jueves, 16 de marzo de 2017

Diccionario de Papas y Concilios (1592-1655)

Clemente VIH (30 enero 1592 - 5 marzo 1605)

Personalidad y carrera eclesiástica. Hipólito Aldobrandini nació en Fano el 24 de febrero de 1535 en el seno de una familia patricia florentina. Hijo de Silvestre y Lisa Deti, su padre —que era un célebre jurista, exiliado en 1531 por motivos políticos— entró al servicio de la administración pontificia y en 1548 consiguió el cargo de abogado consistorial en Roma gracias a la protección del cardenal Alejandro Farnese. Mientras tanto Hipólito Aldobrandini estudió derecho en las universidades de Padua, Perugia y Bolonia, donde se graduó de doctor. Vuelto a Roma para hacer carrera eclesiástica, su vida ejemplar llamó la atención de san Pío V y fue nombrado abogado consistorial, después en 1568 auditor de cardenal camarlengo y en 1569 auditor de la Rota. En 1571 formó parte del séquito del cardenal nepote, Miguel Bonelli, enviado como legado a latere a España, Portugal y Francia (junio 1571 - abril 1572). En 1572, con la muerte de san Pío V, la brillante carrera que Aldobrandini había iniciado sufrió un parón. Durante el pontificado de Gregorio XIII el joven auditor de la Rota quedó olvidado en el ejercicio de la actividad jurídica y fue en aquellos años, a finales de 1580, cuando decidió recibir las órdenes sagradas por influencia de san Felipe Neri, con quien se confesaba. A partir de aquí sus relaciones con el Oratorio se reforzaron y César Baronio será uno de sus confesores habituales. Con la subida de Sixto V al trono pontificio Hipólito Aldobrandini encontró un nuevo protector y su carrera volvió a despegar: el 15 de mayo le nombró datario y el 18 de diciembre le concedió la púrpura cardenalicia. En mayo de 1588, Sixto V le envió como legado a latere a Polonia, no tanto por sus méritos cuanto por la independencia que mantenía entre las diferentes facciones del sacro colegio. La misión de Aldobrandini consistía en tratar de pacificar el país, dividido y enfrentado tras la muerte del rey Esteban Barthory entre los pretendientes a la corona: Segismundo Vasa y Maximiliano de Habsburgo. La victoria del primero y las negociaciones posteriores permitieron concluir un tratado de paz el 9 de marzo de 1589. El legado volvió a Roma en mayo de 1589 y el éxito diplomático de su misión le convirtió en uno de los miembros más considerados del sacro colegio.
La pronta muerte de Inocencio IX obligó a celebrar un nuevo cónclave en menos de tres meses y, como en los tres casos precedentes, también el cónclave de 1592 se desenvolvió bajo una fuerte presión española. Después de veinte días de escrutinios, el 30 de enero de 1592 fue elegido papa el cardenal Hipólito Aldobrandini, que tomó el nombre de Clemente VIII. El 2 de febrero fue consagrado obispo, y ocho días después, entronizado solemnemente, tomó posesión de San Juan de Lctrán. Clemente VIII llevó una vida piadosa y peregrinó cada mes a pie a las siete iglesias principales de Roma. Pero, tímido por naturaleza, no fue un hombre de decisiones rápidas, antes bien por su carácter irresoluto las fue posponiendo. Con él empezó a perder ímpetu el movimiento reformista, que había arrancado y avanzado vigorosamente con san Pío V y sus sucesores. Las expectativas españolas se vieron defraudadas por Clemente VIII cuando reconoció a Enrique IV (1589-1610) como legítimo rey de Francia. Aunque personalmente llevó una vida sobria y sencilla, fue pródigo con su familia. El 18 de septiembre de 1592 confirió a sus sobrinos Pedro Aldobrandini (hijo de su hermano) y a Cinzio Passeri (hijo de su hermana) la dirección de la Secretaría de Estado y la Superintendencia del Estado de la Iglesia, dividiendo entre ambos las atribuciones de acuerdo con criterios geográficos. El 17 de septiembre de 1593 les concedió la púrpura cardenalicia.
La actividad política. Clemente VIII, en cuanto soberano de los Estados Pontificios, continuó y acentuó el esfuerzo de centralización administrativa emprendido por Sixto V, creando la Congregación del Buen Gobierno (30 octubre 1592). En 1598, después de la muerte del duque de Ferrara, Alfonso II del Este, sin sucesión legítima, incorporó al Estado pontificio el ducado de Ferrara, al ser vasallo de la Santa Sede, lo que ocasionó la protesta de España, Venecia y Toscana, que apoyaban las pretensiones de César del Este. También se preocupó por el bien material de su pueblo, aligeró la presión fiscal a los campesinos de la campiña romana, les defendió contra los abusos de la usura fomentando los montes de piedad, y fue inexorable en la represión del bandolerismo y de los atropellos de la nobleza.
La política eclesiástica de Clemente VIII se orientó fundamentalmente a solucionar el problema de la Iglesia en Francia (L. Pastor, Historia de los papas, XXIII, pp. 73-183). A Enrique III de Valois (1575-1589) le sucedió en 1589 Enrique de Borbón, rey de Navarra, que era protestante y había sido condenado por Sixto V en 1585 y declarado inhábil para sucederle en la corona de Francia. Sin embargo, Enrique IV fue reconocido como rey por muchos católicos franceses, y sólo los miembros de la Liga Católica, sostenida por Felipe II y el papado, seguían considerando vacante el trono. Consciente de que sólo abjurando del protestantismo podía poner fin a la división del reino, Enrique IV decidió hacerse católico. El 25 de julio de 1593 abjuró de sus errores en la iglesia de San Denis ante el arzobispo de Bourges y envió representantes a Clemente VIII para solicitar la revocación de las censuras impuestas por Sixto V. Clemente VIII se mantuvo indeciso durante un tiempo, pero el temor de un posible cisma galicano le hizo ceder ante las instancias de Davy du Perron y de Arnaud d'Ossat. Los cardenales reunidos por el papa en el Quirinal también se mostraron favorables a la absolución, siempre que el rey francés aceptara una serie de compromisos: restablecer el catolicismo en el Bearne, promulgar en Francia los decretos del Concilio de Trento y educar en la fe católica al heredero del trono. El 17 de septiembre de 1595 los procuradores de Enrique IV, Du Perron y D'Ossat, pronunciaron una solemne abjuración en nombre del rey, en la basílica de San Pedro, y Clemente VIII proclamó la absolución de Enrique IV. Para sancionar