Nicolás V (6 marzo 1447 - 24 marzo 1455)
Personalidad y carrera eclesiástica. Tomás Parentucelli nació en
Sarzana el 15 de noviembre de 1397. Estudió artes en la Universidad de Bolonia,
pero al no disponer de recursos económicos se trasladó a Florencia, donde
trabajó como preceptor en la casa de Palla Stronzzi. Volvió a Bolonia, se
licenció en teología y entró al servicio de Nicolás Albergati, obispo de la
ciudad y cardenal, a quien acompañó en sus misiones diplomáticas. Muerto
Albergati, Eugenio IV le nombró vicecamarlengo (1443) y al año siguiente obispo
de Bolonia. Desempeñó dos misiones diplomáticas en Alemania y, en premio, recibió
el capelo cardenalicio en 1466. A la muerte de Eugenio IV el cónclave se volvió
a reunir en Santa María sopra Minerva de Roma y, de forma inesperada, la
rivalidad tradicional entre los Colonna y los Orsini impidió la elección de
Prospero Colonna y facilitó la de Tomás Parentucelli. Elegido papa el 6 de
marzo de 1447, fue coronado el 19 del mismo mes y tomó el nombre de Nicolás en
recuerdo de su protector, el cardenal Albergati. Eneas Silvio Piccolomini
(Opera quae extant, Basilea, 1551), que más tarde sería papa, trazó este
retrato de Nicolás V:
Tuvo una estima excesiva de sí mismo y quiso hacerlo todo por sí.
Creía que nada podía hacerse bien, si él no intervenía personalmente. Amaba los
libros bien hechos y los vestidos preciosos. Fue amigo de sus amigos, aunque no
hubo nadie al que no hubiera irritado alguna vez. Se vengaba de las injurias y
no las olvidaba.
Primera etapa del pontificado. Buen diplomático, consiguió poner
fin al cisma con la definitiva disolución del Concilio de Basilea y la
abdicación del antipapa Félix V. La conclusión del período conciliarista estuvo
precedida de una laboriosa acción diplomática para conseguir que el emperador
Federico III (1440-1493) volviera a la obediencia romana. Las negociaciones
concluyeron con la firma del concordato de Viena el 17 de febrero de 1448,
ratificado en Roma el 19 de marzo (A. Mercati, Raccolta dei Concordati, Roma,
1919, I, pp. 177-85). Este concordato, que formalmente estuvo en vigor hasta
1803, solucionó en parte el espinoso problema de la cuestión beneficial. El
papa se aseguraba la provisión de todos los beneficios ya reservados a la Santa
Sede pof las anteriores constituciones de Juan XXII y Benedicto XII, y
respetaba el derecho de presentación de los obispos y abades, nombrados
mediante libre elección, aunque se reservaba el derecho de revocación si la
elección no se realizaba de acuerdo con las disposiciones canónicas.
También se esforzó por conseguir que Francia reconociese los
derechos de la Santa Sede, menoscabados por el movimiento conciliarista, y
aunque Carlos VII (1422-1461) no quiso revocar la pragmática sanción de Bourges
(N. Valois, Histoire de la Pragmatique Sanction de Bourges sous Charles VII,
París, 1906), se avino a reconocerle como legítimo papa en el verano de 1448.
La abdicación del antipapa Félix V el 7 de abril de 1449 y la
disolución espontánea del concilio, que se había trasladado a Lausana por causa
de la peste, el 25 de abril de 1449, después de haber reconocido a Nicolás V
como el único papa legítimo, puso fin al cisma. Al antipapa dimisionario le
concedió grandes honores: fue nombrado cardenal del título de Santa Sabina y
legado apostólico perpetuo en Saboya. El último antipapa de la historia murió
en Ginebra el 7 de enero de 1451. Para borrar las huellas del pasado, Nicolás V
publicó tres bulas: en la primera revocó las censuras fulminadas contra los que
se habían adherido al Concilio de Basilea, y en las dos restantes confirmó las
provisiones beneficíales hechas por el concilio e incorporó a los cardenales
creados por el antipapa Félix V al sacro colegio.
Restaurada la paz de la cristiandad, celebró jubileo el año 1450
con gran concurrencia de peregrinos, que puso de manifiesto el poder espiritual
del papa y contribuyó a la recuperación de las finanzas pontificias. Dice
Vespasiano de Biticci (A. Mai, Spicilegium romanum, I, p. 48) que «la Sede
Apostólica ganó sumas enormes de dinero; por lo cual comenzó el papa a
construir edificios en varios lugares y a encargar la compra de libros griegos
y latinos donde fuera posible, sin mirar el precio; contrató a muchísimos
copistas, de los más excelentes, para que continuamente transcribiesen los
códices». Entre las celebraciones de este año hay que resaltar la canonización
del franciscano san Bernardino de Siena (1380-1444), que como gran predicador
popular y reformador de la orden había merecido también la alta estima de
Eugenio IV.
Preocupado por la reforma de las costumbres y el restablecimiento
de la autoridad pontificia, Nicolás V envió legados pontificios a diferentes
países europeos: Nicolás de Cusa (1401-1464) recorrió Alemania y Bohemia y, al
menos en parte, consiguió reformar las costumbres del clero alemán, eliminando
la simonía y el concubinato, y restablecer la disciplina y la obediencia en los
monasterios; san Juan de Capistrano (1386-1456) viajó por Austria, Baviera,
Turingia y Sajonia, pero no obtuvo frutos duraderos; y el cardenal Guillermo
d'Estoute-ville marchó a Francia con el objetivo de conseguir abrogar o al
menos suavizar la pragmática sanción, pero no tuvo éxito, porque la asamblea
del clero francés, reunida en Bourges en julio de 1452, se adhirió en gran
parte a la pragmática con gran satisfacción de Carlos VIL La autoridad
pontificia, sin embargo, vio afianzar su poder con la coronación del emperador
Federico III en Roma el año 1452. Ésta fue la última coronación imperial que
vivió Roma y la primera de un Habsburgo.
La caída de Constantinopla. Al año siguiente se cernió sobre la
cristiandad la desgracia de la caída de Constantinopla en poder de los turcos.
Como el último emperador de Bizancio, Constantino XII (1448-1453), tardase en
publicar el decreto de unión de la Iglesia griega con la romana, Nicolás V le
amonestó el 11 de octubre de 1451 y le exhortó a cumplir lo prometido en
Florencia en 1439. El emperador se mostró dispuesto a aceptar la unión y el
papa le envió como legado al cardenal de Kiev. El 12 de diciembre de 1452 se
proclamó la unión oficial de las dos Iglesias en la basílica de Santa Sofía,
pero el pueblo y los monjes no se adhirieron a ella. Entre tanto, el sultán
Mohamed II (1451-1481) continuó cerrando el cerco de Constantinopla, que cayó
el 29 de mayo de 1453. Como la sede patriarcal estaba vacante, nombró patriarca
al monje Gennadio, radical antiunionista, y así se acabó de consumar la definitiva
separación de la Iglesia romana.
Desde el momento de la caída de Constantinopla, los papas se
preocuparon por unir a las naciones cristianas para organizar la cruzada contra
los turcos. Nicolás V dirigió a todos los príncipes el 30 de septiembre de 1453
un férvido llamamiento a la cruzada contra Mohamed, «precursor del anticristo».
Los reyes en general prestaron oídos sordos. Sólo el de Portugal, Alfonso V
(1438-1481), hizo preparativos militares serios, pero en la práctica no se hizo
nada.
Nicolás V se propuso unir por lo menos a los italianos y a este
fin envió legados a Nápoles, Florencia, Milán y Venecia, y congregó en Roma a
los embajadores de los principales Estados peninsulares. No consiguió nada,
pero lo que no se obtuvo en Roma se logró al menos parcialmente en la paz de
Lodi (9 abril 1454) por un acuerdo entre Venccia y Milán. El 30 de agosto,
Venecia, Milán y Florencia firmaron una liga defensiva para veinticinco años, y
en esta liga entraron finalmente Nicolás V y el rey de Nápoles, Alfonso de
Aragón (1442-1458). Esta liga itálica, que se ponía oficialmente bajo la
protección del papa, fue promulgada solemnemente en Roma el 2 de marzo de 1455
y aseguró por algunos años el pacífico equilibrio de los Estados italianos,
aunque nada hizo contra el turco.
La política pontificia y el mecenazgo. Ya hemos dicho que Portugal
fue el único reino donde se predicó con éxito la cruzada. Su rey aparejó una
armada con respetable ejército y Nicolás V correspondió aumentando los
privilegios a la corona portuguesa en su lucha contra los musulmanes del norte
de África y otros infieles. Por la bula Dum diversas (18 junio 1452) autorizó
al rey Alfonso hacer la guerra a los musulmanes y otros infieles, y le exhortó
a conquistar las tierras de los enemigos de Cristo. Pero la bula más
trascendental fue la Romanas Pontifex (8 enero 1455), en la que concedió al rey
portugués y a sus sucesores la posesión y dominio de todas las islas, puertos,
mares, provincias que habían ocupado, desde los cabos de Bojador y Nam, con toda
la Guinea, hasta las tierras más meridionales de África; todo para la
propagación de la fe.
En el problema de la rivalidad castellano-portuguesa, la bula
Romanus Pontifex constituye un hito fundamental, y como además viene a
coincidir con el fracaso de las gestiones del infante Enrique (1394-1460) para
obtener la soberanía de las Canarias, resulta que el año 1454 señala de hecho
un deslinde inicial de las zonas de expansión correspondientes a Portugal y
Castilla, y, como dice Pérez Embid (Los descubrimientos en el Atlántico y la
rivalidad castellano-portuguesa hasta el Tratado de Tordesillas, Sevilla, 1948,
p. 164), «de derecho marca el de la corona lusitana sobre toda la costa de
África a partir del cabo de la Nao».
Por lo que se refiere a la política pontificia, Nicolás V confirmó
los acuerdos firmados por Eugenio IV con el rey de Nápoles y trató de ganarse
su favor reconociendo sus pretensiones sobre los beneficios eclesiásticos y
librándole de las tradicionales prestaciones y actos de homenaje a que estaba
obligado en calidad de vasallo de la Santa Sede. En realidad, toda la política
en materia beneficial y fiscal de Nicolás V consistió en una revisión de las
pretensiones pontificias en favor de los príncipes, a cambio de que prestaran
su apoyo a la política temporal del papado.
Nicolás V proyectó en Roma un gran programa urbanístico, que sólo
pudo realizar en una pequeña parte. La Biblioteca Vaticana bien puede
considerarle su fundador por el gran número de manuscritos que adquirió e hizo
copiar. Este gran mecenas de las artes, bibliófilo y amante de las letras,
murió en Roma el 24 de marzo de 1455 y fue sepultado en la basílica de San
Pedro. Fra Angélico le inmortalizó con los frescos de la leyenda de San Lorenzo
en la capilla de Nicolás V.
Calixto III (8 abril 1455 - 6 agosto 1558)
Personalidad y carrera eclesiástica. Alfonso de Borja nació en
Játiva (España) el 31 de diciembre de 1378. Cursó los primeros estudios en
Valencia y los continuó en la Universidad de Lérida, donde se doctoró en ambos
derechos, adquiriendo después la cátedra de cánones y una canonjía en la
catedral. Su fama de buen jurista y de hombre recto indujo al rey de Aragón,
Alfonso V (1416-1458), a nombrarle consejero suyo. Sus buenos oficios
consiguieron la renuncia de Gil Muñoz, elegido antipapa a la muerte de
Benedicto XIII, y la reconciliación de Alfonso V con el papa Martín V, que
apoyaba a Luis de Anjou como candidato a la sucesión del reino de Nápoles.
Martín V premió a Alfonso de Borja nombrándole obispo de Valencia en 1429. Fiel
al papa de Roma, rehusó asistir en representación de Alfonso V al Concilio de
Basilea (1431-1449) y consiguió reconciliar al papa Eugenio IV con Alfonso V en
1443. En recompensa de sus servicios, el papa le nombró cardenal en 1443 y se
trasladó a Roma, distinguiéndose por su preparación jurídica, por sus
costumbres austeras y religiosidad.
A la muerte de Nicolás V los cardenales, a causa de las
rivalidades entre los Colonna y los Orsini, no consiguieron ponerse de acuerdo
sobre ninguno de los grandes favoritos y optaron por un papa de transición, y
el 8 de abril de 1455 eligieron a Alfonso de Borja, que ya tenía setenta años,
y tomó el nombre de Calixto III.
La actividad política y religiosa. El gran objetivo de Calixto III
fue organizar una cruzada para luchar contra los turcos. Envió predicadores a
todos los reinos cristianos, pero la mayor parte de los Estados se mostraron
poco interesados. El cardenal Juan de Carvajal (L. G. Cañedo, Un español al
servicio de la Santa Sede, Juan de Carvajal, Madrid, 1947), su legado en el
Imperio y en el reino de Hungría, obtuvo el apoyo del emperador Federico III y
del rey de Hungría y Bohemia, Ladislao V. El ex regente de Hungría Juan
Hunyadi, con la ayuda del gran predicador de la cruzada Juan de Capistrano,
obligó a los turcos a levantar el cerco de Belgrado (1456), que el papa quiso
conmemorar instituyendo la fiesta de la Transfiguración el 6 de agosto. La
oposición de los príncipes y prelados de Alemania, que cosideraban la
imposición de décimas para la guerra como un desafuero contra la nación
germánica, llevó a Calixto III a apoyarse sobre todo en el príncipe de Albania,
Jorge Skanderbeg (1443-1468), y en el rey de Nápoles, Alfonso V de Aragón.
Derrotada la flota turca en Metelino por la armada pontificio-aragonesa, dirigida
por el cardenal Scarampo, y vencido el ejército otomano por Skanderbeg en
Tomorzina (1457), el papa se alió con Esteban Tomás, rey de Bosnia, y con
Matías Corvino (Hunyadi), nuevo rey de Hungría (1458-1490), pues se convenció
de que el apoyo sólo podría venir de las naciones más amenazadas por los
turcos, dada la escasa ayuda que se podía esperar de Alemania, Borgoña,
Francia, Castilla o Portugal. El papa tuvo que conformarse con sus propios
medios y la ayuda, no siempre desinteresada, del rey de Nápoles, del emperador
Federico III y del rey de Hungría.
Calixto III también se preocupó de mantener la paz y concordia
entre los príncipes italianos, de acuerdo con el tratado de Lodi de 1454. Se
opuso a los proyectos de su antiguo protector Alfonso V, rey de Aragón, Nápoles
y Sicilia, que pretendía heredar el señorío de Milán a la muerte de Felipe
María Visconti, y apoyó la sucesión de Francisco Sforza (1450-1466).
La preocupación por la cruzada le impidió ocuparse a fondo de la
reforma de la Iglesia, que hubiera tenido que comenzar por Roma. Hombre austero
y profundamente religioso, tanto en su vida privada como en su política
europea, cayó, en cambio, en un abuso del tiempo, el nepotismo, que ensombreció
su pontificado, sin olvidar que el nepotismo era una práctica normal de los
papas de estos siglos. Es cierto que la animadversión de muchos romanos hacia
un papa extranjero le obligó a apoyarse en gentes de su absoluta confianza.
Pero ello no basta para justificar el excesivo número de valencianos, catalanes
y aragoneses en puestos claves y en cargos secundarios de la curia romana (J.
Rius Serra, Catalanes y aragoneses en la corte de Calixto III, Barcelona,
1948). Tal favoritismo no hizo sino aumentar la tensión con los italianos, y
más con los romanos. Dos sobrinos fueron creados cardenales en 1456: Rodrigo de
Borja (futuro Alejandro VI), obispo de Gerona, Oviedo y Valencia, y
vicecanciller de la Iglesia, y Juan Luis de Milá, obispo de Segorbe; y Pedro
Luis de Borja, hermano de Rodrigo, fue designado capitán general de la Iglesia.
Calixto III propició la revisión del proceso de Juana de Arco
(1412-1431), a la que se declaró inocente; beatificó a san Vicente Ferrer y a
santa Rosa de Vitervo. No fue un papa humanista del estilo de Nicolás V, pero
recompensó a algunos de los grandes humanistas: a Lorenzo Valla (1405-1457) le
nombró secretario pontificio y canónigo de San Juan de Letrán, y a Eneas Silvio
Piccolomini, futuro Pío II, le concedió la púrpura cardenalicia.
Murió en Roma el 6 de agosto de 1458, día de la fiesta de la
Transfiguración, que él mismo había instituido para conmemorar la victoria de
Belgrado. Fue sepultado en la rotonda de San Andrés, al lado de la basílica de
San Pedro, y en 1610 fue trasladado a Santa María de Montserrat, iglesia
nacional de la corona de Aragón en Roma.
Pío II (19 agosto 1458 - 15 agosto 1464)
Personalidad y carrera eclesiástica. Eneas Silvio Piccolomini
nació en Corsignano, Siena, el 18 de octubre de 1405. Hijo de Silvio
Piccolomini y de Victoria Forteguerri, nobles empobrecidos, cursó estudios de
derecho en Siena, aunque desde joven se sintió atraído por la cultura
humanista. En 1432 dejó los estudios y se puso al servicio del cardenal
Capránica, al que acompañó al Concilio de Basilea; después sirvió a Nicolás
Albergati, al que acompañó a Borgoña para firmar la paz de Arras (1435), y fue
enviado a Escocia con una misión ante el rey Jacobo I (1406-1437). Vuelto a
Basilea, llamó la atención de los sinodales por sus grandes dotes de elocuencia
y su formación humanista. Después de la deposición de Eugenio IV y la elección
del antipapa Félix V, Eneas Silvio se convirtió en secretario del nuevo
antipapa y obtuvo diversos despachos que le acreditaron como delegado del
concilio. Enviado a la Dieta de Frankfurt de 1442 entró en contacto con
Federico III (1440-1493), que se había declarado neutral en la lucha entre el
papa de Roma y el concilio, y le nombró secretario de la cancillería imperial.
Durante su estancia en Alemania, por influjo de los cardenales
Cesarini y Carvajal, modificó su postura y se pasó a la obediencia romana, lo
que también consiguió del emperador, que en 1445 le envió a Roma con una
embajada. En Roma declaró a Eugenio IV su arrepentimiento por haber sido uno de
los más firmes defensores del Concilio de Basilea y su deseo de tomar el estado
eclesiástico, el papa le absolvió de las censuras y le perdonó, y en 1446
recibió las órdenes sagradas.
Desde aquel momento Eneas modificó su conducta y prestó grandes
servicios a la Iglesia romana, consiguiendo el fin de la neutralidad alemana
con la firma del concordato de Viena (1448). Nombrado obispo de Trieste por
Nicolás V, envió al rector de la Universidad de Colonia una carta de
retractación, confesando su error por haber seguido las teorías conciliares y
explicando las razones por las que había vuelto a la obediencia romana.
Trasladado al obispado de Siena, Fernando III le encargó concertar su
matrimonio con Leonor de Portugal y conseguir su coronación imperial,
recibiendo a cambio el título de consejero del Imperio. En 1456 Calixto III le
creó cardenal del título de Santa Sabina y ya permaneció al lado del papa como
consejero de las relaciones con el Imperio.
En el cónclave que siguió a la muerte de Calixto III, Eneas Silvio
fue elegido papa el 19 de agosto de 1464 con el apoyo de los cardenales
italianos, y con gran decepción de los franceses que esperaban la nominación
del cardenal Estouteville. El 3 de septiembre recibió la tiara de manos del
cardenal Colonna en la basílica vaticana y seguidamente tomó posesión de San
Juan de Letrán.
La cruzada contra los turcos. El pontificado de Pío II, como el de
su predecesor, estuvo dominado por la cruzada contra los turcos. El año 1459
convocó un congreso en Mantua, en el que se acordó la cruzada, pero no tuvo
ningún éxito, porque los príncipes y los señores estaban más preocupados por
sus problemas que por la guerra contra los infieles.
En la política italiana llevó a cabo una función mediadora entre
los diferentes Estados, aunque la concesión de la investidura del reino de
Nápoles a Ferrante de Aragón (1458-1494), que le había apoyado en el cónclave,
le enfrentó con Francia, que sostenía las aspiraciones de Juan de Anjou. Pues
como dice Combert (Louis XI et la Saint Siége, París, 1903), Luis XI de Francia
(1461-1483), que había abolido la pragmática sanción de Bourges, con la
esperanza de que el papa cambiara su política respecto a Nápoles, sin
restablecer oficialmente la pragmática promulgó una serie de ordenanzas «para
la restauración y defensa de las libertades galicanas contra las usurpaciones
romanas».
En el ámbito de la disciplina eclesiástica promulgó varias
disposiciones. En primer lugar, a fin de extirpar la doctrina conciliarista que
subvertía el orden constitucional de la Iglesia, al defender la superioridad
del concilio sobre el papa, prohibió apelar las sentencias del pontífice al
futuro concilio, imponiendo a los apelantes la pena de excomunión (1459); en
segundo lugar, rescindió todo lo que él mismo había hecho contra Eugenio IV en
el Concilio de Basilea (1463); y en tercer lugar, abrogó los convenios firmados
en 1436 entre los husitas y los legados del Concilio de Basilea, por los que se
había concedido a los seglares de Bohemia el derecho de comulgar bajo las dos
especies, de donde les vino la denominación de «utraquistas».
Ante el avance de los turcos, el año 1464 Pío II asumió
personalmente la cruzada, esperando que los príncipes cristianos se
avergonzarían de permanecer en casa, «cuando vieran marchar a la guerra a su
maestro y padre, al obispo de Roma y representante de Cristo, un anciano
enfermo y débil». Pero el papa se vio defraudado. Cuando llegó a Ancona, donde
los cruzados tenían que congregarse, no encontró más que una chusma
desarrapada. Y en Ancona halló la muerte el día 15 de agosto de 1464. Su cuerpo
fue sepultado en la capilla de San Andrés en San Pedro, pero en 1614 fue
trasladado a la iglesia de San Andrea della Valle. Uno de sus nepotes, el
cardenal Tedeschini Piccolomini, que sería más tarde Pío III, mandó pintar al
Pinturicchio (1454-1513) por los años 1502-1508 la vida de Pío II en la sala de
libros corales de la catedral de Siena.
Pío II fue un espejo fiel del Renacimiento: hombre de mundo,
diplomático, político y papa, escritor, poeta, humanista y amante de los
libros; supo conciliar sus intereses privados con la institución que
representaba y se sirvió del humanismo para llevar a cabo su acción política y
religiosa. Practicó el nepotismo, como su antecesor; fue un fecundo escritor y,
junto con Nicolás de Cusa, proyectó una reforma del clero que por la dificultad
de los tiempos no se llegó a terminar; canonizó a santa Catalina de Siena
(1347-1380) y protegió a los judíos.
Paulo II (30 septiembre 1464 - 26 julio 1471)
Personalidad, carrera eclesiástica y primera etapa del
pontificado. Pedro Barbo nació en Venecia el 22 de febrero de 1417. Hijo de
Nicolás Barbo y Polixena Condulmieri, hermana de Eugenio IV, rica familia de
mercaderes, estaba llamado a seguir la empresa familiar, pero la influencia de
su tío le inclinó a la carrera eclesiástica. Estudió artes y fue nombrado
protonotario apostólico y arcediano de la catedral de Bolonia. En 1440 fue
designado obispo de Cervia y cardenal diácono del título de Santa María la
Nueva, que Nicolás V le cambiará en 1451 por el de San Marcos. Tuvo una gran
influencia durante los pontificados de Eugenio IV, Nicolás V y Calixto III, que
le nombró obispo de Vicenza, para pasar en 1459 al de Padua, al que renunció al
año siguiente. Las relaciones con Pío II fueron conflictivas, pero apenas se
resintió su popularidad en la curia y en Roma. Muerto Pío II, fue elegido
pontífice en el primer escrutinio del cónclave el 30 de agosto de 1464. Escogió
el nombre de Paulo II, fue coronado el 16 de septiembre y tomó posesión de San
Juan de Letrán con una ceremonia de gran fastuosidad.
Al inicio del cónclave todos los cardenales juraron una
capitulación electoral por la que el futuro papa se comprometía a llevar a cabo
la reforma de la Iglesia, convocando un concilio en el plazo de tres años.
Paulo II, después de consultar a diferentes juristas, presentó al colegio
cardenalicio un nuevo pacto que modificaba sustancialmente el anterior y que al
final fue aceptado con no pocas resistencias.
Siguiendo el ejemplo de sus predecesores se dedicó, en primer
lugar, a preparar la cruzada contra los turcos, aunque no consiguió reunir
fuerzas suficientes para enfrentarse a las fuerzas de Mohamed II. Concedió una
importante ayuda económica al rey de Hungría, último baluarte de la
cristiandad, y al príncipe Skanderbert de Albania para la lucha contra el
turco, pero con su muerte en enero de 1468 casi toda Albania cayó en manos de
los turcos y la cristiandad se vio privada de uno de los principales paladines
de la cruzada. El único que podría haber hecho frente a los turcos era el rey
Jorge Podiebrady de Bohemia (1458-1471), pero, por sus simpatías hacia los
husitas, Pío II abrió un proceso contra él y Paulo II le excomulgó y depuso del
reino en 1466. Jorge de Bohemia apeló al concilio general y trató de ganar el
apoyo del rey de Francia. El papa pidió al rey de Hungría, Matías Corvino
(1458-1490), que declarase la guerra al bohemio y así lo hizo en 1468, aunque
las armas fueron favorables a las tropas bohemias y Corvino tuvo que solicitar
una tregua. La guerra se reanudó por voluntad de Paulo II y Matías Corvino se
hizo proclamar rey de Bohemia; pero no por ello se solucionó el problema, pues
las hostilidades continuaron con mayor dureza y se iniciaron negociaciones con
Jorge Podiebrady, que murió el 22 de marzo de 1471 sin haber normalizado sus
relaciones con Roma.
En las relaciones con Francia, Paulo II no consiguió ningún
resultado positivo, pues Luis XI (1461-1483) utilizó la pragmática sanción de
Bourges como un medio de presión y chantaje hacia el pontificado. Mejores
fueron las relaciones con el emperador Federico III, que visitó Roma en 1468
para pedir al papa la convocatoria de un concilio en Constanza, aunque sin
ningún resultado. En los últimos años de su vida Paulo II trató de acercar la
Iglesia ortodoxa rusa a Roma favoreciendo el matrimonio entre Iván III, gran
duque de Rusia (1462-1505), con la hija de Tomás Paleólogo, déspota del
Peloponeso, que se había refugiado en Roma, donde murió en 1465.
La política italiana. En la política italiana Paulo II se apoyó en
Venecia, con la que tuvo algunos enfrentamientos violentos, y en Florencia,
abandonando la tradicional alianza con Milán y Nápoles. La inestabilidad
italiana se agravó con la muerte de Francisco Sforza en 1466, pues aunque le
sucedió su hijo Galeazzo (1466-1476), se creó un nuevo problema de inseguridad
en la compleja política italiana. Paulo II consiguió que el año 1470 se firmara
una alianza entre los Estados italianos, con la intención de renovar la paz de
Lodi, pero fue algo transitorio y su firma se hizo por la emoción que causó la
caída de la isla veneciana de Eubea en poder de los turcos.
La tendencia absolutista del nuevo pontífice se manifestó
particularmente en la política interna, afirmando la autoridad temporal de la
Santa Sede en las relaciones con algunos feudatarios. En 1465 sometió a la
familia Anguillara, que pretendía crear una señoría independiente, y se aseguró
el control de un vasto territorio que más tarde se extendió al importante
centro minero de alumbre de Tolfa. Menos fortuna tuvo con Malatesta, que
controlaba Cesana y Rímini, pues si consiguió incorporar la primera ciudad al
dominio pontificio, la segunda quedó en poder de Roberto Malatesta (1468-1482),
apoyado por Milán, Florencia y Nápoles, aunque reconociéndose vasallo de la
Santa Sede.
En Roma promovió la publicación de unas ordenanzas que regulasen
las competencias, sobre todo en el ámbito jurídico, entre los administradores
municipales y el gobernador pontificio. Estas medidas, orientadas a potenciar
el poder municipal, se acompañaron de un importante programa urbanístico en
torno al Capitolio, centro de la ciudad comunal, donde el papa había comenzado
a construir en 1455, cuando todavía era cardenal, el impresionante palacio de
San Marcos (hoy de Venecia), en el que residió de forma estable desde 1466 y
reunió importantes colecciones de arte. Paulo II, amante de las fiestas y de
las diversiones, se ganó el favor de los romanos con la potenciación de los
carnavales, en los que por primera vez se permitió participar a los judíos. Por
la bula ¡neffabilis providencia (1470) estableció el ciclo de los años
jubilares cada 25 años y a partir de 1475 se ha observado este decreto sin
interrupción, a excepción del año 1800 por las circunstancias políticas del
momento.
Paulo II se atrajo la enemistad de los humanistas al reducir a su
primitivo estado al colegio de los «abreviadores apostólicos», en el que
trabajaban muchos humanistas, por los abusos simoníacos que allí se cometían, y
al suprimir la Academia romana que dirigía Pomponio Leto (1428-1497). Su
descontento lo manifestó Bartolomeo Platina {De vitis pontificum, Colonia,
1568), presentando a Paulo II como enemigo del arte y de la ciencia, afirmando
que «los estudios eruditos de tal manera excitaban su odio y aborrecimiento,
que a quienes los seguían los calificaba sin excepción de heréticos». La
venganza de Platina contra el papa se vio satisfecha, pues el retrato negativo
que trazó de Paulo II como de un bárbaro inculto ha condicionado hasta no hace
mucho el juicio de los historiadores. Paulo II murió en Roma el 26 de julio de
1471, a los 53 años de edad, y fue sepultado en la basílica de San Pedro.
Sixto IV (9 agosto 1471 - 13 agosto 1484)
Personalidad y carrera eclesiástica. Francisco della Rovere nació
en Abisola, cerca de Savona, el 21 de julio de 1414. Hijo de Leonardo, pequeño
comerciante, y de Luchina Monleone, descendiente de la vieja nobleza genovesa.
Algunos escritores afirman que era de origen humilde y que fue adoptado por el
rico genovés Paulo Riario, que después se uniría con los Della Rovere del
Piamonte. A los nueve años entró en el convento de San Francisco de Savona,
hizo los primeros estudios, y a los 15 años profesó en la orden franciscana.
Después de estudiar en Bolonia, Pavía y Padua, donde se doctoró en teología,
enseñó esta disciplina y filosofía en Padua, Bolonia (donde conoció a Besarión,
que se convertiría en su amigo y protector), Florencia, Perugia y Siena. La
preparación y elocuencia que demostró en el capítulo general que la orden
celebró en Genova el año 1434, le permitieron escalar los más altos cargos de
gobierno en la orden: procurador general, ministro provincial de la Liguria,
vicario general de Italia y en 1464 ministro general de la orden. Nombrado
cardenal del título de San Pedro ad vitícola el 18 de septiembre de 1467,
renunció al generalato dos años después. A la muerte de Paulo II, después del
cuarto día de cónclave y gracias al apoyo del partido filomilanés, fue elegido
papa por su formación teológica, su vida intachable y su capacidad de mediador.
Tomó el nombre de Sixto IV y fue coronado el 25 de agosto.
De acuerdo con la capitulación electoral, que preveía continuar la
guerra contra los turcos, envió legados a los distintos reinos para organizar
la cruzada, pero los príncipes cristianos, empeñados en luchas internas, no
escucharon la llamada. La flota organizada con la ayuda de Nápoles y Venecia se
limitó a conquistar Esmirna (1472), pero no consiguió frenar el empuje otomano.
Las relaciones con los príncipes católicos y el mecenazgo. Sixto
IV tuvo duros enfrentamientos con los reyes de Castilla y Aragón por el
problema de las provisiones episcopales de sus reinos, máxime después de la
condescendencia que en este punto habían mostrado los pontífices anteriores y
los principios establecidos en la concordia de Segovia de 15 de enero de 1475
sobre el nombramiento de prelados. Después de largas negociaciones, se llegó al
acuerdo de 3 de julio de 1482, por el que Roma admitió las provisiones
propuestas por la reina Isabel (1474-1504). A juicio de Azcona (La elección y
reforma del episcopado español en tiempo de los Reyes Católicos, Madrid, 1960),
este acuerdo solucionó cuestiones de hecho pero dejó intacta la cuestión de
derecho, pues la Santa Sede no concedió ningún derecho de presentación de
obispados. Más éxito tuvieron los Reyes Católicos al obtener de Sixto IV la
bula Exigit sincerae devotionis (1 noviembre 1478) que les autorizaba a nombrar
inquisidores para vigilar la ortodoxia de los conversos.
Con los Estados italianos trató de mantener una política de
alianzas y equilibrios, pero los intereses enfrentados de los príncipes y la
actuación intrigante de los nepotes del papa, Juliano della Rovere, Pedro
Riario y, después de su muerte, de Jerónimo, hicieron inviable la alianza. El
año 1475 se celebró el año jubilar y se restableció la alianza con Ferrante de
Nápoles, pero las relaciones entre los Estados italianos empeoraron. Lorenzo de
Médicis (1469-1492) pretendía conquistar la Umbría y Romagna, aliándose con
Venecia y Milán, y Sixto IV, queriendo destruir a los Médicis y mal aconsejado
por Jerónimo Riario y el arzobispo de Pisa, dio su asentimiento a la
conspiración de algunas familias florentinas guiadas por los Pazzi contra los
Médicis que gobernaban Florencia. Aunque el papa se había opuesto a cualquier
derramamiento de sangre, el 28 de abril de 1478 Juliano de Médicis fue
asesinado en la catedral durante la misa, pero su hermano Lorenzo escapó al
atentado y se vengó de los conspiradores. Con el pretexto de la muerte del
arzobispo de Pisa y la prisión del cardenal nepote Sansoni Riario, Sixto IV
lanzó la excomunión contra Lorenzo de Médicis y el entredicho contra Florencia.
El enfrentamiento con Florencia, a quien apoyó Luis XI de Francia (1461-1483),
que amenazó con la convocatoria de un concilio, y la conquista de Otranto por
los turcos (1480), obligaron al papa a firmar la paz con los Médicis y revocar
todas las censuras.
La figura y la obra de Sixto IV ha sido muy controvertida. Se
observa una contradicción en su conducta, sencilla e intachable antes de la
elección y después cínica y violenta, quizás por el influjo nefasto de los
nepotes. García-Villoslada (Historia de la Iglesia católica, III, Madrid, 1960,
pp. 393-410) afirma que una de las acusaciones más graves que se le hacen es
por el desaforado nepotismo que practicó, cuyo objetivo no era sólo promocionar
a su familia, sino transformar el Estado de la Iglesia en un principado,
reforzando el poder del papa en un sentido monárquico para convertirse en un
soberano absoluto. Roma se transformó en la capital del principado, donde el
papa concentró el poder religioso, político y militar, gracias al control del
ejército por personas fieles por vínculos familiares o institucionales.
Sixto IV protegió las artes y las letras. La Biblioteca Vaticana
vio incrementar considerablemente sus fondos, dotándola de sede y rentas, y
abriéndola al público bajo la dirección de Bartolomco Platina con la bula Ad
decorem militantis Ecclesiae de 15 de junio de 1475. Hizo importantes obras en
Roma, como se puede leer en multitud de inscripciones conmemorativas; restauró
el puente Sixto y el hospital de Santo Espíritu, trazó y pavimentó varias
calles, construyó y restauró muchas iglesias y, sobre todo, la capilla Sixtina,
decorada, entre otros, por Boticcelli, Ghirlandaio, Pinturicchio, el Perugino y
Signorelli, que dejaron hermosos frescos representando las figuras de los papas
y escenas de la vida de Moisés y de Cristo.
En el ámbito eclesiástico apoyó a los franciscanos y protegió a
los mendicantes, intentó reformar a los conventuales, introdujo algunas modificaciones
en la Rota, confirmó la orden de los mínimos fundada por san Francisco de
Paula, potenció la devoción a la Virgen María y fue demasiado generoso en
conceder indulgencias y privilegios. Murió el 13 de agosto de 1484 y fue
sepultado en la capilla de la Concepción de la basílica de San Pedro.
Inocencio VIII (29 agosto 1484 - 25 julio 1492)
Personalidad y carrera eclesiástica. Juan Bautista Cibo nació en
Genova el año 1432. Hijo de Araño Cibo y de Teodorina de Mari, patricia
genovesa, pasó su juventud en la corte de Nápoles, en cuya ciudad trabajaba su
padre en la administración de la justicia. Antes de entrar en el estado
eclesiástico tuvo dos hijos ilegítimos: Teodorina y Francescheto. Estudió en
Padua y Roma, y ordenado sacerdote Paulo II le confirió el obispado de Savona
en 1467 que, en 1472, cambió por el de Molfetta, cerca de Bari. Gracias a la
amistad con el nepote del papa Juliano della Rovere, el futuro Julio II, hizo
una rápida carrera en la curia. En 1473 Sixto IV le creó cardenal del título de
Santa Sabina, que poco después cambió por el de Santa Cecilia. A la muerte de
Sixto IV, mientras se reanudaban en Roma las luchas entre los Orsini, que
apoyaban al cardenal Borja, y los Colonna que sostenían a Della Rovere, se
reunió el cónclave, y el 29 de abril de 1484 eligió papa al cardenal Cibo,
gracias a los manejos de Della Rovere. El nuevo papa tomó el nombre de
Inocencio VIII.
Era hombre de elevada estatura, dadivoso y de distinguido porte,
indeciso y débil de carácter, pero tan afable que, al decir de Conti (Le storie
de suoi tempi del 1474 al 1510, Roma, 1880), «nadie se iba descontento de él;
acogía a todos con bondad y dulzura, y se mostraba amigo de nobles y plebeyos,
de ricos y pobres». Fue dominado por el cardenal Della Rovere, que inspiró gran
parte de sus actuaciones políticas.
La política pontificia. Al igual que sus antecesores, quiso
organizar una cruzada contra los turcos, pero las discordias entre los
príncipes cristianos lo impidieron. Aprovechó los enfrentamientos entre los
hijos de Mohamed II y llegó a un acuerdo con el sultán Bayaceto (1481-1512)
para retener en prisión al príncipe Hixem, que se había entregado a los
cristianos al no poder derrocar a su hermano, recibiendo como recompensa la
lanza que se creía había traspasado el costado de Cristo y un tributo anual de
40.000 escudos.
Con los reyes de Castilla y Aragón sólo tuvo un duro
enfrentamiento por la provisión del obispado de Sevilla, que finalmente se
sustanció a gusto de los monarcas. Después, los reyes consiguieron el
privilegio de patronato y de presentación para todos los obispados y beneficios
del reino de Granada (13 diciembre 1486), cuya conquista avanzaba con lentitud,
pero con seguridad; de tal manera que cuando llegó a Roma la noticia de la
caída de Granada, Inocencio VIII se dirigió procesionalmente a la iglesia de
Santiago de la nación española, en plaza Navona, para decir una misa en acción
de gracias y dar la bendición papal.
Confirmó al rey de Portugal los derechos que le habían sido
concedidos por sus antecesores sobre Guinea y la costa occidental africana.
Reconoció a Enrique VII Tudor como rey de Inglaterra (1485-1509), después de la
guerra de las Dos Rosas, y aprobó su matrimonio con Isabel de York, hija de
Eduardo IV (1461-1483), de cuyo matrimonio nacería Enrique VIII (1509-1547).
Más difíciles fueron sus relaciones con los príncipes italianos y,
sobre todo, con Ferrante de Nápoles. El apoyo del papa a los barones
napolitanos rebeldes contra el monarca desató la guerra, a la que se unió el
rey de Hungría, por su parentesco con el monarca aragonés. El papa solicitó la
ayuda francesa y se firmó la paz en septiembre de 1486, pero las relaciones no
mejoraron y el papa excomulgó a Ferrante en 1489, ofreciendo el reino de
Nápoles a Francia. En enero de 1492, ante la amenaza francesa, el rey se mostró
más conciliador y se firmó la paz. Con el fin de romper su aislamiento y sanear
las maltrechas finanzas pontificias, Inocencio VIII buscó la alianza de los
Médicis. Casó a su hijo Francescheto con Magdalena, hija de Lorenzo de Médicis,
con gran pompa en el Vaticano, y nombró cardenal al hijo del mismo, Juan, joven
de trece años, ya abundantemente prebendado, y que más tarde sería papa León X.
En el Estado de la Iglesia el papa trató de gobernar apoyándose en
las oligarquías locales. La familia Della Rovere continuó manteniendo el
control del gobierno de la Iglesia, como había hecho con Sixto IV. Después de
duros enfrentamientos, también los Orsini y los Colonna llegaron a un acuerdo
que restableció su dominio en las regiones cercanas a Roma a costa del poder
papal. Entre tanto la relajación de la curia pontificia continuó. Para hacer
frente a los dispendiosos gastos, se recurrió a la venta de los oficios
curiales, a incrementar el número de cargos y a aumentar el precio de los
existentes.
En el campo religioso hay que recordar la bula Summis desiderantes
affectibus (5 diciembre 1484), que concedía plenos poderes a la Inquisición
para luchar contra la brujería y demás prácticas supersticiosas. El papa
también condenó las novecientas tesis De omni re secibiiú que Pico de la
Mirándola (1463-1494) extrajo de autores latinos, griegos, judíos y caldeos
sobre lógica, moral, física y otras ciencias como contrarias al dogma.
Aunque no fue un gran mecenas de las artes, restauró en Roma
muchas iglesias y en el Vaticano construyó un grandioso palacio para los
oficiales de la curia. Murió el 25 de julio de 1492 en Roma y su cuerpo fue
sepultado en la basílica de San Pedro, en un sepulcro de bronce construido por
su nepote cardenal Lorenzo Cibo.
Alejandro VI (10 agosto 1492 - 18 agosto 1503)
Personalidad y carrera eclesiástica. Rodrigo de Borja nació en la
localidad valenciana de Játiva (España) hacia el año 1431. Hijo de Jofre e
Isabel de Borja, hermana de Calixto III, con el apoyo de su tío hizo una
carrera rápida y brillante. Estudió en Bolonia y se doctoró en derecho canónico
en 1456, siendo ya notario apostólico. El 20 de febrero de 1456 su tío le hizo
cardenal del título de San Nicolás in carcere y en mayo le nombró vicecanciller
de la curia romana, cargo que mantuvo hasta que fue elegido papa. Otros muchos
beneficios y dignidades consiguió de su tío y de sus sucesores: obispo de
Gerona (1457-58), Valencia (1458-92) y Cartagena (1482-92), los beneficios del
obispado de Mallorca (1489-92), etc. Este conjunto de oficios, y sobre todo la
Cancillería, le proporcionaron importantes ingresos, y junto con el cardenal
francés d'Estouteville pasó por ser el cardenal más rico de su tiempo, lo que
le permitió llevar un estilo de vida de un príncipe del Renacimiento.
Elegante en sus comportamientos, versado en el derecho y hábil en
los negocios políticos y en la administración de la curia, fue víctima de una
gran sensualidad y del excesivo amor por los hijos que tuvo de diferentes
mujeres. En los años 1462-1471 nacieron Pedro Luis (nombrado por Fernando el
Católico duque de Gandía), Jerónima e Isabel de madre desconocida. De Vannozza
de Catanci tuvo los cuatro más célebres: César, Juan, Jofre y Lucrecia; siendo
papa tuvo a Juan Borja, duque de Camerino, y a Rodrigo, de madre desconocida.
Durante algunos años de su pontificado mantuvo relaciones con Julia Farnese,
aunque no tuvieron hijos. Sin embargo, no se debe olvidar que sus
contemporáneos daban escasa importancia a los comportamientos inmorales de los
altos eclesiásticos y al hecho de que tuvieran hijos.
Al inicio del cónclave que siguió a la muerte de Inocencio VIII,
los dos cardenales más poderosos, Ascanio Sforza (hermano de Ludovico el Moro)
y Juliano della Rovere (nepote de Inocencio VIII) contaban con el apoyo de
Ludovico y Ferrante. Pero ninguno de ellos podía tener la mayoría de votos
necesaria para alcanzar la tiara, y Ascanio patrocinó y promovió la candidatura
de Rodrigo de Borja, que había dado pruebas de gran habilidad política, requisito
esencial entonces, cuando Carlos VIII de Francia (1484-1498) se aprestaba a la
conquista del reino de Nápoles, como heredero de los Anjou. Rodrigo de Borja
fue elegido papa el 10 de agosto de 1492 y tomó el nombre de Alejandro VI. El
26 de agosto se celebró la coronación en San Pedro.
La política pontificia. La actividad de Alejandro VI como papa se
desarrolló en una triple dirección: su misión pontificia, la política italiana
y los intereses familiares. Apenas elegido, declaró que su deseo era procurar
la tranquilidad de Italia y la unión de los príncipes cristianos ante el avance
turco, siguiendo el ejemplo de Calixto III. En el primer período de su
pontificado, hasta 1498, procuró seguir esta línea, aunque quedó limitada al
equilibrio italiano y al europeo.
Tras la ruptura de Milán con Florencia y Nápoles, Alejandro VI
negoció la formación de la liga de San Marcos (1493) con Venecia y Milán, a la
que luego se unieron otros príncipes italianos y vino a reemplazar la ya
quebrada liga itálica. La amistad con Milán se reforzó con el matrimonio de
Lucrecia con Francisco Sforza, sobrino de Ludovico, y tendía a alejarle de su
amistad con Carlos VIII, que pretendía la investidura del reino de Nápoles.
Pero el papa no se la concedió cuando en agosto de 1493 el embajador
extraordinario de Francia la solicitó en nombre de su rey. Para entonces,
Alejandro VI ya había trabado lazos de amistad con los dos reyes de la casa
real de Aragón, Ferrante de Nápoles y Fernando II de Aragón, que propuso al
papa el matrimonio de Juan de Borja, duque de Gandía e hijo del papa, con María
Enriquez, prima hermana del rey de Aragón, y comenzaron las negociaciones para
la concesión de las bulas alejandrinas. Por lo que respecta a Nápoles, el papa
casó a su hijo Jofre Borja con Sancha de Aragón el 7 de mayo de 1494, y al día
siguiente el cardenal de Monreal, Juan de Borja, como legado a latere coronó a
Alfonso II como rey de Nápoles (M. Batllori, Alejandro VI y la casa real de
Aragón, Madrid, 1958).
Esta loma de posición del papa no bastó para que Carlos VIII
desistiese de la empresa contra Nápoles, a la que le incitaba el cardenal Della
Rovere que había huido a Francia. Alejandro VI no tuvo más remedio que dejar
paso libre a las tropas francesas por los Estados Pontificios y Carlos VIII
entró en Roma el 31 de diciembre de 1494. El papa hizo algunas concesiones al
rey francés, pero no le otorgó la investidura de Nápoles; salió de Roma y el 31
de marzo de 1495 organizó con el Imperio, España, Venecia y Milán, la Santa
Liga contra Carlos VIII, que había ocupado Nápoles. Esta alianza y la oposición
que Carlos encontró en aquel reino obligaron al francés a abandonar Italia. En
los años siguientes el papa continuó la política de acercamiento a España y
Nápoles, y tropas españolas conquistaron la fortaleza de Ostia que pertenecía
al cardenal Della Rovere y había quedado en poder de los franceses (9 marzo
1497).
En la noche del 14 al 15 de junio de 1497, el joven duque de
Gandía y capitán general de la Iglesia, Juan Borja, fue misteriosamente asesinado
y tirado al Tíber, y el papa acosado por el dolor, por la reflexión y por las
invectivas de Savonarola (1452-1498) contra los desórdenes del pontificado
romano, planeó una reforma de la Iglesia que de haberse puesto en práctica
hubiera podido impedir peligros futuros a la Iglesia. Pero la bula de reforma
no llegó a publicarse.
En los años 1495-1498 tuvo que hacer frente al conflicto que
provocó el dominico Savonarola, prior del convento de San Marcos de Florencia.
Apoyado por la facción florentina contraria a los Médicis, pretendía instaurar
un Estado teocrático, y en sus sermones designaba a Carlos VIII como el nuevo
Ciro que venía a liberar Florencia, Roma y a toda Italia de la corrupción y
tiranía de la curia romana. Alejandro VI le prohibió predicar, pero no hizo
caso. El 13 de mayo de 1497 fue excomulgado, pero continuó predicando contra la
curia romana. Alejandro VI pidió entonces a la Señoría que encarcelara a
Savonarola y, una vez arrestado, fue juzgado por comisarios pontificios y
condenado. El 23 de mayo de 1498 fue ejecutado por el poder civil (A. Huerga,
Savonarola. Reformador y profeta, Madrid, 1978).
Alejandro VI no quería jugar a una sola carta y, en 1498, cuando
César Borja renunció al capelo cardenalicio y se secularizó, inició una política
francófila. César marchó a Francia y contrajo matrimonio con Carlota Albrct,
hermana del rey de Navarra, y el papa declaró nulo el matrimonio de Luis XII
(1498-1515) con Juana de Valois, para que se pudiera casar con Ana de Bretaña,
que incorporó aquel ducado a la corona francesa. Ante la alianza de Francia y
Venecia contra Milán (1499), el papa conservó la neutralidad, pero favoreció y
apoyó decisivamente las empresas de César Borja para conquistar la Romagna y
las Marcas, y le nombró duque de la Romagna. El 25 de junio de 1501 Alejandro
VI aceptó el tratado de Granada del año anterior por el que Fernando el
Católico y Luis XII se repartían el reino de Nápoles, y César Borja se puso al
servicio del rey francés. Probablemente el papa creyó que ésta era la mejor
solución para impedir la hegemonía de España o de Francia en Italia. Disgustó a
Fernando e Isabel por recibir en Roma a muchos judíos expulsos, pero les
favoreció con las bulas alejandrinas y con la concesión del título de reyes
católicos. Se apoyó en Luis XII para engrandecer a su hijo César, pero con ello
frenó también las ambiciones de España en Italia. La víctima de esta política
oscilante fue el reino de Nápoles.
A pesar de su actividad política no abandonó la idea de la cruzada
que proyectó al inicio de su pontificado. En marzo de 1499 convocó a los
embajadores de los príncipes cristianos para invitarles a la unión frente a los
turcos, y en junio de 1500 publicó la bula de cruzada, enviando a todos los
países legados y predicadores. Sólo España y Venecia respondieron a la llamada,
pero en 1502 Venecia firmó la paz con los turcos y todo terminó.
Gran importancia tuvieron las bulas alejandrinas que el papa
concedió a los Reyes Católicos en 1493. Con las bulas ínter coetera o de
donación, concedió a los Reyes Católicos «todas y cada una de las tierras
descubiertas o por descubrir, que no se hallen sujetas al dominio actual de
algunos señores cristianos», con la obligación de enviar misioneros que
instruyeran a los nativos en la doctrina cristiana. Con el breve Eximiae
devotionis sinceritas les otorgó los mismos privilegios que a los reyes de
Portugal, y con la bula Dudum siquidem demarcó las tierras descubiertas y por
descubrir entre Castilla y Portugal.
La actividad religiosa y el mecenazgo. En el aspecto religioso no
pueden tomarse en serio las acusaciones de herejía que le hicieron; al
contrario, demostró un auténtico celo por la pureza de la fe, renovó la bula In
coena Domini contra los herejes, promovió las reformas eclesiásticas en Europa
y la propagación de la fe en América, y confirmó la orden de los mínimos
fundada por san Francisco de Paula. La celebración del Año Santo de 1500
contribuyó a dar prestigio al pontificado y a hacer ver que la vida privada del
papa no estaba reñida con una piedad sincera.
En lo cultural extendió su mecenazgo a los juristas y a los
humanistas: Lascaris, Aldo Manuzio, Brandolini, Pomponio Leto, etc. En su
tiempo, el Pinturicchio decoró las estancias Borja del Vaticano y Miguel Ángel
(1475-1564) esculpió la Piedad. Reconstruyó la Universidad de Roma (la
Sapienza) y realizó obras notables en el castillo de Sant'Angelo y en la
basílica de Santa María la Mayor, construyendo el magnífico artesonado, dorado
con el primer oro llegado de América.
Murió el 18 de agosto de 1503. Sepultado provisionalmente en Santa
María delle Febri, junto al Vaticano, no llegó a tener el mausoleo que Paulo
III (Alejandro Farnese) deseaba se le erigiese en Roma. En 1610 sus restos y
los de su tío Calixto III fueron trasladados a Santa María de Montserrat,
iglesia de la corona de Aragón en Roma, pero sólo en 1889 se les erigió una
tumba en ella.
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