Julio III (8 febrero 1550 - 23 marzo 1555)
Personalidad y carrera eclesiástica. Juan María Ciocchi del Monte
nació en Roma el 10 de septiembre de 1487. Su familia procedía de Monte San
Savino, y al morir su padre en 1504, que era un famoso jurista romano, Juan
María quedó bajo la custodia de su tío Antonio del Monte, auditor de la Rota y
arzobispo de Siponto (Manfredonia), que se encargó de su educación y carrera.
Después de los primeros estudios bajo la dirección del humanista Rafael Bradrolini,
estudió derecho en Perugia y Siena. Gracias a su tío, fue designado camarero
pontificio y, poco después de conseguir la púrpura cardenalicia, renunció en su
favor el arzobispado de Siponto (1513), al que se añadió en 1521 el de Pavía.
Adornado con una exquisita prudencia que constrastaba con sus pocos años,
durante el pontificado de Clemente VII fue dos veces gobernador de Roma y
figuró entre los rehenes entregados al ejército imperial durante el sueco di
Roma, logrando escapar con vida y fortuna. Después fue nombrado vicelegado en
Bolonia y auditor de la Cámara apostólica, y el 22 de diciembre de 1536 Paulo
III le creó cardenal del título de San Vital. Representó al papa como legado y
presidente del concilio en Trento (1545-1547) y en Bolonia (1547-1548), y se
distinguió como brillante jurista y discreto diplomático.
A la muerte de Paulo III el cónclave se prolongó más de dos meses
por las presiones francesas e imperiales. Al comienzo, el candidato con mayores
perspectivas fue el cardenal inglés Pole, pero los italianos no querían saber
nada de un papa extranjero, al igual que sucedió con el cardenal español
Álvarez de Toledo, hermano del virrey de Nápoles. Después de violentas escenas
y duros enfrentamientos verbales, los cardenales de ambos partidos coincidieron
en el cardenal Del Monte, que fue elegido papa el 8 de febrero de 1550 y tomó
el nombre de Julio III. El nuevo papa era un hombre alegre y aficionado a los
placeres de la vida; su manera de vivir recordaba en muchos aspectos los
tiempos de León X. Como éste, gustaba de la caza y el juego, y tenía muchos
amigos entre los músicos y los comediantes. Pastor escribió de él: «No quiso
malquistarse con nadie, gustaba de ver a su alrededor rostros satisfechos, y
amaba más el brillo del poder que su misma realidad.»
Aunque se mostró contrario al nepotismo que habían practicado sus
predecesores, no fue capaz de resistir la presión de sus familiares. Entre los
veinte cardenales que nombró se encuentran personas de gran mérito, pero
también un hijo adoptivo de su hermano Inocencio del Monte, totalmente indigno
y con sólo 15 años de edad. Colmado de favores, estuvo al frente de la Secretaría
de Estado y terminó en la cárcel después de una vida de crímenes y excesos.
Actividad política y religiosa. Pese a su manera de pensar, Julio
III luchó por la reforma de la Iglesia y su mayor mérito fue, sin duda, el
haber ordenado la reapertura del Concilio de Trento el 1 de mayo de 1551, pese
a la resistencia de Francia. La composición de la asamblea episcopal se
diferenciaba de la anterior en que la minoría imperial, que había continuado en
Trento después de trasladarse a Bolonia, se reforzó ahora con nuevos obispos de
Alemania. En las seis sesiones que se celebraron (de la 11 a la 16) se
publicaron tres decretos dogmáticos relativos a los sacramentos de la
eucaristía, penitencia y extremaunción, acompañados de tres decretos de reforma
sobre la jurisdicción episcopal, las costumbres del clero y la colación de
beneficios. En enero de 1552 llegaron legados protestantes de los Estados del
Imperio, pero su exigencia de renovar la doctrina de la superioridad del
concilio sobre el papa no pudo ser satisfecha. La traición del príncipe elector
Mauricio de Sajonia al emperador (1552) y su huida de Innsbruck provocaron una
nueva suspensión de la asamblea el 28 de abril de 1552.
El papa tuvo que hacer frente al problema de Parma, cuyo ducado
fue concedido a Octavio Farnese por Julio III, de acuerdo con las
capitulaciones que precedieron a su elección. Carlos V rechazó esta concesión,
al considerar que Parma y Piacenza pertenecían al Imperio. Octavio pidió ayuda
a Francia y en 1551 se alió con Enrique II (1548-1559), a pesar de las
advertencias del papa, que le despojó del ducado y pidió la intervención del
emperador. Por el armisticio de 29 de abril de 1552 el papa se retiró de la
guerra, pero ésta continuó entre Francia y el Imperio hasta la firma de la tregua
de Vaucelles (1556).
En un momento en que la Reforma protestante avanzaba por toda
Europa, la restauración del catolicismo en Inglaterra significó un triunfo del
pontificado. A la muerte de Eduardo VI (1553) subió al trono María Tudor
(1553-1558), hija de Enrique VIII y Catalina de Aragón, que contrajo matrimonio
con el príncipe Felipe de Habsburgo y, después de muchas negociaciones con la
nobleza, reanudó la comunicación con Roma. La legación del cardenal inglés Reginald
Pole, varias veces aplazada por la cuestión de los bienes eclesiásticos
desamortizados, se realizó, y el 30 de noviembre de 1554 se levantó la
excomunión.
Julio III favoreció a la Compañía de Jesús, confirmando sus
privilegios y concediéndole otros más. El Colegio Germánico, creado en 1552,
para la formación del clero destinado a los países protestantes, fue puesto
bajo su dirección.
Aunque no en la medida que sus predecesores, Julio III también se
mostró favorable a las artes: nombró director de la Biblioteca Vaticana al
humanista Marcelo Cervini, defendió a Miguel Ángel de sus detractores en la
obra de la basílica de San Pedro, nombró a Palestrina maestro de la capilla de
San Pedro, y encargó a Vignola la construcción de una casa de campo delante de
la Porta del Popolo, rodeándola de un parque con estatuas y ninfas. Hoy la
Villa Giulia alberga el Museo Etrusco.
Murió Julio III en Roma el 23 de marzo de 1555 y fue sepultado en
la basílica de San Pedro. Aunque los historiadores disienten a la hora de
enjuiciar su actuación, no hay duda de que su obra en pro de la reforma no fue
estéril, pues sirvió como buen fundamento para ulteriores planes y para la
reforma definitiva que más tarde realizó el Concilio de Trento.
Marcelo II (9 abril 1555 - 1 mayo 1555)
Marcelo Cervini di Spannochi nació en Montepulciano el 6 de mayo
de 1501. Su fama de hombre de letras le posibilitó entrar de secretario del
cardenal Farnese y, cuando su protector ocupó la silla de san Pedro con el
nombre de Paulo III, le concedió el obispado de Nicastro y le nombró cardenal (1539).
Poco después desempeñó el papel de legado a latere junto al rey de Francia,
Francisco I, y junto a Carlos V. Al regresar a Roma, recibió el obispado de
Reggio, nombrando administrador de la diócesis a Santiago Laínez. En 1545
recibió el encargo de presidir el Concilio de Trento en nombre del papa y pasó
a Bolonia cuando el pontífice ordenó su traslado. Los decretos sobre la
justificación y la residencia de los obispos fueron en parte obra suya y en
1548 hizo imprimir en Bolonia los decretos conciliares. Después de la
suspensión del concilio volvió a Roma y fue el primer cardenal bibliotecario. A
su interés y trabajo debe la Biblioteca Vaticana muchos de sus manuscritos y
obras impresas.
El cónclave que siguió a la muerte de Julio III, a pesar de las maquinaciones
del cardenal Hipólito del Este, hijo de Lucrecia Borja, eligió de forma unánime
a Marcelo Cervini, por su integridad de vida y celo reformador, el 10 de abril
de 1555. Conservó el nombre de Marcelo y al día siguiente fue coronado en San
Pedro y presentado al pueblo.
Sus primeros actos de gobierno hicieron concebir grandes
esperanzas a los que anhelaban la reforma. Los miembros de su familia
permanecieron en Montepulciano y no quiso conceder ninguna prebenda a dos
sobrinos que estudiaban en Roma. Sólo, de acuerdo con la costumbre, nombró a
miembros de su familia para los cargos de castellano de Sant'Angelo y capitán
de la guardia pontificia. Pero las esperanzas se vieron truncadas. A los diez
días de su nombramiento cayó enfermó y el primero de mayo murió, después de
veintiún días de pontificado. Su cadáver fue sepultado en la basílica de San
Pedro. El secretario Massarelli escribió en su diario del concilio (II, 261):
«¡Oh infortunado papa, que apenas ha tocado la tiara! ¡Infortunados nosotros, que
con toda razón nos prometíamos tantas cosas buenas y magníficas de un papa tan
santo, para gloria de Dios!»
El breve pontificado de Marcelo II quedó inmortalizado en la Misa
papae Marcelli que Palestrina compuso en su honor, aunque no fue publicada
hasta
1567.
Paulo IV (23 mayo 1555 - 18 agosto 1559)
Personalidad y carrera eclesiástica. Juan Pedro Caraffa nació en
Capriglio el año 1476. Miembro de una familia noble del reino de Nápoles, se
inició en la carrera eclesiástica de la mano de su tío, el cardenal Oliviero
Caraffa, que en 1505 renunció en su favor el obispado de Chieti. En los años
sucesivos desempeñó misiones diplomáticas en Nápoles, como legado
extraordinario del papa para recibir a Fernando de Aragón; en Inglaterra, para
organizar la recaudación de un tributo pontificio, y en España. Después de la
última misión sus sentimientos antiespañoles, heredados de la tradición
familiar, se agudizaron, y en 1518 fue promovido al arzobispado de Brindisi,
conservando el de Chieti. El año 1524 renunció a todos los beneficios para
entrar en la congregación de los clérigos regulares, conocidos con el nombre de
teatinos, que fundó junto con Cayetano de Thiene.
Creado cardenal por Paulo III el 22 de diciembre de 1536, fue
nombrado miembro de la comisión cardenalicia que presentó al papa el proyecto
de reforma general de la Iglesia, conocido como Consilium de emendanda
Ecclesia. Defensor a ultranza de la ortodoxia, fue uno de los inspiradores de
la creación de una comisión cardenalicia para la represión de la herejía. De
este nuevo organismo, con el que Paulo III estableció en 1542 la Inquisición
romana, el cardenal Caraffa formó parte desde el principio, llegando a ser uno
de los miembros más influyentes. En 1549 fue promovido al arzobispado de
Nápoles y desde 1553 fue decano del sacro colegio.
En el cónclave que se reunió el 15 de mayo de 1555, tras la muerte
prematura de Marcelo II, el cardenal Caraffa no parecía tener muchas esperanzas
de ser electo. Pero, aunque ninguno de los dos partidos del colegio cardenalicio,
el imperial y el francés, contaba con mayoría de votos para imponer su
candidato, el 23 de mayo confluyeron los votos de la mayoría en Caraffa y fue
elegido papa, tomando el nombre de Paulo IV. El nuevo papa tenía 79 años y el
embajador veneciano Navagero afirma que «este papa es de un temperamento
violento y fogoso [...]. Es impetuoso en el manejo de los asuntos y no tolera
que nadie le contradiga».
Aunque Paulo IV era un ardiente partidario de la reforma, su
pontificado defraudó por su extraordinaria severidad y por el vergonzoso
nepotismo que practicó, pues no sólo encumbró a sus sobrinos, sino que siguió
ciegamente la política que le marcó su nepote Carlos Caraffa, hábil e
inteligente, pero también ambicioso y de dudosa moralidad, al que nombró cardenal
poco después de su elección. Cuando al final de su pontificado Paulo IV
descubrió los manejos y las traiciones de su sobrino, reaccionó con severidad:
lo destituyó de todos los cargos y, junto con sus hermanos, el duque de
Palliano y el marqués de Montebello, les ordenó salir de Roma con su familia en
el plazo de doce días, amenazándoles con infligirles la pena señalada al delito
de traición si abandonaban su destierro. Pero el remedio llegaba demasiado
tarde.
La paz religiosa y la lucha contra la herejía. Paulo IV era
enemigo inflexible del predominio español en Italia por tradición familiar y,
en opinión de Llorca {Historia de la Iglesia católica, III, Madrid, 1960, pp.
786-91), se dejó arrastrar por su sobrino, el cardenal Caraffa, a firmar una
alianza con Francia y a hacer la guerra contra España, que acabó en 1557 con la
derrota total de las tropas pontificias. Carlos V, ante la imposibilidad de
someter a los protestantes alemanes por el apoyo que recibían de Francia, firmó
con ellos la paz religiosa de Augsburgo (25 septiembre 1555), que selló la
división religiosa de Alemania. Poco después, Paulo IV rechazó la abdicación
del Imperio por Carlos V y la elección de Fernando I como nuevo emperador, al
considerar que esto no se podía hacer sin el consentimiento pontificio, pero
Fernando se hizo coronar el 14 de marzo de 1558 sin requerir su consentimiento
ni su ratificación.
Pablo IV no tuvo más éxito con Inglaterra. Recibió a los legados
que en nombre de la reina María Tudor fueron a Roma a sellar la vuelta a la
obediencia romana, pero el rigorismo del papa no podía consentir que los
seglares continuaran reteniendo los bienes expropiados a la Iglesia en los años
anteriores. Con la muerte de la reina María, en noviembre de 1558, la obra
restauradora del catolicismo inglés se vino abajo y se restableció el
anglicanismo. Por otra parte, el protestantismo continuaba avanzando en Polonia
y en Francia.
Con un papa así no se podía pensar en la continuación del Concilio
de Trento, pues además de la desconfianza que sentía hacia la asamblea
conciliar, no le parecía el instrumento más adecuado para llevar a cabo la
reforma religiosa (D. R. Ángel, Paul IV et le concile, Lovaina, 1907). Para
promover la reforma prefirió crear, en 1556, una congregación general compuesta
por 62 miembros, que después dividió en tres secciones. Pero como este
organismo tardaba en definir el esperado plan de reforma, el papa comenzó a
tomar una serie de medidas parciales: reformó la Dataría, cuyos abusos eran
desde hacía tiempo motivo de duras críticas, impuso una obligación más estricta
de la residencia a los obispos, exigió la observancia de la vida claustral a
los religiosos, castigó la simonía y el concubinato, y se esforzó por restaurar
la moralidad pública, sobre todo en Roma. A los judíos los reunió en un mismo
barrio, separado de los cristianos, y de acuerdo con lo que había dispuesto el
Concilio IV de Letrán, les obligó a llevar un distintivo para que pudieran ser
reconocidos.
Especial atención prestó a la represión de la herejía, en
consonancia con su mentalidad rigorista. Amplió la autoridad de la Inquisición
romana, disponiendo que no sólo conociera los casos de herejía, sino también
otros delitos. Además, extendió su jurisdicción a los obispos y cardenales, de
modo que nadie podía escapar a su vigilancia y rigor, como mostró el caso del
cardenal Morone. Este benemérito cardenal, acusado de ser sospechoso de herejía
(que luego se demostraría ser falso), fue encarcelado en el castillo de
Sant'Angelo en 1557 y procesado. Sólo tras la muerte de Paulo IV pudo recuperar
Morone la libertad. El cardenal Pole escapó a un destino similar por
encontrarse entonces en Inglaterra. También se preocupó de controlar la
circulación de libros sospechosos; para ello publicó en 1559 el Index librorum prohibitorum,
que fue el primer índice papal de libros prohibidos, en el que se incluían
todas las obras que no podían leerse ni guardarse bajo pena de excomunión
reservada al papa. La relación de libros prohibidos era tan exagerada que, a la
muerte de Paulo IV, debió ser moderada y modificada.
Al conocerse la noticia de su muerte, acaecida el 18 de agosto de
1559, estalló en Roma el odio que el pueblo había ido alimentando contra el
papa por los sufrimientos que hubo de soportar durante la guerra de Nápoles y
por los rigores de la Inquisición. El populacho atacó el edificio que albergaba
el Tribunal de la Inquisición y derribó la estatua que le habían levantado en
el Capitolio. Fue enterrado en San Pedro, pero en 1566 sus restos se
trasladaron a la iglesia de Santa María sopra Minerva.
Pío IV (25 diciembre 1559 - 9 diciembre 1565)
Personalidad y carrera eclesiástica. Juan Ángel Médicis nació en
Milán el 31 de marzo de 1499. Hijo de Bernardino Médicis y Cecilia Serbelloni,
no tenía ninguna relación de parentesco con los Médicis de Florencia. Estudió
derecho en Pavía y después en Bolonia, donde se doctoró en ambos derechos en
1525. Dos años después consiguió entrar en la curia romana y comenzó la carrera
eclesiástica. Clemente VII le concedió el cargo de protonotario apostólico;
Paulo III le designó sucesivamente gobernador de Ascoli, Cittá di Castello y
Ancona, el 14 de diciembre de 1544 le otorgó el arzobispado de Ragusa y el 8 de
abril de 1549 le nombró cardenal presbítero del título de Santa Prudenciana.
Julio III le envió como legado a la Romagna y le nombró jefe de las tropas
pontificias contra Octavio Farnesse. Durante el pontificado de Paulo IV vivió
largo tiempo alejado de Roma por incompatibilidad con el pontífice.
A la muerte de Paulo IV, tras un cónclave de grandes tensiones,
que se prolongó casi cuatro meses y en el que los cardenales estaban divididos
en tres partidos (el español, el francés y el que se formó en torno al cardenal
Carlos Caraffa, constituido por los purpurados creados por Paulo IV), el 25 de
diciembre de 1559 fue elegido papa el cardenal Médicis. Tomó el nombre Pío IV y
fue coronado en la forma acostumbrada el día de la Epifanía. Su formación y
experiencia le convirtieron en buen conocedor del derecho, de la administración
y de las finanzas. De carácter firme, supo mostrarse también hábil diplomático
y conciliador.
A pesar de ser partidario declarado de la reforma, comenzó su
pontificado practicando el nepotismo. En la primera promoción de cardenales (31
enero 1560) concedió la púrpura a dos sobrinos: Marcos Sittich de Altemps y
Carlos Borromeo. El primero tenía más madera de guerrero que de clérigo; en
cambio, el segundo fue el predilecto del papa. El 7 de febrero le nombró
arzobispo de Milán, luego legado de Bolonia y de Romagna, encargado del
gobierno de los Estados de la Iglesia y secretario privado del papa en calidad
de cardenal nepote. Borromeo (1538-1584) fue el principal consejero del papa y
dio pruebas de gran inteligencia y buen administrador, además de hombre
religioso, sin renunciar por ello, al menos en los primeros momentos, al estilo
de vida fastuoso propio de su rango. Después de la muerte de su hermano en
1562, comenzó a practicar una vida de austeridad y apoyó de forma activa los
esfuerzos reformadores del pontífice.
Al principio de su pontificado reconoció la dignidad imperial
conferida a Fernando I (1556-1564) y recibió honoríficamente a sus legados.
Fernando I fue el primer emperador reconocido por el papa sin previa ceremonia
de coronación y esto contribuyó a mejorar sensiblemente las relaciones entre el
papado y los Habsburgo.
El destierro que Paulo IV había impuesto a sus sobrinos se
consideraba un castigo muy leve ante los crímenes cometidos. Por ello, Pío IV
inició un proceso contra ellos. En junio de 1559 fueron arrestados y encerrados
en el castillo de Sant'Angelo los cardenales Carlos y Alfonso Caraffa, Juan
Caraffa, duque de Paliano y conde de Montorio, y otros caballeros de su
séquito, acusados de robo, violencia, homicidio de la duquesa de Paliano,
felonía, abuso de poder y lesa majestad. Carlos y Juan fueron condenados a
muerte y sus bienes fueron confiscados, y Alfonso salvó la vida pagando una
fuerte multa. Por otra parte, el cardenal Morone, al que Paulo IV había
detenido y formado un proceso por sospecha de herejía, fue declarado inocente y
puesto en libertad. Y lo mismo hizo con el obispo de Módena Fiescherati,
también procesado y detenido por Paulo IV.
La conclusión del Concilio de Trento. De acuerdo con la
capitulación electoral, por la que el papa electo se comprometía a reanudar el
Concilio de Trento, Pío IV convocó el concilio para la Pascua de Resurrección
de 1561, aunque no se celebró la primera sesión general hasta el 17 de enero de
1562. En esta última fase se celebraron nueve sesiones y se promulgaron
decretos de gran importancia, tanto de carácter doctrinal (eucaristía,
sacramentos del orden y del matrimonio, purgatorio y culto de los santos), como
disciplinar (todo lo referente a la reforma del clero secular, obispos,
cardenales y clero regular). Antes de concluir, el día 4 de diciembre de 1563,
los padres conciliares confirmaron todas las definiciones y decretos que se
habían promulgado a lo largo de las tres fases del concilio, y el cardenal
Morone, como legado papal, declaró concluido el concilio que, al decir de
Pastor {Historia de los papas, XV, Barcelona, 1937, p. 356), «echó los
cimientos de una verdadera reforma y estableció de un modo comprensivo y
sistemático la doctrina católica».
El 26 de enero de 1564 Pío IV confirmó íntegramente los decretos
conciliares con la bula Benedictus Deus y estableció una congregación de ocho
cardenales para que cuidara de su aplicación e interpretación. El papa completó
la obra del concilio con la publicación de un nuevo índice de libros prohibidos
(24 marzo 1564), que reducía sensiblemente el número de los prohibidos por
Paulo IV, y con la conclusión del Catecismo romano, preparado por el concilio y
que fue publicado después de su muerte, al igual que sucedió con la reforma del
breviario y del misal.
En junio de 1564 Pío IV y el cardenal nepote Borromeo comenzaron a
dar ejemplo de la reforma in capite simplificando su estilo de vida e
imponiéndola a todos los cardenales. Carlos Borromeo dejó Roma en 1565 para
hacerse cargo de la dirección de la diócesis milanesa, donde se mostró un
pastor infatigable. Pío IV recordó con insistencia a los obispos la obligación
de residencia, y con la bula In principis apostolorum sede (17 febrero 1565)
revocó todos los privilegios contrarios a los decretos tridentinos.
Se preocupó de que los decretos tridentinos fueran aceptados por
todos los Estados cristianos. España, Portugal, Polonia y algunos Estados
italianos lo hicieron con algunas reservas. El emperador Fernando I solicitó
que en la nación germánica se permitiera la comunión bajo las dos especies y el
matrimonio de los sacerdotes. El 16 de abril de 1564 se le concedió lo primero,
pero no lo segundo por la firme oposición del rey de España Felipe II
(1556-1598). Sin embargo, pocos años después se descubrió que el privilegio de
la comunión bajo las dos especies, lejos de contribuir a la recuperación de la
fe católica, no hacía más que enardecer los enfrentamientos con los luteranos.
Por esto Pío V y Gregorio XIII revocaron el indulto y se restableció la antigua
disciplina. Más dificultad hubo en Francia, donde se admitieron sin limitación
ninguna los decretos dogmáticos, rechazando los disciplinares, aunque de hecho
muchos obispos los fueron introduciendo en sus diócesis.