la reconciliación de Francia con la Santa Sede y restablecer las relaciones diplomáticas interrumpidas desde 1588, Clemente VIII envió a Francia en 1596, en calidad de legado a latere, al cardenal de Florencia, con el encargo de conseguir que Enrique IV ratificase lo acordado en la absolución, de reorganizar la Iglesia de Francia y de interponer la mediación pontificia entre Francia y España, que estaban en guerra desde 1595. La absolución de Enrique IV tuvo importantes consecuencias para la Iglesia, tanto en el plano religioso como político, pues la liga terminó por disolverse, se impuso la reforma tridentina, paralizada por la guerra civil, y el papado recuperó la independencia al librarse de la tutela española y poder actuar como arbitro entre los Estados cristianos. La mediación de Clemente VIII entre España y Francia hizo posible el tratado de Vervins (2 mayo 1598) por el que Felipe II reconoció a Enrique IV como rey de Francia y le devolvió las conquistas hechas en la frontera del noroeste francés.
Una vez que Clemente VIII consiguió que hubiera paz entre las potencias católicas, retomó el proyecto perseguido por los papas de organizar una liga contra los turcos que amenazaban los territorios orientales de la cristiandad, pero todo se redujo a enviar dinero al emperador para que sostuviera el esfuerzo militar y a mandar un cuerpo expedicionario pontificio.
La vida de la Iglesia. En un ámbito más estrictamente religioso, Clemente VIII trató de potenciar el catolicismo, tanto en los países cristianos como en las misiones. Clemente VIII no pudo evitar la promulgación del edicto de Nantes (13 abril 1598) en Francia y trató de sacar el mejor partido posible, exigiendo que se pusieran en práctica las cláusulas del edicto que ordenaban la restauración de la religión católica en todas las regiones del reino. En Suecia, tras la muerte de Juan III Vasa (1593), Clemente VIII trató de aprovechar la subida al trono del católico Segismundo III, rey de Polonia, pero éste no estuvo en condiciones de restaurar el catolicismo en su nuevo reino. La muerte de Isabel I de Inglaterra (1603) y la subida al trono de Jacobo I (1603-1625), rey de Escocia e hijo de María Estuardo, hizo concebir a Clemente VIII esperanzas de que mejoraría la situación de los católicos e incluso de su posible conversión, pero pronto quedaron desvanecidas. Entonces Clemente VIII creó en Roma un colegio para la formación de sacerdotes escoceses y confirmó los seminarios para ingleses fundados por Felipe II en Valladolid y Sevilla, concediéndoles importantes privilegios y confiando su dirección a los jesuítas.
Mejores resultados obtuvo en sus esfuerzos por reunir las Iglesias orientales separadas de Roma. En 1592 envió un nuncio al patriarca copto de Alejandría y la Iglesia copta se unió a la romana en 1595, siendo ratificado solemnemente el 25 de junio de 1597. Sin embargo, la unión no sobrevivió a sus protagonistas. En cambio, sí tuvo un carácter definitivo la unión que la Iglesia rutena acordó en el sínodo de Brest-Litovtsk y se proclamó solemnemente en Roma el 23 de diciembre de 1595.
Clemente VIII dio a la Iglesia un importante impulso misionero con la institución en 1599 de la congregación super negotiis sanctae fidei et religionis catholicae o De Propaganda Fide, que será refundada por Gregorio XV en 1622. Se interesó por los progresos de la evangelización en América, con la creación de nuevas diócesis, y en Extremo Oriente, haciendo extensivo a todas las órdenes mendicantes el privilegio de Gregorio XIII que reservaba la evangelización de Japón y de China a los jesuítas.
También se preocupó de que las disposiciones tridentinas se impusieran en todas las iglesias diocesanas y él dio ejemplo en la de Roma, realizando personalmente la visita pastoral en dos ocasiones. Celoso guardián del depósito de la fe, participaba una vez a la semana en los trabajos de la Congregación de la Inquisición, tomó algunas medidas para reforzar los reglamentos vigentes y en 1596 mandó publicar un nuevo Index librorum prohibitorum. De las más de treinta condenas a muerte que se pronunciaron por herejía entre los años 1595 y 1605, la más célebre fue la ejecución del dominico Giordano Bruno (1548-1600). Este monje, oriundo del reino de Nápoles, puso en duda el dogma de la Trinidad y persistió en su opinión, por ello el tribunal de la Inquisición le condenó como hereje impenitente. Giordano murió en la hoguera el año 1600 en el Campo dei Fiori de Roma.
Clemente VIII también intervino en la controversia teológica que dominicos y jesuítas entablaron en torno a la relación de la gracia con el libre albedrío, que sabiamente dejó sin resolver. La polémica surgió en 1588 con la publicación de la obra De concordantia liben arbitrii del jesuita Luis Molina. Ante el cariz que tomaba la polémica, Clemente VIII avocó la causa a Roma, impuso silencio a las dos partes y nombró una comisión de cardenales (la congregación de auxiliis) para encontrar una solución a la controversia. A principios de 1605 la comisión había terminado su trabajo, pero el papa murió sin tomar ninguna decisión, al igual que hicieron sus sucesores hasta el siglo xviii.
El pontificado de Clemente VIII se caracterizó por una importante actividad editorial en el campo bíblico y litúrgico. En 1592 se publicó la primera versión oficial de la Vulgata, en 1596 el Pontifical romano, en 1600 el Ceremonial de los obispos, en 1602 el Breviario romano y en 1604 el Misal romano. También concluyó importantes obras en el Vaticano: el palacio vaticano en 1596, donde le recuerda sobre todo la magnífica sala Clementina, y la decoración de la cúpula de San Pedro, que confió al pintor Cavaliere d'Arpino.
Clemente VIII, celoso defensor del dogma, luchador por la expansión del catolicismo y hombre de profunda piedad, que se confesaba cada día con el cardenal Baronio (autor de los doce volúmenes de los Anuales ecclesiastici, que hasta su época constituyen la colección de fuentes documentales más completa de la historia de la Iglesia), murió en Roma el 5 de marzo de 1605. Su cuerpo recibió provisionalmente sepultura en San Pedro, pero luego Paulo V lo hizo trasladar a la capilla Borghese de la basílica de Santa María la Mayor, donde construyó un magnífico mausoleo de piedra.

