sábado, 18 de marzo de 2017

Historia de los concilios ecumenicos _(sigloXIX)

Concilio Vaticano II (1962-1965)

La idea de celebrar un concilio ecuménico, o de proseguir y concluir el Vaticano I, estuvo ya en la mente de algunos papas, como Pío XI (1922-1939), que en los años 1923-1924 consultó al episcopado sobre este particular. También Pío XII (1939-1958) volvió sobre el mismo asunto, llegando incluso a crear comisiones preparatorias, pero en ambos casos la idea no cristalizó en un proyecto concreto. Con la llegada de Juan XXIII (1958-1963) al solio pontificio se produce un cambio importante, ya que a los tres meses de su elección —el 25 de enero de 1959— hizo en Roma el anuncio oficial de la convocatoria de un concilio ecuménico. El Vaticano II fue concebido inicialmente como una asamblea de marcada orientación pastoral, con la finalidad de establecer un aggiomamento, una adecuación de la vida estructural y apostólica de la Iglesia a las necesidades del mundo contemporáneo.
Se creó una comisión antepreparatoria, que recogería las sugerencias temáticas a tratar en la asamblea conciliar. Las conclusiones de estos trabajos antepreparatorios pasaron después a una comisión central preparatoria, constituida el 5 de junio de 1960 y presidida directamente por el papa. El concilio fue convocado oficialmente con la constitución apostólica Humanae salutis de 25 de diciembre de 1961. Se estableció una estructura organizativa compuesta por un consejo de presidencia de diez cardenales y diez comisiones. Luego, en el comienzo de la segunda fase conciliar, aparecerá un nuevo organismo de dirección, el de los delegados o moderadores (G. P. Agagianian, G. Lercaro, J. Dópfner, L. Suenens), que sustituirán a los miembros del consejo de presidencia en la dirección de las congregaciones generales. Una novedad de este concilio fue la presencia de observadores enviados por las Iglesias y comunidades eclesiásticas no unidas a la Santa Sede.
La ceremonia de inauguración tuvo lugar el 11 de octubre de 1962 en la basílica de San Pedro. Al acto asistieron 2.540 padres conciliares con derecho a voto, cifra muy superior a la registrada en el anterior Concilio Vaticano. Sin exageración se puede decir que ha sido el concilio más universal de la historia de la Iglesia. El papa aludió en su discurso de apertura a que la convocatoria del concilio había sido por una inspiración de lo alto y señaló la orientación de esta asamblea: hacer llegar a los hombres el depósito de la sagrada tradición, teniendo en cuenta las actuales estructuras de la sociedad; no condenar errores, sino explicar, con mayor riqueza, la fuerza de la doctrina; y acercarse más a la unidad querida por Cristo.
El 13 de octubre se iniciaron las congregaciones generales. Del 22 de octubre al 13 de noviembre se discutió la reforma litúrgica, en la que se introducían importantes modificaciones, siendo una de las más espectaculares la de permitir el uso de las lenguas vernáculas en la celebración de la eucaristía y de los demás sacramentos. La votación del 14 de noviembre sobre el esquema de liturgia tuvo un amplio respaldo.
El mismo 14 de noviembre se comenzó a debatir el esquema sobre las fuentes de la revelación. Las discusiones fueron muy vivas y se fueron decantando dos corrientes antagónicas. El día 24 del mismo mes sería retirado el esquema, para ser reelaborado de nuevo por una comisión designada al efecto. Entre tanto, se sometió a los padres una propuesta sobre medios de comunicación social. El 27 de noviembre se aprobaron las líneas generales del esquema por gran mayoría.
Al iniciarse, el 26 de noviembre, los debates sobre las Iglesias orientales, se advirtió ya que no había existido una buena coordinación preparatoria del texto presentado. En vista de ello, el 1 de diciembre el concilio decidió devolver el texto a la comisión para que se incluyera en el esquema sobre ecumenismo.
A partir del 1 de diciembre se dedicaron seis congregaciones generales a discutir el esquema De Ecdesia, que versaba sobre la esencia y la estructura de la Iglesia. El esquema presentado tenía una concepción eclesiológica de carácter institucional, de acuerdo con la teología de Belarmino. Las críticas llovieron sobre el documento pidiendo una reelaboración total del mismo.
La primera fase del concilio se clausuró por Juan XXIII el 8 de diciembre. A estas alturas del concilio, ninguno de los cinco temas debatidos estaban preparados para su publicación. Se imponía proseguir el concilio al cabo de cierto tiempo, pero el papa que lo había convocado no llegaría a ver su reanudación. El 3 de junio de 1963 falleció Juan XXIII, y el 21 de junio le sucedería el cardenal Juan Bautista Montini, que tomó el nombre de Pablo VI (1963-1978).
La segunda etapa conciliar comenzó su andadura el 29 de septiembre de 1963. En su discurso de apertura Pablo VI reasumió en cuatro puntos la finalidad del concilio: exposición de la teología de la Iglesia, su renovación interior, la promoción de la unidad de los cristianos y, por último, el diálogo con el mundo contemporáneo.
En esta fase del concilio los trabajos de los padres se centraron en el documento sobre la Iglesia. Todo el mes de octubre se dedicó a discutir el nuevo esquema De Ecdesia, presentado por el cardenal Ottaviani. Los puntos más debalidos del esquema fueron: la colegialidad episcopal y la institución del diaconado permanente; con menor intensidad fueron debatidos la corresponsabilidad de los seglares y la vocación a la santidad de todos los bautizados. Con el fin de dar una salida a los debates, el moderador, cardenal Suenens, con el aval del papa, propuso a la asamblea conciliar una votación orientativa sobre las cinco cuestiones doctrinales más controvertidas. El voto favorable de la mayoría a las tesis propuestas hizo que se superara la crisis planteada y que se reenviase de nuevo a la comisión el esquema con las enmiendas y las nuevas orientaciones.
Una vez solventada la crisis del esquema De Ecclesia, el concilio se dedicó a debatir el esquema sobre el ministerio pastoral de los obispos, que tenía especial incidencia en temas como las conferencias episcopales y la reforma de la curia romana. También se debatió sobre el esquema de ecumenismo. Así llegamos al final del segundo período de sesiones, y el 4 de diciembre de 1963 el concilio aprobó solemnemente la constitución sobre liturgia, y el decreto sobre medios de comunicación social.
El tercer período de sesiones se abrió el 14 de septiembre de 1964 con una solemne concelebración de Pablo VI con 24 padres conciliares, que expresaba de forma emblemática la renovación litúrgica aprobada en la sesión anterior. El esquema sobre la Iglesia había sido objeto de una nueva redacción en la que se incorporaba un capítulo más sobre el carácter escatológico de la Iglesia, y otro mariológico. Las tensiones anteriores se volvieron a hacer presentes, de modo que en el capítulo tercero sobre la colegialidad, el papa tuvo que enviar una Nota explicativa praevia, para reducir la oposición de la minoría, reafirmando la doctrina sobre el primado papal del Vaticano I. El esquema sobre el decreto de libertad religiosa suscitó también una controversia por las implicaciones políticas que podía llevar consigo. Otros esquemas fueron discutidos de modo más pacífico, como el de la vida y ministerio de los presbíteros, y el de la Iglesia y el mundo actual. En la sesión solemne del 21 de noviembre de 1964 se promulgaron: la constitución dogmática Lumen gentium, el decreto sobre ecumenismo, y el decreto sobre las Iglesias orientales.
Llegados a este punto, parece obligado afirmar el valor fundamental de la constitución Lumen gentium, en cuanto supone una toma de conciencia de la Iglesia sobre sí misma. En ella se engarzan los demás textos del concilio, y se configura así como la clave hermenéutica para interpretar debidamente el resto de los documentos conciliares. La Lumen gentium expone la doctrina sobre el misterio de la Iglesia, Pueblo de Dios, al que todos los fieles son incorporados por el bautismo. De ahí deriva la radical unidad de todos los fieles que integran la Iglesia y el carácter universal de la llamada a la santidad. Declara también la constitución que los obispos son sucesores de los apóstoles, y que, además de presidir sus Iglesias particulares, forman parte de un «colegio» o cuerpo episcopal del que cada obispo se hace miembro. Este colegio está presidido por el obispo de Roma, y no puede obrar al margen de éste.
Los meses que separaron la tercera y la cuarta sesión se caracterizaron por un trabajo incesante de las comisiones conciliares. El 14 de septiembre de 1965 se abrió el cuarto período de sesiones. En su discurso de apertura, el papa anunció la creación del «sínodo de los obispos». Se comenzó debatiendo el nuevo esquema enmendado sobre la libertad religiosa, que todavía dio lugar a algunas discrepancias. No sucedió lo mismo con otros documentos de mayor rapidez en su tramitación, como el decreto sobre el ministerio pastoral de los obispos, el decreto sobre renovación de la vida religiosa, el decreto sobre formación de los sacerdotes, la declaración sobre relaciones con religiones no cristianas, y la declaración sobre la educación cristiana. Todos estos textos fueron aprobados y promulgados en la sesión del 28 de octubre de 1965.
La constitución sobre la divina revelación y el decreto sobre el apostolado de los laicos se promulgaron en la sesión del 18 de noviembre del mismo año.
Ya casi al final de esta etapa conciliar se había planteado un serio debate en torno al esquema 13.°, cuyo nuevo borrador no había disipado las dudas de algunos padres conciliares y se originaron vivos enfrentamientos a propósito de problemas concretos, como el desarme, la guerra total, etc. La febril actividad de la comisión consiguió elaborar un texto que mereció la aprobación de una amplia mayoría. En la sesión del 7 de diciembre se promulgó definitivamente esta constitución con el el nombre de Gaudium et spes. Igualmente se aprobarían los decretos sobre la actividad misionera y sobre el ministerio y vida de los presbíteros, así como la declaración sobre libertad religiosa.
El 8 de diciembre, en una solemne ceremonia celebrada en la plaza de San Pedro, el santo padre clausuraba el Concilio Vaticano II. El breve apostólico In Spiritu Sancto de Pablo VI declaraba la terminación del concilio y renovaba la plena aprobación de las decisiones conciliares.
Aunque todavía es pronto para hacer una valoración de conjunto del último concilio ecuménico, sí podemos destacar algunos puntos más sobresalientes: se ha dado una gran profundización doctrinal en temas como la colegialidad episcopal, la sacramentalidad del episcopado, la comunión de las Iglesias y el sentido participativo de la liturgia. El decreto sobre ecumenismo ha abierto nuevas vías de diálogo con los hermanos separados, y a la vez se ha afirmado con rotundidad el principio de libertad religiosa. El Vaticano II ha repristinado también la llamada universal a la santidad y, en consecuencia, la responsabilidad de los laicos en la santificación de las realidades terrenas. Se puede afirmar que el saldo es ciertamente positivo.

Por lo que se refiere a la aplicación de lo legislado por el Vaticano II, convendría señalar la intensa actividad desplegada por Pablo VI y Juan Pablo II en este terreno. Así, hemos de consignar: la promulgación del nuevo Misal romano en 1969, de la Liturgia de las Horas en 1971, de un nuevo Código de derecho canónico para la Iglesia latina en 1983, de un Código de cánones para las Iglesias orientales en 1990, y un nuevo Catecismo de la Iglesia católica (1992). Amén del trabajo realizado por las conferencias episcopales y el Sínodo de los Obispos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario