Concilio Vaticano II (1962-1965)
La idea de celebrar un concilio ecuménico, o de proseguir y
concluir el Vaticano I, estuvo ya en la mente de algunos papas, como Pío XI
(1922-1939), que en los años 1923-1924 consultó al episcopado sobre este
particular. También Pío XII (1939-1958) volvió sobre el mismo asunto, llegando
incluso a crear comisiones preparatorias, pero en ambos casos la idea no
cristalizó en un proyecto concreto. Con la llegada de Juan XXIII (1958-1963) al
solio pontificio se produce un cambio importante, ya que a los tres meses de su
elección —el 25 de enero de 1959— hizo en Roma el anuncio oficial de la
convocatoria de un concilio ecuménico. El Vaticano II fue concebido
inicialmente como una asamblea de marcada orientación pastoral, con la
finalidad de establecer un aggiomamento, una adecuación de la vida estructural
y apostólica de la Iglesia a las necesidades del mundo contemporáneo.
Se creó una comisión antepreparatoria, que recogería las
sugerencias temáticas a tratar en la asamblea conciliar. Las conclusiones de
estos trabajos antepreparatorios pasaron después a una comisión central
preparatoria, constituida el 5 de junio de 1960 y presidida directamente por el
papa. El concilio fue convocado oficialmente con la constitución apostólica
Humanae salutis de 25 de diciembre de 1961. Se estableció una estructura
organizativa compuesta por un consejo de presidencia de diez cardenales y diez
comisiones. Luego, en el comienzo de la segunda fase conciliar, aparecerá un
nuevo organismo de dirección, el de los delegados o moderadores (G. P.
Agagianian, G. Lercaro, J. Dópfner, L. Suenens), que sustituirán a los miembros
del consejo de presidencia en la dirección de las congregaciones generales. Una
novedad de este concilio fue la presencia de observadores enviados por las
Iglesias y comunidades eclesiásticas no unidas a la Santa Sede.
La ceremonia de inauguración tuvo lugar el 11 de octubre de 1962
en la basílica de San Pedro. Al acto asistieron 2.540 padres conciliares con
derecho a voto, cifra muy superior a la registrada en el anterior Concilio
Vaticano. Sin exageración se puede decir que ha sido el concilio más universal
de la historia de la Iglesia. El papa aludió en su discurso de apertura a que
la convocatoria del concilio había sido por una inspiración de lo alto y señaló
la orientación de esta asamblea: hacer llegar a los hombres el depósito de la
sagrada tradición, teniendo en cuenta las actuales estructuras de la sociedad;
no condenar errores, sino explicar, con mayor riqueza, la fuerza de la
doctrina; y acercarse más a la unidad querida por Cristo.
El 13 de octubre se iniciaron las congregaciones generales. Del 22
de octubre al 13 de noviembre se discutió la reforma litúrgica, en la que se
introducían importantes modificaciones, siendo una de las más espectaculares la
de permitir el uso de las lenguas vernáculas en la celebración de la eucaristía
y de los demás sacramentos. La votación del 14 de noviembre sobre el esquema de
liturgia tuvo un amplio respaldo.
El mismo 14 de noviembre se comenzó a debatir el esquema sobre las
fuentes de la revelación. Las discusiones fueron muy vivas y se fueron
decantando dos corrientes antagónicas. El día 24 del mismo mes sería retirado
el esquema, para ser reelaborado de nuevo por una comisión designada al efecto.
Entre tanto, se sometió a los padres una propuesta sobre medios de comunicación
social. El 27 de noviembre se aprobaron las líneas generales del esquema por gran
mayoría.
Al iniciarse, el 26 de noviembre, los debates sobre las Iglesias
orientales, se advirtió ya que no había existido una buena coordinación
preparatoria del texto presentado. En vista de ello, el 1 de diciembre el
concilio decidió devolver el texto a la comisión para que se incluyera en el
esquema sobre ecumenismo.
A partir del 1 de diciembre se dedicaron seis congregaciones
generales a discutir el esquema De Ecdesia, que versaba sobre la esencia y la
estructura de la Iglesia. El esquema presentado tenía una concepción
eclesiológica de carácter institucional, de acuerdo con la teología de
Belarmino. Las críticas llovieron sobre el documento pidiendo una reelaboración
total del mismo.
La primera fase del concilio se clausuró por Juan XXIII el 8 de
diciembre. A estas alturas del concilio, ninguno de los cinco temas debatidos
estaban preparados para su publicación. Se imponía proseguir el concilio al
cabo de cierto tiempo, pero el papa que lo había convocado no llegaría a ver su
reanudación. El 3 de junio de 1963 falleció Juan XXIII, y el 21 de junio le
sucedería el cardenal Juan Bautista Montini, que tomó el nombre de Pablo VI
(1963-1978).
La segunda etapa conciliar comenzó su andadura el 29 de septiembre
de 1963. En su discurso de apertura Pablo VI reasumió en cuatro puntos la
finalidad del concilio: exposición de la teología de la Iglesia, su renovación
interior, la promoción de la unidad de los cristianos y, por último, el diálogo
con el mundo contemporáneo.
En esta fase del concilio los trabajos de los padres se centraron
en el documento sobre la Iglesia. Todo el mes de octubre se dedicó a discutir
el nuevo esquema De Ecdesia, presentado por el cardenal Ottaviani. Los puntos
más debalidos del esquema fueron: la colegialidad episcopal y la institución del
diaconado permanente; con menor intensidad fueron debatidos la
corresponsabilidad de los seglares y la vocación a la santidad de todos los
bautizados. Con el fin de dar una salida a los debates, el moderador, cardenal
Suenens, con el aval del papa, propuso a la asamblea conciliar una votación
orientativa sobre las cinco cuestiones doctrinales más controvertidas. El voto
favorable de la mayoría a las tesis propuestas hizo que se superara la crisis
planteada y que se reenviase de nuevo a la comisión el esquema con las
enmiendas y las nuevas orientaciones.
Una vez solventada la crisis del esquema De Ecclesia, el concilio
se dedicó a debatir el esquema sobre el ministerio pastoral de los obispos, que
tenía especial incidencia en temas como las conferencias episcopales y la
reforma de la curia romana. También se debatió sobre el esquema de ecumenismo.
Así llegamos al final del segundo período de sesiones, y el 4 de diciembre de
1963 el concilio aprobó solemnemente la constitución sobre liturgia, y el
decreto sobre medios de comunicación social.
El tercer período de sesiones se abrió el 14 de septiembre de 1964
con una solemne concelebración de Pablo VI con 24 padres conciliares, que
expresaba de forma emblemática la renovación litúrgica aprobada en la sesión
anterior. El esquema sobre la Iglesia había sido objeto de una nueva redacción
en la que se incorporaba un capítulo más sobre el carácter escatológico de la
Iglesia, y otro mariológico. Las tensiones anteriores se volvieron a hacer
presentes, de modo que en el capítulo tercero sobre la colegialidad, el papa
tuvo que enviar una Nota explicativa praevia, para reducir la oposición de la
minoría, reafirmando la doctrina sobre el primado papal del Vaticano I. El
esquema sobre el decreto de libertad religiosa suscitó también una controversia
por las implicaciones políticas que podía llevar consigo. Otros esquemas fueron
discutidos de modo más pacífico, como el de la vida y ministerio de los
presbíteros, y el de la Iglesia y el mundo actual. En la sesión solemne del 21
de noviembre de 1964 se promulgaron: la constitución dogmática Lumen gentium,
el decreto sobre ecumenismo, y el decreto sobre las Iglesias orientales.
Llegados a este punto, parece obligado afirmar el valor
fundamental de la constitución Lumen gentium, en cuanto supone una toma de
conciencia de la Iglesia sobre sí misma. En ella se engarzan los demás textos
del concilio, y se configura así como la clave hermenéutica para interpretar
debidamente el resto de los documentos conciliares. La Lumen gentium expone la
doctrina sobre el misterio de la Iglesia, Pueblo de Dios, al que todos los
fieles son incorporados por el bautismo. De ahí deriva la radical unidad de
todos los fieles que integran la Iglesia y el carácter universal de la llamada
a la santidad. Declara también la constitución que los obispos son sucesores de
los apóstoles, y que, además de presidir sus Iglesias particulares, forman
parte de un «colegio» o cuerpo episcopal del que cada obispo se hace miembro.
Este colegio está presidido por el obispo de Roma, y no puede obrar al margen
de éste.
Los meses que separaron la tercera y la cuarta sesión se
caracterizaron por un trabajo incesante de las comisiones conciliares. El 14 de
septiembre de 1965 se abrió el cuarto período de sesiones. En su discurso de
apertura, el papa anunció la creación del «sínodo de los obispos». Se comenzó
debatiendo el nuevo esquema enmendado sobre la libertad religiosa, que todavía
dio lugar a algunas discrepancias. No sucedió lo mismo con otros documentos de
mayor rapidez en su tramitación, como el decreto sobre el ministerio pastoral
de los obispos, el decreto sobre renovación de la vida religiosa, el decreto
sobre formación de los sacerdotes, la declaración sobre relaciones con
religiones no cristianas, y la declaración sobre la educación cristiana. Todos
estos textos fueron aprobados y promulgados en la sesión del 28 de octubre de
1965.
La constitución sobre la divina revelación y el decreto sobre el
apostolado de los laicos se promulgaron en la sesión del 18 de noviembre del mismo
año.
Ya casi al final de esta etapa conciliar se había planteado un
serio debate en torno al esquema 13.°, cuyo nuevo borrador no había disipado
las dudas de algunos padres conciliares y se originaron vivos enfrentamientos a
propósito de problemas concretos, como el desarme, la guerra total, etc. La
febril actividad de la comisión consiguió elaborar un texto que mereció la
aprobación de una amplia mayoría. En la sesión del 7 de diciembre se promulgó
definitivamente esta constitución con el el nombre de Gaudium et spes.
Igualmente se aprobarían los decretos sobre la actividad misionera y sobre el
ministerio y vida de los presbíteros, así como la declaración sobre libertad
religiosa.
El 8 de diciembre, en una solemne ceremonia celebrada en la plaza
de San Pedro, el santo padre clausuraba el Concilio Vaticano II. El breve
apostólico In Spiritu Sancto de Pablo VI declaraba la terminación del concilio
y renovaba la plena aprobación de las decisiones conciliares.
Aunque todavía es pronto para hacer una valoración de conjunto del
último concilio ecuménico, sí podemos destacar algunos puntos más
sobresalientes: se ha dado una gran profundización doctrinal en temas como la
colegialidad episcopal, la sacramentalidad del episcopado, la comunión de las
Iglesias y el sentido participativo de la liturgia. El decreto sobre ecumenismo
ha abierto nuevas vías de diálogo con los hermanos separados, y a la vez se ha
afirmado con rotundidad el principio de libertad religiosa. El Vaticano II ha
repristinado también la llamada universal a la santidad y, en consecuencia, la
responsabilidad de los laicos en la santificación de las realidades terrenas.
Se puede afirmar que el saldo es ciertamente positivo.
Por lo que se refiere a la aplicación de lo legislado por el
Vaticano II, convendría señalar la intensa actividad desplegada por Pablo VI y
Juan Pablo II en este terreno. Así, hemos de consignar: la promulgación del
nuevo Misal romano en 1969, de la Liturgia de las Horas en 1971, de un nuevo
Código de derecho canónico para la Iglesia latina en 1983, de un Código de
cánones para las Iglesias orientales en 1990, y un nuevo Catecismo de la
Iglesia católica (1992). Amén del trabajo realizado por las conferencias
episcopales y el Sínodo de los Obispos.
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