León XI (11 abril 1605 - 27 abril 1605)

Alejandro de Médicis nació en Florencia el 2 de junio de 1536. Pertenecía a una rama segundona de la celebre familia florentina, y era hijo de Octaviano de Médicis y de Francisca Salviati. Por línea materna estaba emparentado con el papa León X y con el gran duque de Toscana Cósimo I (1537-1574). En 1560 conoció a san Felipe Neri, el fundador del Oratorio, y entabló con él una relación que influyó en su ordenación sacerdotal en 1567.
En 1679 el gran duque Cósimo le nombró embajador en Roma y en este empleo permaneció quince años, aunque simultáneamente fue subiendo peldaños en la jerarquía eclesiástica. Gregorio XIII le nombró obispo de Pistoya el 9 de marzo de 1573, poco después le promovió al arzobispado de Florencia (15 enero 1574) y el 12 de diciembre de 1783 le concedió el capelo cardenalicio y se le empezó a conocer con el nombre del «cardenal de Florencia». Durante estos años, Alejandro de Médicis ejerció una importante labor pastoral en sus diócesis poniendo en práctica la reforma tridentina por medio de vicarios generales. El 12 de mayo de 1584 volvió a Florencia y se hizo cargo del gobierno de la diócesis, convocando un sínodo en 1589.
En 1596, Clemente VIII le envió a Francia, en calidad de legado a latere, con la misión de conseguir que Enrique IV ratificase lo acordado en la absolución, de reorganizar la Iglesia de Francia y de interponer la mediación pontificia entre Enrique IV y Felipe II, que estaban en guerra desde 1595. Durante dos años el cardenal Alejandro de Médicis trabajó por el restablecimiento del catolicismo y de la disciplina eclesiástica en Francia, e hizo posible el tratado de Vervins (2 mayo 1598) que acordaba la paz entre Felipe II y Enrique IV; pero no pudo impedir que Enrique IV promulgara el edicto de Nantes (13 abril 1598). En los primeros días de septiembre de 1598 se despidió de Enrique IV y regresó a Italia, siendo recibido con gran pompa por el papa el 10 de noviembre en la corte pontificia de Ferrara. En 1600 Clemente VIII le nombró obispo de Albano y poco después de Palestrina (1602).
En el cónclave que siguió a la muerte de Clemente VIII (1605), había tres partidos: el español, el francés y el de los cardenales creados por el papa difunto, que capitaneaba el cardenal nepote Aldobrandini. Este partido apoyó la candidatura del cardenal Baronio, oratoriano e ilustre historiador, pero los españoles se opusieron por la hostilidad manifestada en sus obras a los privilegios eclesiásticos de España y en especial a la monarchia sicula (Annales, XI). Baronio no consiguió los votos necesarios, y con el apoyo del partido francés se elegió papa al cardenal Alejandro de Médicis el 1 de abril de 1605. Escogió el nombre de León XI en memoria de su pariente León X y se ciñó solemnemente la tiara el día de la Pascua de Resurrección.
León XI fue un hombre culto, refinado y entusiasta de la reforma católica. A consecuencia de un resfriado, que cogió el día que tomó posesión de Letrán, murió en Roma el 27 de abril de 1605, a los veintiséis días de haber sido electo. Fue enterrado en la basílica de San Pedro, donde el cardenal Ubaldini le hizo erigir un suntuoso mausoleo.

Paulo V (16 mayo 1605 - 28 enero 1621)

Personalidad y carrera eclesiástica. Camilo Borghese nació en Roma el 17 de septiembre de 1552 en el seno de una familia de origen sienes que se había establecido en Roma durante el pontificado de Paulo III. Hijo de Marcantonio, decano de los abogados consistoriales, y de Flaminia Astalli, Camilo estudió filosofía en la Universidad de Perugia y derecho en Padua, donde consiguió el doctorado. Volvió a Roma y sucedió a su padre en el cargo de abogado consistorial, luego ocupó los puestos de refrendatario del tribunal de la Signatura, vicario de Santa María la Mayor y vicelegado de Sixto V en Bolonia. En 1593 Clemente VIII le nombró legado extraordinario ante Felipe II y, a su retorno, el 15 de junio de 1596 le concedió la púrpura cardenalicia; al año siguiente le nombró obispo de Jesi y en 1603 se convirtió en el cardenal vicario de Roma.
A la muerte de León XI (27 abril 1605) el cónclave se encontraba aún más dividido que el anterior. Los españoles presentaron la candidatura del cardenal Sauli, con la que estaban conformes los franceses, pero Aldobrandini la rechazaba porque Sauli se había opuesto antes a la elección de Clemente VIII y seguía apoyando a Baronio, rechazado por los españoles. Después de varios días en que las candidaturas de Baronio y Tosco no cuajaron por la oposición de uno u otro partido, los cardenales se pusieron de acuerdo en torno al cardenal Borghese, que por modestia o por estrategia se había mantenido al margen hasta aquel momento, a pesar de que gozaba de una pensión española desde su embajada en Madrid. El 16 de mayo de 1605 fue elegido papa Camilo Borghese y tomó el nombre de Paulo V, en recuerdo de Paulo III que había protegido a su padre. A diferencia de los papas anteriores, que solían dejarse toda la barba, Paulo V fue el primero que sólo se dejó una pequeña perilla, cosa en la que le imitaron sus sucesores hasta Inocencio XII. El nuevo papa era un hombre muy reflexivo, que odiaba la precipitación, por lo que la solución de los problemas avanzó con gran lentitud.
Las relaciones diplomáticas. La política de Paulo V descansó sobre el principio de la neutralidad en los enfrentamientos hispano-franceses, haciendo llamamientos a la unidad de los príncipes católicos contra la amenaza de los turcos, a la vez que defendió los derechos de los católicos frente a los protestantes. En Inglaterra, después del fracaso de la conspiración de la pólvora (1605), empeoró la situación de los católicos, que fueron obligados a prestar un nuevo juramento de fidelidad. En Alemania se produjo un recrudecimiento de las luchas confesionales. En 1608 los príncipes protestantes del Imperio formaron la Unión Evangélica y, al año siguiente, los católicos respondieron con la organización de la liga, capitaneada por Maximiliano de Baviera. A su vez, el emperador Matías (1612-1619), empujado por el partido católico, ordenó en 1617 la destrucción de las iglesias que los protestantes habían levantado en Klostergrab, lo que dio origen a la rebelión de Bohemia con la defenestración de Praga (23 mayo 1618), iniciándose la guerra de los Treinta Años. Paulo V prestó ayuda financiera al nuevo emperador Fernando II (1619-1637), que había estudiado con los jesuítas en Ingolstadt y era defensor de la reforma católica, y a la liga, pero sólo pudo ver la victoria de la Montaña Blanca (8 noviembre 1620) que permitió restablecer el culto católico en Bohemia y en Moravia.
