando las posibilidades que se encerraban en aquel nuevo tipo de
cristianismo que combatía.
El mecenazgo. El amor que el papa tenía a las letras y a las artes
parecía heredado de los Médicis. León X se distinguió por una protección decidida
a todas las manifestaciones del Renacimiento, rodeándose de una brillante corte
de cultivadores del arte y de las letras, en la que Bembo y Sadoleti ocupaban
el cargo de secretarios. Rafael y Miguel Ángel trabajaron para él; continuó la
reforma de la Universidad de Roma; se preocupó de restaurar la biblioteca de su
padre saqueada por los partidarios de Savonarola, etc. El cansancio y la
enfermedad acabaron con la vida del pontífice el primer día de enero de 1521,
cuando contaba 46 años de edad. Su muerte suscitó un general concierto de
alabanzas por parte de aquellos poetas y escritores que habían sido testigos y
beneficiarios de su eximia liberalidad. Pero por un extraño e incomprensible
contraste, su cuerpo descansó largo tiempo en un túmulo innoble de la basílica
de San Pedro. Paulo III lo mandó trasladar, junto al de Clemente VII, a un
mausoleo de mármol situado en el coro de la iglesia romana de Santa María sopra
Minerva.
Adriano VI (9 enero 1522 - 14 septiembre 1523)
Personalidad y carrera eclesiástica. Adriano Florensz nació en
Utrecht el 2 de marzo de 1459. Hijo de un carpintero, hizo los primeros
estudios en la escuela de Utrecht, donde recibió la influencia de la devotio
moderna, y en 1476 se matriculó en la Universidad de Lovaina, doctorándose en
teología. En la misma universidad fue profesor y vicecanciller. En 1507 el
emperador Maximiliano I le nombró preceptor de su nieto el archiduque Carlos,
que por entonces contaba siete años.
En 1515 vino a España en calidad de embajador para hacer valer los
derechos del archiduque Carlos a la corona de los Reyes Católicos, sus abuelos,
lo que consiguió fácilmente con la ayuda de Jiménez de Cisneros (1436-1517). En
1516 recibió como recompensa el obispado de Tortosa y un año después el capelo
cardenalicio. Acompañó a Carlos I en su primer viaje por los reinos de España
y, cuando éste marchó a Alemania para recibir la corona imperial, fue nombrado
regente y gobernador general de los reinos de España.
El cónclave que siguió a la muerte de León X eligió papa, ante la
sorpresa general, al cardenal obispo de Tortosa el 9 de enero de 1522. Adriano
de Utrecht, que se hallaba en España, recibió la noticia el 9 de febrero y,
después de un mes de reflexión, aceptó el nombramiento y se embarcó para Roma.
Llegó a la ciudad eterna el 30 de agosto y al día siguiente fue coronado sin
gran concurrencia de pueblo.
El nuevo papa era un hombre culto, piadoso y de costumbres
austeras; era un papa reformista como requerían los tiempos. Pero Adriano,
justo en razón de su piedad y de su disposición reformista, halló pocas
simpatías en Roma. Curiales y literatos se burlaban de él, lanzando contra él
todo tipo de calumnias. De este modo, el último papa no italiano hasta 1978 se
convirtió en «víctima del sarcasmo romano», según expresión de Burckhardt.
El avance del luteranismo. Los dos objetivos de su pontificado,
expuestos en el discurso de entronización, fueron la continuación de la cruzada
contra los turcos (lo que suponía la reconciliación de los príncipes
cristianos) y la reforma de la Iglesia, en un momento en que el movimiento
luterano todavía no había triunfado de forma definitiva. Pero no tuvo éxito. El
enfrentamiento entre Carlos V y Francisco I hizo inviable la cruzada, y los
turcos se apoderaron de Belgrado y de la isla de Rodas. Ante el avance del
luteranismo, envió como legado a Francisco Chicrcgati a la Dieta de Nuremberg
(1522-1523) para que rogase a los Estados del Imperio que aplicasen el edicto
de Worms de 1521 e impidieran la difusión de la doctrina de Lutero, a la vez
que hizo una sincera confesión de culpabilidad. En nombre del papa reconoció la
culpa de la curia romana en las calamidades que todos lamentaban y afirmó que
«todos nosotros, prelados y clérigos, nos hemos apartado del camino de la
justicia, y hace ya mucho tiempo que no hay nadie que obre bien» (R.
García-Villoslada, Raíces históricas del luteranismo, Madrid, 1976, pp. 94-95).
Aunque esta confesión tuvo un profundo eco en la conciencia de todos, las
pasiones estaban demasiado enfrentadas y el resultado conseguido fue
prácticamente nulo, pues los príncipes exigieron la convocatoria de un concilio
en el plazo de un año para abolir los abusos de la Iglesia.
Adriano VI concedió a Carlos I tres privilegios sustanciosos para
la corona: la incorporación definitiva de las mesas de las órdenes militares,
el patronato y presentación a la iglesia de Pamplona y a todas las restantes
iglesias de España. El privilegio sobre los maestrazgos lo había conseguido
parcialmente Fernando el Católico en diferentes ocasiones, pero con la bula Dum
intra nostrae mentís (4 mayo 1523) Adriano VI concedió la incorporación de modo
irrevocable y a perpetuidad. La bula Dum ínter nostrae mentís, de 14 de abril
de 1523, otorgaba el privilegio de patronato y de presentación a la iglesia de
Pamplona, y la Eximiae devotionis affectus (6 septiembre 1523) la concedía para
todas las iglesias metropolitanas, catedrales y monasterios consistoriales de
Castilla y Aragón. Este privilegio, sumado a los obtenidos para el reino de
Granada y Canarias de Inocencio VIII y para América de Julio II, cerraba el
círculo de una de las prerrogativas más singulares concedidas a la corona
española en el Antiguo Régimen.
Adriano VI murió el 14 de septiembre de 1523, a la edad de 64
años, después de veinte meses de papado. Sepultado en la iglesia nacional
alemana de Santa María del Ánima, en Roma, resultan atinadas las palabras que
se leen en su mausoleo: «¡Ay, cuánto importa la época en que se desarrolla la
acción del varón más insigne!»
Clemente VII (19 noviembre 1523 - 25 septiembre 1534)
Personalidad y carrera eclesiástica. Juliano de Médicis nació en
Florencia el 26 de mayo de 1478. Hijo natural de Juliano de Médicis, recibió la
misma educación que los hijos de Lorenzo el Magnífico, de quien era sobrino. A
la sombra de su primo Juan, nombrado cardenal, sufrió la caída del régimen de
los Médicis en 1494 y un largo exilio por diferentes países. La restauración de
su familia en el poder de Florencia en 1512 y la elevación de su primo Juan al
trono pontificio en 1513, le posibilitó una rápida carrera eclesiástica: en
1513 fue nombrado arzobispo de Florencia y cardenal del título de Santa María
in Domenica, y sucesivamente recibió los cargos de legado pontificio en la liga
contra los franceses, vicecanciller de la Iglesia romana, legaciones en
Toscana, Bolonia y Rávena, etc. Los graves problemas que tuvo en la diócesis de
Florencia por la predicación de los discípulos de Savonarola los solventó con
la convocatoria de un concilio provincial, defendiendo con energía el poder de
los Médicis y de la Santa Sede, cuyos intereses estaban íntimamente unidos.
A la muerte de su primo León X (1 diciembre 1521) tuvo la
posibilidad de ser papable, pero la oposición de los cardenales Colonna y
Soderini lo impidió. Sin embargo, tras el breve pontificado de Adriano VI, lo
consiguió. El cónclave no fue cómodo, pues las facciones filofrancesa e
imperial lucharon por imponer sus candidatos. Un mes y medio duró la pugna
entre los cardenales Juliano de Médicis y Alejandro Farnese, futuro Paulo III,
pero al fin Juliano de Médicis fue elegido papa el 19 de noviembre de 1523 y
tomó el nombre de Clemente VIL Contarini, embajador de Venecia, definió a
Clemente VII con estas palabras: «Muestra, sí, deseos de ver eliminados los
abusos de la santa Iglesia, pero no lleva a la práctica ninguna idea al
respecto ni toma ninguna medida.» De hecho, Clemente VII fue un papa indeciso,
titubeante y tímido, que desaprovechó las mejores ocasiones y que acabó
teniendo fama de inseguro entre amigos y enemigos. Se enfrentó a Carlos V, un
soberano ganado por la idea imperial y que, en consecuencia, también se tomó
muy en serio el bienestar de toda la cristiandad.
El saqueo de Roma y la ruptura de la cristiandad. Aunque la
situación político-religiosa de la cristiandad no era muy propicia, Clemente
VII comenzó su pontificado con buenos augurios. Alfonso del Este prestó
juramento por Pariría y Reggio, Florencia se sintió más segura con un nuevo
papa Médicis, Carlos V se congratuló por su elección y el papa trató con Francia
y Venecia para organizar una cruzada. Sin embargo, como el luteranismo se
extendía cada vez más en Alemania, Carlos V reclamó la urgencia de convocar un
concilio, pero el miedo que había provocado el Concilio de Basilea frenó
cualquier paso del papa en esa dirección. Es verdad que se estableció como su
futura sede a la ciudad de Trento, pero Clemente VII, para ganar tiempo,
anunció la reforma de la curia, condenó la acumulación de beneficios, tomó
diferentes medidas para mejorar la administración del patrimonio de san Pedro,
cuyas finanzas no atravesaban buen momento a causa de los dispendios de León X,
etc.
La lucha entre Francia y el Imperio por el dominio del norte de
Italia continuaba, pero la batalla de Pavía (25 febrero 1525), en la que
Francisco I cayó prisionero de los imperiales y firmó el tratado de Madrid (13
enero 1526), entregó el dominio de Italia a Carlos V. Sin embargo, para frenar
el excesivo poder de los Habsburgo, el papa y Venecia se unieron a Francia, y
en mayo de 1526 firmaron la liga de Cognac. La reanudación de la lucha tuvo
efectos calamitosos para la Iglesia, pues en la Dieta de Spira (1526) se
suspendió prácticamente el edicto de Worms de 1521 y las tropas imperiales
arrasaron y saquearon sin piedad la ciudad de Roma durante los días 6-9 de mayo
de 1527. Ante la mirada del papa, que poco antes de que los soldados
irrumpieran en los aposentos pontificios había conseguido escapar al castillo
de Sant'Angelo por el corredor de comunicación, se llevó a cabo un saqueo con
todas las crueldades imaginables. Un curial alemán que vivió el acontecimiento
refiere que «allí moría sin remedio todo el que se encontraba por las calles,
fuera joven o viejo, mujer o varón, fraile o monje». El sacco di Roma fue
interpretado en general como un castigo de Dios por la vida relajada de la
ciudad papal y Alfonso de Valdés (Diálogo de las cosas ocurridas en Roma, 1529)
lo justificó como un hecho providencial, resposanbilizando al papa del suceso.
Y esta interpretación será la que, con matices, mantendrán los aliados del
emperador.
Con el sacco di Roma el fracaso de la política que la Santa Sede
venía practicando desde el pontificado de León X, conocida con el nombre de
«libertad de Italia», fue total. El papa tuvo que amnistiar a los Colonna,
entregar 400.000 ducados y renunciar a Parma, Módena, Civitavecchia y Ostia. En
diciembre Clemente VII consiguió escapar de Roma y refugiarse en Orvieto, pero
ya no se unió a la liga de Cognac, aunque Francia continuaba la lucha contra el
Imperio, que finalizó con la firma del tratado de Cambrai (3 agosto 1529), y
entregaba el dominio del Milanesado a España. Unos meses antes, en junio de
1529, el papa había concertado la paz con el emperador, que se firmó en
Barcelona, y en febrero de 1530 Carlos V recibió la corona imperial de manos
del papa en la iglesia de San Petronio de Bolonia, que sería la última
coronación imperial que un papa iba a realizar. En aquella ocasión el emperador
intentó de nuevo, aunque sin éxito, que el papa convocara el concilio.
Exhortación que Carlos V volvió a renovar después de la Dieta de Augsburgo de
1530, invocando la amenaza del cisma de Enrique VIII (1509-1547) y la
hostilidad de Francisco I.
Clemente VII tuvo que enfrentarse también con el grave problema
del cisma de Inglaterra. Enrique VIII, al que León X había distinguido con el
título de defensor de la fe, quería anular su matrimonio con Catalina de
Aragón, hija de los Reyes Católicos y tía del emperador, para casarse con Ana
Bolena. Clemente VII se negó, pero el arzobispo de Canterbury declaró válido el
nuevo matrimonio de Enrique VIII con Ana Bolena. El papa pronunció la
excomunión contra Enrique VIII, que se hizo definitiva en el consistorio de 24
de marzo de 1534, consumándose la ruptura de Roma con la Iglesia de Inglaterra.
Al final de su vida, el indeciso pontífice volvió a bascular hacia
Francia. Después de hacer una promoción de cardenales, todos franceses, en
octubre de 1533 se encaminó a Marsella para desposar a su sobrina Catalina de
Médicis con Enrique de Orléans, hijo segundo del monarca francés. El
pontificado de Clemente VII, al que Ranke (Historia de los papas, México, 1951,
p. 66) ha calificado como el más funesto de todos los papas, fue de hecho
funesto porque con su política sancionó la ruptura de la cristiandad. Murió en Roma
el 25 de septiembre de 1534 y fue sepultado en la iglesia de Santa María sopra
Minerva.
Paulo III (13 octubre 1534 - 10 noviembre 1549)
Personalidad y carrera eclesiástica. Pocos datos exactos se
conocen sobre el nacimiento y primeros años de Alejandro Farnese. Nació a
finales de febrero de 1468 problamente en Canino (Viterbo) de una familia noble
romana. Recibió una buena formación humanista y pronto comenzó a recibir
prebendas y beneficios. Inocencio VIII le nombró protonotario apostólico;
Alejandro VI le creó cardenal del título de San Cosme y Damián (20 septiembre
1493), le concedió el obispado de Corneto y Montefiascone, y le designó
tesorero de la Cámara apostólica y legado en Viterbo para que se entrevistase
con Carlos VIII de Francia; Julio II le otorgó el rico obispado de Parma en
1509; León X y Clemente VII le colmaron de beneficios y fue legado ante el
emperador Carlos V. Alejandro Farnese llevó una vida fastuosa y tuvo varios
hijos ilegítimos: Pierluigi, futuro duque de Parma, y Paolo, fueron legitimados
por Julio II, mientras que Constanza y Ranuccio lo fueron por León X en 1518.
Después de recibir las órdenes sagradas, morigeró sus costumbres y concentró
todas las energías en el ejercicio de la diplomacia, en la que demostró ser un
gran maestro a la hora de tratar con los imperiales, evitando a León X cometer
muchos errores. A la muerte de Adriano VI (1523) fue uno de los papables, y la
elección de Clemente VII supuso para él una importante pérdida de influencia,
porque el nuevo pontífice no siguió sus consejos y se embarcó en una política
de enfrentamientos que terminó con la catástrofe del sacco di Roma (1527). No
obstante, consiguió mantener su popularidad en la curia y, a la muerte de
Clemente VII, en un cónclave que sólo duró dos días, fue elegido papa por
unanimidad el 13 de octubre de 1534, y tomó el nombre de Paulo III.
Aunque Paulo III fue todavía un hombre del Renacimiento y no se le
puede considerar como el primer papa de la reforma católica, ciertamente hay
que verlo como su precursor. Todos los retratos del papa irradian una rara
prudencia. Y, efectivamente, en todas sus actuaciones puso de manifiesto una
cuidadosa reflexión, recabando no pocas veces el parecer de varones
experimentados. El excesivo favoritismo a su familia es ciertamente una gran
sombra en la figura del papa Farnese. A su hijo Pierluigi le nombró
confaloniero de la Iglesia en 1537 y después, en 1545, duque de Parma y
Piacenza. A sus nietos, sobre todo a los hijos de Pierluigi, también les
favoreció descaradamente: Alejandro fue el claro favorito del papa, obteniendo
obispados, abadías, prioratos y el cargo de vicecanciller. A Octavio, que casó
en 1538 con Margarita de Austria, hija bastarda de Carlos V y viuda de
Alejandro de Médicis, le entregó el pequeño ducado de Camerino, que después
cambió por el de Castro. Y a Orazio le entregó la prefectura de Roma.
La reforma católica y el Concilio de Trento. Paulo III fomentó la
reforma mediante el nombramiento de una serie de cardenales con un profundo
sentido eclesial, la constitución de una comisión para la reforma y, sobre
todo, con la convocatoria del Concilio de Trento y el apoyo a las
congregaciones religiosas de fundación reciente.
Es verdad que en la promoción de nuevos cardenales comenzó
nombrando a dos nietos suyos: Alejandro Farnese, hijo de Pierluigi, y Guido
Ascanio Sforza, hijo de Constanza; pero también incorporó al sacro colegio a
hombres con grandes valores espirituales, como san Juan Fisher (1469-1535),
condenado a muerte un año después por Enrique VIII de Inglaterra; Contarini, ex
embajador de Venecia en Roma y amigo de Victoria Colonna; Caraffa, futuro Paulo
IV; Sadoleto, gran defensor de la reforma católica; Pole, nieto de Eduardo TV
de Inglaterra; Cervini, futuro Marcelo II; Cortese, reformador de los benedictinos;
Morone, defensor de la corriente espiritualista, etc. Todos eran personas
destacadas, a las que preocupaba de un modo muy particular la renovación de la
Iglesia, y no es exagerado decir que, mediante tales nombramientos, se reformó
el colegio cardenalicio.