En las diferentes promociones que hizo en su pontificado, Pío IV
elevó al cardenalato a cuarenta y seis personas insignes por la sangre, el
mérito, el talento o la piedad. Es cierto que los primeros nombramientos fueron
para dos nepotes del papa, pero ya en la segunda promoción figuraron los
nombres de las familias más ilustres de Europa y los títulos de insignes
prelados. Y después de clausurar el concilio, concedió el capelo a las personas
que más contribuyeron a su éxito.
Pío IV también desempeñó un papel importante en la historia del
arte como gran mecenas. Hizo que Pirro Ligorio completase en el Vaticano el
cortile del Belvedere y edificase el gran nicho en el que se encuentra desde
Paulo V la vieja pina, mencionada ya por Dante. El domingo de carnaval de 1565,
con motivo del matrimonio del conde Aníbal de Hohenems con Hortensia Borromeo,
se inauguró el gigantesco patio con un gran torneo. Pero nada ha inmortalizado
tanto el nombre de este papa como el Casino, construido por Pirro Ligorio en
los jardines del Vaticano, que para Burckhardt es «el lugar más hermoso para
pasar la tarde» de cuantos puede mostrar la arquitectura moderna. También logró
que Miguel Ángel proyectase la Porta Pia, y que en las termas de Diocleciano
levantase la iglesia de Santa María de los Ángeles, en la que se encuentra el
sepulcro del papa.
Pío IV murió en Roma el 9 de diciembre de 1565, contando más de 66
años de edad. Fue asistido por su sobrino Borromco (1538-1584) y por Felipe
Neri (1515-1595). Su cuerpo fue llevado a la basílica de San Pedro y depositado
en un túmulo provisional, hasta que el 4 de junio de 1583 fue trasladado a su
descanso definitivo en la iglesia de Santa María de los Ángeles.
Pío V, san (7 enero 1566 - 1 mayo 1572)
La personalidad de un papa santo. Miguel Ghislieri nació el 17 de
enero de 1504 en Boscomarengo, ciudad del campo alejandrino en el milanesado.
Hijo de Paulo Ghislieri y Domenica Augeria, labradores acomodados, a los
catorce años tomó el hábito de santo Domingo en el convento de Vigevano y en
seguida pasó a Bolonia para estudiar filosofía y teología. El año 1528 se
ordenó de presbítero en Genova y durante largo tiempo enseñó filosofía y
teología en conventos de su orden, distinguiéndose por la defensa de la
autoridad pontificia; también desempeñó el cargo de prior y veló por la más
estricta observancia regular. Nombrado inquisidor, dio pruebas de celo y rigor
en Como y Bérgamo, y en 1551 el cardenal Caraffa, el futuro Paulo IV, le
designó general de la Inquisición en Roma. Cinco años después, Paulo IV le
promovió al obispado de Sutri, y el 15 de marzo de 1557 le confirió la dignidad
cardenalicia del título de Santa María sopra Minerva, siendo conocido desde
entonces con el nombre del «cardenal alejandrino» en atención al lugar de su
nacimiento. En el sacro colegio estuvo ligado al grupo de los Caraffa y Paulo
IV le confirmó en el puesto de inquisidor general y le promocionó al obispado
de Mondovi en el Piamonte.
Durante el pontificado de Pío IV (1559-1565) fue apartado de los
centros de poder y marchó a residir en su obispado, donde se comportó como un
agente eficaz y sincero de la reforma pastoral. A pesar de sus choques con el
duque de Saboya por problemas de inmunidad eclesiástica, reformó a los
regulares y protegió de forma especial a los nuevos clérigos regulares de san
Pablo (barnabitas) instituidos en 1533. La aspiración de los barnabitas de
crear un clero especializado en pastoral, su gusto por las manifestaciones
litúrgicas espectaculares y cargadas de dramatismo, los ejercicios públicos de
penitencia, etc., influyeron profundamente en la espiritualidad del nuevo papa,
a la vez que le pusieron en contacto con los ambientes más austeros de la
reforma católica pretridentina.
A la muerte de Pío IV, después de tres semanas de cónclave, el
cardenal Borromeo y los miembros del partido español consiguieron imponer la
candidatura del dominico Miguel Ghislieri, que fue elegido papa el día 7 de
enero de 1566. Tomó el nombre de Pío V y el embajador español dijo que era «el
papa que requerían los tiempos». El nombramiento de Pío V supuso la victoria de
todos los que deseaban un papa austero y piadoso, capaz de realzar el
sacerdocio y la piedad, de actuar con energía contra la refoma protestante y de
aplicar con rigor los decretos tridentinos. San Pío V era, en efecto, un hombre
francamente piadoso. Celebraba la eucaristía a diario, cosa que en aquella
época no era habitual; sus comidas eran extraordinariamente parcas y amenazaba
al cocinero con la excomunión, en caso de que los días de abstinencia añadiera
a la sopa alguno de los ingredientes prohibidos. La misma corte papal llegó a
ser tan severa y modesta como el mismo papa.
La lucha contra la herejía, el cisma y los turcos. La actuación de
san Pío V se centró en la lucha contra la herejía, el cisma y los turcos,
preocupándose también por los Estados de la Iglesia y, sobre todo, por la
reforma católica. En la lucha contra la herejía fue el primer y único papa que
participó regularmente en las sesiones del Santo Oficio. Durante su pontificado
creció notablemente el número de procesados y, como el palacio de la Inquisición
había sido pasto de las llamas al morir Paulo IV, lo hizo reconstruir en la
ciudad leonina, cerca del camposanto teutónico.
En su lucha contra el protestantismo apoyó a la reina María
Estuardo (1542-1567) para la restauración del catolicismo en Escocia (que se
había proclamado presbiteriana en 1560), pero la lucha entre las diferentes
facciones político-religiosas terminó con la consolidación del presbiterianismo
y la caída de la reina, que tuvo que buscar refugio en Inglaterra. Pío V trató
de solucionar los problemas religiosos con Inglaterra mediante negociaciones
diplomáticas con la reina Isabel (1558-1603), pero las disposiciones del
Parlamento en favor del anglicanismo hicieron imposible el acuerdo. Por ello,
el 25 de febrero de 1570, con la bula Regnans in excelsis, excomulgó a Isabel
Tudor y la depuso como reina, prohibiendo a sus súbditos obedecerla bajo la
misma pena de excomunión. Los mismos historiadores católicos (G. Castella,
Historia de los papas, II, Madrid, 1970, pp. 50-51) opinan que esta medida de
signo todavía medieval no sólo no logró el objetivo que se proponía, sino que
contribuyó de manera decisiva a exacerbar la persecución de los católicos en
Inglaterra.
En cuanto a los Países Bajos, animó al duque de Alba en su lucha
contra los calvinistas y, cuando los derrotó, le envió una espada bendecida.
Apoyó al rey de Francia en su lucha contra los hugonotes y favoreció el
establecimiento de los jesuítas en estos países y en Alemania, los cuales
contribuyeron en los años siguientes a sostener el esfuerzo interno de la
reconquista católica, recordando a los soberanos y a sus ministros los deberes
del príncipe cristiano.
Al igual que sus antecesores, san Pío V trató de galvanizar el
esfuerzo de los príncipes cristianos contra los turcos, pero en principio sólo
consiguió buenos propósitos. Sólo después del incendio del arsenal de Venecia
(1569) y de la caída de la isla de Chipre en manos turcas, el papa consiguió
formar una Liga Santa con Venecia y España, que armó una poderosa escuadra de
más de doscientas galeras. Puesta bajo el mando de don Juan de Austria
(1545-1578), el papa le entregó el estandarte de cruzada y el 7 de octubre de
1571 se enfrentó con la armada turca en las aguas de Lepanto La gran victoria
cristiana acabó con el mito de que la flota turca era invencible, pero el éxito
no pudo aprovecharse en todas sus consecuencias por las discrepancias entre
España y Venecia (L. Serrano, La Liga de Lepanto, Madrid, 1919). En recuerdo de
la victoria, san Pío V hizo colocar en la iglesia de Santa María in Araceli de
Roma un suntuoso artesonado.
