jueves, 16 de marzo de 2017

Diccionario de los papas y concilios (1503-1550)

Pío III (22 septiembre 1503 - 18 octubre 1503)

Francisco Tedeschini Piccolomini nació en Siena el 9 de mayo de 1439. Hijo de Nanni Tedeschini, jurisconsulto, y de Laudomia Piccolomini, hermana de Pío II. Estudió artes y leyes en Ferrara y después se doctoró en derecho canónico en Perugia. Con la subida de su tío al trono pontificio consiguió prebendas y beneficios. A los veinte años fue nombrado obispo de Siena y cardenal diácono del título de San Eustaquio (1460); poco después, legado pontificio en las Marcas y, finalmente, vicario de Roma y de los Estados de la Iglesia cuando el papa salió para Ancona a ponerse al frente de la cruzada (1464). Durante los siguientes pontificados prefirió mantenerse alejado de Roma, aunque desempeñó importantes encargos: en la Dieta de Ratisbona de 1471 y ante Carlos VIII en marcha hacia Nápoles, que no quiso recibirle (1494).
A la muerte de Alejandro VI, como los candidatos favoritos, los cardenales Della Rovere y D'Amboise, no pudieran tener el número de votos necesarios, fue elegido como papa de transición Francisco Tedeschini el 22 de septiembre de 1503 y tomó el nombre de Pío en recuerdo de su tío. Por desgracia, Pío II, que deseaba reformar la Iglesia, celebrar un concilio y organizar la cruzada contra los turcos, sólo gobernó la Iglesia 26 días.
No fue un gran político, y en su prudencia y generosidad algunos quisieron ver debilidad e incapacidad. Amante del arte, fundó en Siena la biblioteca de la catedral, decorada por Pinturicchio con escenas de la vida de Pío II, para recoger sus libros y los de su tío. Murió en Roma el 18 de octubre de 1503 y fue sepultado junto a Pío II en la capilla de San Andrés de la basílica Vaticana, pero en 1614 fue trasladado a la iglesia de San Adrea della Valle.

Julio II (31 octubre 1503 - 21 febrero 1513)

Personalidad y carrera eclesiástica. Juliano della Rovere nació en Abisola, cerca de Savona, el 5 de diciembre de 1443, y su carrera estuvo ligada a la protección de su tío Sixto IV. Cuando éste ascendió al pontificado, Juliano abrazó el estado eclesiástico y, en seguida, fue nombrado obispo de Carpentras y creado cardenal del título de San Pedro ad vitícola en el mismo consistorio que su primo Pedro Riario (15 diciembre 1471). En los años sucesivos acumuló numerosas dignidades: los obispados de Lausana (1472), Mesina y Catania (1473), Avignon (1474), Coutance (1476), Viviers (1478), Bolonia (1483), Lodévois (1488), Savona (1499) y Vercelli (1502), y además ricas abadías.
En 1474 hizo su entrada en la vida política. Muerto su primo, el cardenal Riario, con el que rivalizaba, su tío le nombró obispo de Avignon y, en 1476, legado de esta ciudad pontificia. Después de la conjura de los Pazzi contra los 312 Médicis se desató la guerra entre Florencia y el Estado de la Iglesia, y el papa designó al cardenal Della Rovere legado a latere para entablar negociaciones y restablecer la paz. En el pontificado de Inocencio VIII actuó de consejero en la guerra que todavía continuaba entre Ferrante de Nápoles y Roma, y que terminó en mayo de 1492. Al subir al trono pontificio Alejandro VI, el cardenal Della Rovere se pasó a la oposición y así se mantuvo hasta la muerte del papa Borja. Acompañó a Carlos VIII de Francia en su marcha sobre Nápoles c intentó inútilmente deponer al pontífice cuando los franceses entraron en Roma. Cuando el rey francés se retiró de Italia en 1495, Della Rovere se encerró en su legación de Avignon y allí recibió a César Borja cuando éste, nombrado duque de Valentinois, fue a entregar a Luis XII (1498-1515) la dispensa papal para poder casarse con Ana de Bretaña. Después del breve pontificado de Pío III, el cardenal Della Rovere fue elegido papa el 1 de noviembre de 1503. Tomó el nombre de Julio II y fue coronado con gran pompa el 26 de noviembre.
Estadista y mecenas. El principal objetivo de Julio II fue, a juicio de Cloulas {Jales II, París, 1990), restaurar y consolidar los Estados de la Iglesia. Para ello utilizó de forma sistemática las armas temporales y las espirituales, y cambió de alianzas cuando favorecía sus intereses. De hecho, Julio II más parecía seguir las huellas de un general que las de san Pedro. En 1506 asumió directamente el mando de un ejército para recuperar las ciudades de Perugia y Bolonia, en las que habían impuesto su propio poder los Baglioni y los Bentivoglio, y lo consiguió con el apoyo de las tropas francesas. Y como los venecianos se resistían a devolver las plazas que ocupaban indebidamente en la Romagna, Julio II firmó la Liga de Cambrai (1508) con el emperador Maximiliano I (1493-1519) y Luis XII de Francia. El papa excomulgó a los venecianos y el ejército de la liga los derrotó, obligando a Venecia a restituir al papado todos los territorios usurpados. A fin de no debilitar en exceso a la república de Venecia y para contrarrestar el poder de Francia en la Italia del norte, Julio II cambió de campo, firmó la paz con los venecianos (1510) y concertó una liga con España e Inglaterra contra los franceses y su aliado el duque Alfonso de Ferrara. A los enfrentamientos militares acompañaron los eclesiástico-disciplinares. Luis XII convocó un concilio en Pisa (1511) para condenar al papa (16 mayo 1511) y éste respondió convocando el concilio de Letrán (18 julio 1511). La guerra entre tanto seguía su curso, pero con la adhesión del emperador al Concilio de Letrán (diciembre 1512) la victoria de Julio II parecía total. El concilio, además de condenar a los franceses por promover el conciliábulo de Pisa, ratificó la condena de las prácticas simoníacas que se utilizaran para conseguir votos en los futuros cónclaves, y tomó importantes medidas para la reforma de la Iglesia.
Aunque los monarcas españoles tuvieron serios problemas con Julio II por la política de las provisiones episcopales, gracias al empeño del rey Fernando, les concedió la bula Universalis Ecclesiae (28 julio 1507) por la que otorgaba el patronato de las tierras descubiertas y por descubrir en las Indias, que «es la mejor piedra que adorna la corona, la parte más principal del mayorazgo del reino». El papa otorgó a los reyes y a sus sucesores el derecho a nombrar obispos y a designar a todos los titulares de cualquier tipo de beneficio eclesiástico.
Julio II no sólo fue un estadista, sino también un auténtico mecenas y amante de las artes. Gracias a él se convirtió Roma en el centro del Renacimiento italiano, acogiendo a los mejores artistas. Encargó a Bramante (1444-1513) la construcción de la nueva basílica de San Pedro, «un templo tan grande como ningún otro existiera», que había de sustituir a la vieja basílica vaticana, y el 18 de abril de 1506 se puso la primera piedra, aunque su terminación iba a exigir el esfuerzo de no menos de veinte pontificados. Miguel Ángel (1475-1564) pintó los famosos frescos del techo de la capilla Sixtina y Rafael (1483-1520) los apartamentos pontificios.
Julio II murió el 21 de febrero de 1513 y fue sepultado en San Pedro junto a la tumba de su tío Sixto IV, pero después fue trasladado al mausoleo que había proyectado en la iglesia de San Pedro ad vincula. Del gigantesco monumento sepulcral que Miguel Ángel había proyectado, sólo la imponente figura de Moisés le confiere una especial fuerza de atracción, pues «toda la vehemencia violenta y la energía casi sobrehumana del papa Della Rovere, y también el orgullo, el tesón, la naturaleza indomable y el carácter desmesurado, vehemente y apasionado del artista, nos hablan desde esta figura titánica».

León X (11 marzo 1513 - 1 diciembre 1521)

Personalidad y gobierno de los Estados de la Iglesia, Juan de Médicis nació en Florencia el 11 de diciembre de 1475. Hijo segundogénito de Lorenzo el Magnífico y de Clara Orsini, tuvo una esmerada y cuidadosa educación bajo la dirección de Ángel Poliziano. A los siete años recibió la tonsura y, poco después, el cargo de protonotario apostólico; a los trece fue nombrado cardenal por Inocencio VIII y marchó a Pisa a estudiar derecho canónico. La muerte de su padre en 1492 y los desórdenes fomentados por los seguidores de Savonarola contra los Médicis, obligaron al joven cardenal a refugiarse en la corte de Urbino, en compañía de su hermano menor Juliano y de su primo Julio. En 1500 se trasladó a Roma y se estableció en el palacio Madama, residencia de los Médicis en la ciudad. Allí permaneció hasta su elevación al trono pontificio, llevando una vida refinada y apoyando a los artistas.
A la muerte de Julio II, después de un cónclave muy breve, el cardenal Médicis fue elegido papa el 11 de marzo de 1513, a pesar de que sólo contaba 37 años de edad. Tomó el nombre de León X y fue coronado el 21 del mismo mes. En uno de los arcos triunfales que se levantaron con motivo de la solemne toma de posesión de San Juan de Letrán se podía leer: «Antes había imperado Venus, después llegó el turno del dios de la guerra, y ahora llega tu día, soberana Minerva», que aludía evidentemente a los pontificados de Alejandro VI, Julio II y León X. Y, efectivamente, el papa León distribuyó con generosidad principesca sus tesoros en favor de muchos discípulos de Minerva, la diosa de la sabiduría.
Una vez entronizado, León X se preocupó de continuar el concilio lateranense iniciado por su predecesor, que llegó a su fin en marzo de 1517, y concedió el perdón a los cardenales cismáticos, Carvajal y Sanseverino, que habían participado en el conciliábulo de Pisa, reintegrándoles a sus cargos.
Uno de los objetivos del papa fue mantener los Estados de la Iglesia y Florencia al margen de las luchas entre franceses y españoles que se disputaban el dominio en Italia. La antipatía del papa León por Francia era bien conocida, pero el pontífice supo vencerla y entabló negociaciones con Luis XII para restablecer la paz y conseguir que el monarca aceptara el concilio lateranense. La lucha de la liga contra Francia continuó con alternancias hasta la victoria francesa de Marignano (1515), que abrió el camino a la paz y consagró la división de las influencias entre Francia (el norte) y España (el sur); sólo Venecia y los Estados de la Iglesia conservaron una independencia real. El papa tuvo que renunciar a Parma y Piacenza, y por el concordato de 1516 concedió al rey francés el derecho de presentación de todos los beneficios consistoriales del reino, mientras que Francisco I (1515-1547) derogó la pragmática sanción de 1438. El concordato fue ratificado por el concilio lateranense el 19 de diciembre de 1516 y, en opinión de Imbart de la Tour {Les origines de la Reforme, II, París, 1909), puso remedio a la anarquía que reinaba en Francia en la provisión de los beneficios.
Por el mismo tiempo, con el pretexto de que el duque de Urbino, Francisco María della Rovere (1508-1516), había traicionado los intereses del papado, León X le privó del ducado y se lo entregó a su sobrino Lorenzo de Médicis, que lo ocupó en agosto de 1516. La decisión fue mal vista entre los cardenales y algunos organizaron un complot para asesinar al papa. La conjura falló y el cardenal Petrucci, su principal artífice, fue ejecutado en julio de 1517; otros, como Sauli y Riario, fueron encarcelados y liberados después de pagar una suma enorme de dinero.
Restablecida la paz en Italia, el papa podía pensar en organizar la cruzada contra los turcos. Envió legados a Inglaterra, Francia, España y el Imperio, pero las buenas perspectivas se vinieron abajo con la muerte del emperador en 1519. La lucha de los reyes de Francia y España por conseguir la corona imperial centró los objetivos del momento. La mayor preocupación de León X era la de mantener el equilibrio entre ambos candidatos e impedir que uno u otro se hiciera con el control de Italia y limitara el poder pontificio.
El papa, preocupado por la composición del sacro colegio, que le parecía sospechosa, a pesar de haber nombrado a cuatro florentinos al inicio de su pontificado, en 1517 designó a 31 nuevos cardenales, cifra muy elevada y sin parangón antes y después de su pontificado. A excepción de los cardenales Tomás Cayetano y Gilberto de Vitervo (Canisio), las demás nominaciones miraban más a contentar a las diferentes facciones de la nobleza romana, a favorecer los intereses de los Médicis y a dar una satisfacción a los soberanos extranjeros. El sacro colegio, tradicionalmente compuesto por 24 miembros, pasó a 46 y constituyó una auténtica corte, pues muchos de sus componentes sólo tenían de eclesiásticos el título y el nombre. Para hacer frente a los gastos cada vez más crecientes de la corte papal se recurrió a todos los expedientes: aumento de los derechos de cancillería, venta de oficios, indulgencias, etc. A pesar de las denuncias y de las críticas, nada se hizo por cambiar este estilo de vida, ni siquiera las tesis luteranas pudieron con él.
La crisis luterana. En marzo de 1517 el concilio lateranense llegaba a su fin, y el 31 de octubre el profesor de Wittenberg, Martín Lutero (1483-1546), envió 95 tesis en latín a los obispos asistentes solicitando una disputa teológica. El motivo de las tesis de Lutero fue la indulgencia que Julio II había promulgado para la construcción de la basílica de San Pedro, y que León X renovó. Aquellas tesis, que buscaban el diálogo y no la lucha, las hizo imprimir Christoph Scheuerl y pronto circularon por toda Alemania. La inesperada resonancia que obtuvieron demostró hasta qué punto era general el descontento y la irritación por el problema de las indulgencias y otros gravámenes con que la curia romana oprimía a la nación alemana.
En la Dieta de Augsburgo de 1518, el cardenal Cayetano escuchó a Lutero, que apeló a un concilio general. Pero, como tras la muerte del emperador Maximiliano I en enero de 1519, León X quería impedir la elección imperial de Carlos I de España (1516-1556), se mostró complaciente con el príncipe elector Federico el Sabio y paralizó el proceso contra Lutero. Después de la elección de Carlos V, León X reanudó el proceso contra Lutero y el 15 de junio de 1520 emitió la bula en que le amenazaba con la excomunión, pero como Lutero la quemó en Wittenberg, el papa le excomulgó el 3 de enero de 1521. Un alejamiento de la realidad y un funesto sentimiento de seguridad ofuscó al papado, que miró a Lutero con desprecio y con un sentimiento de superioridad, ignorando las posibilidades que se encerraban en aquel nuevo tipo de cristianismo que combatía.
El mecenazgo. El amor que el papa tenía a las letras y a las artes parecía heredado de los Médicis. León X se distinguió por una protección decidida a todas las manifestaciones del Renacimiento, rodeándose de una brillante corte de cultivadores del arte y de las letras, en la que Bembo y Sadoleti ocupaban el cargo de secretarios. Rafael y Miguel Ángel trabajaron para él; continuó la reforma de la Universidad de Roma; se preocupó de restaurar la biblioteca de su padre saqueada por los partidarios de Savonarola, etc. El cansancio y la enfermedad acabaron con la vida del pontífice el primer día de enero de 1521, cuando contaba 46 años de edad. Su muerte suscitó un general concierto de alabanzas por parte de aquellos poetas y escritores que habían sido testigos y beneficiarios de su eximia liberalidad. Pero por un extraño e incomprensible contraste, su cuerpo descansó largo tiempo en un túmulo innoble de la basílica de San Pedro. Paulo III lo mandó trasladar, junto al de Clemente VII, a un mausoleo de mármol situado en el coro de la iglesia romana de Santa María sopra Minerva.

Adriano VI (9 enero 1522 - 14 septiembre 1523)

Personalidad y carrera eclesiástica. Adriano Florensz nació en Utrecht el 2 de marzo de 1459. Hijo de un carpintero, hizo los primeros estudios en la escuela de Utrecht, donde recibió la influencia de la devotio moderna, y en 1476 se matriculó en la Universidad de Lovaina, doctorándose en teología. En la misma universidad fue profesor y vicecanciller. En 1507 el emperador Maximiliano I le nombró preceptor de su nieto el archiduque Carlos, que por entonces contaba siete años.
En 1515 vino a España en calidad de embajador para hacer valer los derechos del archiduque Carlos a la corona de los Reyes Católicos, sus abuelos, lo que consiguió fácilmente con la ayuda de Jiménez de Cisneros (1436-1517). En 1516 recibió como recompensa el obispado de Tortosa y un año después el capelo cardenalicio. Acompañó a Carlos I en su primer viaje por los reinos de España y, cuando éste marchó a Alemania para recibir la corona imperial, fue nombrado regente y gobernador general de los reinos de España.
El cónclave que siguió a la muerte de León X eligió papa, ante la sorpresa general, al cardenal obispo de Tortosa el 9 de enero de 1522. Adriano de Utrecht, que se hallaba en España, recibió la noticia el 9 de febrero y, después de un mes de reflexión, aceptó el nombramiento y se embarcó para Roma. Llegó a la ciudad eterna el 30 de agosto y al día siguiente fue coronado sin gran concurrencia de pueblo.
El nuevo papa era un hombre culto, piadoso y de costumbres austeras; era un papa reformista como requerían los tiempos. Pero Adriano, justo en razón de su piedad y de su disposición reformista, halló pocas simpatías en Roma. Curiales y literatos se burlaban de él, lanzando contra él todo tipo de calumnias. De este modo, el último papa no italiano hasta 1978 se convirtió en «víctima del sarcasmo romano», según expresión de Burckhardt.
El avance del luteranismo. Los dos objetivos de su pontificado, expuestos en el discurso de entronización, fueron la continuación de la cruzada contra los turcos (lo que suponía la reconciliación de los príncipes cristianos) y la reforma de la Iglesia, en un momento en que el movimiento luterano todavía no había triunfado de forma definitiva. Pero no tuvo éxito. El enfrentamiento entre Carlos V y Francisco I hizo inviable la cruzada, y los turcos se apoderaron de Belgrado y de la isla de Rodas. Ante el avance del luteranismo, envió como legado a Francisco Chicrcgati a la Dieta de Nuremberg (1522-1523) para que rogase a los Estados del Imperio que aplicasen el edicto de Worms de 1521 e impidieran la difusión de la doctrina de Lutero, a la vez que hizo una sincera confesión de culpabilidad. En nombre del papa reconoció la culpa de la curia romana en las calamidades que todos lamentaban y afirmó que «todos nosotros, prelados y clérigos, nos hemos apartado del camino de la justicia, y hace ya mucho tiempo que no hay nadie que obre bien» (R. García-Villoslada, Raíces históricas del luteranismo, Madrid, 1976, pp. 94-95). Aunque esta confesión tuvo un profundo eco en la conciencia de todos, las pasiones estaban demasiado enfrentadas y el resultado conseguido fue prácticamente nulo, pues los príncipes exigieron la convocatoria de un concilio en el plazo de un año para abolir los abusos de la Iglesia.
Adriano VI concedió a Carlos I tres privilegios sustanciosos para la corona: la incorporación definitiva de las mesas de las órdenes militares, el patronato y presentación a la iglesia de Pamplona y a todas las restantes iglesias de España. El privilegio sobre los maestrazgos lo había conseguido parcialmente Fernando el Católico en diferentes ocasiones, pero con la bula Dum intra nostrae mentís (4 mayo 1523) Adriano VI concedió la incorporación de modo irrevocable y a perpetuidad. La bula Dum ínter nostrae mentís, de 14 de abril de 1523, otorgaba el privilegio de patronato y de presentación a la iglesia de Pamplona, y la Eximiae devotionis affectus (6 septiembre 1523) la concedía para todas las iglesias metropolitanas, catedrales y monasterios consistoriales de Castilla y Aragón. Este privilegio, sumado a los obtenidos para el reino de Granada y Canarias de Inocencio VIII y para América de Julio II, cerraba el círculo de una de las prerrogativas más singulares concedidas a la corona española en el Antiguo Régimen.
Adriano VI murió el 14 de septiembre de 1523, a la edad de 64 años, después de veinte meses de papado. Sepultado en la iglesia nacional alemana de Santa María del Ánima, en Roma, resultan atinadas las palabras que se leen en su mausoleo: «¡Ay, cuánto importa la época en que se desarrolla la acción del varón más insigne!»

Clemente VII (19 noviembre 1523 - 25 septiembre 1534)

Personalidad y carrera eclesiástica. Juliano de Médicis nació en Florencia el 26 de mayo de 1478. Hijo natural de Juliano de Médicis, recibió la misma educación que los hijos de Lorenzo el Magnífico, de quien era sobrino. A la sombra de su primo Juan, nombrado cardenal, sufrió la caída del régimen de los Médicis en 1494 y un largo exilio por diferentes países. La restauración de su familia en el poder de Florencia en 1512 y la elevación de su primo Juan al trono pontificio en 1513, le posibilitó una rápida carrera eclesiástica: en 1513 fue nombrado arzobispo de Florencia y cardenal del título de Santa María in Domenica, y sucesivamente recibió los cargos de legado pontificio en la liga contra los franceses, vicecanciller de la Iglesia romana, legaciones en Toscana, Bolonia y Rávena, etc. Los graves problemas que tuvo en la diócesis de Florencia por la predicación de los discípulos de Savonarola los solventó con la convocatoria de un concilio provincial, defendiendo con energía el poder de los Médicis y de la Santa Sede, cuyos intereses estaban íntimamente unidos.
A la muerte de su primo León X (1 diciembre 1521) tuvo la posibilidad de ser papable, pero la oposición de los cardenales Colonna y Soderini lo impidió. Sin embargo, tras el breve pontificado de Adriano VI, lo consiguió. El cónclave no fue cómodo, pues las facciones filofrancesa e imperial lucharon por imponer sus candidatos. Un mes y medio duró la pugna entre los cardenales Juliano de Médicis y Alejandro Farnese, futuro Paulo III, pero al fin Juliano de Médicis fue elegido papa el 19 de noviembre de 1523 y tomó el nombre de Clemente VIL Contarini, embajador de Venecia, definió a Clemente VII con estas palabras: «Muestra, sí, deseos de ver eliminados los abusos de la santa Iglesia, pero no lleva a la práctica ninguna idea al respecto ni toma ninguna medida.» De hecho, Clemente VII fue un papa indeciso, titubeante y tímido, que desaprovechó las mejores ocasiones y que acabó teniendo fama de inseguro entre amigos y enemigos. Se enfrentó a Carlos V, un soberano ganado por la idea imperial y que, en consecuencia, también se tomó muy en serio el bienestar de toda la cristiandad.
El saqueo de Roma y la ruptura de la cristiandad. Aunque la situación político-religiosa de la cristiandad no era muy propicia, Clemente VII comenzó su pontificado con buenos augurios. Alfonso del Este prestó juramento por Pariría y Reggio, Florencia se sintió más segura con un nuevo papa Médicis, Carlos V se congratuló por su elección y el papa trató con Francia y Venecia para organizar una cruzada. Sin embargo, como el luteranismo se extendía cada vez más en Alemania, Carlos V reclamó la urgencia de convocar un concilio, pero el miedo que había provocado el Concilio de Basilea frenó cualquier paso del papa en esa dirección. Es verdad que se estableció como su futura sede a la ciudad de Trento, pero Clemente VII, para ganar tiempo, anunció la reforma de la curia, condenó la acumulación de beneficios, tomó diferentes medidas para mejorar la administración del patrimonio de san Pedro, cuyas finanzas no atravesaban buen momento a causa de los dispendios de León X, etc.
La lucha entre Francia y el Imperio por el dominio del norte de Italia continuaba, pero la batalla de Pavía (25 febrero 1525), en la que Francisco I cayó prisionero de los imperiales y firmó el tratado de Madrid (13 enero 1526), entregó el dominio de Italia a Carlos V. Sin embargo, para frenar el excesivo poder de los Habsburgo, el papa y Venecia se unieron a Francia, y en mayo de 1526 firmaron la liga de Cognac. La reanudación de la lucha tuvo efectos calamitosos para la Iglesia, pues en la Dieta de Spira (1526) se suspendió prácticamente el edicto de Worms de 1521 y las tropas imperiales arrasaron y saquearon sin piedad la ciudad de Roma durante los días 6-9 de mayo de 1527. Ante la mirada del papa, que poco antes de que los soldados irrumpieran en los aposentos pontificios había conseguido escapar al castillo de Sant'Angelo por el corredor de comunicación, se llevó a cabo un saqueo con todas las crueldades imaginables. Un curial alemán que vivió el acontecimiento refiere que «allí moría sin remedio todo el que se encontraba por las calles, fuera joven o viejo, mujer o varón, fraile o monje». El sacco di Roma fue interpretado en general como un castigo de Dios por la vida relajada de la ciudad papal y Alfonso de Valdés (Diálogo de las cosas ocurridas en Roma, 1529) lo justificó como un hecho providencial, resposanbilizando al papa del suceso. Y esta interpretación será la que, con matices, mantendrán los aliados del emperador.
Con el sacco di Roma el fracaso de la política que la Santa Sede venía practicando desde el pontificado de León X, conocida con el nombre de «libertad de Italia», fue total. El papa tuvo que amnistiar a los Colonna, entregar 400.000 ducados y renunciar a Parma, Módena, Civitavecchia y Ostia. En diciembre Clemente VII consiguió escapar de Roma y refugiarse en Orvieto, pero ya no se unió a la liga de Cognac, aunque Francia continuaba la lucha contra el Imperio, que finalizó con la firma del tratado de Cambrai (3 agosto 1529), y entregaba el dominio del Milanesado a España. Unos meses antes, en junio de 1529, el papa había concertado la paz con el emperador, que se firmó en Barcelona, y en febrero de 1530 Carlos V recibió la corona imperial de manos del papa en la iglesia de San Petronio de Bolonia, que sería la última coronación imperial que un papa iba a realizar. En aquella ocasión el emperador intentó de nuevo, aunque sin éxito, que el papa convocara el concilio. Exhortación que Carlos V volvió a renovar después de la Dieta de Augsburgo de 1530, invocando la amenaza del cisma de Enrique VIII (1509-1547) y la hostilidad de Francisco I.
Clemente VII tuvo que enfrentarse también con el grave problema del cisma de Inglaterra. Enrique VIII, al que León X había distinguido con el título de defensor de la fe, quería anular su matrimonio con Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos y tía del emperador, para casarse con Ana Bolena. Clemente VII se negó, pero el arzobispo de Canterbury declaró válido el nuevo matrimonio de Enrique VIII con Ana Bolena. El papa pronunció la excomunión contra Enrique VIII, que se hizo definitiva en el consistorio de 24 de marzo de 1534, consumándose la ruptura de Roma con la Iglesia de Inglaterra.
Al final de su vida, el indeciso pontífice volvió a bascular hacia Francia. Después de hacer una promoción de cardenales, todos franceses, en octubre de 1533 se encaminó a Marsella para desposar a su sobrina Catalina de Médicis con Enrique de Orléans, hijo segundo del monarca francés. El pontificado de Clemente VII, al que Ranke (Historia de los papas, México, 1951, p. 66) ha calificado como el más funesto de todos los papas, fue de hecho funesto porque con su política sancionó la ruptura de la cristiandad. Murió en Roma el 25 de septiembre de 1534 y fue sepultado en la iglesia de Santa María sopra Minerva.

Paulo III (13 octubre 1534 - 10 noviembre 1549)

Personalidad y carrera eclesiástica. Pocos datos exactos se conocen sobre el nacimiento y primeros años de Alejandro Farnese. Nació a finales de febrero de 1468 problamente en Canino (Viterbo) de una familia noble romana. Recibió una buena formación humanista y pronto comenzó a recibir prebendas y beneficios. Inocencio VIII le nombró protonotario apostólico; Alejandro VI le creó cardenal del título de San Cosme y Damián (20 septiembre 1493), le concedió el obispado de Corneto y Montefiascone, y le designó tesorero de la Cámara apostólica y legado en Viterbo para que se entrevistase con Carlos VIII de Francia; Julio II le otorgó el rico obispado de Parma en 1509; León X y Clemente VII le colmaron de beneficios y fue legado ante el emperador Carlos V. Alejandro Farnese llevó una vida fastuosa y tuvo varios hijos ilegítimos: Pierluigi, futuro duque de Parma, y Paolo, fueron legitimados por Julio II, mientras que Constanza y Ranuccio lo fueron por León X en 1518. Después de recibir las órdenes sagradas, morigeró sus costumbres y concentró todas las energías en el ejercicio de la diplomacia, en la que demostró ser un gran maestro a la hora de tratar con los imperiales, evitando a León X cometer muchos errores. A la muerte de Adriano VI (1523) fue uno de los papables, y la elección de Clemente VII supuso para él una importante pérdida de influencia, porque el nuevo pontífice no siguió sus consejos y se embarcó en una política de enfrentamientos que terminó con la catástrofe del sacco di Roma (1527). No obstante, consiguió mantener su popularidad en la curia y, a la muerte de Clemente VII, en un cónclave que sólo duró dos días, fue elegido papa por unanimidad el 13 de octubre de 1534, y tomó el nombre de Paulo III.
Aunque Paulo III fue todavía un hombre del Renacimiento y no se le puede considerar como el primer papa de la reforma católica, ciertamente hay que verlo como su precursor. Todos los retratos del papa irradian una rara prudencia. Y, efectivamente, en todas sus actuaciones puso de manifiesto una cuidadosa reflexión, recabando no pocas veces el parecer de varones experimentados. El excesivo favoritismo a su familia es ciertamente una gran sombra en la figura del papa Farnese. A su hijo Pierluigi le nombró confaloniero de la Iglesia en 1537 y después, en 1545, duque de Parma y Piacenza. A sus nietos, sobre todo a los hijos de Pierluigi, también les favoreció descaradamente: Alejandro fue el claro favorito del papa, obteniendo obispados, abadías, prioratos y el cargo de vicecanciller. A Octavio, que casó en 1538 con Margarita de Austria, hija bastarda de Carlos V y viuda de Alejandro de Médicis, le entregó el pequeño ducado de Camerino, que después cambió por el de Castro. Y a Orazio le entregó la prefectura de Roma.
La reforma católica y el Concilio de Trento. Paulo III fomentó la reforma mediante el nombramiento de una serie de cardenales con un profundo sentido eclesial, la constitución de una comisión para la reforma y, sobre todo, con la convocatoria del Concilio de Trento y el apoyo a las congregaciones religiosas de fundación reciente.
Es verdad que en la promoción de nuevos cardenales comenzó nombrando a dos nietos suyos: Alejandro Farnese, hijo de Pierluigi, y Guido Ascanio Sforza, hijo de Constanza; pero también incorporó al sacro colegio a hombres con grandes valores espirituales, como san Juan Fisher (1469-1535), condenado a muerte un año después por Enrique VIII de Inglaterra; Contarini, ex embajador de Venecia en Roma y amigo de Victoria Colonna; Caraffa, futuro Paulo IV; Sadoleto, gran defensor de la reforma católica; Pole, nieto de Eduardo TV de Inglaterra; Cervini, futuro Marcelo II; Cortese, reformador de los benedictinos; Morone, defensor de la corriente espiritualista, etc. Todos eran personas destacadas, a las que preocupaba de un modo muy particular la renovación de la Iglesia, y no es exagerado decir que, mediante tales nombramientos, se reformó el colegio cardenalicio.