El grave enfrentamiento que Paulo V tuvo con la república de Venecia hay que encuadrarlo en la defensa de las inmunidades de la Iglesia, ratificadas en Trento, y los derechos que reclamaban los Estados modernos. Dos leyes promulgadas en Venecia en 1604 y 1605, antes de la elección de Paulo V, prohibiendo la erección de iglesias o conventos sin el consentimiento del Senado y la adquisición de propiedades inmuebles a los eclesiásticos, desataron el conflicto. Éste se agravó con la detención de dos clérigos que la república no quiso entregar a los tribunales eclesiásticos, violando el principio de la inmunidad eclesiástica defendido en Trento, que ordenaba que los eclesiásticos fueran juzgados exclusivamente por tribunales eclesiásticos. El 17 de abril de 1606, Paulo V amenazó con el entredicho a la república de Venecia, pero ésta rechazó la amenaza, encargó al teólogo Paolo Sarpi la defensa de la independencia del Estado en el ámbito temporal y prohibió que se publicase el entredicho. El conflicto eclesiástico-político se trocó entonces en una controversia de principios sobre las relaciones entre el poder eclesiástico y el civil. La mediación de Francia y el temor de que Venecia cediera al protestantismo puso fin al enfrentamiento el 17 de abril de 1607. Paulo V levantó las censuras y Venecia liberó a los dos eclesiásticos. Pero este hecho dejó patente que ya no se podía imponer en todos los asuntos el derecho canónico, porque las circunstancias habían cambiado de modo radical (L. Pastor, Historia de los papas, XXV, pp. 91-167). El papa tuvo que revocar el entredicho sin que Venecia cediera en el punto principal. Aquel entredicho fue el último que se ha pronunciado contra un Estado.
La actividad religiosa. La acción religiosa de Paulo V se centró en la continuación de la reforma católica, en el apoyó a las misiones y en la controversia de auxiliis. Paulo V vigiló la aplicación de los decretos del Concilio de Trento, particularmente los referentes a la residencia de los obispos y a la clausura de los regulares. Aprobó la Congregación del Oratorio de Francia, fundada en 1611 por De Bérulle, futuro cardenal; en 1614 publicó un nuevo Breviario romano, procedió a la canonización de santa Francisca Romana (1608) y de san Carlos Borromeo (1610), y a la beatificación de los grandes protagonistas de la reforma católica del siglo anterior: san Ignacio de Loyola (1491-1556), san Francisco Javier (1506-1552), santa Teresa de Ávila (1515-1582) y san Felipe Neri (1515-1595).
Durante su pontificado la expansión misionera ofrece un espectáculo esperanzados En América, bajo la protectora tutela del dominio español, continuó avanzando la labor evangelizadora de los misioneros. En Filipinas, con los trabajos de franciscanos, jesuitas, dominicos y agustinos, progresó rápidamente el catolicismo. En Japón, donde se habían producido muchas conversiones, estalló en 1614 una sangrienta persecución que casi aniquiló a la nueva cristiandad. También en China se desató una furiosa persecución en 1616.
Una de las preocupaciones de Paulo V fue dar solución a la controversia de auxiliis, pero después de celebrar dieciséis congregaciones, lo dejo en suspenso imponiendo silencio a ambas partes. El 28 de agosto de 1607, Paulo V dio por terminada la controversia, declarando que ambas partes quedaban en libertad de sostener y enseñar sus respectivas opiniones, pero en forma mesurada y con la prohibición de acusar de herejía al contrario.
Nepotismo y mecenazgo. Por desgracia, Paulo V no se mostró inmune al nepotismo, que además convirtió a su familia entre las principales de Roma. El hijo de su hermana Ortensia, Escipión Caffarelli, fue creado cardenal el 18 de julio de 1605 y desempeñó el papel de cardenal nepote. Las elevadas rentas que percibía de los beneficios y pensiones de Francia y España permitieron al cardenal Borghese llevar una vida de ostentación y fomentar las artes, construyendo el palacio y la espléndida Villa Borghese. El segundo sobrino, Marco Antonio Borghese, se convirtió en el jefe del nuevo linaje: en 1616 adquirió el principado de Sulmona en el reino de Nápoles y en 1620 se convirtió en el general del ejército de los Estados Pontificios. Durante el pontificado de Paulo V su familia se elevó al rango de las antiguas familias de los Colonna y Orsini, y muy pronto superó en riqueza y en poder a las familias de Sixto V y Clemente VIII. Sin embargo, aunque Paulo V se rodeó de familiares, al igual que habían hecho sus predecesores, conservó celosamente su autoridad, confiando a su nepote las funciones propias de un ministro principal.
El mecenazgo de Paulo V y de sus sobrinos posibilitó la realización de grandes obras arquitectónicas y urbanísticas que enriquecieron Roma. Entre 1607 y 1617 puso fin a la basílica de San Pedro e hizo esculpir una monumental inscripción en la fachada, en la que se proclama la terminación de la misma «para honra de los príncipes de los Apóstoles por obra de Paulo V, de la familia romana de los Borghese». En la basílica de Santa María la Mayor hizo levantar la capilla Paulina para su enterramiento. El año 1612 mandó construir un acueducto para surtir de agua al barrio del Trastévere, que se denominó Acqua Paolina. Amplió el palacio Borghese y dispuso que los archivos de la Santa Sede se colocaran en el Vaticano.
Paulo V, que reforzó considerablemente la reforma católica, murió en Roma el 21 de enero de 1621. Sepultado provisionalmente en San Pedro, más tarde fue trasladado por su sobrino, el cardenal Borghese, a la capilla Paolina en la basílica de Santa María la Mayor.

Gregorio XV (9 febrero 1621 - 8 julio 1623)

Personalidad y carrera eclesiástica. Alejandro Ludovisi nació en Bolonia el 9 de enero de 1554 en el seno de una familia del patriciado urbano que había dado a la ciudad numerosos consejeros y senadores. Hijo del conde Pompeyo Ludovisi y de Camila Bianchini, realizó sus primeros estudios en Bolonia y, desde 1569 hasta 1571, los continuó en el colegio romano bajo la dirección de los jesuítas. Volvió a Bolonia para estudiar derecho en su universidad y se doctoró en ambos derechos. El hecho de ocupar la silla de san Pedro un bolones, Gregorio XIII, le facilitó la carrera eclesiástica. Ordenado sacerdote, se estableció definitivamente en Roma y Gregorio XIII le nombró primer juez de la curia capitolina. En 1591 Gregorio XIV le designó miembro de la Congregación de los asuntos de Ferrara. Clemente VIII le confió los cargos de refrendatario de la Signatura, lugarteniente civil del tribunal del vicariato de Roma y en 1600 auditor del tribunal de la Rota. Al mismo tiempo participó en misiones diplomáticas en las cortes de España y Francia, y recibió el encargo, junto con Maffeo Barberini (futuro Urbano VIII), de solucionar las diferencias entre Benevento y el reino de Nápoles. Paulo V le nombró arzobispo de Bolonia el 12 de abril de 1612 y le encomendó una misión diplomática para negociar la paz entre Felipe III de España (1598-1621) y Carlos Manuel de Saboya (1580-1630) por el problema del marquesado del Monferrato. El 19 de septiembre de 1616 recibió el capelo cardenalicio y se estableció en Bolonia, donde se dedicó a la reforma del clero y se mantuvo alejado de las luchas e intrigas romanas.
El cónclave que siguió a la muerte de Paulo V sólo duró dos días, pero las luchas fueron intensas. Aunque los cardenales creados por el papa Borghese constituían la mayoría, no formaban un grupo compacto y se mostraron dispuestos a buscar una solución de compromiso, eligiendo al cardenal Alejandro Ludovisi, que fue electo el día 9 de febrero de 1621. Escogió el nombre de Gregorio XV en recuerdo de su paisano y primer protector Gregorio XIII. Fue coronado el 14 de febrero en San Pedro y el 9 de mayo tomó posesión de San Juan de Letrán. El nuevo papa, como lo habían sido otros muchos, era un jurista, tenía un carácter recio y era amigo de la verdad.
Una de las primeras actuaciones de Gregorio XV fue crear en torno a sí, de acuerdo con el nepotismo vigente, una estructura de gobierno familiar. Al día siguiente de su coronación, el 15 de febrero de 1621, creó cardenal a su sobrino Ludovico Ludovisi, que sólo contaba 25 años, y le encomendó la dirección de los asuntos religiosos y políticos con las funciones propias del cardenal nepote. Orazio Ludovisi, hermano del papa, se estableció en Roma y fue nombrado general de los ejércitos de la Santa Sede. Su hijo Nicolás fue nombrado gobernador del castillo de Sant'Angelo, y su hija Hipólita se casó con Giorgio Aldobrandini, sobrino de Clemente VIII y príncipe de Rossano, que fue promovido a príncipe de Meldola y duque de Salsina. De esta forma, en pocos años, la familia Ludovisi se convirtió en un nuevo linaje de la aristocracia romana.
La actividad política y religiosa. La política eclesiástica de Gregorio XV estuvo condicionada por la guerra de los Treinta Años (1618-1648). Tras la derrota del elector palatino Federico V, jefe de la Unión evangélica, el palatinado fue ocupado por Maximiliano de Bavicra (1598-1651), que envió a Roma los ricos fondos manuscritos de la Biblioteca palatina de Heidelberg, mientras el emperador Fernando II prosiguió con la restauración del catolicismo en Bohemia y en los demás Estados de los Austrias, impulsando a la vez la reconquista religiosa de Alemania para el catolicismo. Gregorio XV concedió subsidios al emperador para proseguir la lucha y le invitó a extirpar el protestantismo de sus Estados, y también ayudó a Segismundo III de Polonia (1587-1632) en su lucha contra los turcos por la defensa del reino polaco. En el conflicto abierto entre España y Francia por el valle de la Valtelina, de gran interés estratégico para la comunicación entre el milanesado y los Países Bajos, Gregorio XV trabajó incansablemente para que se resolviera pacíficamente el conflicto, pero murió antes de que se solucionara.
Por lo que respecta a la política religiosa hay que resaltar la normativa que publicó sobre la elección del pontífice, la institución de la congregación De Propaganda Fide, la canonización de los primeros santos de la reforma católica y el apoyo que dio a los jesuítas. Con la bula Aeterni Patris, de 15 de noviembre de 1621, completada con la Decet romanum pontificen de 12 de marzo de 1622, estableció la nueva normativa sobre la forma de elegir al papa que ha estado en vigor hasta las reformas que introdujo san Pío X a principios del siglo xx. En estas bulas se establecieron normas precisas sobre el cónclave y los procedimientos de la elección: el escrutinio, el compromiso y la aclamación. El primero tenía lugar cuando las dos terceras partes de los conclavistas emitían su voto a favor de un mismo candidato; el segundo se aplicaba para superar las discrepancias entre los votantes; y el tercero se producía espontáneamente cuando todos los cardenales aclamaban como papa a una misma persona. Sin embargo, el procedimiento más usual fue el del escrutinio, que se verificaba dos veces al día, una por la mañana después de la misa y otra por la tarde. Todos los cardenales debían escribir su propio nombre y el de su candidato en una cédula que luego depositaban en el cáliz, jurando que habían nombrado al que creían mejor. La elección no se reputaba concluida hasta después que se publicaban todos los votos.
La preocupación por la difusión del catolicismo llevó a Gregorio XV a crear la congregación De Propaganda Fide con la bula Inscrustabili divinae de 22 de junio de 1622, que debía coordinar el trabajo misionero en todo el mundo (L. Pastor, Historia de los papas, XXVII, pp. 143-63). Esta congregación extendía su jurisdicción a todos los países en que no se hallaba constituida la jerarquía católica y tenía por objeto fomentar las misiones. No fue fácil la actuación de este organismo pontificio. Por de pronto, quedaron fuera de su campo de acción Iberoamérica, Filipinas y parte de la India, que estaban sometidas al patronato español o portugués, con los cuales tuvo graves conflictos. El resto de los territorios de misiones quedaron bajo su competencia. Como también se le asignó la difusión de la fe católica en las regiones del norte de Europa, total o parcialmente protestantes, la congregación trazó los planes de la reforma católica. Los nuncios fueron los eslabones entre la central misionera romana y los países protestantes. Así, el nuncio de Bélgica atendía a la situación de Inglaterra, Holanda, Dinamarca y Noruega; el de Colonia tenía bajo su control las tierras del norte de Alemania, mientras que el de Polonia cuidaba de Suecia y Rusia. Bajo el pontificado de Urbano VIII la congregación De Propaganda Fide puso su sede en un gran palacio de la plaza de España, al que Bernini (1598-1680) decoró con la fachada actual.
Gregorio XV canonizó a los primeros santos de la reforma católica: santa Teresa de Ávila (1515-1582), reformadora del Carmelo; san Felipe Neri (1515-1595), fundador del Oratorio; san Ignacio de Loyola (1491-1556), fundador de la Compañía de Jesús; y san Francisco Javier (1506-1552), uno de los primeros seguidores de Ignacio de Loyola y misionero en la India y Japón. Mostró un gran aprecio a los jesuítas, pues tanto él como su sobrino, el cardenal nepote, estudiaron con ellos, concediéndoles múltiples privilegios y exenciones.
El breve e intenso pontificado de Gregorio XV, que representó un momento importante en la reforma católica, terminó el 8 de julio de 1623 con su muerte, acaecida en Roma. Fue sepultado en la iglesia de San Ignacio, construida por su sobrino, el cardenal Ludovico Ludovisi.

Urbano VIII (6 agosto 1623 - 29 julio 1644)

Personalidad y carrera eclesiástica. Maffeo Vicente Barberini nació en Florencia el 3 de abril de 1568. Hijo de Antonio Barberini y de Camila Barbadori, pertenecía a una familia de comerciantes de tejidos de Oriente que se había asentado en Florencia a principios del siglo xv y había conseguido hacer fortuna. En Roma defendía los intereses de la empresa Francisco, un tío de Maffeo, que gracias a las buenas relaciones y a la fortuna se convirtió en protonotario apostólico. El padre de Maffeo murió en 1571 y su madre le educó en los jesuítas de Florencia, y al cumplir los doce años le envió a Roma, bajo la protección de su tío, para que continuara los estudios en el colegio romano. Después le mandó a la Universidad de Pisa para que cursara estudios de derecho, doctorándose en esta disciplina. Vuelto a Roma, inició la carrera eclesiástica bajo la protección de su tío, que en octubre de 1588 le compró el cargo de abreviador. Después Maffeo consiguió el de refrendatario de la Signatura; en 1593 su tío resignó el cargo de protonotario en su favor y en 1599 le compró el de clérigo de la Cámara apostólica, que gozaba de gran prestigio.
La carrera curial estuvo favorecida por la riqueza de su familia y por las buenas relaciones de su tío Francisco, pero se consolidó y potenció por la confianza que depositaron en él los papas. Clemente VIII le nombró en 1592 gobernador de Fano y después le envió a Francia (1601) para felicitar a Enrique IV con ocasión del nacimiento del Delfín. En 1604 recibió las órdenes mayores y Clemente VIII le nombró arzobispo in partibus de Nazaret y nuncio apostólico en París, donde prestó su apoyo a los jesuítas, pero no consiguió que se registraran los decretos del Concilio de Trento. Paulo V le concedió el capelo cardenalicio el 11 de septiembre de 1606 y Maffeo recibió la birreta cardenalicia de manos de Enrique IV. En septiembre de 1607 volvió a Roma y se convirtió en protector del reino de Escocia. Promovido al episcopado de Spoleto (1608), reunió un sínodo y puso fin a las obras del seminario. De 1611 al 1614 desempeñó el cargo de legado pontificio en Bolonia, en 1617 renunció la diócesis de Spoleto y fue nombrado prefecto de la Signatura de Justicia, el tribunal donde había comenzado la carrera de curial.
A la muerte de Gregorio XV, tras una disensión inicial, los cardenales eligieron casi por unanimidad al cardenal Barberini el día 6 de agosto de 1623, que escogió el nombre de Urbano VIII. Fue coronado el 29 de septiembre y el 19 de noviembre tomó posesión de San Juan de Letrán. El nuevo papa contaba 55 años y, a jucio de algunos historiadores, tenía un carácter altivo, que no toleraba oposición de ningún tipo.
La política pontificia. Inmediatamente después de la elección, Urbano VIII procuró crearse una corte familiar, practicando el nepotismo como sus antecesores, y que Paolo Prodi (// sovrano pontífice, Bolonia, 1982) interpreta como la forma específica que tomó el absolutismo centralizador del siglo xvii en el régimen electivo y no hereditario del papado. En 1623 nombró a su hermano mayor, Carlos (1560-1630), general de los ejércitos de la Iglesia y duque de Monte Rotondo; en octubre de 1623 el hijo de Carlos, Francisco, fue hecho cardenal a la edad de 26 años y superintendente general y gobernador de Tívoli. En 1624 sacó a su hermano menor Antonio del convento de capuchinos y le nombró cardenal penitenciario y bibliotecario. En 1629 concedió la púrpura cardenalicia a otro sobrino, Antonio, hijo de Carlos y hermano de Francisco, que acumuló los cargos de legado en Avignon y Bolonia, camarlengo y prefecto de la Signatura. Al heredero de la casa Barberini, Tadeo, le nombró general de los ejércitos, a la muerte de su padre, prefecto de Roma, gobernador del castillo de Sant'Angelo y príncipe de Palestrina.
Independientemente de la influencia que el nepotismo pudo tener en la política de Urbano VIII, parece que el pontífice se comportó como un soberano absoluto, que controlaba todo y dejaba poco poder de iniciativa a los miembros del colegio cardenalicio, a excepción de su amigo Lorenzo Magaloti, creado cardenal en 1624 y secretario de Estado hasta 1628. Los otros cardenales, demasiado influenciados por las potencias católicas, fueron excluidos de la gestión de los negocios. Para contrarrestar esta pérdida de influencia, en junio de 1630 les concedió el título de eminencia y el rango de príncipes de la Iglesia.
La política eclesiástica de Urbano VIII estuvo condicionada por el recelo que sentía contra la preponderancia de los Habsburgo en Italia, la creciente oposición de la Francia de Richelieu (1582-1642) hacia España y la desconfianza de los príncipes alemanes ante el victorioso emperador Fernando II (1619-1637). Estos factores rompieron la unidad del mundo católico e hicieron posible la continuación de la guerra de los Treinta Años (1618-1648), que puso fin a la hegemonía de los Habsburgo y también a la restauración del catolicismo.
Urbano VIII se pronunció contra los intereses de España en los conflictos de la Valtelina y de Mantua, y a favor de las pretensiones francesas. En el primer caso apoyó el tratado de Moncon (1626), que segregaba a los católicos de la Valtelina del dominio de los grisones protestantes, pero impedía el tránsito de tropas españolas por el valle. En el segundo caso, en la guerra de sucesión de Mantua (1627-1631), prestó su apoyo al candidato francés y rechazó al español.
En la guerra de los Treinta Años, Urbano VIII adoptó una política que, a la larga, sería muy perjudicial para la causa católica (L. Pastor, Historia de los papas, XXVII, pp. 335-86). Después que los imperiales derrotaron a los protestantes, el emperador Fernando II promulgó el 6 de marzo de 1629 el «edicto de restitución», que preveía la restitución de todos los bienes eclesiásticos usurpados desde la paz de Augsburgo (1555) a la Iglesia católica, pero Urbano VIII trató de frenar los impulsos restauracionistas del emperador, buscando un acuerdo entre Francia y Baviera. El cardenal Richelieu (1585-1642) impulsó y financió la intervención de Gustavo Adolfo de Suecia (1611-1632) en apoyo de los protestantes, y cuando los suecos fueron derrotados, Richelieu, cardenal de la Iglesia romana, declaró la guerra a España y al Imperio y se puso al lado de los protestantes alemanes y suecos. Urbano VIII optó entonces por una política de neutralidad, pero, como afirma Ranke (Historia de los papas, pp. 467-68), con su política antiaustríaca favoreció a Richelieu e indirectamente contribuyó a salvar al protestantismo, aunque como «padre común de la cristiandad» se esforzó por mediar entre las potencias en guerra.
La vida de la iglesia, el proceso de Galileo y el mecenazgo. En una proyección más religiosa hay que resaltar su preocupación por las misiones, el culto a los santos y los problemas con las doctrinas de Galileo y Jansenio. Urbano VIII dio un nuevo impulso a la congregación De Propaganda Fide, instituida por Gregorio XV en 1622, construyendo un nuevo palacio para su sede en la plaza de España y creando un seminario de misiones, que recibió el nombre de Colegio Urbano (1627), para formar en Roma a jóvenes orientales que quisieran seguir el ministerio sacerdotal. La congregación se mostró un instrumento eficaz al servicio de la centralización romana, a la vez que impulsó las misiones en todos los países de Asia y África, iniciándose en China la discusión sobre el problema de los ritos malabares.
En la misma tendencia centralizadora, Urbano VIII prohibió dar culto público a personas que no hubieran sido declaradas beatas por la Santa Sede, estableciendo las normas que se habían de seguir en los procesos de beatificación y canonización. Normativa que ha seguido en vigor hasta 1983. Además, sancionó públicamente el martirologio, que había sido revisado por orden suya, canonizó a santa Isabel de Portugal (1626) y beatificó a María Magdalena de Pazzi.
En el pontificado de Urbano VIII terminó el lamentable proceso contra el famoso físico y astrónomo Galileo Galilei (1564-1642). Como Galileo se mostró abiertamente partidario de la teoría del canónigo Nicolás Copérnico (1473-1543) sobre el movimiento de la Tierra alrededor del Sol, doctrina que por entonces rechazaban los teólogos en general, se le abrió ya en 1616, bajo Paulo V, un primer proceso inquisitorial. Las afirmaciones de Galileo fueron declaradas «imprudentes y absurdas para la filosofía, y formalmente heréticas, por ser contrarias a la Escritura, para la teología». Al mismo tiempo se puso en el índice de libros prohibidos la obra de Copérnico De revolutionibus orbium coelestium (1543). Cuando en 1632 volvió Galileo, en su Dialogo sopra i due massimi sitemi del mondo, a defender las tesis copernicanas condenadas, tuvo que comparecer ante el Santo Oficio de Roma. Bajo amenaza de torturas, el anciano fue obligado a retractarse y a vivir en libertad vigilada en su casa de campo de Arcetri, cerca de Florencia. Pastor, que en su Historia de los papas (XXVIII, pp. 287-304) hace una amplia exposición del caso Galileo, se refiere a él como un caso desgraciado y dice que «para los teólogos el error de 1616 y 1632 ha sido durante siglos una constante advertencia». Por muy lamentable que pueda resultar el caso Galileo, hay que recordar que las decisiones de la congregación no eran inmutables y menos infalibles. De hecho, el papa Juan Pablo II al comienzo de su pontificado instituyó una comisión que examinase las actas del proceso de Galileo y, en mayo de 1983, la Iglesia honró en el Vaticano al gran científico con un congreso internacional, que inauguró el papa personalmente.
En 1641 los jesuítas denunciaron al Santo Oficio el Agustinas de Cornelio Janssens (1585- 1638), obispo de Ipres, publicado al año siguiente de su muerte, porque contravenía la prohibición de 1611, repetida en 1625, de no publicar nada sobre la gracia y, además, defendía con sutiles distinciones las tesis expuestas antes por Bayo (1513-1589), que habían sido condenadas en 1567 (J. Orcibal, Jansenius d'Ypres, 1585-1638, París, 1989). Urbano VIII condenó la obra de Jansenio con la bula ín eminenti, firmada el 6 de marzo de 1642, pero no publicada hasta enero de 1643, por lo que tanto en Lovaina como en París se consideró falsa. Los seguidores de Jansenio, en especial Antonio Arnauld (1612-1694), aprovecharon la situación para organizar la defensa de la obra y dar vida a la controversia jansenista que a la muerte de Urbano VIII sólo había hecho que empezar.
Como soberano de los Estados Pontificios, Urbano VIII se comportó como un monarca absoluto, reforzó considerablemente la posición política del papa en Italia y amplió sus dominios con la incorporación del ducado de Urbino a los Estados de la Iglesia (1631) por muerte del duque, que era feudatario de la Santa Sede. Procuró hacer lo mismo con el ducado de Castro, que detentaba el duque Odoardo Farnese de Parma, pero no lo consiguió. Construyó fortalezas en los confines de Bolonia, reforzó las defensas del castillo de Sant'Angelo y rodeó la ciudad leonina con murallas y bastiones. Levantó en Civitavecchia un puerto militar y estableció una fábrica de armas en Tívoli.
Urbano VIII también desarrolló un importante mecenazgo. Se rodeó de pintores, músicos y escritores, reunió una de las bibliotecas más ricas de Roma y fundó la capilla Barberini en la iglesia de San Andrea della Valle. Rivalizó con sus sobrinos por el embellecimiento de Roma y, bajo la dirección de Bernini (1598-1680), halló el barroco una expresión grandiosa. Después de consagrar la nueva basílica de San Pedro en 1626, hizo que Bernini levantase el maravilloso baldaquino sobre el altar papal de la confesión. Francisco Barberini mandó a Bernini levantar en la pendiente del Quirinal uno de los palacios más representativos del barroco romano. Antonio Barberini, que fue capuchino, erigió para esta religión un nuevo convento en la plaza Barberini. En 1626 el papa hizo construir en Castel Gandolfo un palacio de verano, según los planes de Carlos Maderno.
Urbano VIII murió en Roma el 29 de julio de 1644 y fue enterrado en la basílica de San Pedro en el magnífico sepulcro que erigió Bernini a la derecha del altar de la Cátedra. Después de veintiún años de pontificado dejó un mal recuerdo entre los romanos, que le acusaban de haberse dejado manipular por sus familiares, de subir los impuestos y de comportarse como un traidor por su actuación en la guerra de los Treinta Años.

Inocencio X (15 septiembre 1644 - 7 enero 1655)

Personalidad y carrera eclesiástica. Juan Bautista Pamphili nació en Roma , el 6 de mayo de 1574. Hijo de Camilo y María Flaminia del Búfalo, pertenecía a una poderosa familia de la nobleza romana, aunque los Pamphili eran oriundos de Gubbio en la Umbría. Después de estudiar en el colegio romano con los jesuítas, cursó la carrera de derecho en la Universidad romana de la Sapienza, . consiguiendo el grado de doctor en ambos derechos (1597). Terminados los estudios, se ordenó sacerdote e inició una rápida carrera en la curia. En 1601 fue nombrado abogado consistorial y, en 1604, sucedió a su tío Jerónimo Pamphili como auditor del tribunal de la Rota, donde hizo amistad con el auditor de Bolonia Alejandro Ludovisi. Cuando éste fue elegido papa con el nombre de Gregorio XV (1621), le envió de nuncio a la corte de Nápoles y allí permaneció cuatro años. Bajo el pontificado de Urbano VIII acompañó, en calidad de consejero y datario, al joven cardenal nepote Francisco Barberini en su legación a Francia y España (1625). El 19 de enero de 1626 fue nombrado patriarca de Antioquía y el 30 de marzo nuncio en España. Creado cardenal in pectore el 30 de agosto de 1627, no se hizo público hasta el 19 de noviembre de 1629. En 1630 volvió a Roma y desempeñó la prefectura de la Congregación del Concilio.
En el cónclave que se reunió a la muerte de Urbano VIII (1644) la mayoría de los purpurados estaban agrupados en dos partidos: el hispano-austríaco, que era contrario a la política que Urbano VIII había seguido en la guerra de los Treinta Años; y el francés, dirigido por Antonio Barberini y apoyado por París. Después que España puso la exclusiva al cardenal Sacchetti, propuesto por Francisco Barberini y grato a Francia por ser amigo de Mazarino (1602-1661), se llegó a un acuerdo entre los dos cardenales Barberini y el partido español, proponiendo al cardenal Pamphili como candidato, sin esperar a que el embajador de Francia consultara con su gobierno. El 14 de septiembre de 1644 el cónclave eligió papa al cardenal Pamphili, un anciano de 72 años, que tomó el nombre de Inocencio X en recuerdo de Inocencio VIII que había favorecido a su familia cuando se estableció en Roma. Fue coronado el 4 de octubre y el 23 de noviembre tomó posesión de San Juan de Letrán. Diego de Velázquez (1599-1660) pintó en 1650 un maravilloso retrato de este pontífice, fuertemente realista y veraz. La mirada es inquisitiva y la expresión de los labios entre desconfiada y socarrona.
El gobierno de la Iglesia. Inocencio X quiso continuar la política de nepotismo que habían practicado sus antecesores, nombrando a un miembro de su familia cardenal nepote. Pero, como escribe Pastor {Historia de los papas, XXX, pp. 33-35), «la desgracia del papa Pamphili fue que el único miembro de su familia que poseía las cualidades necesarias para ocupar aquel cargo era una mujer», su cuñada Olimpia Maidalchini, casada con el hermano mayor del papa, ya difunto. A los pocos días de su elección, el 14 de noviembre, Inocencio X nombró cardenal al hijo mayor de Olimpia, Camilo Pamphili, y dejó prácticamente en sus manos el gobierno de la Iglesia, aunque le asoció como secretario de Estado al cardenal Panciroli, que hasta 1651 asumió la dirección de los asuntos más importantes de la Iglesia y del Estado. Pero Camilo renunció al cardenalato el 21 de enero de 1647 para poder casarse con Olimpia Aldobrandini, sobrina de Clemente VIII y viuda de Paulo Borghese, y cayó en desgracia. Desde 1647 hasta 1651, Inocencio X otorgó todas las prerrogativas de cardenal nepote a dos familiares de su cuñada Olimpia (Francisco Maidalchini y Camilo Astalli), que fueron incapaces de desarrollar sus funciones. A la muerte del cardenal Panciroli (1651), la incapacidad del cardenal nepote Camilo Astalli hizo necesario el nombramiento de un nuevo secretario de Estado y, por consejo del cardenal Spada, Inocencio X confió este cargo a Fabio Chigi, futuro Alejandro VII, al que nombró cardenal el 10 de febrero de 1652. La degradación que el nepotismo, como sistema familiar de gobierno, alcanzó en el pontificado de Inocencio X, fue decisiva para que desapareciera y, desde mediados del siglo xvii, cobró fuerza la figura del cardenal secretario de Estado como responsable del gobierno.
La política religiosa. Al inicio de su pontificado, Inocencio X tuvo un conflicto con Francia porque Mazarino (1602-1661), que no había aprobado su candidatura, retiró al embajador francés de Roma. El pontífice replicó haciendo una promoción cardenalicia de signo antifrancés (6 marzo 1645) y exigió cuentas a los sobrinos de Urbano VIII por los excesivos gastos durante la guerra contra los Farnese para apoderarse del ducado de Castro. El cardenal Antonio Barberini y sus hermanos huyeron a Francia y fueron recibidos con todos los honores en la corte. La cercanía de las tropas francesas a las posesiones del príncipe Ludovisi, sobrino de Inocencio X, forzaron al papa a ceder a las peticiones francesas. El embajador francés volvió a Roma el 24 de mayo de 1647, nombró cardenal a un hermano de Mazarino y se autorizó volver a los Barberini, devolviéndoles sus bienes y dignidades.
Sin embargo, el acontecimiento más importante del pontificado de Inocencio X fue la conclusión de la paz de Westfalia en 1648, que puso fin a la guerra de los Treinta Años y sancionó el fin del predominio de los Austrias, además de presentar importantes cláusulas religiosas que sellaron definitivamente la división religiosa del Imperio y privaron a la Iglesia católica de un buen número de obispados y abadías y de muchos bienes eclesiásticos. La paz de Westfalia supuso un pequeño paso hacia la tolerancia, pues reconoció el derecho aún limitado de practicar una religión distinta de la oficial. Esta paz constituyó ciertamente la superación de la tradicional postura de los católicos, al emparejarlos jurídica y socialmente con los luteranos y los calvinistas. Y ésta es la razón por la que Inocencio X protestó con el breve Zelus domus Dei (20 noviembre 1648), «para que los derechos de la misma [la Iglesia católica] no sufran daño alguno de parte de los que buscan antes su propio provecho que la gloria de Dios». El tono de la bula era duro, no admitía réplicas; declaraba nulos los tratados en todas las cláusulas contrarias a la Iglesia y subrayaba el valor perpetuo de la condenación. Pero nadie, ni siquiera las potencias católicas, hizo demasiado caso de esta protesta y el papado se vio precisado a aceptar gradualmente, de hecho, la situación que tan clamorosamente había condenado.
La política religiosa del pontífice se centró en el apoyo a las misiones, en la reducción de conventos en Italia y en su intervención en la disputa sobre el jansenismo. La congregación De Propaganda Fide impulsó el esfuerzo misionero que se desarrollaba en los países asiáticos, pero en contra del parecer de los jesuítas, condenó la licitud de los ritos chinos, dando origen al problema de los ritos chinos y malabares. Inocencio X llevó a cabo en Italia un proyecto de reforma monástica, decretando la supresión de los monasterios y conventos que, por el escaso número de religiosos, no pudiesen observar la disciplina regular conforme a las constituciones de cada orden, facultando a los obispos para que aplicasen las rentas de los conventos suprimidos a otros fines religiosos.
La controversia jansenista, lejos de apagarse con la condena que Urbano VIII hizo del Agustinus en la bula Eminenti (1642), fue encendiéndose cada vez más. Ochenta y ocho obispos, instigados por san Vicente de Paúl, en contraposición con el parlamento de París, solicitaron de la Santa Sede un examen a fondo de cinco tesis que, según el síndico de la Facultad de Teología de la Sorbona, estaban contenidas en el Agustinus y resumían su doctrina. Tras un largo examen que duró dos años, el 31 de mayo de 1653 Inocencio X condenó como heréticas las cinco tesis. Las tesis censuradas se referían sólo al aspecto dogmático del jansenismo que, por otra parte, era la raíz y fundamento del moral. Los jansenistas, lejos de someterse y no queriendo aparecer como rebeldes, recurrieron a diversas estratagemas (L. Cognat, Le Jansénisme, París, 1961).
Como soberano de los Estados Pontificios, Inocencio X afianzó el poder absoluto y ensanchó sus dominios, con la incorporación del ducado de Castro, que ya pretendió su antecesor. En Roma supo conservar la paz con sabias disposiciones y la organización de una poderosa policía.
Aunque no fue un gran mecenas, enriqueció artística y urbanísticamente la ciudad de Roma. Confirmó en su oficio de arquitecto de San Pedro a Bernini, que pavimentó la nave central con mosaico de mármoles multicolores. Otro artista genial, Borromini (1599-1667), dejó huellas inmortales en la basílica de San Juan de Letrán, que renovó, y sobre todo en la nueva iglesia de Santa Inés de plaza Navona. Precisamente Bernini enriqueció esta plaza con la fuente de los cuatro ríos: sobre una escollera colocada en medio de un estanque se alza atrevidamente un obelisco; en su entorno, cuatro colosales estatuas personifican los cuatro ríos del mundo: el Nilo, el Ganges, el Danubio y el río de la Plata; y bestias feroces salen de sus grutas rocosas para beber. A un lado de la plaza Reinaldi reconstruyó el palacio Pamphili, que, aun con las bellas pinturas de Pietro de Cortona, no pudo competir con otros palacios romanos. En cambio, la Villa Pamphili que el cardenal nepote mandó construir en la cima del Gianicolo, con su soberbio parque, su jardín secreto, sus caprichosos parterres y su espléndida decoración, no cedía a ninguna otra en magnitud y magnificencia.

Inocencio X murió en Roma el 4 de enero de 1654, a los 81 años. Su cadáver estuvo expuesto algunas horas en la basílica de San Pedro, según costumbre, pero como nadie se hizo cargo de él lo retiraron a una estancia oscura, donde los albañiles guardaban sus herramientas. Más tarde se le preparó un modesto sepulcro en la iglesia de Santa Inés de plaza Navona. Con su muerte, el papado de la Contrarreforma llegó a su fin.

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