También se ocupó de los Estados de la Iglesia, publicando una
constitución que prohibía en lo sucesivo enajenar o dar en feudo ciudades o
lugares de la Santa Sede, o bien concederse a otros para que los tuvieran a
título de feudatarios cuando hubieran revertido al papado. Estableció la norma
y regla de los censos y la medida de los cambios, y expulsó a los judíos de los
Estados de la Iglesia, a excepción de las ciudades de Roma y Ancona. Favoreció
el desarrolio de los montes de piedad para librar a los pobres de las abusivas
exacciones de los prestamistas, y por la bula In eam pro nostro (28 febrero
1571) condenó los abusos de la usura. También abolió las corridas de toros en
los Estados Pontificios.
La vida interna de la Iglesia reformada. San Pío V contribuyó a la
creación de una nueva imagen del papado, al actuar más como pastor que como
soberano. En primer lugar, se esforzó en que los decretos del Concilio de
Trento fueran publicados y aceptados en los países cristianos. A este fin,
conforme a lo dispuesto en Trento, en 1566 se publicó el Catecismo romano y se
continuó trabajando en la reforma del Breviario, que apareció en 1568, y en el
Misal romano, que se publicó en 1570. En segundo lugar, en consonancia con lo
dispuesto por el concilio, introdujo reformas en la curia con la creación de
las congregaciones de Obispos y del índice, y la reorganización de la
Penitenciaría. Fue bajo este pontificado cuando la Congregación de Obispos se
convirtió en una de las instituciones más importantes de la curia para tratar
de resolver los problemas que afectaban a la cristiandad. En tercer lugar, como
obispo de Roma visitó y mandó visitar las iglesias, los cabildos, los
hospitales y las cárceles, examinó a los confesores y exigió a los ordenados in
sacris vestir el hábito eclesiástico. Los obispos residentes en Roma fueron
obligados a volver a sus diócesis, a no ser que estuvieran dispensados por
causa justa. El clero regular también fue objeto de su preocupación. Fueron
restablecidas en todo su vigor las reglas primitivas y la clausura se impuso de
forma rigurosa. Se aprobaron dos nuevas congregaciones: la de los barnabitas y
la de los Hermanos de San Juan de Dios. Por último, trató de mejorar la
moralidad de Roma, decretando la expulsión de las prostitutas y estableciendo
severas penas contra los blasfemos y profanadores de los días festivos, lo que
dio lugar a que los romanos le acusaran de querer convertir la ciudad en un
monasterio.
Durante el pontificado de san Pío V la reforma católica asumió más
que nunca el matiz clerical y jerárquico que la caracterizó, pues la cohesión
de todas las fuerzas fue indispensable para llevar a cabo la reforma de la
Iglesia, reconquistar algunas posiciones perdidas con la reforma protestante y
evangelizar el Nuevo Mundo descubierto. Pío V murió en Roma el 1 de mayo de
1572 y fue sepultado en la basílica de San Pedro, pero el 9 de enero de 1588
fue trasladado a Santa María la Mayor y depositado en un suntuoso sepulcro, que
en modo alguno respondía al carácter ascético del papa. Beatificado el 1 de
mayo de 1672, fue canonizado el 22 de mayo de 1712 por Clemente XI.
Gregorio XIII (13 mayo 1572 - 10 abril 1585)
Personalidad y carrera eclesiástica. Hugo Boncompagni nació en
Bolonia el 1 de enero de 1502 y era hijo de Cristóbal, mercader acomodado, y de
Ángela Marescalchi. Estudió derecho en la Universidad de Bolonia y a los 28
años consiguió el grado de doctor en ambos derechos. Después de enseñar en la
universidad de su ciudad durante los años 1531-1539, marchó a Roma, llamado por
el cardenal Parisio, y comenzó la carrera eclesiástica en la curia.
A pesar de su buena formación jurídica y de su carácter reservado,
no fue inmune al espíritu y estilo de vida del Renacimiento que se respiraba en
Roma, y en 1548, siendo ya clérigo, tuvo un hijo natural. Sin embargo, este
hecho no parece que influyera negativamente en su carrera eclesiástica, quizás
porque en los años siguientes se comportó de manera irreprensible y ejemplar.
Esto explica el trato de favor que le mostró el austero Paulo IV, que en enero
de 1556 le nombró miembro de la comisión encargada de la reforma de la Iglesia.
Este mismo año acompañó al cardenal nepote Carlos Caraffa en su legación a
Francia y a la corte de Felipe II (1556-1598), que se encontraba en Bruselas.
El 20 de julio de 1558 fue nombrado obispo de Veste y, como tal, tomó parte
activa en los trabajos de la última etapa del Concilio de Trento. El 12 de
marzo de 1565, en reconocimiento de los servicios prestados a la Iglesia, Pío
IV le confirió el capelo cardenalicio con el título de San Sixto y pocos meses
después lo envió como legado a España, donde consiguió el aprecio de Felipe II.
Poco después de la muerte de Pío IV (9 diciembre 1565), Pío V le puso al frente
de la Secretaría de breves.
Al morir san Pío V, gracias al decidido apoyo de Felipe II, el
cardenal Boncompagni fue elegido papa en un cónclave que duró menos de
veinticuatro horas. La elección tuvo lugar el 13 de mayo de 1572 y tomó el
nombre de Gregorio XIII en honor de san Gregorio Magno, en cuya festividad
había sido creado cardenal. Como papa, Gregorio XIII más pareció orientarse por
el ejemplo de Pío IV que por el de san Pío V. Su conducta no sólo fue
irreprochable sino verdaderamente ejemplar. Gregorio XIII se mostró
profundamente celoso de su independencia, hasta el punto que a su consejero más
íntimo, el cardenal Tolomeo Galli, sólo le permitió una intervención limitada
en los asuntos.
La política religiosa. En la política eclesiástica, Gregorio XIII
fue notablemente más ponderado y capaz que su predecesor, aunque no siempre sus
actuaciones se vieron coronadas por el éxito. Los intentos por organizar una
liga contra los turcos fracasaron después que la república de Venecia en 1573 y
España en 1581 firmaran la paz con la potencia otomana. En Francia, a pesar de
que la matanza de hugonotes, conocida con el nombre de «Noche de San Bartolomé»
(1572), se celebró en Roma (por la insuficiente información del papa) como una
victoria sobre los herejes, los hugonotes mantuvieron sus posiciones. No
produjo mejores resultados la política papal contra Isabel de Inglaterra, pues
la esperanza de destronarla con la ayuda de Felipe II y de los católicos
irlandeses tuvo que ser abandonada después que fracasaron dos intentos de invasión
y una conjura interior. Incluso el éxito inicial que se consiguió en Suecia con
la conversión secreta del rey Juan III Vasa (1568-1592), pronto se vino abajo,
porque Gregorio XIII no aceptó las exigencias del monarca: el matrimonio de los
sacerdotes, la supresión del culto a los santos y la comunión bajo las dos
especies, etc., y Juan III volvió a la fe luterana.
En otros países la política papal cosechó algunos frutos. El apoyo
que Gregorio XIII dio a Felipe II en su lucha contra los rebeldes de los Países
Bajos, vio el retorno de las provincias meridionales a la soberanía española
(paz de Arras, 17 de mayo de 1579) y con ello el triunfo definitivo del
catolicismo en la zona sur de los Países Bajos. También en Polonia resultó
decisivo para la recuperación del catolicismo el reconocimiento del papa a la
discutida elección del rey Esteban Bathory (1575-1586).