El año 1536 Paulo III instituyó una comisión de cuatro cardenales
(Contarini, Caraffa, Sadoleto y Pole) y cinco prelados para que hicieran un
informe sobre los capítulos que había que reformar en la disciplina de la
Iglesia. Los comisionados redactaron el informe y lo entregaron al papa, que
aprovechó algunas sugerencias para expedir varias bulas de carácter reformista,
y guardó el dictamen de la comisión para presentarlo al concilio. En él se
analizaban los abusos de la curia romana y trazaba el programa de trabajo para
el cometido reformista del concilio.
Otra medida de Paulo III fue la reorganización de la Inquisición
en 1542. Una congregación romana de seis cardenales, que más tarde se llamó
Sanctum Officium, tenía la misión de auxiliar al papa en las cuestiones
dogmáticas, actuar como tribunal supremo en materias de fe y velar por la
pureza de la doctrina en toda la Iglesia, procediendo contra los sospechosos de
herejía. Su presidente fue el severísimo cardenal Caraffa, el futuro Paulo IV,
que pronto nombró delegados en los distintos territorios italianos.
El mayor mérito de Paulo III en relación con la renovación
católica fue la convocatoria del Concilio de Trento (H. Jedin, Historia del
Concilio de Trento, I, Pamplona, 1972). Ya en 1536 había convocado un concilio
en Mantua, al año siguiente en Vicenza y en 1542 en Trento, pero el
enfrentamiento que mantenía Francia y el Imperio hizo inviables las iniciativas
pontificias. Sólo con la firma de la paz de Crespy entre Francisco I y Carlos V
el año 1544 pudo convocarse el concilio en la ciudad de Trento, donde se
celebró la solemne apertura el día 13 de diciembre de 1545. La elección de la
ciudad de Trento se debió a su posición geográfica y a su estatuto jurídico. Su
carácter predominantemente italiano la hacía bienquista a la curia romana,
mientras que su pertenencia política al Imperio la hacía atractiva a los
alemanes. Después de vencer múltiples dificultades, en la sesión sexta se
definió la doctrina de la justificación, que sin duda es el decreto más
importante de la primera etapa del concilio.
Como el papa quería librar al concilio de la influencia imperial,
el inicio de una epidemia en Trento le ofreció el pretexto para trasladarlo a
Bolonia en la primavera de 1547. El emperador, que acababa de lograr la
victoria de Mühlberg (1547) sobre la liga protestante de Esmalcalda, se sintió
molesto por tan repentino traslado y, mediante el denominado Interim de
Augsburgo (1548), quiso regular interinamente la situación religiosa en
Alemania, haciendo algunas concesiones a los protestantes, a la espera de lo
que decretara el concilio. Ante esta situación, el papa dispuso la suspensión
del concilio el 13 de septiembre de 1549.
El papa alentó las órdenes y congregaciones religiosas de
fundación reciente, como los teatinos, capuchinos, barnabitas, somascos y
ursulinas. El 26 de septiembre de 1540, por la bula Regimini militantis
Ecclesiae, Paulo III aprobó la Compañía de Jesús, que se convirtió en la punta
de lanza de la reforma católica.
El conflicto entre Francia y el Imperio favoreció la expansión de
los turcos, que en junio de 1536 invadieron la Puglia y se apoderaron de la
isla de Corfú que pertenecía a Venecia. El 18 de junio de 1538, Paulo III
consiguió que Carlos V y Francisco I firmasen en Niza una tregua de diez años y
se comprometiesen a organizar una expedición contra Enrique VIII, que había
sido excomulgado años antes. Sin embargo, poco después, al conceder Carlos V la
investidura del ducado de Milán a su hijo Felipe, se reanudó la guerra y los turcos
aprovecharon la situación para apoderarse de Buda y de la región del alto
Danubio.
Paulo III, al que Copérnico había dedicado en 1543 su obra
revolucionaria Sobre los cursos de los cuerpos celestes, contrajo también
grandes méritos en el campo del arte. Encomendó a Miguel Ángel que diera un
nuevo aspecto al Capitolio; en la capilla Sixtina pintó el Juicio Final,
terminado en 1541, y después los frescos de la capilla Paolina. Finalmente, en
1547 le confió la dirección de las obras de la basílica de San Pedro. Vasari
(1511-1571) exaltó el pontificado de Paulo III en los frescos que pintó en la
Sala dei cento giorni del palacio de la Cancillería, y Guillermo della Porta le
erigió en la basílica de San Pedro uno de los sepulcros más hermosos. Cuando
Paulo III murió el 10 de noviembre de 1549 estaba fuera de toda duda que con su
pontificado, pese a todas las sombras, se había iniciado una nueva era.
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