Clemente VIH (30 enero 1592 - 5 marzo 1605)
Personalidad y carrera eclesiástica. Hipólito Aldobrandini nació
en Fano el 24 de febrero de 1535 en el seno de una familia patricia florentina.
Hijo de Silvestre y Lisa Deti, su padre —que era un célebre jurista, exiliado
en 1531 por motivos políticos— entró al servicio de la administración
pontificia y en 1548 consiguió el cargo de abogado consistorial en Roma gracias
a la protección del cardenal Alejandro Farnese. Mientras tanto Hipólito
Aldobrandini estudió derecho en las universidades de Padua, Perugia y Bolonia,
donde se graduó de doctor. Vuelto a Roma para hacer carrera eclesiástica, su
vida ejemplar llamó la atención de san Pío V y fue nombrado abogado
consistorial, después en 1568 auditor de cardenal camarlengo y en 1569 auditor
de la Rota. En 1571 formó parte del séquito del cardenal nepote, Miguel
Bonelli, enviado como legado a latere a España, Portugal y Francia (junio 1571
- abril 1572). En 1572, con la muerte de san Pío V, la brillante carrera que
Aldobrandini había iniciado sufrió un parón. Durante el pontificado de Gregorio
XIII el joven auditor de la Rota quedó olvidado en el ejercicio de la actividad
jurídica y fue en aquellos años, a finales de 1580, cuando decidió recibir las
órdenes sagradas por influencia de san Felipe Neri, con quien se confesaba. A
partir de aquí sus relaciones con el Oratorio se reforzaron y César Baronio
será uno de sus confesores habituales. Con la subida de Sixto V al trono
pontificio Hipólito Aldobrandini encontró un nuevo protector y su carrera
volvió a despegar: el 15 de mayo le nombró datario y el 18 de diciembre le
concedió la púrpura cardenalicia. En mayo de 1588, Sixto V le envió como legado
a latere a Polonia, no tanto por sus méritos cuanto por la independencia que
mantenía entre las diferentes facciones del sacro colegio. La misión de
Aldobrandini consistía en tratar de pacificar el país, dividido y enfrentado
tras la muerte del rey Esteban Barthory entre los pretendientes a la corona: Segismundo
Vasa y Maximiliano de Habsburgo. La victoria del primero y las negociaciones
posteriores permitieron concluir un tratado de paz el 9 de marzo de 1589. El
legado volvió a Roma en mayo de 1589 y el éxito diplomático de su misión le
convirtió en uno de los miembros más considerados del sacro colegio.
La pronta muerte de Inocencio IX obligó a celebrar un nuevo
cónclave en menos de tres meses y, como en los tres casos precedentes, también
el cónclave de 1592 se desenvolvió bajo una fuerte presión española. Después de
veinte días de escrutinios, el 30 de enero de 1592 fue elegido papa el cardenal
Hipólito Aldobrandini, que tomó el nombre de Clemente VIII. El 2 de febrero fue
consagrado obispo, y ocho días después, entronizado solemnemente, tomó posesión
de San Juan de Lctrán. Clemente VIII llevó una vida piadosa y peregrinó cada
mes a pie a las siete iglesias principales de Roma. Pero, tímido por
naturaleza, no fue un hombre de decisiones rápidas, antes bien por su carácter
irresoluto las fue posponiendo. Con él empezó a perder ímpetu el movimiento
reformista, que había arrancado y avanzado vigorosamente con san Pío V y sus
sucesores. Las expectativas españolas se vieron defraudadas por Clemente VIII
cuando reconoció a Enrique IV (1589-1610) como legítimo rey de Francia. Aunque
personalmente llevó una vida sobria y sencilla, fue pródigo con su familia. El
18 de septiembre de 1592 confirió a sus sobrinos Pedro Aldobrandini (hijo de su
hermano) y a Cinzio Passeri (hijo de su hermana) la dirección de la Secretaría
de Estado y la Superintendencia del Estado de la Iglesia, dividiendo entre
ambos las atribuciones de acuerdo con criterios geográficos. El 17 de
septiembre de 1593 les concedió la púrpura cardenalicia.
La actividad política. Clemente VIII, en cuanto soberano de los
Estados Pontificios, continuó y acentuó el esfuerzo de centralización
administrativa emprendido por Sixto V, creando la Congregación del Buen
Gobierno (30 octubre 1592). En 1598, después de la muerte del duque de Ferrara,
Alfonso II del Este, sin sucesión legítima, incorporó al Estado pontificio el
ducado de Ferrara, al ser vasallo de la Santa Sede, lo que ocasionó la protesta
de España, Venecia y Toscana, que apoyaban las pretensiones de César del Este.
También se preocupó por el bien material de su pueblo, aligeró la presión
fiscal a los campesinos de la campiña romana, les defendió contra los abusos de
la usura fomentando los montes de piedad, y fue inexorable en la represión del
bandolerismo y de los atropellos de la nobleza.
La política eclesiástica de Clemente VIII se orientó
fundamentalmente a solucionar el problema de la Iglesia en Francia (L. Pastor,
Historia de los papas, XXIII, pp. 73-183). A Enrique III de Valois (1575-1589)
le sucedió en 1589 Enrique de Borbón, rey de Navarra, que era protestante y
había sido condenado por Sixto V en 1585 y declarado inhábil para sucederle en
la corona de Francia. Sin embargo, Enrique IV fue reconocido como rey por
muchos católicos franceses, y sólo los miembros de la Liga Católica, sostenida
por Felipe II y el papado, seguían considerando vacante el trono. Consciente de
que sólo abjurando del protestantismo podía poner fin a la división del reino,
Enrique IV decidió hacerse católico. El 25 de julio de 1593 abjuró de sus
errores en la iglesia de San Denis ante el arzobispo de Bourges y envió
representantes a Clemente VIII para solicitar la revocación de las censuras
impuestas por Sixto V. Clemente VIII se mantuvo indeciso durante un tiempo,
pero el temor de un posible cisma galicano le hizo ceder ante las instancias de
Davy du Perron y de Arnaud d'Ossat. Los cardenales reunidos por el papa en el
Quirinal también se mostraron favorables a la absolución, siempre que el rey
francés aceptara una serie de compromisos: restablecer el catolicismo en el
Bearne, promulgar en Francia los decretos del Concilio de Trento y educar en la
fe católica al heredero del trono. El 17 de septiembre de 1595 los procuradores
de Enrique IV, Du Perron y D'Ossat, pronunciaron una solemne abjuración en
nombre del rey, en la basílica de San Pedro, y Clemente VIII proclamó la
absolución de Enrique IV. Para sancionar la reconciliación de Francia con la
Santa Sede y restablecer las relaciones diplomáticas interrumpidas desde 1588,
Clemente VIII envió a Francia en 1596, en calidad de legado a latere, al
cardenal de Florencia, con el encargo de conseguir que Enrique IV ratificase lo
acordado en la absolución, de reorganizar la Iglesia de Francia y de interponer
la mediación pontificia entre Francia y España, que estaban en guerra desde 1595.
La absolución de Enrique IV tuvo importantes consecuencias para la Iglesia,
tanto en el plano religioso como político, pues la liga terminó por disolverse,
se impuso la reforma tridentina, paralizada por la guerra civil, y el papado
recuperó la independencia al librarse de la tutela española y poder actuar como
arbitro entre los Estados cristianos. La mediación de Clemente VIII entre
España y Francia hizo posible el tratado de Vervins (2 mayo 1598) por el que
Felipe II reconoció a Enrique IV como rey de Francia y le devolvió las
conquistas hechas en la frontera del noroeste francés.
Una vez que Clemente VIII consiguió que hubiera paz entre las
potencias católicas, retomó el proyecto perseguido por los papas de organizar
una liga contra los turcos que amenazaban los territorios orientales de la
cristiandad, pero todo se redujo a enviar dinero al emperador para que
sostuviera el esfuerzo militar y a mandar un cuerpo expedicionario pontificio.
La vida de la Iglesia. En un ámbito más estrictamente religioso,
Clemente VIII trató de potenciar el catolicismo, tanto en los países cristianos
como en las misiones. Clemente VIII no pudo evitar la promulgación del edicto
de Nantes (13 abril 1598) en Francia y trató de sacar el mejor partido posible,
exigiendo que se pusieran en práctica las cláusulas del edicto que ordenaban la
restauración de la religión católica en todas las regiones del reino. En
Suecia, tras la muerte de Juan III Vasa (1593), Clemente VIII trató de
aprovechar la subida al trono del católico Segismundo III, rey de Polonia, pero
éste no estuvo en condiciones de restaurar el catolicismo en su nuevo reino. La
muerte de Isabel I de Inglaterra (1603) y la subida al trono de Jacobo I
(1603-1625), rey de Escocia e hijo de María Estuardo, hizo concebir a Clemente
VIII esperanzas de que mejoraría la situación de los católicos e incluso de su
posible conversión, pero pronto quedaron desvanecidas. Entonces Clemente VIII
creó en Roma un colegio para la formación de sacerdotes escoceses y confirmó
los seminarios para ingleses fundados por Felipe II en Valladolid y Sevilla,
concediéndoles importantes privilegios y confiando su dirección a los jesuítas.
Mejores resultados obtuvo en sus esfuerzos por reunir las Iglesias
orientales separadas de Roma. En 1592 envió un nuncio al patriarca copto de
Alejandría y la Iglesia copta se unió a la romana en 1595, siendo ratificado
solemnemente el 25 de junio de 1597. Sin embargo, la unión no sobrevivió a sus
protagonistas. En cambio, sí tuvo un carácter definitivo la unión que la
Iglesia rutena acordó en el sínodo de Brest-Litovtsk y se proclamó solemnemente
en Roma el 23 de diciembre de 1595.
Clemente VIII dio a la Iglesia un importante impulso misionero con
la institución en 1599 de la congregación super negotiis sanctae fidei et
religionis catholicae o De Propaganda Fide, que será refundada por Gregorio XV
en 1622. Se interesó por los progresos de la evangelización en América, con la
creación de nuevas diócesis, y en Extremo Oriente, haciendo extensivo a todas
las órdenes mendicantes el privilegio de Gregorio XIII que reservaba la
evangelización de Japón y de China a los jesuítas.
También se preocupó de que las disposiciones tridentinas se
impusieran en todas las iglesias diocesanas y él dio ejemplo en la de Roma,
realizando personalmente la visita pastoral en dos ocasiones. Celoso guardián
del depósito de la fe, participaba una vez a la semana en los trabajos de la
Congregación de la Inquisición, tomó algunas medidas para reforzar los
reglamentos vigentes y en 1596 mandó publicar un nuevo Index librorum
prohibitorum. De las más de treinta condenas a muerte que se pronunciaron por
herejía entre los años 1595 y 1605, la más célebre fue la ejecución del
dominico Giordano Bruno (1548-1600). Este monje, oriundo del reino de Nápoles, puso
en duda el dogma de la Trinidad y persistió en su opinión, por ello el tribunal
de la Inquisición le condenó como hereje impenitente. Giordano murió en la
hoguera el año 1600 en el Campo dei Fiori de Roma.
Clemente VIII también intervino en la controversia teológica que
dominicos y jesuítas entablaron en torno a la relación de la gracia con el
libre albedrío, que sabiamente dejó sin resolver. La polémica surgió en 1588
con la publicación de la obra De concordantia liben arbitrii del jesuita Luis
Molina. Ante el cariz que tomaba la polémica, Clemente VIII avocó la causa a
Roma, impuso silencio a las dos partes y nombró una comisión de cardenales (la
congregación de auxiliis) para encontrar una solución a la controversia. A
principios de 1605 la comisión había terminado su trabajo, pero el papa murió
sin tomar ninguna decisión, al igual que hicieron sus sucesores hasta el siglo
xviii.
El pontificado de Clemente VIII se caracterizó por una importante
actividad editorial en el campo bíblico y litúrgico. En 1592 se publicó la
primera versión oficial de la Vulgata, en 1596 el Pontifical romano, en 1600 el
Ceremonial de los obispos, en 1602 el Breviario romano y en 1604 el Misal
romano. También concluyó importantes obras en el Vaticano: el palacio vaticano
en 1596, donde le recuerda sobre todo la magnífica sala Clementina, y la
decoración de la cúpula de San Pedro, que confió al pintor Cavaliere d'Arpino.
Clemente VIII, celoso defensor del dogma, luchador por la
expansión del catolicismo y hombre de profunda piedad, que se confesaba cada
día con el cardenal Baronio (autor de los doce volúmenes de los Anuales
ecclesiastici, que hasta su época constituyen la colección de fuentes
documentales más completa de la historia de la Iglesia), murió en Roma el 5 de
marzo de 1605. Su cuerpo recibió provisionalmente sepultura en San Pedro, pero
luego Paulo V lo hizo trasladar a la capilla Borghese de la basílica de Santa
María la Mayor, donde construyó un magnífico mausoleo de piedra.
León XI (11 abril 1605 - 27 abril 1605)
Alejandro de Médicis nació en Florencia el 2 de junio de 1536.
Pertenecía a una rama segundona de la celebre familia florentina, y era hijo de
Octaviano de Médicis y de Francisca Salviati. Por línea materna estaba
emparentado con el papa León X y con el gran duque de Toscana Cósimo I
(1537-1574). En 1560 conoció a san Felipe Neri, el fundador del Oratorio, y
entabló con él una relación que influyó en su ordenación sacerdotal en 1567.
En 1679 el gran duque Cósimo le nombró embajador en Roma y en este
empleo permaneció quince años, aunque simultáneamente fue subiendo peldaños en
la jerarquía eclesiástica. Gregorio XIII le nombró obispo de Pistoya el 9 de
marzo de 1573, poco después le promovió al arzobispado de Florencia (15 enero
1574) y el 12 de diciembre de 1783 le concedió el capelo cardenalicio y se le
empezó a conocer con el nombre del «cardenal de Florencia». Durante estos años,
Alejandro de Médicis ejerció una importante labor pastoral en sus diócesis
poniendo en práctica la reforma tridentina por medio de vicarios generales. El
12 de mayo de 1584 volvió a Florencia y se hizo cargo del gobierno de la
diócesis, convocando un sínodo en 1589.
En 1596, Clemente VIII le envió a Francia, en calidad de legado a
latere, con la misión de conseguir que Enrique IV ratificase lo acordado en la
absolución, de reorganizar la Iglesia de Francia y de interponer la mediación
pontificia entre Enrique IV y Felipe II, que estaban en guerra desde 1595.
Durante dos años el cardenal Alejandro de Médicis trabajó por el restablecimiento
del catolicismo y de la disciplina eclesiástica en Francia, e hizo posible el
tratado de Vervins (2 mayo 1598) que acordaba la paz entre Felipe II y Enrique
IV; pero no pudo impedir que Enrique IV promulgara el edicto de Nantes (13
abril 1598). En los primeros días de septiembre de 1598 se despidió de Enrique
IV y regresó a Italia, siendo recibido con gran pompa por el papa el 10 de
noviembre en la corte pontificia de Ferrara. En 1600 Clemente VIII le nombró
obispo de Albano y poco después de Palestrina (1602).
En el cónclave que siguió a la muerte de Clemente VIII (1605),
había tres partidos: el español, el francés y el de los cardenales creados por
el papa difunto, que capitaneaba el cardenal nepote Aldobrandini. Este partido
apoyó la candidatura del cardenal Baronio, oratoriano e ilustre historiador,
pero los españoles se opusieron por la hostilidad manifestada en sus obras a
los privilegios eclesiásticos de España y en especial a la monarchia sicula
(Annales, XI). Baronio no consiguió los votos necesarios, y con el apoyo del
partido francés se elegió papa al cardenal Alejandro de Médicis el 1 de abril
de 1605. Escogió el nombre de León XI en memoria de su pariente León X y se
ciñó solemnemente la tiara el día de la Pascua de Resurrección.
León XI fue un hombre culto, refinado y entusiasta de la reforma
católica. A consecuencia de un resfriado, que cogió el día que tomó posesión de
Letrán, murió en Roma el 27 de abril de 1605, a los veintiséis días de haber
sido electo. Fue enterrado en la basílica de San Pedro, donde el cardenal
Ubaldini le hizo erigir un suntuoso mausoleo.
Paulo V (16 mayo 1605 - 28 enero 1621)
Personalidad y carrera eclesiástica. Camilo Borghese nació en Roma
el 17 de septiembre de 1552 en el seno de una familia de origen sienes que se
había establecido en Roma durante el pontificado de Paulo III. Hijo de Marcantonio,
decano de los abogados consistoriales, y de Flaminia Astalli, Camilo estudió
filosofía en la Universidad de Perugia y derecho en Padua, donde consiguió el
doctorado. Volvió a Roma y sucedió a su padre en el cargo de abogado
consistorial, luego ocupó los puestos de refrendatario del tribunal de la
Signatura, vicario de Santa María la Mayor y vicelegado de Sixto V en Bolonia.
En 1593 Clemente VIII le nombró legado extraordinario ante Felipe II y, a su
retorno, el 15 de junio de 1596 le concedió la púrpura cardenalicia; al año
siguiente le nombró obispo de Jesi y en 1603 se convirtió en el cardenal
vicario de Roma.
A la muerte de León XI (27 abril 1605) el cónclave se encontraba
aún más dividido que el anterior. Los españoles presentaron la candidatura del
cardenal Sauli, con la que estaban conformes los franceses, pero Aldobrandini
la rechazaba porque Sauli se había opuesto antes a la elección de Clemente VIII
y seguía apoyando a Baronio, rechazado por los españoles. Después de varios
días en que las candidaturas de Baronio y Tosco no cuajaron por la oposición de
uno u otro partido, los cardenales se pusieron de acuerdo en torno al cardenal
Borghese, que por modestia o por estrategia se había mantenido al margen hasta
aquel momento, a pesar de que gozaba de una pensión española desde su embajada
en Madrid. El 16 de mayo de 1605 fue elegido papa Camilo Borghese y tomó el
nombre de Paulo V, en recuerdo de Paulo III que había protegido a su padre. A
diferencia de los papas anteriores, que solían dejarse toda la barba, Paulo V
fue el primero que sólo se dejó una pequeña perilla, cosa en la que le imitaron
sus sucesores hasta Inocencio XII. El nuevo papa era un hombre muy reflexivo, que
odiaba la precipitación, por lo que la solución de los problemas avanzó con
gran lentitud.
Las relaciones diplomáticas. La política de Paulo V descansó sobre
el principio de la neutralidad en los enfrentamientos hispano-franceses,
haciendo llamamientos a la unidad de los príncipes católicos contra la amenaza
de los turcos, a la vez que defendió los derechos de los católicos frente a los
protestantes. En Inglaterra, después del fracaso de la conspiración de la
pólvora (1605), empeoró la situación de los católicos, que fueron obligados a
prestar un nuevo juramento de fidelidad. En Alemania se produjo un
recrudecimiento de las luchas confesionales. En 1608 los príncipes protestantes
del Imperio formaron la Unión Evangélica y, al año siguiente, los católicos respondieron
con la organización de la liga, capitaneada por Maximiliano de Baviera. A su
vez, el emperador Matías (1612-1619), empujado por el partido católico, ordenó
en 1617 la destrucción de las iglesias que los protestantes habían levantado en
Klostergrab, lo que dio origen a la rebelión de Bohemia con la defenestración
de Praga (23 mayo 1618), iniciándose la guerra de los Treinta Años. Paulo V
prestó ayuda financiera al nuevo emperador Fernando II (1619-1637), que había
estudiado con los jesuítas en Ingolstadt y era defensor de la reforma católica,
y a la liga, pero sólo pudo ver la victoria de la Montaña Blanca (8 noviembre
1620) que permitió restablecer el culto católico en Bohemia y en Moravia.
El grave enfrentamiento que Paulo V tuvo con la república de
Venecia hay que encuadrarlo en la defensa de las inmunidades de la Iglesia,
ratificadas en Trento, y los derechos que reclamaban los Estados modernos. Dos
leyes promulgadas en Venecia en 1604 y 1605, antes de la elección de Paulo V,
prohibiendo la erección de iglesias o conventos sin el consentimiento del
Senado y la adquisición de propiedades inmuebles a los eclesiásticos, desataron
el conflicto. Éste se agravó con la detención de dos clérigos que la república
no quiso entregar a los tribunales eclesiásticos, violando el principio de la
inmunidad eclesiástica defendido en Trento, que ordenaba que los eclesiásticos
fueran juzgados exclusivamente por tribunales eclesiásticos. El 17 de abril de
1606, Paulo V amenazó con el entredicho a la república de Venecia, pero ésta
rechazó la amenaza, encargó al teólogo Paolo Sarpi la defensa de la
independencia del Estado en el ámbito temporal y prohibió que se publicase el
entredicho. El conflicto eclesiástico-político se trocó entonces en una
controversia de principios sobre las relaciones entre el poder eclesiástico y
el civil. La mediación de Francia y el temor de que Venecia cediera al
protestantismo puso fin al enfrentamiento el 17 de abril de 1607. Paulo V
levantó las censuras y Venecia liberó a los dos eclesiásticos. Pero este hecho
dejó patente que ya no se podía imponer en todos los asuntos el derecho
canónico, porque las circunstancias habían cambiado de modo radical (L. Pastor,
Historia de los papas, XXV, pp. 91-167). El papa tuvo que revocar el entredicho
sin que Venecia cediera en el punto principal. Aquel entredicho fue el último
que se ha pronunciado contra un Estado.
La actividad religiosa. La acción religiosa de Paulo V se centró
en la continuación de la reforma católica, en el apoyó a las misiones y en la
controversia de auxiliis. Paulo V vigiló la aplicación de los decretos del
Concilio de Trento, particularmente los referentes a la residencia de los
obispos y a la clausura de los regulares. Aprobó la Congregación del Oratorio
de Francia, fundada en 1611 por De Bérulle, futuro cardenal; en 1614 publicó un
nuevo Breviario romano, procedió a la canonización de santa Francisca Romana
(1608) y de san Carlos Borromeo (1610), y a la beatificación de los grandes
protagonistas de la reforma católica del siglo anterior: san Ignacio de Loyola
(1491-1556), san Francisco Javier (1506-1552), santa Teresa de Ávila
(1515-1582) y san Felipe Neri (1515-1595).
Durante su pontificado la expansión misionera ofrece un
espectáculo esperanzados En América, bajo la protectora tutela del dominio
español, continuó avanzando la labor evangelizadora de los misioneros. En
Filipinas, con los trabajos de franciscanos, jesuitas, dominicos y agustinos,
progresó rápidamente el catolicismo. En Japón, donde se habían producido muchas
conversiones, estalló en 1614 una sangrienta persecución que casi aniquiló a la
nueva cristiandad. También en China se desató una furiosa persecución en 1616.
Una de las preocupaciones de Paulo V fue dar solución a la
controversia de auxiliis, pero después de celebrar dieciséis congregaciones, lo
dejo en suspenso imponiendo silencio a ambas partes. El 28 de agosto de 1607,
Paulo V dio por terminada la controversia, declarando que ambas partes quedaban
en libertad de sostener y enseñar sus respectivas opiniones, pero en forma
mesurada y con la prohibición de acusar de herejía al contrario.
Nepotismo y mecenazgo. Por desgracia, Paulo V no se mostró inmune
al nepotismo, que además convirtió a su familia entre las principales de Roma.
El hijo de su hermana Ortensia, Escipión Caffarelli, fue creado cardenal el 18
de julio de 1605 y desempeñó el papel de cardenal nepote. Las elevadas rentas
que percibía de los beneficios y pensiones de Francia y España permitieron al
cardenal Borghese llevar una vida de ostentación y fomentar las artes,
construyendo el palacio y la espléndida Villa Borghese. El segundo sobrino,
Marco Antonio Borghese, se convirtió en el jefe del nuevo linaje: en 1616
adquirió el principado de Sulmona en el reino de Nápoles y en 1620 se convirtió
en el general del ejército de los Estados Pontificios. Durante el pontificado
de Paulo V su familia se elevó al rango de las antiguas familias de los Colonna
y Orsini, y muy pronto superó en riqueza y en poder a las familias de Sixto V y
Clemente VIII. Sin embargo, aunque Paulo V se rodeó de familiares, al igual que
habían hecho sus predecesores, conservó celosamente su autoridad, confiando a
su nepote las funciones propias de un ministro principal.
El mecenazgo de Paulo V y de sus sobrinos posibilitó la realización
de grandes obras arquitectónicas y urbanísticas que enriquecieron Roma. Entre
1607 y 1617 puso fin a la basílica de San Pedro e hizo esculpir una monumental
inscripción en la fachada, en la que se proclama la terminación de la misma
«para honra de los príncipes de los Apóstoles por obra de Paulo V, de la
familia romana de los Borghese». En la basílica de Santa María la Mayor hizo
levantar la capilla Paulina para su enterramiento. El año 1612 mandó construir
un acueducto para surtir de agua al barrio del Trastévere, que se denominó
Acqua Paolina. Amplió el palacio Borghese y dispuso que los archivos de la
Santa Sede se colocaran en el Vaticano.
Paulo V, que reforzó considerablemente la reforma católica, murió
en Roma el 21 de enero de 1621. Sepultado provisionalmente en San Pedro, más
tarde fue trasladado por su sobrino, el cardenal Borghese, a la capilla Paolina
en la basílica de Santa María la Mayor.
Gregorio XV (9 febrero 1621 - 8 julio 1623)
Personalidad y carrera eclesiástica. Alejandro Ludovisi nació en
Bolonia el 9 de enero de 1554 en el seno de una familia del patriciado urbano
que había dado a la ciudad numerosos consejeros y senadores. Hijo del conde
Pompeyo Ludovisi y de Camila Bianchini, realizó sus primeros estudios en
Bolonia y, desde 1569 hasta 1571, los continuó en el colegio romano bajo la
dirección de los jesuítas. Volvió a Bolonia para estudiar derecho en su
universidad y se doctoró en ambos derechos. El hecho de ocupar la silla de san
Pedro un bolones, Gregorio XIII, le facilitó la carrera eclesiástica. Ordenado
sacerdote, se estableció definitivamente en Roma y Gregorio XIII le nombró
primer juez de la curia capitolina. En 1591 Gregorio XIV le designó miembro de
la Congregación de los asuntos de Ferrara. Clemente VIII le confió los cargos
de refrendatario de la Signatura, lugarteniente civil del tribunal del
vicariato de Roma y en 1600 auditor del tribunal de la Rota. Al mismo tiempo
participó en misiones diplomáticas en las cortes de España y Francia, y recibió
el encargo, junto con Maffeo Barberini (futuro Urbano VIII), de solucionar las
diferencias entre Benevento y el reino de Nápoles. Paulo V le nombró arzobispo
de Bolonia el 12 de abril de 1612 y le encomendó una misión diplomática para
negociar la paz entre Felipe III de España (1598-1621) y Carlos Manuel de
Saboya (1580-1630) por el problema del marquesado del Monferrato. El 19 de
septiembre de 1616 recibió el capelo cardenalicio y se estableció en Bolonia,
donde se dedicó a la reforma del clero y se mantuvo alejado de las luchas e intrigas
romanas.
El cónclave que siguió a la muerte de Paulo V sólo duró dos días,
pero las luchas fueron intensas. Aunque los cardenales creados por el papa
Borghese constituían la mayoría, no formaban un grupo compacto y se mostraron
dispuestos a buscar una solución de compromiso, eligiendo al cardenal Alejandro
Ludovisi, que fue electo el día 9 de febrero de 1621. Escogió el nombre de
Gregorio XV en recuerdo de su paisano y primer protector Gregorio XIII. Fue
coronado el 14 de febrero en San Pedro y el 9 de mayo tomó posesión de San Juan
de Letrán. El nuevo papa, como lo habían sido otros muchos, era un jurista,
tenía un carácter recio y era amigo de la verdad.
Una de las primeras actuaciones de Gregorio XV fue crear en torno
a sí, de acuerdo con el nepotismo vigente, una estructura de gobierno familiar.
Al día siguiente de su coronación, el 15 de febrero de 1621, creó cardenal a su
sobrino Ludovico Ludovisi, que sólo contaba 25 años, y le encomendó la
dirección de los asuntos religiosos y políticos con las funciones propias del
cardenal nepote. Orazio Ludovisi, hermano del papa, se estableció en Roma y fue
nombrado general de los ejércitos de la Santa Sede. Su hijo Nicolás fue
nombrado gobernador del castillo de Sant'Angelo, y su hija Hipólita se casó con
Giorgio Aldobrandini, sobrino de Clemente VIII y príncipe de Rossano, que fue
promovido a príncipe de Meldola y duque de Salsina. De esta forma, en pocos
años, la familia Ludovisi se convirtió en un nuevo linaje de la aristocracia
romana.
La actividad política y religiosa. La política eclesiástica de
Gregorio XV estuvo condicionada por la guerra de los Treinta Años (1618-1648).
Tras la derrota del elector
palatino Federico V, jefe de la Unión evangélica, el palatinado fue ocupado por
Maximiliano de Bavicra (1598-1651), que envió a Roma los ricos fondos
manuscritos de la Biblioteca palatina de Heidelberg, mientras el emperador
Fernando II prosiguió con la restauración del catolicismo en Bohemia y en los
demás Estados de los Austrias, impulsando a la vez la reconquista religiosa de
Alemania para el catolicismo. Gregorio XV concedió subsidios al emperador para
proseguir la lucha y le invitó a extirpar el protestantismo de sus Estados, y
también ayudó a Segismundo III de Polonia (1587-1632) en su lucha contra los
turcos por la defensa del reino polaco. En el conflicto abierto entre España y
Francia por el valle de la Valtelina, de gran interés estratégico para la
comunicación entre el milanesado y los Países Bajos, Gregorio XV trabajó
incansablemente para que se resolviera pacíficamente el conflicto, pero murió
antes de que se solucionara.
Por lo que respecta a la política religiosa hay que resaltar la
normativa que publicó sobre la elección del pontífice, la institución de la
congregación De Propaganda Fide, la canonización de los primeros santos de la
reforma católica y el apoyo que dio a los jesuítas. Con la bula Aeterni Patris,
de 15 de noviembre de 1621, completada con la Decet romanum pontificen de 12 de
marzo de 1622, estableció la nueva normativa sobre la forma de elegir al papa
que ha estado en vigor hasta las reformas que introdujo san Pío X a principios
del siglo xx. En estas bulas se establecieron normas precisas sobre el cónclave
y los procedimientos de la elección: el escrutinio, el compromiso y la aclamación.
El primero tenía lugar cuando las dos terceras partes de los conclavistas
emitían su voto a favor de un mismo candidato; el segundo se aplicaba para
superar las discrepancias entre los votantes; y el tercero se producía
espontáneamente cuando todos los cardenales aclamaban como papa a una misma
persona. Sin embargo, el procedimiento más usual fue el del escrutinio, que se
verificaba dos veces al día, una por la mañana después de la misa y otra por la
tarde. Todos los cardenales debían escribir su propio nombre y el de su
candidato en una cédula que luego depositaban en el cáliz, jurando que habían
nombrado al que creían mejor. La elección no se reputaba concluida hasta
después que se publicaban todos los votos.
La preocupación por la difusión del catolicismo llevó a Gregorio
XV a crear la congregación De Propaganda Fide con la bula Inscrustabili divinae
de 22 de junio de 1622, que debía coordinar el trabajo misionero en todo el
mundo (L. Pastor, Historia de los papas, XXVII, pp. 143-63). Esta congregación
extendía su jurisdicción a todos los países en que no se hallaba constituida la
jerarquía católica y tenía por objeto fomentar las misiones. No fue fácil la
actuación de este organismo pontificio. Por de pronto, quedaron fuera de su
campo de acción Iberoamérica, Filipinas y parte de la India, que estaban
sometidas al patronato español o portugués, con los cuales tuvo graves
conflictos. El resto de los territorios de misiones quedaron bajo su
competencia. Como también se le asignó la difusión de la fe católica en las
regiones del norte de Europa, total o parcialmente protestantes, la
congregación trazó los planes de la reforma católica. Los nuncios fueron los
eslabones entre la central misionera romana y los países protestantes. Así, el
nuncio de Bélgica atendía a la situación de Inglaterra, Holanda, Dinamarca y
Noruega; el de Colonia tenía bajo su control las tierras del norte de Alemania,
mientras que el de Polonia cuidaba de Suecia y Rusia. Bajo el pontificado de
Urbano VIII la congregación De Propaganda Fide puso su sede en un gran palacio
de la plaza de España, al que Bernini (1598-1680) decoró con la fachada actual.
Gregorio XV canonizó a los primeros santos de la reforma católica:
santa Teresa de Ávila (1515-1582), reformadora del Carmelo; san Felipe Neri
(1515-1595), fundador del Oratorio; san Ignacio de Loyola (1491-1556), fundador
de la Compañía de Jesús; y san Francisco Javier (1506-1552), uno de los
primeros seguidores de Ignacio de Loyola y misionero en la India y Japón.
Mostró un gran aprecio a los jesuítas, pues tanto él como su sobrino, el
cardenal nepote, estudiaron con ellos, concediéndoles múltiples privilegios y
exenciones.
El breve e intenso pontificado de Gregorio XV, que representó un
momento importante en la reforma católica, terminó el 8 de julio de 1623 con su
muerte, acaecida en Roma. Fue sepultado en la iglesia de San Ignacio,
construida por su sobrino, el cardenal Ludovico Ludovisi.
Urbano VIII (6 agosto 1623 - 29 julio 1644)
Personalidad y carrera eclesiástica. Maffeo Vicente Barberini
nació en Florencia el 3 de abril de 1568. Hijo de Antonio Barberini y de Camila
Barbadori, pertenecía a una familia de comerciantes de tejidos de Oriente que
se había asentado en Florencia a principios del siglo xv y había conseguido
hacer fortuna. En Roma defendía los intereses de la empresa Francisco, un tío
de Maffeo, que gracias a las buenas relaciones y a la fortuna se convirtió en
protonotario apostólico. El padre de Maffeo murió en 1571 y su madre le educó
en los jesuítas de Florencia, y al cumplir los doce años le envió a Roma, bajo
la protección de su tío, para que continuara los estudios en el colegio romano.
Después le mandó a la Universidad de Pisa para que cursara estudios de derecho,
doctorándose en esta disciplina. Vuelto a Roma, inició la carrera eclesiástica
bajo la protección de su tío, que en octubre de 1588 le compró el cargo de
abreviador. Después Maffeo consiguió el de refrendatario de la Signatura; en
1593 su tío resignó el cargo de protonotario en su favor y en 1599 le compró el
de clérigo de la Cámara apostólica, que gozaba de gran prestigio.
La carrera curial estuvo favorecida por la riqueza de su familia y
por las buenas relaciones de su tío Francisco, pero se consolidó y potenció por
la confianza que depositaron en él los papas. Clemente VIII le nombró en 1592
gobernador de Fano y después le envió a Francia (1601) para felicitar a Enrique
IV con ocasión del nacimiento del Delfín. En 1604 recibió las órdenes mayores y
Clemente VIII le nombró arzobispo in partibus de Nazaret y nuncio apostólico en
París, donde prestó su apoyo a los jesuítas, pero no consiguió que se
registraran los decretos del Concilio de Trento. Paulo V le concedió el capelo
cardenalicio el 11 de septiembre de 1606 y Maffeo recibió la birreta
cardenalicia de manos de Enrique IV. En septiembre de 1607 volvió a Roma y se
convirtió en protector del reino de Escocia. Promovido al episcopado de Spoleto
(1608), reunió un sínodo y puso fin a las obras del seminario. De 1611 al 1614
desempeñó el cargo de legado pontificio en Bolonia, en 1617 renunció la
diócesis de Spoleto y fue nombrado prefecto de la Signatura de Justicia, el
tribunal donde había comenzado la carrera de curial.
A la muerte de Gregorio XV, tras una disensión inicial, los
cardenales eligieron casi por unanimidad al cardenal Barberini el día 6 de
agosto de 1623, que escogió el nombre de Urbano VIII. Fue coronado el 29 de
septiembre y el 19 de noviembre tomó posesión de San Juan de Letrán. El nuevo
papa contaba 55 años y, a jucio de algunos historiadores, tenía un carácter
altivo, que no toleraba oposición de ningún tipo.
La política pontificia. Inmediatamente después de la elección,
Urbano VIII procuró crearse una corte familiar, practicando el nepotismo como
sus antecesores, y que Paolo Prodi (// sovrano pontífice, Bolonia, 1982)
interpreta como la forma específica que tomó el absolutismo centralizador del
siglo xvii en el régimen electivo y no hereditario del papado. En 1623 nombró a
su hermano mayor, Carlos (1560-1630), general de los ejércitos de la Iglesia y
duque de Monte Rotondo; en octubre de 1623 el hijo de Carlos, Francisco, fue
hecho cardenal a la edad de 26 años y superintendente general y gobernador de
Tívoli. En 1624 sacó a su hermano menor Antonio del convento de capuchinos y le
nombró cardenal penitenciario y bibliotecario. En 1629 concedió la púrpura
cardenalicia a otro sobrino, Antonio, hijo de Carlos y hermano de Francisco,
que acumuló los cargos de legado en Avignon y Bolonia, camarlengo y prefecto de
la Signatura. Al heredero de la casa Barberini, Tadeo, le nombró general de los
ejércitos, a la muerte de su padre, prefecto de Roma, gobernador del castillo
de Sant'Angelo y príncipe de Palestrina.
Independientemente de la influencia que el nepotismo pudo tener en
la política de Urbano VIII, parece que el pontífice se comportó como un
soberano absoluto, que controlaba todo y dejaba poco poder de iniciativa a los
miembros del colegio cardenalicio, a excepción de su amigo Lorenzo Magaloti,
creado cardenal en 1624 y secretario de Estado hasta 1628. Los otros
cardenales, demasiado influenciados por las potencias católicas, fueron
excluidos de la gestión de los negocios. Para contrarrestar esta pérdida de
influencia, en junio de 1630 les concedió el título de eminencia y el rango de
príncipes de la Iglesia.
La política eclesiástica de Urbano VIII estuvo condicionada por el
recelo que sentía contra la preponderancia de los Habsburgo en Italia, la
creciente oposición de la Francia de Richelieu (1582-1642) hacia España y la
desconfianza de los príncipes alemanes ante el victorioso emperador Fernando II
(1619-1637). Estos factores rompieron la unidad del mundo católico e hicieron
posible la continuación de la guerra de los Treinta Años (1618-1648), que puso
fin a la hegemonía de los Habsburgo y también a la restauración del
catolicismo.
Urbano VIII se pronunció contra los intereses de España en los
conflictos de la Valtelina y de Mantua, y a favor de las pretensiones
francesas. En el primer caso apoyó el tratado de Moncon (1626), que segregaba a
los católicos de la Valtelina del dominio de los grisones protestantes, pero
impedía el tránsito de tropas españolas por el valle. En el segundo caso, en la
guerra de sucesión de Mantua (1627-1631), prestó su apoyo al candidato francés
y rechazó al español.
En la guerra de los Treinta Años, Urbano VIII adoptó una política
que, a la larga, sería muy perjudicial para la causa católica (L. Pastor,
Historia de los papas, XXVII, pp. 335-86). Después que los imperiales
derrotaron a los protestantes, el emperador Fernando II promulgó el 6 de marzo
de 1629 el «edicto de restitución», que preveía la restitución de todos los
bienes eclesiásticos usurpados desde la paz de Augsburgo (1555) a la Iglesia
católica, pero Urbano VIII trató de frenar los impulsos restauracionistas del emperador,
buscando un acuerdo entre Francia y Baviera. El cardenal Richelieu (1585-1642)
impulsó y financió la intervención de Gustavo Adolfo de Suecia (1611-1632) en
apoyo de los protestantes, y cuando los suecos fueron derrotados, Richelieu,
cardenal de la Iglesia romana, declaró la guerra a España y al Imperio y se
puso al lado de los protestantes alemanes y suecos. Urbano VIII optó entonces
por una política de neutralidad, pero, como afirma Ranke (Historia de los
papas, pp. 467-68), con su política antiaustríaca favoreció a Richelieu e
indirectamente contribuyó a salvar al protestantismo, aunque como «padre común
de la cristiandad» se esforzó por mediar entre las potencias en guerra.
La vida de la iglesia, el proceso de Galileo y el mecenazgo. En
una proyección más religiosa hay que resaltar su preocupación por las misiones,
el culto a los santos y los problemas con las doctrinas de Galileo y Jansenio.
Urbano VIII dio un nuevo impulso a la congregación De Propaganda Fide,
instituida por Gregorio XV en 1622, construyendo un nuevo palacio para su sede
en la plaza de España y creando un seminario de misiones, que recibió el nombre
de Colegio Urbano (1627), para formar en Roma a jóvenes orientales que
quisieran seguir el ministerio sacerdotal. La congregación se mostró un
instrumento eficaz al servicio de la centralización romana, a la vez que
impulsó las misiones en todos los países de Asia y África, iniciándose en China
la discusión sobre el problema de los ritos malabares.
En la misma tendencia centralizadora, Urbano VIII prohibió dar
culto público a personas que no hubieran sido declaradas beatas por la Santa
Sede, estableciendo las normas que se habían de seguir en los procesos de
beatificación y canonización. Normativa que ha seguido en vigor hasta 1983. Además,
sancionó públicamente el martirologio, que había sido revisado por orden suya,
canonizó a santa Isabel de Portugal (1626) y beatificó a María Magdalena de
Pazzi.
En el pontificado de Urbano VIII terminó el lamentable proceso
contra el famoso físico y astrónomo Galileo Galilei (1564-1642). Como Galileo
se mostró abiertamente partidario de la teoría del canónigo Nicolás Copérnico
(1473-1543) sobre el movimiento de la Tierra alrededor del Sol, doctrina que
por entonces rechazaban los teólogos en general, se le abrió ya en 1616, bajo
Paulo V, un primer proceso inquisitorial. Las afirmaciones de Galileo fueron
declaradas «imprudentes y absurdas para la filosofía, y formalmente heréticas,
por ser contrarias a la Escritura, para la teología». Al mismo tiempo se puso
en el índice de libros prohibidos la obra de Copérnico De revolutionibus orbium
coelestium (1543). Cuando en 1632 volvió Galileo, en su Dialogo sopra i due
massimi sitemi del mondo, a defender las tesis copernicanas condenadas, tuvo
que comparecer ante el Santo Oficio de Roma. Bajo amenaza de torturas, el
anciano fue obligado a retractarse y a vivir en libertad vigilada en su casa de
campo de Arcetri, cerca de Florencia. Pastor, que en su Historia de los papas
(XXVIII, pp. 287-304) hace una amplia exposición del caso Galileo, se refiere a
él como un caso desgraciado y dice que «para los teólogos el error de 1616 y
1632 ha sido durante siglos una constante advertencia». Por muy lamentable que
pueda resultar el caso Galileo, hay que recordar que las decisiones de la
congregación no eran inmutables y menos infalibles. De hecho, el papa Juan
Pablo II al comienzo de su pontificado instituyó una comisión que examinase las
actas del proceso de Galileo y, en mayo de 1983, la Iglesia honró en el
Vaticano al gran científico con un congreso internacional, que inauguró el papa
personalmente.
En 1641 los jesuítas denunciaron al Santo Oficio el Agustinas de
Cornelio Janssens (1585- 1638), obispo de Ipres, publicado al año siguiente de
su muerte, porque contravenía la prohibición de 1611, repetida en 1625, de no
publicar nada sobre la gracia y, además, defendía con sutiles distinciones las
tesis expuestas antes por Bayo (1513-1589), que habían sido condenadas en 1567
(J. Orcibal, Jansenius d'Ypres, 1585-1638, París, 1989). Urbano VIII condenó la
obra de Jansenio con la bula ín eminenti, firmada el 6 de marzo de 1642, pero
no publicada hasta enero de 1643, por lo que tanto en Lovaina como en París se
consideró falsa. Los seguidores de Jansenio, en especial Antonio Arnauld
(1612-1694), aprovecharon la situación para organizar la defensa de la obra y
dar vida a la controversia jansenista que a la muerte de Urbano VIII sólo había
hecho que empezar.
Como soberano de los Estados Pontificios, Urbano VIII se comportó
como un monarca absoluto, reforzó considerablemente la posición política del
papa en Italia y amplió sus dominios con la incorporación del ducado de Urbino
a los Estados de la Iglesia (1631) por muerte del duque, que era feudatario de
la Santa Sede. Procuró hacer lo mismo con el ducado de Castro, que detentaba el
duque Odoardo Farnese de Parma, pero no lo consiguió. Construyó fortalezas en
los confines de Bolonia, reforzó las defensas del castillo de Sant'Angelo y
rodeó la ciudad leonina con murallas y bastiones. Levantó en Civitavecchia un
puerto militar y estableció una fábrica de armas en Tívoli.
Urbano VIII también desarrolló un importante mecenazgo. Se rodeó
de pintores, músicos y escritores, reunió una de las bibliotecas más ricas de
Roma y fundó la capilla Barberini en la iglesia de San Andrea della Valle.
Rivalizó con sus sobrinos por el embellecimiento de Roma y, bajo la dirección
de Bernini (1598-1680), halló el barroco una expresión grandiosa. Después de
consagrar la nueva basílica de San Pedro en 1626, hizo que Bernini levantase el
maravilloso baldaquino sobre el altar papal de la confesión. Francisco
Barberini mandó a Bernini levantar en la pendiente del Quirinal uno de los
palacios más representativos del barroco romano. Antonio Barberini, que fue
capuchino, erigió para esta religión un nuevo convento en la plaza Barberini.
En 1626 el papa hizo construir en Castel Gandolfo un palacio de verano, según
los planes de Carlos Maderno.
Urbano VIII murió en Roma el 29 de julio de 1644 y fue enterrado
en la basílica de San Pedro en el magnífico sepulcro que erigió Bernini a la
derecha del altar de la Cátedra. Después de veintiún años de pontificado dejó
un mal recuerdo entre los romanos, que le acusaban de haberse dejado manipular
por sus familiares, de subir los impuestos y de comportarse como un traidor por
su actuación en la guerra de los Treinta Años.
Inocencio X (15 septiembre 1644 - 7 enero 1655)
Personalidad y carrera eclesiástica. Juan Bautista Pamphili nació
en Roma , el 6 de mayo de 1574. Hijo de Camilo y María Flaminia del Búfalo,
pertenecía a una poderosa familia de la nobleza romana, aunque los Pamphili
eran oriundos de Gubbio en la Umbría. Después de estudiar en el colegio romano
con los jesuítas, cursó la carrera de derecho en la Universidad romana de la
Sapienza, . consiguiendo el grado de doctor en ambos derechos (1597).
Terminados los estudios, se ordenó sacerdote e inició una rápida carrera en la
curia. En 1601 fue nombrado abogado consistorial y, en 1604, sucedió a su tío
Jerónimo Pamphili como auditor del tribunal de la Rota, donde hizo amistad con
el auditor de Bolonia Alejandro Ludovisi. Cuando éste fue elegido papa con el
nombre de Gregorio XV (1621), le envió de nuncio a la corte de Nápoles y allí
permaneció cuatro años. Bajo el pontificado de Urbano VIII acompañó, en calidad
de consejero y datario, al joven cardenal nepote Francisco Barberini en su
legación a Francia y España (1625). El 19 de enero de 1626 fue nombrado
patriarca de Antioquía y el 30 de marzo nuncio en España. Creado cardenal in
pectore el 30 de agosto de 1627, no se hizo público hasta el 19 de noviembre de
1629. En 1630 volvió a Roma y desempeñó la prefectura de la Congregación del
Concilio.
En el cónclave que se reunió a la muerte de Urbano VIII (1644) la
mayoría de los purpurados estaban agrupados en dos partidos: el
hispano-austríaco, que era contrario a la política que Urbano VIII había
seguido en la guerra de los Treinta Años; y el francés, dirigido por Antonio
Barberini y apoyado por París. Después que España puso la exclusiva al cardenal
Sacchetti, propuesto por Francisco Barberini y grato a Francia por ser amigo de
Mazarino (1602-1661), se llegó a un acuerdo entre los dos cardenales Barberini
y el partido español, proponiendo al cardenal Pamphili como candidato, sin esperar
a que el embajador de Francia consultara con su gobierno. El 14 de septiembre
de 1644 el cónclave eligió papa al cardenal Pamphili, un anciano de 72 años,
que tomó el nombre de Inocencio X en recuerdo de Inocencio VIII que había
favorecido a su familia cuando se estableció en Roma. Fue coronado el 4 de
octubre y el 23 de noviembre tomó posesión de San Juan de Letrán. Diego de
Velázquez (1599-1660) pintó en 1650 un maravilloso retrato de este pontífice,
fuertemente realista y veraz. La mirada es inquisitiva y la expresión de los
labios entre desconfiada y socarrona.
El gobierno de la Iglesia. Inocencio X quiso continuar la política
de nepotismo que habían practicado sus antecesores, nombrando a un miembro de
su familia cardenal nepote. Pero, como escribe Pastor {Historia de los papas,
XXX, pp. 33-35), «la desgracia del papa Pamphili fue que el único miembro de su
familia que poseía las cualidades necesarias para ocupar aquel cargo era una
mujer», su cuñada Olimpia Maidalchini, casada con el hermano mayor del papa, ya
difunto. A los pocos días de su elección, el 14 de noviembre, Inocencio X
nombró cardenal al hijo mayor de Olimpia, Camilo Pamphili, y dejó prácticamente
en sus manos el gobierno de la Iglesia, aunque le asoció como secretario de
Estado al cardenal Panciroli, que hasta 1651 asumió la dirección de los asuntos
más importantes de la Iglesia y del Estado. Pero Camilo renunció al cardenalato
el 21 de enero de 1647 para poder casarse con Olimpia Aldobrandini, sobrina de
Clemente VIII y viuda de Paulo Borghese, y cayó en desgracia. Desde 1647 hasta
1651, Inocencio X otorgó todas las prerrogativas de cardenal nepote a dos
familiares de su cuñada Olimpia (Francisco Maidalchini y Camilo Astalli), que
fueron incapaces de desarrollar sus funciones. A la muerte del cardenal
Panciroli (1651), la incapacidad del cardenal nepote Camilo Astalli hizo
necesario el nombramiento de un nuevo secretario de Estado y, por consejo del
cardenal Spada, Inocencio X confió este cargo a Fabio Chigi, futuro Alejandro
VII, al que nombró cardenal el 10 de febrero de 1652. La degradación que el
nepotismo, como sistema familiar de gobierno, alcanzó en el pontificado de
Inocencio X, fue decisiva para que desapareciera y, desde mediados del siglo
xvii, cobró fuerza la figura del cardenal secretario de Estado como responsable
del gobierno.
La política religiosa. Al inicio de su pontificado, Inocencio X
tuvo un conflicto con Francia porque Mazarino (1602-1661), que no había
aprobado su candidatura, retiró al embajador francés de Roma. El pontífice
replicó haciendo una promoción cardenalicia de signo antifrancés (6 marzo 1645)
y exigió cuentas a los sobrinos de Urbano VIII por los excesivos gastos durante
la guerra contra los Farnese para apoderarse del ducado de Castro. El cardenal
Antonio Barberini y sus hermanos huyeron a Francia y fueron recibidos con todos
los honores en la corte. La cercanía de las tropas francesas a las posesiones
del príncipe Ludovisi, sobrino de Inocencio X, forzaron al papa a ceder a las
peticiones francesas. El embajador francés volvió a Roma el 24 de mayo de 1647,
nombró cardenal a un hermano de Mazarino y se autorizó volver a los Barberini,
devolviéndoles sus bienes y dignidades.
Sin embargo, el acontecimiento más importante del pontificado de
Inocencio X fue la conclusión de la paz de Westfalia en 1648, que puso fin a la
guerra de los Treinta Años y sancionó el fin del predominio de los Austrias,
además de presentar importantes cláusulas religiosas que sellaron
definitivamente la división religiosa del Imperio y privaron a la Iglesia
católica de un buen número de obispados y abadías y de muchos bienes
eclesiásticos. La paz de Westfalia supuso un pequeño paso hacia la tolerancia,
pues reconoció el derecho aún limitado de practicar una religión distinta de la
oficial. Esta paz constituyó ciertamente la superación de la tradicional
postura de los católicos, al emparejarlos jurídica y socialmente con los
luteranos y los calvinistas. Y ésta es la razón por la que Inocencio X protestó
con el breve Zelus domus Dei (20 noviembre 1648), «para que los derechos de la
misma [la Iglesia católica] no sufran daño alguno de parte de los que buscan
antes su propio provecho que la gloria de Dios». El tono de la bula era duro,
no admitía réplicas; declaraba nulos los tratados en todas las cláusulas
contrarias a la Iglesia y subrayaba el valor perpetuo de la condenación. Pero
nadie, ni siquiera las potencias católicas, hizo demasiado caso de esta
protesta y el papado se vio precisado a aceptar gradualmente, de hecho, la
situación que tan clamorosamente había condenado.
La política religiosa del pontífice se centró en el apoyo a las
misiones, en la reducción de conventos en Italia y en su intervención en la
disputa sobre el jansenismo. La congregación De Propaganda Fide impulsó el
esfuerzo misionero que se desarrollaba en los países asiáticos, pero en contra
del parecer de los jesuítas, condenó la licitud de los ritos chinos, dando
origen al problema de los ritos chinos y malabares. Inocencio X llevó a cabo en
Italia un proyecto de reforma monástica, decretando la supresión de los
monasterios y conventos que, por el escaso número de religiosos, no pudiesen
observar la disciplina regular conforme a las constituciones de cada orden,
facultando a los obispos para que aplicasen las rentas de los conventos
suprimidos a otros fines religiosos.
La controversia jansenista, lejos de apagarse con la condena que
Urbano VIII hizo del Agustinus en la bula Eminenti (1642), fue encendiéndose
cada vez más. Ochenta y ocho obispos, instigados por san Vicente de Paúl, en
contraposición con el parlamento de París, solicitaron de la Santa Sede un
examen a fondo de cinco tesis que, según el síndico de la Facultad de Teología
de la Sorbona, estaban contenidas en el Agustinus y resumían su doctrina. Tras
un largo examen que duró dos años, el 31 de mayo de 1653 Inocencio X condenó
como heréticas las cinco tesis. Las tesis censuradas se referían sólo al
aspecto dogmático del jansenismo que, por otra parte, era la raíz y fundamento
del moral. Los jansenistas, lejos de someterse y no queriendo aparecer como
rebeldes, recurrieron a diversas estratagemas (L. Cognat, Le Jansénisme, París,
1961).
Como soberano de los Estados Pontificios, Inocencio X afianzó el
poder absoluto y ensanchó sus dominios, con la incorporación del ducado de
Castro, que ya pretendió su antecesor. En Roma supo conservar la paz con sabias
disposiciones y la organización de una poderosa policía.
Aunque no fue un gran mecenas, enriqueció artística y
urbanísticamente la ciudad de Roma. Confirmó en su oficio de arquitecto de San
Pedro a Bernini, que pavimentó la nave central con mosaico de mármoles
multicolores. Otro artista genial, Borromini (1599-1667), dejó huellas
inmortales en la basílica de San Juan de Letrán, que renovó, y sobre todo en la
nueva iglesia de Santa Inés de plaza Navona. Precisamente Bernini enriqueció
esta plaza con la fuente de los cuatro ríos: sobre una escollera colocada en
medio de un estanque se alza atrevidamente un obelisco; en su entorno, cuatro
colosales estatuas personifican los cuatro ríos del mundo: el Nilo, el Ganges,
el Danubio y el río de la Plata; y bestias feroces salen de sus grutas rocosas
para beber. A un lado de la plaza Reinaldi reconstruyó el palacio Pamphili,
que, aun con las bellas pinturas de Pietro de Cortona, no pudo competir con
otros palacios romanos. En cambio, la Villa Pamphili que el cardenal nepote
mandó construir en la cima del Gianicolo, con su soberbio parque, su jardín
secreto, sus caprichosos parterres y su espléndida decoración, no cedía a
ninguna otra en magnitud y magnificencia.
Inocencio X murió en Roma el 4 de enero de 1654, a los 81 años. Su
cadáver estuvo expuesto algunas horas en la basílica de San Pedro, según
costumbre, pero como nadie se hizo cargo de él lo retiraron a una estancia
oscura, donde los albañiles guardaban sus herramientas. Más tarde se le preparó
un modesto sepulcro en la iglesia de Santa Inés de plaza Navona. Con su muerte,
el papado de la Contrarreforma llegó a su fin.
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