La reforma tridentina. La actuación de Gregorio XIII en el ámbito
propiamente religioso resultó de capital importancia en la aplicación de la reforma
tridentina, pues desde el inicio de su pontificado se preocupó de que se
aplicaran los decretos conciliares. En Italia promovió un programa sistemático
de visitas apostólicas en las provincias eclesiásticas del norte y centro de la
península. En otros países utilizó las nunciaturas como instrumento de reforma
eclesiástica (P. Blet, Histoire de la représentation diplomatique du
Saint-Siége, Cittá del Vaticano, 1982). A las ya existentes en las cortes de
Viena, París, Madrid, Lisboa, Venecia, Florencia y Saboya, se sumaron ahora las
de Lucerna para Suiza (1579), la de Graz para el Austria interior (1580) y la
de Colonia para la Baja Alemania (1584). No obstante, con el fin de garantizar
la situación de la Iglesia en el noroeste alemán permitió, en abierta oposición
a las disposiciones tridentinas, que Ernst de Wittelsbach reuniera en su mano
no menos de cinco obispados. En la elección de cardenales el papa se rigió por
unos principios severos, aunque se mostró más generoso de la cuenta con los
hijos de las familias principescas. Así, en 1576 concedió la púrpura
cardenalicia a Andrés de Austria, hijo del archiduque Fernando II del Tirol,
que había contraído grandes méritos con la Iglesia de su país, aunque el joven
no tenía la edad canónica requerida ni pertenecía al estado clerical.
En su programa de regeneración espiritual, Gregorio XIII se valió
de la ayuda de las nuevas órdenes religiosas, sobre todo de los jesuítas y de
los capuchinos. A éstos les levantó la prohibición, que todavía pesaba sobre
ellos, de extenderse fuera de Italia y, juntamente con los jesuítas,
constituyeron uno de los instrumentos más eficaces en manos de la Iglesia para
llevar a cabo la reforma católica. Pero no se olvidó de las restantes órdenes
regulares, impulsando la reforma de aquellas que lo necesitaban, como los
trinitarios de España y Portugal, confirmando la reforma de las carmelitas
descalzas promovida por santa Teresa de Ávila (1580) y aprobando la fundación
de la congregación del Oratorio de san Felipe Neri (1575).
El papa se mostró muy interesado en la formación del clero, pero
como la creación de seminarios sacerdotales, prevista en el Concilio de Trento,
comportaba graves dificultades en Alemania y otros países, Gregorio XIII
promovió la creación de colegios romanos. Especialmente generoso se mostró con
el colegio romano de los jesuítas, que habría de ser un centro de formación
científica para todo el orbe católico, hasta el punto que en su nombre actual
de Pontificia Universidad Gregoriana pervive la memoria de este papa. El 1573
otorgó al colegio germánico, que había sido erigido por Julio III, el palacio
de San Apolinar; en 1579 erigió el colegio inglés. También fundó un colegio
griego, otro maronita y un tercero armenio para la formación del clero católico
de rito oriental. Gracias a Gregorio XIII, Roma se convirtió en el principal
centro de los estudios eclesiásticos.
Gregorio XIII mostró un gran interés por la expansión misionera en
Asia y América. Asignó a los jesuitas, que ya estaban en Japón, la misión de
evangelizar el país; mientras que los agustinos y franciscanos se encargaron de
la difusión del cristianismo en Filipinas, donde se erigió la diócesis de
Manila en 1579. En América apoyó la acción evangelizadora que los misioneros
realizaban con la ayuda de la corona española. También mostró gran interés por
la unión con Roma de las Iglesias cismáticas de Oriente, aunque murió sin ver
ningún resultado positivo.
Durante este pontificado se reforzó el gobierno central de la
Iglesia, que ya se había iniciado bajo los papas Pío IV y san Pío V. Como ya se
ha indicado, las nunciaturas existentes y las nuevamente creadas se
convirtieron en un instrumento para aplicar la reforma tridentina y fortalecer
el centralismo romano. En la misma dirección, se ampliaron las competencias de
la Congregación cardenalicia de Obispos, creada por san Pío V en 1572, de forma
que en pocos años se convirtió en el organismo de discusión de los problemas
más importantes de la vida religiosa de las iglesias diocesanas, especialmente
de las italianas.
Gregorio XIII también se preocupó de la cultura y el arte. Encargó
a César Baronio la tarea de preparar el nuevo Martyrologium Romanum, que vería
la luz en 1586; en 1582 mandó publicar el Corpus iuris canonici, cuya
elaboración se había iniciado en el pontificado de Pío IV. El mismo año reformó
el calendario juliano después de consultar a numerosos científicos y escuchar a
una comisión de técnicos. El nuevo calendario, conocido como gregoriano, fue
promulgado el 24 de febrero de 1582 con la bula ínter gravissímas, suprimiendo
los días comprendidos entre el 4 y el 15 de octubre de aquel año a fin de ganar
los diez días de retraso que el calendario juliano había ido acumulando. A
pesar de las recomendaciones de los astrónomos Brahe (1546-1601) y Kepler (1571-1630),
los Estados protestantes sólo aceptaron el calendario gregoriano a partir del
siglo xviii y la Iglesia ortodoxa en el xx.
En Roma promovió múltiples empresas de carácter urbano y
artístico. Buena parte de las obras se llevaron a cabo con motivo del jubileo
de 1575, que Gregorio XIII quiso que se celebrase con gran solemnidad.
Enriqueció la ciudad con cuatro fuentes artísticas construidas en las plazas
del Popolo, Navona y Pantheon, y con el palacio del Quirinale. En el Vaticano
recuerda su memoria la Gallería delle Carte geografiche, con los dieciséis
mapas monumentales de Ignazio Danti. Murió en Roma el 10 de abril de 1585,
cuando contaba 83 años de edad, y fue enterrado en la capilla Gregoriana de la
basílica de San Pedro (diseñada por Della Porta) en un magnífico sepulcro de
mármol.
Sixto V (24 abril 1585 - 27 agosto 1590)
Personalidad y carrera eclesiástica. Félix Peretti nació en
Montalto el 13 de diciembre de 1520. Los orígenes humildes de su familia,
pequeños arrendatarios de las cercanías de Ancona, hizo nacer la leyenda de que
sus años de adolescencia transcurrieron guardando cerdos, a fin de resaltar su
brillante carrera eclesiástica. Ingresó en los franciscanos y tomó el hábito el
año 1534. Durante casi veinte años su vida transcurrió enseñando teología en
los conventos de su orden y predicando, pero el encuentro que tuvo en 1552 con
Miguel Ghislieri, el futuro san Pío V, cambió el rumbo de su vida. Ghislieri,
que tenía una gran influencia en la Inquisición romana, le encargó misiones
importantes en Venecia (1557-1560), donde tuvo enfrentamientos con la
república, y en España (1565), acompañando al legado cardenal Boncompani,
futuro Gregorio XIII, para instruir el proceso contra el arzobispo de Toledo
Bartolomé Carranza (1503-1576). En 1560 fue nombrado consultor de la
Congregación romana de la Inquisición, gracias al apoyo de Ghislieri, y cuando
éste fue nombrado papa (7 enero 1566) designó a Peretti vicario general de los
franciscanos (1566-1568), obispo de Sant'Agata dei Goti en el reino de Nápoles
(1566) y cardenal en 1670, haciéndole miembro de la Congregación del índice, de
la de Obispos y de la congregación especial que terminó por condenar
oficialmente a Carranza. En 1571 san Pío V le trasladó a la diócesis de Fermo,
pero en 1577 renunció por las difíciles relaciones con el nuevo papa Gregorio
XIII y se mantuvo apartado de la vida pública.
A la muerte de Gregorio XIII (10 abril 1585), el cónclave eligió
papa al cardenal Peretti el 24 de abril de 1585, gracias al apoyo de España y a
pesar de la resistencia de algunos miembros del sacro colegio y, sobre todo, de
la oposición de la nobleza romana. Tomó el nombre de Sixto V en recuerdo de
Sixto IV, miembro también de la familia franciscana. Sixto V, que reunía el
severo sentido eclesial de san Pío V y la habilidad de estadista de Paulo III,
reforzó el poder de las congregaciones en la Iglesia y la Congregación de la
Inquisición se convirtió en el modelo para la reforma de la curia romana.
