sábado, 18 de marzo de 2017

Historia de los concilios ecuménicos (siglo XIX)

Concilio Vaticano I (1869-1870)

La decisión de Pío IX (1846-1878) de reunir un concilio ecuménico hay que entenderla dentro del clima vivido por la Iglesia en esa época. Desde una perspectiva de historia de las ideas, tal vez el detonante inmediato fuera la proliferación de los llamados «errores modernos», que tenían sus raíces más próximas en la Ilustración. La publicación del Syllabus y de la encíclica Quanta Cura, casi simultáneamente en 1864, fue como un toque de atención dado por Pío IX sobre los citados errores, y en poco tiempo se fue gestando la idea de celebrar un concilio para afrontar el tema con más hondura. La bula de convocación Aeterni Patris apareció el 29 de julio de 1868.
En dicha bula no se invitaba formalmente a los príncipes cristianos, como se había realizado en otros concilios anteriores, sino sólo se expresaba el deseo de que los príncipes católicos contribuyesen al buen éxito del concilio, con el propósito de evitar posibles injerencias de los Estados en el ámbito conciliar. El anuncio del concilio fue generalmente bien recibido, aunque en los medios de corte liberal pronto se apreció un tono contestatario. Así sucedió cuando el 6 de febrero de 1869 se publica en la Civiltá Cattolica un artículo, titulado «Correspondencia de París», en el que se daba cuenta de los deseos expresados por algunos escritores franceses sobre la conveniencia de aprobar, por aclamación, las doctrinas contenidas en el Syllabus, especialmente la de infalibilidad del papa. El artículo creó una gran controversia en diversos lugares, pero de modo particular en Alemania, por la oposición frontal de Dollinger, que se decantó en contra de la infalibilidad a través de varios escritos. En Francia, monseñor Dupanloup y un grupo de intelectuales católicos consideraban poco oportuna su definición por el concilio.
A pesar de las polémicas suscitadas, la comisión preparatoria realizó su trabajo con relativa presteza, y el 8 de diciembre de 1869, Pío IX inauguró solemnemente el concilio, en presencia de unos 700 obispos. Entre ellos había 60 prelados de rito oriental, y casi 200 padres de países no europeos, amén de los europeos, que eran la mayoría. Como lugar más apropiado se eligió el tramo derecho de la nave transversal de la basílica de San Pedro. En la primera congregación general (10 diciembre de 1869) se comenzó a discutir el esquema «Sobre la fe católica», contra los múltiples errores del racionalismo moderno. El texto original recibió diversas redacciones, según las aportaciones de los padres asistentes, hasta que el 24 de abril de 1870 se aprobó por unanimidad, con el nombre de constitución Del Films. Este documento tenía un gran calado doctrinal, por ser una lúcida exposición de la doctrina católica en torno a las relaciones entre la fe y la razón. Estaba compuesto por cuatro capítulos, en los que se afirmaba la existencia de un Dios personal, que se podía conocer por luz de la razón; la necesidad de la revelación divina; el carácter razonable de la fe, y las relaciones entre la fe y la ciencia.
Pero la cuestión de la infalibilidad era la que acaparaba el mayor interés, como ya se había hecho notar en los prolegómenos del concilio. Pronto se habían formado dos grupos de padres: unos partidarios de proclamar la infalibilidad, cuyo representante más significativo era el cardenal Manning, y otros no partidarios de su proclamación, en su mayoría franceses, con figuras relevantes como Dupanloup y Ketteler. El 21 de enero de 1870 se distribuyó a los padres el esquema «De la Iglesia de Cristo», pero en él no se mencionaba el tema de la infalibilidad. El 9 de febrero los partidarios de la infalibilidad, que eran la mayoría, pidieron la inclusión de esta temática. Como respuesta a tal sugerencia se presentó el 6 de marzo un nuevo esquema «Sobre el Romano pontífice y su magisterio infalible». La minoría trató de impedir que siguiera adelante este nuevo esquema. Hubo un debate muy intenso entre la mayoría de los «infalibilistas» y la minoría —alrededor del veinte por ciento de los padres—, que se opuso punto por punto al texto base. Por fin se llegó a un texto de más amplia aceptación. De todas formas, algunos padres de la minoría abandonaron Roma antes de la solemne proclamación de la constitución Pastor Aeternus, el 18 de de julio de 1870.
La Pastor Aeternus consta de cuatro capítulos, que tratan del primado de jurisdicción de san Pedro, de la perpetua transmisión de esta prerrogativa en la persona de sus sucesores en la Cátedra de Roma, de la íntima naturaleza del primado romano, como poder verdaderamente episcopal, ordinario, inmedialo y universal, y, por último, de la infalibilidad personal del Romano pontífice por un carisma especial, cuando como maestro universal propone doctrinas o dirime cuestiones en relación con la fe y la moral. Conviene anotar que la Pastor Aeternus se presenta como una renovación de la definición realizada por el Concilio de Florencia de 1439.
La constitución, que se había aprobado casi por unanimidad, recibió también la adhesión de aquellos componentes de la minoría, que tanto se habían opuesto a ella en los debates conciliares. La única excepción fue la del historiador y teólogo de Munich Ignacio Dóllinger, que rehusó someterse y fue excomulgado, dando vida en Alemania a la llamada Iglesia de los «Viejos Católicos». El pueblo fiel de todo el mundo acogió gozosamente la definición del magisterio infalible del papa.

El concilio tuvo que suspender sus sesiones porque el 19 de julio estalló la guerra franco-prusiana, obligando a ausentarse a un gran número de padres, y el 20 de septiembre los piamonteses ocuparon Roma. Y, en consideración a estos hechos, el concilio hubo de aplazarse sitie die.

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