El año 1536 Paulo III instituyó una comisión de cuatro cardenales (Contarini, Caraffa, Sadoleto y Pole) y cinco prelados para que hicieran un informe sobre los capítulos que había que reformar en la disciplina de la Iglesia. Los comisionados redactaron el informe y lo entregaron al papa, que aprovechó algunas sugerencias para expedir varias bulas de carácter reformista, y guardó el dictamen de la comisión para presentarlo al concilio. En él se analizaban los abusos de la curia romana y trazaba el programa de trabajo para el cometido reformista del concilio.
Otra medida de Paulo III fue la reorganización de la Inquisición en 1542. Una congregación romana de seis cardenales, que más tarde se llamó Sanctum Officium, tenía la misión de auxiliar al papa en las cuestiones dogmáticas, actuar como tribunal supremo en materias de fe y velar por la pureza de la doctrina en toda la Iglesia, procediendo contra los sospechosos de herejía. Su presidente fue el severísimo cardenal Caraffa, el futuro Paulo IV, que pronto nombró delegados en los distintos territorios italianos.
El mayor mérito de Paulo III en relación con la renovación católica fue la convocatoria del Concilio de Trento (H. Jedin, Historia del Concilio de Trento, I, Pamplona, 1972). Ya en 1536 había convocado un concilio en Mantua, al año siguiente en Vicenza y en 1542 en Trento, pero el enfrentamiento que mantenía Francia y el Imperio hizo inviables las iniciativas pontificias. Sólo con la firma de la paz de Crespy entre Francisco I y Carlos V el año 1544 pudo convocarse el concilio en la ciudad de Trento, donde se celebró la solemne apertura el día 13 de diciembre de 1545. La elección de la ciudad de Trento se debió a su posición geográfica y a su estatuto jurídico. Su carácter predominantemente italiano la hacía bienquista a la curia romana, mientras que su pertenencia política al Imperio la hacía atractiva a los alemanes. Después de vencer múltiples dificultades, en la sesión sexta se definió la doctrina de la justificación, que sin duda es el decreto más importante de la primera etapa del concilio.
Como el papa quería librar al concilio de la influencia imperial, el inicio de una epidemia en Trento le ofreció el pretexto para trasladarlo a Bolonia en la primavera de 1547. El emperador, que acababa de lograr la victoria de Mühlberg (1547) sobre la liga protestante de Esmalcalda, se sintió molesto por tan repentino traslado y, mediante el denominado Interim de Augsburgo (1548), quiso regular interinamente la situación religiosa en Alemania, haciendo algunas concesiones a los protestantes, a la espera de lo que decretara el concilio. Ante esta situación, el papa dispuso la suspensión del concilio el 13 de septiembre de 1549.
El papa alentó las órdenes y congregaciones religiosas de fundación reciente, como los teatinos, capuchinos, barnabitas, somascos y ursulinas. El 26 de septiembre de 1540, por la bula Regimini militantis Ecclesiae, Paulo III aprobó la Compañía de Jesús, que se convirtió en la punta de lanza de la reforma católica.
El conflicto entre Francia y el Imperio favoreció la expansión de los turcos, que en junio de 1536 invadieron la Puglia y se apoderaron de la isla de Corfú que pertenecía a Venecia. El 18 de junio de 1538, Paulo III consiguió que Carlos V y Francisco I firmasen en Niza una tregua de diez años y se comprometiesen a organizar una expedición contra Enrique VIII, que había sido excomulgado años antes. Sin embargo, poco después, al conceder Carlos V la investidura del ducado de Milán a su hijo Felipe, se reanudó la guerra y los turcos aprovecharon la situación para apoderarse de Buda y de la región del alto Danubio.

Paulo III, al que Copérnico había dedicado en 1543 su obra revolucionaria Sobre los cursos de los cuerpos celestes, contrajo también grandes méritos en el campo del arte. Encomendó a Miguel Ángel que diera un nuevo aspecto al Capitolio; en la capilla Sixtina pintó el Juicio Final, terminado en 1541, y después los frescos de la capilla Paolina. Finalmente, en 1547 le confió la dirección de las obras de la basílica de San Pedro. Vasari (1511-1571) exaltó el pontificado de Paulo III en los frescos que pintó en la Sala dei cento giorni del palacio de la Cancillería, y Guillermo della Porta le erigió en la basílica de San Pedro uno de los sepulcros más hermosos. Cuando Paulo III murió el 10 de noviembre de 1549 estaba fuera de toda duda que con su pontificado, pese a todas las sombras, se había iniciado una nueva era.

No hay comentarios:

Publicar un comentario