El gobierno de la Iglesia. Con la política que practicó en los
Estados Pontificios pretendía, en primer lugar, luchar contra la violencia y la
inseguridad que el bandolerismo y los salteadores habían creado en Roma y en el
Estado. El endurecimiento de las disposiciones judiciales, el mejor
funcionamiento de la justicia y muchas condenas ejemplares convirtieron al
Estado de la Iglesia en una tierra segura. En segundo lugar, trató de imprimir
al gobierno político un signo marcadamente absolutista, derivado no sólo de sus
antecedentes religiosos sino también de su formación. En tercer lugar, estimuló
una política de obras públicas en Roma y en el resto del Estado (desecación de
las lagunas pontinas, impulso de la industria textil, etc.) con el fin de
aumentar los puestos de trabajo y luchar contra la mendicidad. También tomó
diferentes medidas de carácter económico referentes a la deuda pública
pontificia, que se incrementó con la creación de once nuevos «montes» o
instituciones de crédito.
Los mayores éxitos de la política eclesiástica de Sixto V se
centraron en la reorganización de la curia romana, en línea con la evolución de
los Estados modernos (Graziani, Sisto V e la riorganizzazione della S. Sede,
Roma, 1910). Con la bula Postquam venís (3 diciembre 1586) reorganizó el
colegio cardenalicio, y con la siguiente bula Immensae aeterni Dei, de 22 de
enero de 1587, estableció un sistema de quince congregaciones permanentes para
el gobierno de la Iglesia y del Estado pontificio. Seis de ellas se ocupaban de
la administración del Estado pontificio y el resto de los asuntos de la Iglesia
universal. La creación de las quince congregaciones (Inquisición, Signatura de
la gracia, Consistorial, Abastecimiento de los Estados Pontificios, Ritos,
Conservación de la escuadra para la defensa del Estado, índice de libros
prohibidos, Ejecución e interpretación de las disposiciones del Concilio de
Trento, Recaudación de impuestos, Universidades y escuelas, Regulares, Obispos,
Obras públicas, Tipografía vaticana y Estado) representó una aceleración
sustancial en la evolución del papado de la monarquía aristocrática del
Renacimiento, caracterizada por el dualismo de poderes entre el pontífice y el
colegio cardenalicio en el consistorio, a la centralización absolutista del
poder en la persona del papa (P. Prodi, // sovrano pontífice, Bolonia, 1982).
Esta nueva fase histórica del poder pontificio bajo Sixto V se tradujo en una
imagen más combativa de la Iglesia militante, tanto en sus relaciones con los
Estados como con las Iglesias locales.
La política eclesiástica de Sixto V se plasmó en el apoyo decidido
a los monarcas o partidos católicos en lucha contra los protestantes. En
Francia prestó apoyo a la liga católica en aquellos años convulsos de las
guerras de religión que precedieron a la subida de Enrique IV (1589-1610) al
trono; a Felipe II le concedió ayuda financiera para realizar la empresa contra
Inglaterra y continuar luchando contra los calvinistas de los Países Bajos; en
el Imperio y en Suiza relanzó con energía la reconquista católica contra los
protestantes, tanto apoyando a los soberanos como utilizando modernos
instrumentos de propaganda cultural y religiosa.
En un aspecto más estrictamente religioso, Sixto V tomó una medida
de gran importancia para la reforma y la aplicación de los decretos del
concilio tridentino con la imposición de las visitas regulares de los obispos a
Roma, para que informasen del estado de sus diócesis (visita ad limina). La
bula Romanas Pontifex (20 diciembre 1580) señaló un plazo de tres años a los
obispos de Italia e islas adyacentes para que fueran a Roma; de cuatro a los de
Alemania, España, Francia, Inglaterra y Hungría; de cinco a los del resto de
Europa, Próximo Oriente y norte de África; y de diez para el resto del mundo.
En esta visita ad limina los obispos o sus representantes debían llevar un informe
sobre el estado de la vida eclesiástica en sus diócesis, de acuerdo a un
esquema previo, que era examinado por la Congregación del Concilio y, después,
indicaba al obispo los aspectos que debía reformar en su Iglesia según lo
dispuesto por el concilio. Tales informes, a pesar de la reiteración que se
observa en muchos de ellos, contribuyeron a afianzar la reforma católica en las
diferentes diócesis de la cristiandad.
Sixto V estableció también una comisión para la revisión de la
Vulgata, que trabajó con gran escrupulosidad pero con lentitud. Sixto V les
urgió para que lo hicieran con más rapidez y él mismo emprendió la corrección
del texto sagrado, lo que dio lugar a muchas arbitrariedades. Sin tener en
cuenta las muchas objeciones que le hicieron, ordenó publicar aquella Vulgata
en 1590, pero como Sixto V murió poco tiempo después, los cardenales impidieron
la venta de la edición. Una nueva comisión, instituida por Gregorio XIV,
eliminó los errores más crasos y la edición mejorada se publicó en 1592 bajo el
patrocinio de Clemente VII como Vulgata sixto-clementina.
Poseído de una pasión constructora, Sixto V quiso convertir a Roma
en la ciudad más bella de Europa y en el centro religioso del mundo. Encargó a
Giacomo della Porta (1539-1602) que rematase la cúpula de San Pedro, que con el
obelisco colocado en el centro de la plaza y el palacio residencial del papa,
proyectado por Domenico Fontana, vino a ser para los peregrinos que visitaban
Roma el verdadero símbolo de la ciudad eterna. El viejo palacio lateranense
cedió sitio a una construcción nueva. Asimismo mandó abrir una calle amplia que
unía el Pincio con Santa María la Mayor, basílica en la que ordenó erigir una
suntuosa capilla funeraria para sí y para su protector san Pío V. En el
Vaticano dividió en dos el cortile del Belvedere mediante la construcción
transversal de la actual Biblioteca. El Salonc Sistino (1587-1589), con su
alegre decoración, es sin duda el espacio más bello del mundo dedicado a la
exposición de libros. Sin embargo, no hay que olvidar que todo el programa
sixtino de modernización de la curia, de obras públicas y demás actuaciones, se
enmarca dentro de un objetivo fundamental: la afirmación restauradora del
catolicismo de la Contrarreforma.
Sixto V murió el 27 de agosto de 1590, a los 69 años de edad. Fue
sepultado provisionalmente en el Vaticano, pero poco después fue trasladado a
la basílica de Santa María la Mayor y depositado en un magnífico sepulcro de la
regia capilla del Pesebre.
Urbano VII (15 septiembre 1590 - 27 septiembre 1590)
Juan Bautista Castagna nació en Roma el 4 de agosto de 1521. Hijo
de Cosme, noble genovés, y Costanza Ricci, romana y hermana del cardenal
Jacovazzi, estudió derecho en Perugia y Bolonia, donde se graduó de doctor.
Entró al servicio de su tío, el cardenal Verallo, y le acompañó como datado en
su legación a la corte de Francia (1551-1552); de regreso a Roma, Julio III le
nombró refrendatario del tribunal de justicia. En marzo de 1553, ante la
renuncia de su primo Paulo Verallo, fue designado arzobispo de Rossano y
recibió las órdenes sagradas. Luego desempeñó el cargo de gobernador de Fano
(1555) y, bajo el pontificado de Pío IV, el de Perugia. A partir de noviembre
de 1561, y hasta su conclusión, participó en el Concilio de Trento, como
miembro de la comisión para la reforma de la Iglesia, manteniendo una estrecha
relación con el cardenal Borromeo. Vuelto a la diócesis se distinguió por su
voluntad reformista, pero Pío IV le encargó que acompañara al cardenal
Boncompagni, que había sido nombrado legado ante la corte de España. A la
vuelta de Boncompagni, Castagna permaneció en Madrid como nuncio durante siete
años. En 1573 volvió a Roma, renunció a la diócesis de Rossano al no poder
atenderla debidamente, y al año siguiente fue nombrado nuncio en Venecia y
después gobernador de Bolonia (1577). En 1578 fue designado legado
extraordinario en Colonia para la firma de un proyecto de paz entre Felipe II y
los Países Bajos. Siendo consultor del Santo Oficio, el 12 de diciembre de 1582
Gregorio XIII le concedió la púrpura cardenalicia del título de San Marcelo en
recompensa por tantos años al servicio de la Iglesia. Durante el pontificado de
Sixto V desempeñó el cargo de inquisidor y consiguió la estima del sacro
colegio, apoyando al partido español de forma moderada.
En el cónclave que siguió a la muerte de Sixto V, las presiones
españolas consiguieron imponer la elección de un miembro de su partido y el 15
de septiembre de 1590 fue designado papa el cardenal Castagna, que tomó el
nombre de Urbano VIL
Apenas electo, Urbano VII comenzó a trabajar: mandó formar un
registro de los pobres de Roma para distribuir limosnas, ordenó pagar todas las
deudas de los montes de piedad para socorrer a los pobres vergonzantes, nombró
una comisión de cardenales para proseguir la reforma de la curia; dispuso que
se continuaran las obras iniciadas por su predecesor en los palacios del
Quirinal y del Vaticano, con orden expresa de que se grabase en ellas las armas
de Sixto V en vez de las suyas. Se negó a favorecer a los miembros de su
familia, que en seguida acudieron a Roma, y sólo concedió un canonicato a su
sobrino Fabricio Verallo.
A los pocos días de su elección se sintió enfermo e hizo
testamento a favor de la cofradía de la Anunciata para dotar doncellas. Murió
en Roma el 27 de septiembre de 1590, a los trece días de su elección, sin haber
sido coronado con la tiara. Fue sepultado en la basílica de San Pedro y allí
permaneció hasta el año 1606 en que fue trasladado a la iglesia de Santa María
sopra Minerva.
Gregorio XIV (5 diciembre 1590 - 15 octubre 1591)
Nicolás Sfondrati nació en el castillo de Somma Lombardo el 1 de
febrero de 1535. De familia noble, era hijo de un senador milanés y de Ana
Visconti. Después de estudiar derecho en las universidades de Perugia, Bolonia
y Pavía, donde se doctoró, abrazó la carrera eclesiástica y Pío IV le nombró
obispo de Cremona en 1560. Participó activamente en la última etapa del
Concilio de Trento, donde defendió la obligación de residencia de los obispos,
en oposición a las tesis romanas y en consonancia con la postura de España; se
ocupó de la revisión del índice y del proyecto del decreto sobre el matrimonio.
Las estrechas relaciones que mantenía con el cardenal san Carlos Borromeo,
arzobispo de Milán y su metropolitano, y con san Felipe Neri, le impulsaron a
seguir el camino de la reforma. De vuelta a Cremona, aplicó los decretos tridentinos,
promulgados en el sínodo diocesano que celebró en 1580, realizó la vista a la
diócesis, fundó el seminario y acogió en su diócesis a los teatinos y a los
barnabitas. Hombre austero y piadoso, celebraba diariamente la eucaristía,
ayunaba con frecuencia y dedicaba todas sus energías a la reforma de la iglesia
diocesana, incluso después que Gregorio XIII le nombrase cardenal del título de
Santa Cecilia el 12 de diciembre de 1583.
El cónclave que se reunió a la muerte de Urbano VII mantuvo
posturas enfrentadas durante dos meses, hasta que las presiones españolas
consiguieron imponer a uno de sus candidatos. El 5 de diciembre de 1590 fue
elegido papa el cardenal Sfondrati, filoespañol moderado y gran amigo del
cardenal Borromeo y de san Felipe Neri. Escogió el nombre de Gregorio XIV; fue
coronado el día 8 y el 13 tomó posesión de la basílica de San Juan de Letrán.
En el espacio de los pocos meses que duró su pontificado hizo
algunas cosas dignas de mención. Se rodeó de personas que habían abrazado los
ideales tridentinos. Tomó diferentes medidas para hacer frente a la carestía y
a la epidemia que azotaban al Estado pontificio; renovó la constitución de Pío
V de que no fuesen enajenadas ni dadas en feudo tierras de la Iglesia y, a
pesar de la oposición de los cardenales, no autorizó al duque de Ferrara, que
era el último vástago de su familia, transferir a otro el principado. Sin
embargo, la gran preocupación de Gregorio XIV fue Francia, asolada por las
guerras de religión. El papa envió al nuncio Marsilio Landriano para pedir a
los eclesiásticos y a los católicos que apoyaban a Enrique IV, protestante, que
le abandonaran bajo pena de excomunión, y además organizó un ejército bajo el
mando de su sobrino Hércules Sfondrati para apoyar a la Liga Católica que
luchaba contra los hugonotes.
Gregorio XIV precisó la forma de realizar la visita ad limina de
los obispos con la bula Onus apostolicae servitutis (15 mayo 1591), reglamentó
el derecho de asilo de las iglesias, terminó de organizar las congregaciones
romanas establecidas por Sixto V, instituyó una comisión para continuar la
corrección de la Vulgata y apoyó al compositor Palestrina. Los capelos
cardenalicios los reservó para clérigos que eran promotores de la reforma
católica. A su sobrino Francisco Sfondrati le concedió la púrpura cardenalicia
en una promoción especial el 19 de diciembre de 1590 y, al empeorar su salud,
de largo tiempo quebrantada, le cedió grandes parcelas de poder, lo que suscitó
la oposición de los cardenales, que le obligaron a reducir los poderes
excepcionales que había concedido al cardenal nepote. Murió en Roma el 15 de
octubre de 1591, cuando contaba 57 años de edad, y fue sepultado en la basílica
de San Pedro.
Inocencio IX (29 octubre 1591 - 30 diciembre 1591)
Juan Antonio Fachinetti nació en Bolonia el 20 de julio de 1519.
De familia noble, estudió derecho en la universidad de su ciudad hasta
conseguir el grado de doctor y entró al servicio del cardenal Alejandro
Farnese, al que representó durante cuatro años en la legación de Avignon.
Nombrado obispo de Nicastro en Calabria por Sixto IV, participó en la última
fase del Concilio de Trento y, al volver a su diócesis, la visitó y fundó el seminario.
En 1566 san Pío V le envió como nuncio a Venecia y fue uno de los promotores de
la formación de la liga contra los turcos que consiguió la victoria naval de
Lepanto (7 octubre 1571). En 1575 renunció al obispado por su mala salud, pero
al año siguiente Gregorio XIII le nombró patriarca de Jerusalén y le asignó
importantes cargos en el Santo Oficio, concediéndole la púrpura cardenalicia el
12 de diciembre de 1583. Durante el pontificado de Gregorio XIV ocupó la
presidencia del tribunal de la Signatura y tomó parte activa en el gobierno de
la Iglesia.
En el cónclave que siguió a la muerte de Gregorio XIV se dejo
sentir una vez más la presión de España, que consiguió que en dos días de
cónclave se eligiera papa al cardenal Fachinetti, que tenía fama de ser
partidario de la reforma católica. Elegido el 29 de octubre de 1591, tomó el
nombre de Inocencio IX.
En los dos meses que duró su pontificado trató de cumplir con
escrupulosidad su misión: se preocupó del abastecimiento de Roma y de luchar
contra la peste que hacía estragos en la ciudad; confirmó la constitución de
san Pío V que prohibía enajenar los bienes de la Iglesia, e introdujo un cambio
importante en la Secretaría de Estado, al dividirla en tres secciones: una para
Francia y Polonia, otra para España e Italia y la tercera para Alemania. En lo
demás, continuó la política de su predecesor y siguió ayudando a la Liga
Católica de Francia contra los hugonotes. Murió el 30 de diciembre de 1591 en
Monte Caballo y fue trasladado a Roma, siendo sepultado en la basílica de San
Pedro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario